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domingo, 30 de octubre de 2011

Un buen gobernante/ Paul Johnson


El gran tema de este resumen es el de los gobernantes, las cualidades que distinguen al buen gobernante, tanto, que lo pueden colocar en una lista de héroes. La idea fue encontrada en un libro de Paul Johnson que contiene breves biografías de una variedad de personajes, desde Judith, en la Biblia, y Julio César, hasta Mae West y Lincoln. Algunos de ellos fueron gobernantes y dentro de ellos destaca la reina Isabel I de Inglaterra, cabeza de un gobierno exitoso. No interesa aquí tanto el caso concreto de Isabel I de Inglaterra, como los rasgos que se presupone debe tener un buen gobernante, el que sea.

Isabel I nació en Londres en 1533 y murió en 1603. Fue reina a partir de 1558 hasta su muerte. Su abuelo fue Enrique VII. Era hija de Enrique VIII y Ana Bolena. En esta parte de su libro, dedicada a la conocida como Reina Virgen, el autor anota nueve de las cualidades que hicieron a Isabel I un gobernante admirable y que mezclan habilidades de gobierno con rasgos personales. Sin duda son una misma unidad: los gobernantes, buenos y malos, por lo visto, poseen un todo integrado en su persona, como una especie de estilo de gobierno. Son valores, virtudes, creencias, capacidades, hábitos, costumbres, que en el caso de esta reina inglesa son los siguientes.
Primero, dice el autor, la reina nunca se casó. Interpretar esto literalmente y pedir que los gobernantes todos eviten el matrimonio sería absurdo. Detrás de esto está la independencia que eso produjo. No creía ella que el matrimonio era conveniente y había sido testigo de matrimonios con consecuencias políticas nefastas. Amigablemente hizo pensar a otros que podía casarse en algún momento, pero nunca lo hizo. De seguro, no quería limitaciones, ni presiones. Si uno de los rasgos de los héroes es la independencia personal, la reina lo manifestó en su soltería. Casarse hubiera significado adquirir compromisos como los de María I con España. Sin matrimonio, ella tuvo mayores libertades para gobernar como ella lo quería.
Segundo, supo seleccionar a consejeros capaces. Y no sólo los seleccionó, sino que los mantuvo a su servicio. Fue lo opuesto a otros monarcas que cambiaron de consejeros a menudo. Cometió algún error, pero sus elecciones al respecto fueron muy buenas. Posiblemente esto contenga un elemento subyacente de estabilidad y confianza, que es tan necesario en un gobernante. Si otro de los rasgos de los héroes es el tener independencia mental, la reina la obtuvo por medio de una buena selección de consejeros estables y razonables. Y esto apunta en quizá cualidades adicionales, como la de saber escuchar sin desear que se diga lo que el gobernante desea.
Tercero, Isabel I valoró muchos el manejo de los recursos. Después de solucionar los enredos y problemas que heredó por causa de la guerra contra Francia, fue prudente en el uso de los recursos, una cualidad que venía de su abuelo, Enrique VII, quien leía todos los reportes de las finanzas públicas. La reina hizo eso durante 44 años de reinado, revisiones meticulosas de las finanzas del reino y nunca tuvo problemas de ese tipo. El autor da el ejemplo opuesto, el de Felipe II, en España, con muchos mayores recursos que venían de América y que siempre padeció problemas financieros. Comienza aquí a mostrarse otro rasgo de su gobierno, la actitud conservadora, aplicada a las finanzas del reino. La abundancia de recursos y un manejo descuidado de ellos no son propios de un buen gobernante.
Cuarto, la reina se abstuvo de entrar en guerra todo lo que pudo. Los gastos militares fueron mantenidos bajos. Tampoco construyó nuevos palacios. Se trata de otra faceta del cuidado con el que se manejan los recursos. También un rasgo conservador que ponía de lado las glorias y los honores de guerras y conquistas. Muestra también una virtud, la de la modestia o humildad.
Quinto, dice Johnson, la reina creía que sus súbditos podían crear riqueza si tenían la oportunidad de hacerlo. Su reinado fue uno en el que la industria y el comercio florecieron. La agricultura se hizo más eficiente. Las ciudades crecieron. Fueron construidos puertos y puentes. Mejoraron las casas. Hizo que en ese tiempo, Inglaterra fue el país más rico de Europa junto con Holanda. Este rasgo, ligado al de la modestia, arroja una luz interesante sobre el opuesto de un gobernante que sustituye las iniciativas de los ciudadanos. En términos administrativos se trata de una delegación de autoridad, como una especie de empowerment del ciudadano.
Sexto, pocas veces innovó. Fue una conservadora, como su abuelo. Lo que funcionaba bien no tenía que ser cambiado. Lo que ya existía trató de hacer mejor, como el Parlamento con el que cuidaba mucho su relación. El lado opuesto sería el de lo grandes proyectos nacionales que requieren destruir lo existente para construir órdenes nuevos.
Séptimo, era moderada en todo, desde la comida, el vestido, la bebida, las diversiones. Su vestimenta era simple, excepto en ocasiones especiales. No fue fanática, ni siquiera de la religión. Incluso hacía ejercicio. No nombró a obispos en puestos de gobierno.
Noveno, la reina pensaba que en caso de tener que tomar una decisión era mejor abstenerse de hacerlo que tomar la errónea. Hacer nada era una política que manejaba magistralmente. No era apresurada ni precipitada. Dice Johnson que no tenía ideología, sino que era una conservadora empírica. En el lado opuesto puede colocarse al gobernante hiperactivo que desea estar en todo asunto e imponer su voluntad.

