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martes, 20 de octubre de 2015

La Guerra Civil Española VI (La ingobernabilidad como sistema)

Intentar compensar las inevitables injusticias de la aritmética electoral ha sido materia de esfuerzo de todos los que han estudiado y propuesto sistemas electorales con ánimo de encontrar la forma más justa y perfecta. En muchos casos, los resultados han sido aún peores, pues al intentar crear un mecanismo de representación proporcional de minorías; se hace de los partidos el titular de la elección y se crean unas estructuras oligárquicas antidemocráticas. Nadie ha logrado un sistema electoral perfecto porque es matemáticamente imposible hacerlo. No se trata de los trucos y fraudes de quienes no están dispuestos a acatar los resultados de unas elecciones que amenacen cancelar sus privilegios. En el caso español se trataba de un sistema electoral estructuralmente errado, diseñado para hacer que las mayorías que adquirieran el aparente mandato de gobernar, no pudieran hacerlo.

En este caso, la ingobernabilidad no fue un accidente: fue el resultado de un sistema de partidos políticos nacidos de un sistema electoral. Y esto fue lo que los españoles lograron con el sistema electoral que adoptaron para la II República. Visto retrospectivamente su curso fue claro y sus resultados ciertos: 

En las elecciones generales de noviembre de 1933 las simpatías de las mayorías cambiaron, la derecha obtuvo el 44% de los votos y la izquierda el 21%, pero tampoco pudo gobernar. Los españoles se engañaban al creer que la derecha era más capaz de gobernar que la izquierda. No se trataba de que lo fueran o no. Ese no fue el problema. Con el sistema electoral y el gobierno que este produjo, nadie podría gobernar nunca. La mayoría parlamentaria de derecha que tomo el gobierno en noviembre de 1933 era incoherente, débil e indecisa, y la minoría de oposición era aún más incoherente y débil, pero estaba unida en un solo punto: impedir que la mayoría gobernara de acuerdo a lo que entendía era su mandato. El sistema así lo permitía.

miércoles, 14 de octubre de 2015

La Guerra Civil Española V (La tragedia del intelectual)

Pero eso no fue lo único que llevo a la Guerra civil. Lo que más contribuyó a ello fue el mecanismo elector, que estableció un sistema según el cual nadie perdería y nadie ganaría unas elecciones; creador de un gobierno parlamentario que nombrado por una sola Cámara sin ningún equilibrio, y que sería en definitiva, incapaz de gobernar. Por ello, después de haber auspiciado abiertamente el paso de la monarquía a la república, y de haber participado activamente en la redacción de la Constitución, José Ortega y Gassett expreso su angustia por el curso que tomaba España; pronto se declaró frustrado y culpo de su fracaso al sistema electoral y al régimen de gobierno parlamentario que se había adoptado. Sin entender lo que el filósofo advertía, la izquierda lo acuso de fascista y la derecha de ser un tonto útil de los que querían llevar a España al comunismo. La tragedia del filósofo era que tenía razón. Pero con ello, no podía eximir su culpa por el curso que había tomado su país.


Diez años atrás, Ortega había escrito su obra maestra "La rebelión de las masas", en la cual, con todo su enorme talento, no había caído en cuenta que toda estructura política que aspire a ser democrática y que por ello mismo, su orden de gobierno deba ser de origen electoral, nace condicionada por el mecanismo de sufragio que a su vez lleva a condicionar los modos de participación política. Ortega no había caído en cuenta que no existe sistema electoral perfecto; que todo mecanismo de sufragio mediante el cual la mayoría de representados delega en una minoría de representantes la función de gobernar, adolece de las inevitables injusticias aritméticas que se derivan del derecho a gobernar de quienes lo obtienen con la mitad más uno de los votos, y se lo niegan a los que logran la mitad menos uno.

viernes, 9 de octubre de 2015

La guerra civil Española IV (La Constituyente)

