BTricks

BThemes

miércoles, 20 de noviembre de 2013

EL REY CANUTO Y LOS PRECIOS

Hace mil años existió un monarca que se llamaba Canuto, que fue sucesivamente rey de Dinamarca y de Inglaterra, que realizó algunas cosas importantes, pero que ha queda­do en la memoria de los hombres por un insólito episodio. El rey Canuto, como hombre de su tiempo, tenía una concepción mágica y animista del mundo y de la naturaleza, y poca o ninguna idea de que pudieran existir leyes que rigen los fenómenos naturales. El caso es que cierto día, por motivos que pueden ser debatidos, el rey Canuto decidió poner fin al daño que las altas mareas ocasionaban en algunos pueblos ribereños. Para ello se trasladó con su corte a la orilla del mar a la hora de la marea baja, levantó su trono, se sentó en él y, con el cetro en la mano y la corona en la cabeza, ordenó al mar que permaneciera en la baja marea. Varias horas estuvo el rey Canuto en su insólita ceremonia hasta que la marea ascendente llegó a los pies del trono, cubrió la silla y los cortesanos, asustados, tuvie­ron que sacar al rey en andas chorreando agua. De esta manera estrafalaria aprendió Canuto que había leyes natu­rales que para nada toman en cuenta la voluntad de los reyes.

Hoy sabemos mucho más de lo que hace mil años sobre las leyes naturales y hemos empezado a aprender bastante sobre esas otras oscuras leyes que rigen la conducta de los hombres en sociedad y que, en buena parte, son producto de su propia naturaleza.

El súbito y descomunal fracaso del sistema comunista en el mundo ha servido para poner de manifiesto que, como lo señalaron los economistas clásicos, existen también ciertas relaciones naturales que rigen la actividad de los hombres en sociedad, si no con la inquebrantable perfec­ción de la gravitación universal, por lo menos con una innegable tendencia a permanecer y repetirse.

La actividad económica que describió Adam Smith con tanta penetración a fines del siglo XVIII revelaba a los ojos de los observadores ciertos mecanismos, ciertas relaciones necesarias, ciertas dependencias, que bien podían asimilar­se a la condición de leyes naturales. Los economistas clásicos descubrieron que el mercado, ese lugar real o ideal donde los compradores y los vendedores se encuentran, tiende a establecer formas de equilibrio, continuamente corregidas, que permiten a mediano término la relación más justa entre compradores y vendedores. Esas leyes generales de la oferta y la demanda se pueden reducir a tres: a) el precio tiende a subir cuando a un nivel dado la demanda excede a la oferta. Inversamente, tiende a bajar cuando la oferta excede a la demanda; b) un alza en el precio tiende a disminuir la demanda y a aumentar la oferta. Inversamente, una baja en el precio produce el efecto contrario de aumen­tar la demanda y disminuir la oferta; y, por último, c) el precio tiende a situarse a un nivel en que la demanda es igual a la oferta o se acerca lo más posible a ese punto. Estas leyes son las piedras angulares de la teoría económica y el haberlas ignorado deliberadamente es una de las causas mayores del fracaso del modelo soviético.

Como el rey Canuto, los planificadores centrales de los países socialistas tuvieron que toparse continuamente con la tenaz resistencia de las realidades sociales y con la dura verdad de que los precios no pueden ser fijados, sino que deben ser el resultado de las fluctuaciones de la oferta y la demanda, aun en condiciones imperfectas.

No va a ser fácil que los países latinoamericanos, que por decenios desdeñaron la economía libre y se afiliaron en muchas formas al modelo planificado soviético, no encuentren serias dificultades para alcanzar una rectificación a fondo en su política económica. El contraste entre los países de economía de mercado, generalmente prósperos, y los de economía intervenida y planificada, generalmente en dificultades, no permite ninguna duda y lo aconsejable es hacer a tiempo las reformas necesarias para no encontrarse, en alguna forma, en el ridículo caso del rey Canuto

Arturo Uslar Pietri / Golpe y Estado en Venezuela / 1992

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Saqueos de Daka: síntoma de una conmoción social que puede evitarse a tiempo / Heinz Dieterich

1. Saqueos de Daka: ¿aviso del nuevo Caracazo?

“¡Que no quede nada en los anaqueles!” dijo el Presidente Maduro por televisión, al anunciar la intervención de la empresa usurera Daka, lo cual animó a algunos venezolanos a tomar la justicia económica en sus propias manos, frente los abusos de esa empresa. El resultado fue previsible. Se saqueó la tienda respectiva en Valencia y la Guardia Nacional tuvo que intervenir y detener a la gente. Una medida dizque contra los capitalistas especuladores, obligó al Estado armado proteger justo a estos capitalistas abusadores y su propiedad privada, contra la gente pobre que dice representar.

