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viernes, 25 de mayo de 2012

DERECHOS HUMANOS

La historia puede verse y entenderse desde otra perspectiva, desde aquella que nos es cercana, que nos dice cosas sobre nosotros mismos y nos explica nuestra realidad actual. La historia es un proceso dinámico y constante y no una sucesión rígida de hechos históricos extraordinarios. Todos y todas hacemos la historia cada día a través de nuestro trabajo, nuestras luchas y nuestro aporte a la construcción de una mejor sociedad. La conquista de derechos no es garantía para su permanencia. Existen obstáculos y limitaciones que nos obligan a estar vigilantes y a seguir construyendo cada día una historia más justa. 

La historia de los derechos humanos está muy ligada a la historia misma de la humanidad, puesto que los hechos que dinamizan las diversas luchas sociales, políticas, económicas e, incluso, culturales, están inspiradas en los principios doctrinarios de estos derechos: la búsqueda de la dignidad, la igualdad, la libertad, la equidad y el bienestar. El reconocimiento formal de los derechos humanos por parte de los Estados constituye un hito muy importante en su historia, puesto que permitió precisar las acciones a realizar para garantizarlos y determinar sobre quién recae la responsabilidad de su protección. 

La Declaración Universal de los Derechos Humanos se promulgó el 10 de diciembre de 1948. Ese día se conoce como Día Internacional de los Derechos Humanos. La vigencia de los derechos humanos aún no es una realidad plena ¡Sigamos construyendo su historia!

sábado, 19 de mayo de 2012

Andrew M. Lobaczewski, Ponerología Política / Laura Knight


La patocracia es una enfermedad de grandes movimientos sociales seguidos por sociedades enteras, así como naciones e imperios. Durante el transcurso de la historia de la humanidad, ha afectado a movimientos sociales, políticos y religiosos, al igual que a las ideologías que la acompañan… Y los ha convertido en caricaturas de ellos mismos… Esto ocurrió como resultado de… la participación de agentes patológicos en un proceso patodinámico similar. Esto explica por qué todas las patocracias del mundo son, o han sido, tan similares en sus propiedades esenciales.
Identificar estos fenómenos a lo largo de la historia y calificarlos adecuadamente según su verdadera naturaleza y contenidos – y no según la ideología en cuestión, la cual sucumbió al proceso de caricaturización – es un trabajo de historiadores. […]
Las acciones de [la patocracia] afectan a la sociedad entera, comenzando por los líderes e infiltrándose en cada pueblo, negocio e institución. La estructura social patológica cubre gradualmente todo el país, creando una “nueva clase” dentro de la nación. Esta clase privilegiada [de patócratas] se siente permanentemente amenazada por los “otros”, es decir, por la mayoría de la gente. [Andrew M. Lobaczewski, Ponerología Política. Una ciencia de La Naturaleza del Mal ajustada a Propósitos Políticos (Political Ponerology. A Cience of the Nature of Evil adjusted forPolitical Purposes)]


sábado, 12 de mayo de 2012

OTRAS INQUISICIONES / JORGE LUIS BORGES


ANOTACION AL 23 DE AGOSTO DE 1944
Esta jornada populosa me deparo tres heterogéneos asombros: el grado físico de mi felicidad cuando me dijeron la liberación de Paris; el descubrimiento de que una emoción colectiva puede no ser innoble; el enigmático y notorio entusiasmo de muchos partidarios de Hitler.
Sé que indagar ese entusiasmo el correr el albur de parecerme a los vanos hidrógrafos que indagaban por que basta un solo rubí para detener el curso de un rio; muchos me acusaran de investigar un hecho quimérico. Este, sin embargo, ocurrió y miles de personas en Buenos Aires pueden atestiguarlo.
Desde el principio, comprendí que era inútil interrogar a los mismos protagonistas. Esos versátiles, a fuerza de ejercer la incoherencia, han perdido toda noción de que esta debe justificarse: veneran la raza germánica, pero abominan de la América “Sajona”; condenan los artículos de Versailles, pero aplaudieron los prodigios del Blitzkrieg; son antisemitas, pero profesan una religion de origen hebreo; bendicen la guerra submarina, pero reprueban con vigor las piraterías británicas; denuncian el imperialismo, pero vindican y promulgan la tesis del espacio vital; idolatran a San Martin, pero opinan que la independencia de América fue un error; aplican a los actos de Inglaterra el canon de Jesús, pero a los de Alemania el de Zarathustra.
Reflexione, también, que toda incertidumbre era preferible a la de un dialogo con esos consanguíneos del caos, a quienes la infinita repetición de la interesante formula soy argentino exime del honor y de la piedad. Además ¿no ha razonado Freud y no ha presentido Walt Whitman que los hombres gozan de poca información acerca de los móviles profundos de su conducta? Quizá, me dije,  la magia de los símbolos Paris y liberación es tan poderosa que los partidarios de Hitler han olvidado que significan una derrota de sus armas. Cansado, opte por suponer que la novelería y el temor y la simple adhesión a la realidad eran explicaciones verosímiles del problema.
Noches después, un libro y un recuerdo me iluminaron. El libro fue el Man and Superman de Shaw; el pasaje a que me refiero es aquel del sueño metafísico de John Tanner, donde se afirma que el horror del Infierno es su irrealidad; esa doctrina puede parangonarse con la de otro irlandés, Juan Escoto Erigena, que negó la existencia sustantiva del pecado y el mal y declaro que todas las criaturas, incluso el Diablo, regresaran a Dios.  El recuerdo fue de aquel día que es perfecto y detestado reverso del 23 de agosto: el 14 de junio de 1940. Un germanófilo, de cuyo nombre no quiero acordarme, entro ese día en mi casa; de pie, desde la puerta, anuncio la vasta noticia: los ejércitos nazis habían ocupado a Paris. Sentí una mezcla de tristeza, de asco, de malestar. Algo que no entendí me detuvo: la insolencia del júbilo no explicaba ni la estentórea voz ni la brusca proclamación. Agrego que muy pronto esos ejércitos entrarían en Londres. Toda oposición era inútil, nada podría detener su victoria. Entonces comprendí que él también estaba aterrado.