En ese clima y con esos antecedentes, en junio de 1931 se realizaron elecciones para una Constituyente. Como era de esperarse, republicanos y socialistas obtuvieron una abrumadora mayoría. Aunque las elecciones fueron las más puras y sinceras de la historia de España, en este caso no fue la trampa sino el clima político el que produjo una Asamblea Constituyente desequilibrada con una mayoría que en su euforia se vio afectada de una ceguera histórica total. Por una parte estaban los anarquistas de la CTN-FAI que fieles a su manera de pensar, se negaron a participar en las elecciones y no estaban presentes en la Constituyente, lo cual no los borraba del país. Por otra parte, estaba la iglesia y las congregaciones religiosas y los miles de fieles que a pesar de todo, creían en ellos. Esos tampoco estaban en la Constituyente y ciertamente no estaban aniquilados. Por último, estaban los monárquicos, sin duda desanimados, pero aferrados a la magia del poder real que no podía ser borrada del sentimiento popular por unas grises autoridades republicanas.

Los que tenían el poder en sus manos no lo vieron así. Incurrieron en el mismo error en el cual caen todos los que son súbitamente favorecidos por una mayoría electoral: creer que esta es permanente y que les da la representación de todo el país para hacer lo que ellos creen han sido autorizados para hacer. 

Ignorar la existencia de puntos de vista opuestos a los suyos que aun cuando en ese momento eran minoría, tenían derechos que no podía ser pisoteados.

Los debates constituyentes se hicieron muy intensos y prolongados, desde la primera hora cuando había que definir lo que era España. Por fin después de un mes de debates acordaron un texto: "España es una República democrática de trabajadores de todas clases, organizada en un régimen de libertad y de justicia". Pero una cosa era la letra y otra la sangre. España estaba muy lejos de ser una República democrática, y el esfuerzo por organizarla en un régimen de libertad y justicia desembocaría en la catástrofe de la más cruel guerra civil de su historia.

La Constitución que salió de esa mayoría, hizo lo que había prometido hacer: separo la Iglesia del Estado, autorizo la libertad de cultos, confisco los bienes de la Iglesia y secularizó la educación. Hasta allí estaba bien. Pero eso no fue todo. Con ello y algunas cosas más, se dividió a España en dos bandos enfrentados, cuyo inevitable resultado era una confrontación en la cual la supervivencia de unos solo sería posible con la aniquilación de los otros.

jueves, 8 de octubre de 2015

La guerra civil Española III (La República de Intelectuales)

Para ese momento, una pequeña pero muy influyente minoría de intelectuales había venido abogando abiertamente por el fin de la monarquía y la creación de un Estado español y aconfesional. Uno de sus principales animadores era el filósofo José Ortega y Gasset, quien con Ramón Pérez de Ayala y Gregorio Marañón formaron en 1930 la "agrupación de amigos de la república". Con todo su talento, ninguno se sospechaba o preveían lo que vendría después. El sistema tenía que cambiar y ellos así lo pedían.

En 1931 se realizaron unas elecciones municipales sin otro propósito que alternar las autoridades del gobierno local. Sus resultados evidenciaron el repudio mayoritario de los españoles por el sistema que los gobernaba, sobre todo en las grandes ciudades. Ello provocó el colapso de las estructuras de un sistema deslegitimado y la fuga de Alfonso XIII. Todo se hizo sin disparar un tiro.

El 14 de abril de 1931, los intelectuales que habían auspiciado la República la proclamaron en la "Puerta del Sol" de Madrid. Un mes más tarde empezó la quema de iglesias y conventos. La forma de gobierno había cambiado pero sin quererlo ni saberlo, el hecho había sacado del fondo de una España sobrecargada de siglos de abusos y frustraciones, un volcán de odios atizados por el fanatismo anticlerical que estallo en contra del fanatismo religioso que era percibido como parte integral del sistema. Por otra parte, la restauración había dejado como enseñanza que los españoles, educados durante medio siglo de frustraciones y engaños a no esperar nada de un cambio que sorpresivamente había parido una República, pusieran en práctica su creencia que el único camino posible para hacer que las cosas cambien de verdad en España, era con la violencia.

