Quizá Maquiavelo compondría de nuevo un pequeño escrito
sobre el arte de gobernar, pero esta vez no sería bajo el título El
príncipe sino bajo el título Sobre los estados débiles y la posteridad
estaría de nuevo de acuerdo en que este pequeño libro sería un escándalo. Tal vez
Maquiavelo no eliminaría completamente su humanismo florentino y, de esta
manera, escribiría su tratado en forma de diálogo entre dos adversarios: David
y Goliat; un pasaje de este tratado podría decir lo siguiente:
David: ¿Qué hay, Goliat? ¿Siempre
en forma, y dispuesto a la lucha? Espero que estés preparado para un nuevo
duelo.
Goliat: Eso no es juego limpio,
David, ¿no estás viendo que hoy estoy en baja forma?
David: ¿Qué te pasa?
Goliat: Es una larga historia.
David: Las historias me gustan.
¿Qué tal si por hoy pospusiéramos nuestro duelo y nos dedicásemos a contar
historias? Ganará el que sepa contar la historia más loca, a condición de que
sea verdadera. ¿Empiezas tú?
Goliat: Bueno, si te empeñas... La
historia como sucedáneo de la lucha, extraña idea. Por mí... Déjame pensar.
Bien, vamos a ello. Hace poco tiempo me sucedió algo que me preocupa de tal manera
que no encuentro sosiego. Tú sabes que hace tiempo, después de la Gran Guerra,
vencí al gigante Caput y liquidé a todos sus partidarios. Fue un gran servicio
el prestado por mi parte, pues eran muchos y no me resultó fácil rastrearlos a
todos. Ellos se habían colocado muy ladinamente incluso en mis propias filas.
Finalmente, conseguí poner orden y tranquilidad y todo parecía marchar bien de
nuevo. Un día encontré a un gigante que se puso a gritar al verme: «Tú eres
Caput, te voy a liquidar». Acabar de decir esto y empezar a armarse hasta los
dientes fue todo uno. En vano intenté hacerle ver que yo no era Caput, pues a
éste le había liquidado yo con mis propias manos. Pero de ello no quería saber
nada el otro. Sin cesar seguía acumulando los más terribles instrumentos
guerreros para estar armado contra mí, en quien creía ver al asesino Caput. Él
seguía armándose tan incontinentemente que yo, por mi parte, no tuve más
remedio que armarme y armarme. Por nada en el mundo se habría dejado convencer
de que yo no era Caput. El me comprometió a ello. Ambos estamos convencidos de
que Caput es terrible y de que debe ser aniquilado necesariamente, pero yo no
puedo convencerle de que no soy Caput. Es más, al largo empiezo a dudar de si
en aquel entonces habría matado al auténtico Caput. Quizá al que tumbé no era
Caput y es posible que éste, el otro, sea Caput, que me ataca e intenta
volverme loco afirmando que yo soy él. Pero no me dejo llevar a su terreno. Yo
me muestro cauto. Nos acechamos día y noche. Nuestras flotas están
ininterrumpidamente patrullando los mares y nuestras fuerzas aéreas están en el
aire para poder golpear tan pronto como el otro se mueva. Y no sé quién es él,
pero afirmo por mi parte que me confunde con otro, quizá intencionadamente. Lo
único cierto es que seguimos armándonos sin cesar.
David: Ésta sí que es una historia
terrible. Tendré que esforzarme mucho para encontrar otra más loca. ¿Y tú
afirmas que es verdadera?
Goliat: Por supuesto. Ya quisiera
yo que fuera inventada. Estoy seguro de que me iría bastante mejor. Me da
náuseas tanto armamento. De esta manera, no puedo moverme a gusto de tantas
armaduras y contactos eléctricos que hay y que detonarán las bombas tan pronto
se muevan.
David: ¡Maldita sea! Entonces no
puedes luchar como es debido. Te harías saltar por los aires a ti mismo. ¿Por
qué no me lo has dicho en seguida? Casi me habría liado a porrazos contigo,
como entonces, cuando eras un auténtico enemigo.
Goliat: En otro tiempo ya te habría
replicado y te habría hecho tragar palabras tan insolentes. Pero, en cierto
sentido, tienes razón. Ya no sirvo como enemigo. A decir verdad, lo estoy pasando
tan mal que no sé cómo voy a seguir tirando. Cada noche pesadillas que agotan,
nada más que bombas, cráteres, cadáveres, angustias que asfixian.
David: ¿Y con uno así pretendía
batirme? Has dejado de ser un gigante, tú eres ya un caso clínico. ¿Has acabado?
Goliat: No del todo. Ya que estamos
en ello, tienes que oírlo hasta el final. De un tiempo a esta parte tengo una
pesadilla que me viene constantemente; sueño que soy un ratón que quisiera
morir porque la vida le resulta demasiado fácil. Busco un gato que me haga el
favor. Me pongo delante del gato e intento que se interese por mí, pero él
sigue indolente. «No está bien por tu parte -le digo al gato-, pues todavía soy
joven y aún tengo que saber bien; además, estoy bien cebado.» Pero el gato, el
tonto de él, se limita a responder: «Yo también estoy bien alimentado, así que
¿para qué iba a molestarme? Sería estúpido». Con gran esfuerzo, consigo
convencerlo. «Voy a hacerte ese favor -dice-. Pon tu cabeza en mi boca y
espera.» Hago tal y como me dice. Y le pregunto: « ¿Va a durar mucho?». El gato
contesta: «Todo lo que tarde alguien en pisarme el rabo. Tiene que ser un
movimiento reflejo. Pero no tengas miedo, voy a extender el rabo». «Esto es
consiguientemente la muerte», me digo, con la cabeza en las fauces del gato. El
gato extiende su rabo tupido y lo pone sobre la acera. Oigo pasos. Miro de
reojo y ¿qué veo? Doce niñas ciegas salen del hospicio Papa Julio y bajan por
la calle cantando.
David: ¡Santo cielo!
Goliat: En ese preciso momento
despierto puntualmente, bañado en sudor, te lo puedes suponer.
David
(reflexivo):
Ya está decidido.
Goliat: ¿Qué dices?
David: Que has ganado. No puedo
replicarte con otra historia. Es terrible lo que te pasa.
Goliat: ¿De veras? Pues bien, una
victoria en el relato ya es algo.
David: Quizá sea tu última
victoria.
Goliat: Una persona tan grande como
yo vencerá a menudo.
David:
¿Grande? ¿Qué es grande?
Peter
Sloterdijk/ Crítica de la razón cínica /Consideración fundamental
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