Hacia el final del libro, el autor hace dos meditaciones. En la primera, concluye que de acuerdo su experiencia de 60 años de historiador, el éxito de los gobiernos depende no de la inteligencia y el conocimiento de los gobernantes, sino de la simplicidad del gobierno: la capacidad del gobernante para reducir sus objetivos a unos pocos, tres o cuatro tareas que sean posibles, razonables y comunicables. Las últimas líneas de la obra hablan de los rasgos de los héroes de hoy, mujeres y hombres que pueden serlo si tienen ciertos rasgos. Uno de ellos es el de la total independencia mental y que se logra por medio de la capacidad pensar por uno mismo, tratando a las opiniones generalizadas con mucho escepticismo. El segundo rasgo es actuar de manera consistente y resoluta basado en esa independencia mental. Tercero, “ignorar o rechazar todo los que los medios arrojan a uno, siempre que uno este convencido de hacer lo correcto.” Por último, tener valor en todo momento, sin importar las consecuencias que se sufran por esa independencia mental. No hay sustitutos de ese valor, la más noble de las cualidades y sin la que no habría héroes.

Eduardo García Gaspar/Editor de ContraPeso.info

jueves, 27 de octubre de 2011

¿Por qué fracasa el socialismo?


La pregunta que da nombre a este artículo es contundente y –dirían algunos- pretenciosa. Dado a que en otros campos de la experiencia humana hay formas de organización o acción que pueden funcionar siempre que existan una serie de factores o condiciones, decir que el socialismo fracasa siempre y en sí mismo es una afirmación que necesita una fundamentación sólida.
Para empezar debemos definir qué es socialismo. A pesar de que su nombre provenga de "social", algo muy inteligente por parte de quienes diseñaron la etiqueta en los siglos XVII al XX, lo que realmente implica es planificación central (socialización). Y claro, existen varios socialismos, desde el socialismo utópico, pasando por el socialismo marxista hasta llegar a su primo hermano, el nacionalsocialismo -nazi- alemán. Pero, ¿qué tienen en común estas tendencias, cuyos integrantes pasaron tanto tiempo tratando de diferenciarse entre sí? Algo fundamental: la desconfianza o desprecio por la autonomía del individuo y la insistencia en politizar y planificar centralmente las actividades de una sociedad. Y eso es lo que debe ser entendido por socialismo o socialización.
Entonces, lo que quiero señalar en este artículo es que independientemente de las aparentes buenas intenciones y argumentos de quienes nos proponen este modelo social, el socialismo fracasó y fracasará siempre que se intente.

Lee el artículo de Juan Fernando Carpio en click

viernes, 7 de octubre de 2011

Un asunto de poder desbordado/ John Trenchard, Thomas Gordon/Eduardo García Gaspar