martes, 6 de octubre de 2015

La guerra civil española II (La restauración)

Cuarenta años después de la muerte de Fernando VII, el sistema restaurado pretendía derivar su legitimidad de un mecanismo electoral que desde su inicio era intrínsecamente insincero, pues excluyo a los republicanos, los socialistas y los carlistas. Ignorarlos no los hacia desaparecer. A partir de ese falso inicio, los españoles intentaron crear un Estado constitucional legitimado por el sufragio pero nunca lo lograron. La monarquía parlamentaria de la restauración produjo grandes oradores y alguna alterabilidad, pero institucionalizó el fraude electoral, creando la figura estereotipada del cacique que como el experto hacia que los resultados convinieran a quienes tenían el sartén del poder por el mango. Durante medio siglo, la parodia de elecciones trucadas para constituir los gobiernos de una falsa monarquía parlamentaria, se repitió una y otra vez y fue resbalando de crisis en crisis por la pendiente de la trampa electoral hasta que desprestigiada y deslegitimada, colapso en 1923 con la Dictadura del General Miguel Primo de Rivera.

La causa inmediata y aparente del fin de la restauración fue la torpeza con la cual su último gobierno y el rey Alfonso XIII habían manejado la guerra de Marruecos. La causa verdadera era otra. La restauración estaba muerta. La Dictadura de Primo de Rivera no la mato. Su incapacidad para reformarse y reconocer la existencia de grandes sectores políticos e incorporarlos a un sistema electoral honesto la había matado. Y lo que era peor, los odios y frustraciones que había generado estaban vivos y preparados para tomar revancha a la primera oportunidad. El apoyo que el rey Alfonso XIII le dio a la Dictadura termino de quitarle el último vestigio de legitimidad y por ello, fue acusado con razón de violar su juramento de respeto a la Constitución. En 1930, cansado de intentar salir de una calle sin salida, Primo de Rivera dejo el mando y se marchó a morir en un hotel de París.

lunes, 5 de octubre de 2015

La guerra civil española I

La guerra civil española fue uno de los dramas más espantosos del siglo XX. Como todo hecho histórico de esa magnitud, sus causas son remotas, múltiples y complejas. Una de ellas nos interesa especialmente por lo que de parecido puede tener con situaciones que nos son próximas a los venezolanos desde 1999: La Republica Española, que nació en abril de 1931 sin disparar un tiro, desemboco en la guerra que estallo en julio de 1936 porque creo un sistema que engendro un Estado ingobernable. Sin duda, el camino que trajo a lo que estallo en España en 1936 es largo y complicado, y sin caer en simplificaciones necias, se podría empezar a contar desde 1833, a raíz de la muerte de Fernando VII. Con su estúpida y brutal reacción absolutista este nefasto monarca había matado las esperanzas que había abierto la Constitución de 1812. Esa reacción no pudo apagar el fuego de las ideas liberales que para sobrevivir se refugiaron en el secreto de logias militares. Con Fernando VII murió para siempre el modelo de absolutismo retrogrado, pero la monarquía liberal falsificada que allí se inició, jugó con un parlamentarismo de repostería que cometió errores atroces, produciendo crisis que provocaron pronunciamientos militares, que se hicieron cíclicos hasta 1868 cuando la Reina Isabel II fue al fin destronada.

Después del breve ensayo de una monarquía menos corrompida y más liberal con un monarca extranjero, en 1873 los españoles proclamaron la I República. Con ello se desataron fuerzas oprimidas que emergieron de las catacumbas de la historia con feroz virulencia, las cuales llevaron a la anarquía.

Ello hizo que en 1875 los Generales Pavía y Martínez Campos cancelaran el primer experimento republicano, restauraran a los Borbones e impusieran una Constitución creadora de un modelo de Monarquía constitucional parlamentaria.

J. O.

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