El evento evidencia toda la suicida esencia de las medidas contra “la guerra económica” y del belicista discurso de Maduro, ante la crisis. Y, no se trata de un evento puntual, sino sintomático de la evolución de la crisis que tiene un resultado previsible: un régimen militar a partir de 2014 o elecciones generales que perderá el “Bolivarianismo”.

2. Las medidas económicas suicidas del gobierno.

Si el gobierno no hubiera tomado medidas frente a la crisis económica su evolución hubiera colapsado al sistema a mediados/fines de enero, 2014. Pasada la embriaguez consumista de Navidad, el sistema iba a implosionar bajo el peso de la hiperinflación o bajo el impacto de las drásticas medidas, necesarias para controlarla. Contrario al discurso del gobierno, las medidas tomadas no alejaron ese peligro, sino que lo potenciaron y acercaron dramáticamente, porque no son anti-cíclicas a la crisis, sino pro-cíclicas; al igual que el discurso del Presidente.

Es obvio, que esas medidas fueron concebidas por mentes estatistas fuera de la realidad --es decir, mentes que siguen con la absurda idea de que el Estado venezolano está en condiciones de imponer su voluntad a la crematística de mercado por la fuerza armada-- y con un desconocimiento total de las ciencias económicas y políticas. No tiene nada de sorprendente, entonces, que están acelerando el fin del Bolivarianismo con suicida rapidez.

3. La naturaleza de la crisis: el Bolivarianismo convertido en sistema caótico

Las medidas recientes y el discurso escogido para ganar las elecciones municipales de diciembre, han convertido al “Bolivarianismo” en un sistema caótico, entendido el término en su significado científico. Es decir, se ha convertido en un sistema tan inestable que puede sufrir un cambio cualitativo (cambio de fase) en cualquier momento y causado por cualquier micro-evento que en su estado sistémico normal no tendría repercusión alguna sobre su estabilidad. (Ver lección de Tunisia). Para Venezuela el evento empírico que evidencia que el sistema se encuentra cerca del punto de viraje y cercano al cambio de fase --es decir, la entrada al estado de conmoción social con las únicas opciones posibles de un régimen militar o elecciones anticipadas-- es el caso “DAKA”.

4. Chávez no quiso ver la realidad, Maduro no puede verla

El miércoles, 5 de diciembre del año 2001, a las 21:30 horas, me encontré con el amigo Hugo Chávez en el Palacio de Miraflores. Le dije que le iban a dar un golpe militar y le expliqué la información respectiva. Que el golpe estaba planeado para febrero del año entrante. (Después, los conspiradores lo pospusieron dos meses.) El Presidente respondió que no había peligro, porque los respectivos comandantes militares eran amigos o ex alumnos suyos. Al día siguiente, estando yo ya en México, me llamó su hermano Adán, entonces Secretario Particular del Comandante. Qué el Presidente pedía que le explicara más mi hipótesis y las fuentes de información. Que después me iba a llamar para discutirla. Le envié lo que pedía -- y nunca más tocó el tema conmigo.

Tres días antes de la cita en Miraflores, le había expuesto el mismo análisis a la entonces Vicepresidenta, en presencia de todo su equipo de asesores. Su reacción consistió en enojarse y decir que era imposible. Que ella conocía a los americanos y que Washington no quería un golpe. Era el patrón general de la conducción bolivariana, tal como evidenció el entonces Ministro de Defensa a escasos días del golpe, cuando declaró públicamente, que no había peligro de un golpe de Estado. Es decir, los principales líderes del proceso, con contadas excepciones, estaban en franca negación de la realidad. Ninguno de ellos pagó su gravísimo error político con la renuncia forzada o la dimisión voluntaria. Estaba en plena vigencia la cultura política de la impunidad de la 4ª República – igual que hoy.

5. La ceguera sigue: el fin es previsible

La misma negación de la realidad y su manipulación propagandística ha sido siendo una constante en el proceso. Con la enfermedad mortal del presidente, todos los principitos del proceso se murieron por estar ante las cámaras y comunicar alguna información del Líder, terminalmente enfermo en Cuba. Ninguno de ellos nunca se atrevió a decir la verdad: que el Comandante no iba a volver a ser Presidente.

Con el gobierno de Maduro/Cabello la sabia observación de Sófocles, de que a quién los dioses lo quieren destruir, le pegan primero la ceguera, entra en su apogeo. Chávez no quiso ver los hechos, porque contradecían su visión de la realidad. Maduro no puede verlos, porque le faltan “los ojos de la razón“(Hegel): la teoría. El precio que se pagará por esta ceguera política es claro: conmoción social, seguida por un régimen militar o elecciones generales que ganarán la derecha, Washington, Miami, Uribe y Aznar.