Si en la misma naturaleza del poder está su tendencia inevitable a salirse de sus bordes, la historia presenta lecciones prácticas de cómo ese peligro siempre latente ha sido enfrentado, lo que es una lección para las siguientes generaciones. La preocupación por el poder excesivo no es nueva. Los romanos, habiendo sufrido las consecuencias de gobiernos desbordados, nos heredaron mecanismos para ese control. Trenchard y Gordon, ya en los principios del siglo 18, tomaron de nuevo esas lecciones de historia y nos reiteraron la advertencia de cuidar los límites del poder del gobierno, pues ello significa una pérdida de la libertad. Coincide la idea básica de un poder desbordado con el punto de partida de Montesquieu y su división de poderes: el poder siempre tiende a ser abusado. Si a esto se añade la idea de Tuchman, que afirma que el poder embrutece, se comprenderá la importancia de evitar el desbordamiento del poder: abusos cometidos por personas incapacitadas. La idea de Trenchard y Gordon corrobora ese riesgo natural de todo gobierno.
El primer punto es muy directo y sin andar por las ramas: sólo los límites que se le pongan a los gobernantes harán libres a las naciones. Si se carece de esos límites las naciones serán esclavas. Las naciones son libres donde los magistrados y gobernantes son confinados dentro de ciertas líneas dadas por los ciudadanos; y las naciones son esclavas donde esos magistrados y gobernantes siguen reglas establecidas por ellos mismos, de acuerdo con sus humores e incontinencias, lo que es la peor maldición que le puede suceder a un pueblo. El poder ilimitado es una cosa monstruosa y salvaje. Es posible que sea natural desear ese poder ilimitado, pero es igualmente natural oponerse a él. Más aún el poder ilimitado no debe ser dado a hombre alguno, por buenas y extraordinarias que sus intenciones sean. Los autores, por tanto, conciben al poder del gobernante como una amenaza potencial sobre los ciudadanos, una amenaza a la que se le deben poner cotos muy firmes para evitar que se salga de ellos. Ningún hombre por excelente que sea debe tener un poder exagerado.
Sigue el desarrollo de esa idea con la aseveración de que el hombre al que se le dé poder ilimitado, a pesar de lo que él desee, tendrá enemigos contra los que sólo su poder puede protegerlo. Los requerimientos de sus funciones y las dificultades de sus gestiones lo forzarán a la preservación de su poder y le harán cometer acciones expeditas, no previstas ni intencionales, las que él originalmente habría aborrecido. La historia nos muestra esto. Hay innumerables  casos de personas que teniendo poder se han atrevido a cualquier cosa con tal de mantenerse en él, aún las más detestables. Es raro el caso de quienes teniendo poder han renunciado a él. Todos han seguido en el poder mientras pudieron mantenerlo y renunciaron sólo cuando ya no lo tenían. Está en la naturaleza misma del poder, el salirse de sus límites y aprovechar toda ocasión para convertir poderes extraordinarios en normales. Ningún poder renuncia a sus facultades y ventajas voluntariamente. Y además, por naturaleza, el poder genera acciones malvadas.

Los autores mencionan ahora métodos para el control del poder, para poner límites a la esfera de acción del gobernante. Por esto recurren a los romanos, quienes sufrieron los excesos del poder y proveyeron remedios inteligentes para controlarlo. En esencia, cuando los romanos vieron que un poder crecía demasiado lo enfrentaron con otro. Ejemplo de esto es el balance de poder entre los cónsules y los tribunos, ambos eran elegidos sólo por un año. Más aún, si hubiera una intención sospechosa entre los tribunos, la única protesta de uno de ellos invalidaría la voluntad del resto. Para limitar el desbordamiento del poder, por tanto, había medidas de fragmentación de ese poder, con poderes divididos, pero también con el establecimiento de responsabilidades al final del término del gobernante. En efecto, los romanos ayudaban a preservar sus libertades también haciendo que los gobernantes, al final de su mandato, rindieran cuentas de su desempeño. Además de esto, los magistrados podían realizar apelaciones a la ciudadanía, un poder que fue usado con modestia y medida.

Otra manera de controlar el poder fue evitar la continuación del gobernante en el mismo puesto, una forma de fragmentar el poder en el tiempo. Esto fue señalado por Cicerón, con la idea de que ningún hombre que haya ocupado una cierta posición en el gobierno puede ocuparla de nuevo durante diez años. Los romanos, insisten los autores, eran muy cuidadosos de exigir cuentas tan pronto terminaba un gobernante su período. El gobernante debía presentar cuentas claras de su conducta y acciones, y muchas veces esos gobernantes fueron condenados confiscándoseles sus bienes. Estas eran maneras en las que los romanos cuidaban el crecimiento del poder de sus gobernantes. Y si acaso ese poder crecía más allá de lo gobernable, abolían ese poder. El poder dictatorial fue ocasionalmente aceptado y encontrado de gran utilidad bajo ciertas condiciones, pero él estaba limitado a ciertos meses y aún así el dictador no podía hacer todo lo que quería, pues estaba circunscrito por el juicio del pueblo. Los romanos llegaron a tener gran poder, en muchos territorios y con grandes ejércitos, por lo que creyeron que era en extremo peligroso dar poder ilimitado a un sólo sujeto. Aún así, el poder fue usurpado por Sula, después por César y de esta manera Roma perdió su libertad.