Ignoro si los hechos que he referido requieren elucidación. Creo poder interpretarlos asi: para los europeos y americanos, hay un orden –un solo orden- posible: el que antes llevo el nombre de Roma y que ahora el la cultura de Occidente. Ser nazi (jugar a la barbarie enérgica, jugar a ser un viking, un tártaro, un conquistador del siglo XVI, un gaucho, un piel roja) es, a la larga, una imposibilidad mental y moral. El nazismo adolece de irrealidad, como los infiernos de Erigena. Es inhabitable; los hombres solo pueden morir por él, mentir por él, matar y ensangrentar por él. Nadie en la soledad central de su yo, puede anhelar que triunfe. Arriesgo esta conjetura: Hitler quiere ser derrotado. Hitler de un modo ciego, colabora con los inevitables ejércitos que lo aniquilaran, como los buitres de metal y el dragón (que no debieron ignorar que eran monstruos) colaboraban, misteriosamente con Hércules.

martes, 8 de mayo de 2012

CIPRIANO CASTRO Y HUGO CHÁVEZ: dos caudillos de postín / Enrique Viloria Vera


Epilogo de  Allan R. Brewer-Carias  

Ambos eran militares ya cuarentones (41 años Castro y 45 años Chávez) cuando asaltaron el poder, y lo hicieron con tácticas militares desarrolladas en unas fulgurantes campañas, una militar y otra electoral, que tuvieron lugar, la primera, durante el último año del siglo XIX, en 1899; y la segunda durante el último año del siglo XX, en 1999. Por el vacío de liderazgo político existente en cada uno de sus momentos, ambas campañas duraron pocos meses. La campaña de Castro fue estrictamente militar y rápida, y a pesar de que comenzó con la invasión al país desde Colombia con sólo un puñado de hombres, atravesó el territorio nacional sin encontrar resistencia alguna de parte de los caudillos y líderes regionales y locales que tanto habían dominado la escena política del país durante las décadas finales del Siglo XIX. La campaña de Chávez, en cambio, fue estrictamente electoral, pero igualmente militar y rápida, de meses, durante los cuales también con un puñado de hombres recorrió el país sin encontrar resistencia alguna de parte de los líderes partidistas que dominaron la escena política del país durante las décadas finales del Siglo XX. 

Ambos personajes fueron producto directo de una crisis terminal del sistema político que los precedió, el federal-liberal de la segunda década del Siglo XIX, en la época de Castro, y el democrático de partidos de la segunda mitad del Siglo XX, en la época de Chávez, que a ambos les correspondió enterrar.

Ambos sistemas políticos, para cuando los dos personajes asaltaron el poder en 1899 y 1999, llevaban casi cuarenta años de funcionamiento: el régimen federal liberal que había sido instaurado a partir de la Constitución de 1864, después de las guerras federales, de manera que para cuando Castro irrumpió en el poder llevaba 35 años de vicisitudes; y el régimen democrático de partidos, que había sido instaurado a partir de la Constitución de 1961, después de la dictadura militar de los cincuenta, de manera que para cuando Chávez irrumpió en el poder igualmente llevaba 33 años de vicisitudes. Además, ambos personajes se alzaron en armas e intentaron dar al traste, a su manera, con el régimen político que eventualmente contribuyeron a finiquitar, y de esos intentos de los que ambos fracasaron, resultó que uno debió exilarse, y el otro estuvo en la cárcel. 

Para cuando ambos personajes asaltaron el poder, el sistema político precedente que enterraron llevaba una década de aguda crisis: la que precedió a Castro con su Revolución Liberal Restauradora, había estallado 10 años antes, en 1889, cuando Guzmán Blanco, luego de controlar la política del país dejó Venezuela para viajar a Francia de donde no regresó nunca más, crisis que se agudizó 7 años antes, en 1892 con la Revolución Legalista comandada por el general Joaquín Crespo, como resultado de la cual Castro iría al exilio; y la que precedió a la elección popular de Chávez, también había estallado 10 años antes,  en 1989, cuando se produjo el "Caracazo" luego de la segunda elección de Carlos Andrés Pérez, crisis que se agudizó, igualmente, 7 años antes, en 1992, con el frustrado golpe de Estado militar que comandó el propio Chávez contra el orden democrático, como resultado del cual Chávez iría a la cárcel.

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