El mérito de los autores, por tanto, está en señalar que la misma naturaleza del poder gubernamental es tal que siempre va a tender a salirse de sus límites aprovechando toda ocasión y toda oportunidad. La conclusión lógica de los autores es tener mecanismos siempre presentes que eviten ese rebosamiento del poder del gobernante, que es la única manera de mantener la libertad del hombre.

Eduardo García Gaspar/Editor de ContraPeso.info

miércoles, 5 de octubre de 2011

Respuesta buena a pregunta mala / Karl R. Popper / Eduardo García Gaspar

En un país, se elige como presidente a un hombre inteligente y al final de su mandato ese país se encuentra en una terrible crisis. En otra nación, llega a la presidencia un hombre menos capaz y al término de su presidencia, ese país mantiene o eleva su ritmo de progreso. ¿Por qué? ¿No deben acaso ser elegidos los mejores para gobernar? La idea de Popper da una respuesta y con ella una mejor comprensión de la democracia, a lo que en mucho está dedicada esta parte.

La convicción de Popper es que Platón ha creado una confusión que ha durado por siglos hasta nuestros días. Esa confusión es la de haber planteado la pregunta ¿quién debe gobernar? Es obvio que al hacerse esa pregunta, solamente puede haber una simple respuesta. Desde luego, la única posible respuesta es que deben gobernar los mejores, los más sabios, los que mejor pueden gobernar. O bien, puede contestarse esa pregunta, diciendo que debe gobernar la raza más pura, o el pueblo, o los trabajadores, o cualquier otra respuesta dependiendo de la inclinación política de cada autor. Incluso quienes creen firmemente en la pregunta de quién debe gobernar, reconocen que no siempre los que gobiernan son buenos y sabios. Al reconocer la posibilidad de un gobernante malo, el planteamiento del problema debe ser diferente. El problema debe ser visto desde el punto de vista de la preparación para la eventualidad de un gobierno malo, o al menos no tan bueno. Esto significa un giro total a la pregunta de quién debe gobernar, para plantearla de modo que pueda contestarse otra pregunta muy diferente ¿cómo debe estar organizadas las instituciones gubernamentales de manera que los gobernantes malos o incompetentes puedan causar el menor daño posible? Es decir, plantear el problema político como la definición de quién debe gobernar es un error básico y de fondo. No es ésa la pregunta a contestar, sino la de cómo debe gobernar. No es quién, sino cómo.

Popper llama teoría de la soberanía (sin control) a la hipótesis de quienes creen que al contestar la pregunta de quién debe gobernar se resuelve el principal problema político. Esta hipótesis es la de creer que el poder es ilimitado y carece de limitaciones, que no tiene elementos que lo controlen. Por esta razón es que las propuestas de sistemas totalitarios de gobierno plantean la solución de la teoría política a través de la contestación a quién debe gobernar e ignoran el cómo debe gobernarse. Por ejemplo, al creer que el problema es encontrar al que debe poseer el poder dentro de la sociedad, proponen a los trabajadores, a los arios, a los aristócratas, a los intelectuales, a los que se desee.

Partir de la creencia de que la solución a los problemas de gobierno está en la selección de las mejores personas, es una hipótesis en verdad ilusa. Primero, debe mencionarse de nuevo lo dicho antes: en la realidad es fácil demostrar que han llegado a ser gobernantes personas que están muy lejos de ser consideradas como las mejores y las más sabias. Segundo, hasta los más poderosos tiranos dependen de sus aliados, sus verdugos y sus policías secretas. Dependen de otros, y esa dependencia significa que su poder tiene limitaciones, que hay grupos opositores, que tienen que hacer concesiones, que tienen que negociar. No hay poder absolutamente soberano. No hay poder absoluto en la realidad, incluso el más poderoso de los gobernantes depende de otros.

Popper, al seguir ese razonamiento, afirma que, por tanto, al creer en la soberanía sin límites del poder, se olvida la cuestión fundamental. Se olvida la cuestión de considerar el control institucional de los gobernantes al balancear sus poderes contra otros poderes. Popper afirma sentirse inclinado a pensar que los gobernantes en rara ocasión han sido personas por encima del promedio, ni moral ni intelectualmente, y con frecuencia han estado por debajo del promedio. A lo anterior añade que cree razonable, en la política, prepararse para el peor gobernante, al mismo tiempo que intentar buscar el mejor. Pero lo que es cierto es que es una locura basar todos los esfuerzos políticos en la vana esperanza de lograr la selección de líderes que gobiernen con excelencia. Pero la objeción anterior no es suficiente para probar las ventajas de centrar la atención en el cómo debe gobernarse. Hay que reconocer que al seleccionar a los mejores como gobernantes, ellos pueden decidir gobernar de acuerdo con la voluntad de la mayoría y hacerlo. Es decir, al menos en teoría pura cabe la posibilidad de que en efecto se logre la selección de los mejores hombres para gobernar y que también ellos gobiernen a la perfección. Para solucionar este problema, Popper reconoce dos tipos de gobierno.

Uno es aquél que puede ser cambiado sin medios violentos, por ejemplo, por medio de elecciones que elijan a nuevos gobernantes y los ciudadanos sigan viviendo normalmente. Democracia.
Otro es el tipo de gobierno que no puede ser cambiado excepto por medios violentos, como una revolución. Tiranía.

De allí, propone como principio general democrático central no a la voluntad de la mayoría, como podría pensarse. Propone crear, desarrollar y proteger organismos gubernamentales destinados a evitar gobiernos totalitarios o dictatoriales. Esto es una especie de seguro contra el riesgo de tener gobernantes malos. Es obvio, dice, que esas instituciones gubernamentales y sus decisiones no serán siempre las mejores y que incluso algunas de esas decisiones pueden ser mejor tomadas por un dictador. La convicción democrática parte de la aceptación de que los males de la democracia son mejores que las bondades de la dictadura, porque esos males pueden remediarse sin violencia.

Siguiendo el razonamiento de Popper, se llega a una conclusión clara y que puede ser sorprendente para muchos. La democracia no es el gobierno de la voluntad de la mayoría. La democracia es una forma de gobierno en la que existen poderes balanceados y métodos de control, como la celebración de elecciones y la representación de los ciudadanos en instituciones gubernamentales. La democracia es una forma de gobierno en la que existen poderes balanceados y métodos de control que limitan el poder del gobernante. La democracia, por tanto, puede ser vista como un seguro contra la posibilidad en extremo real de tener gobernantes malos. La democracia define el cómo se gobierna, con limitantes al poder del gobernante. Más aún, esa conclusión implica aceptar que el voto democrático no es expresión de lo bueno, ni de lo correcto. La voluntad de la mayoría puede estar equivocada, la selección del gobernante puede ser la inadecuada, pero siempre habrá la posibilidad de cambiar esa decisión y de elegir otros gobernantes. Todo sin violencia, gracias a que el gobierno está organizado alrededor de la idea de combatir la tiranía, es decir, evitar el poder sin límites ni controles.

Así se encuentra en Popper una idea que explica la paradoja de gobiernos encabezados por personas de excelente preparación y de loables intenciones que terminan por conducir a la sociedad que gobiernan a problemas y situaciones críticas. La sociedad que los llevó al poder dio la contestación correcta a la pregunta equivocada. En lugar de querer solamente llevar al poder a los mejores, debería primero tener un gobierno de poderes balanceados y posteriormente intentar seleccionar a los mejores posibles gobernantes. El error de esa sociedad fue uno de previsión, no pensó en la probabilidad de que sus gobernantes fueran en la realidad menos capaces de lo que se pensaba, ni en que sus intenciones no fueran tan loables como parecían. El error está en no prepararnos para la eventualidad de gobernantes malos, porque sólo estamos preocupados por seleccionar a los gobernantes buenos.

Eduardo García Gaspar / Editor de ContraPeso.Info

domingo, 2 de octubre de 2011

El talón de Aquiles del socialismo

El talón de Aquiles del socialismo es su “problema de cálculo” por  falta de conocimiento.

¿Cuántos gallineros verticales y de que tamaño? ¿Cuánto detergente o cuantas clases de papel toilette? ¿Qué relación de precios existe entre el barril de petróleo y el kilo de tomates? ¿Cuánto dinero hay que invertir en las líneas de producción de petrocasas, del guayuco, de la leche, de la arepa, etc, etc?

Hace falta mucho conocimiento para responder a estas preguntas y los planificadores centrales nunca reciben los datos reales porque los informantes para no buscarse problemas mienten. Asi terminamos con “conteiners” llenos de productos que nadie quiere, la escases de muchos productos que la gente si quiere,  y la existencia de tremendo mercado negro corrupto. Datos de mentira generan planificación inadecuada con más controles burocráticos, etc, etc.  La economía se torna cada vez más   compleja y desorganizada. 

Lo que funciona es la economía de mercado, sino, pregúntele a China, a Rusia, Brasil, Chile, Perú,  etc, etc

Modif de Ludwig Heinrich Edler von Mises (29/09/1881-10/10/1973)

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