6. Recuerdo personal y pregunta a mi amigo Wilmar Castro

El día del golpe del 11 de abril, 2002, llamé a mi amigo Wilmar Castro, Teniente Coronel de la Fuerza Aérea, para preguntar cómo podía ayudar a impedir que los pinochetistas venezolanos tomaran el poder. Me dijo, que se había despedido de su familia y que estaba rumbo a Maracay, a integrarse con la resistencia de los militares patrióticos, que coordinaba el General Baduel con sus paracaidistas, aviones y tanques en esa gran base militar. Y que hablara yo con Maracay para coordinar esfuerzos. Así lo hice, como hicieron muchos otros amigos y compañeros del proceso.

Hoy me pregunto y pregunto a Wilmar, actual Gobernador del Estado de Portuguesa: “¿Qué le van a decir los líderes de este proceso a los millones de patriotas que han sacrificado su vida personal por este proyecto histórico del amigo Hugo Chávez?”, cuando de nuevo se caiga este Bolivarianismo por la ceguera e ineptitud de la dirección?. 

¿Saldrán nuevamente impunes los líderes de la derecha golpista, como en el 2002? ¿Pagando los pobres el precio y la revancha que la derecha les va a cobrar? ¿No hay nada de decencia ya en la dirección de este proceso? 

Aclaro: Este llamado a dirigentes honestos del Bolivarianismo como Wilmar Castro, no es a un golpe de estado contra Maduro, sino a alzar su voz dentro del PSUV o preferiblemente de forma pública, para que se hagan de una vez los correctivos necesarios y se evite así un golpe de la derecha. No hay tiempo que perder.

Publicado en Aporrea

miércoles, 23 de octubre de 2013

El fin de la farsa


Andrade nombró al General Ramón Guerra para combatir la revolución mochista. Andrade creía que con el nombramiento de Guerra jugaba la carta de un caudillo conservador en contra de otro, sin saber que antes de la muerte de Crespo, Guerra "estaba descontento y en tratos con el Comité Revolucionario mochista" según lo reveló Lecuna. Por su parte, Guerra vio la posibilidad de ocupar la Presidencia del Estado Miranda, que había quedado vacante por la muerte de Crespo. En todo caso, mientras Guerra andaba persiguiendo al mocho, Andrade puso en marcha una maniobra para desmontar el poder de los jefecitos regionales de los grandes Estados, reformando la Constitución y "devolviéndole" a los 20 Estados su "soberanía". Pero el Congreso acordó diferir su discusión para las sesiones del año entrante.

Ramón Guerra hizo preso al "mocho". Entonces quiso cobrar su victoria sobre el "mocho" con la presidencia del Estado Miranda. A ello aspira también José Ramón Núñez quien como secretario de la presidencia de Crespo, había sido autor principal de la candidatura de Andrade, y se creía con derecho a que Andrade lo apoyara su aspiración a la candidatura de 1902.

Crespo había muerto y el "mocho" había sido derrotado y estaba preso. Pero el círculo de hierro que Crespo había construido alrededor de Andrade estaba sin amo. En el Congreso, en la Judicatura, en los comandos de las guarniciones y en las Presidencias de los Estados, había hombres que amigos o enemigos de Andrade, tras la muerte de Crespo tenían sus ambiciones. Esto y la personalidad débil y vacilante de Andrade desataron un creciente proceso de desestabilización. Como Crespo había hecho de las siete presidencias de los siete Estados de la Constitución de 1881, los bastiones de su poder para controlar al presidente Andrade, éste maniobró para apoderarse de esos bastiones, controlar las cinco circunscripciones militares y recoger las armas con las cuales los generales podían alzarse y tumbarlo. La artimaña que escogió Andrade rué la de anular la división político territorial mediante una reforma de la Constitución de 1881 y regresar a los veinte Estados de la Constitución Federal de 1864. Ramón Velázquez comenta que Andrade... "en lugar de siete, tendrá veinte presidentes de Estado, veinte secretarios Generales de Gobierno, y veinte comandos militares que dar a sus amigos. Con ellas puede frenar ambiciones peligrosas,"

En diciembre de 1898 Andrade firmó la partición de los Estados Bermúdez y Miranda. A Bermúdez lo partió en dos: Barcelona para cuya Presidencia nombró al General Manuel Guzmán Alvarez y Sucre donde nombró al General Nicolás Rolando. Al Estado Miranda lo dividió en tres: Guárico, Aragua y Caracas. Para Guárico nombró a Ramón Guerra, y para Aragua a Antonio Fernández. González Guiñan escribió en sus memorias: "este proceder era contrario a la Constitución. " En febrero de 1898 Ramón Guerra, Presidente del Estado Guárico se sublevó en Calabozo. Era la segunda revolución que enfrentaba Ignacio Andrade en un año de gobierno. A diferencia de la del "mocho", la revuelta de Guerra no tuvo eco en el país. Después de algunos éxitos iniciales en la región del Guárico, el 22 de marzo una de las divisiones del Ejército encontró a las fuerzas de Guerra en el "Morichal del Lambedero" y lo derrotó decisivamente.

Aparentemente Andrade era dueño de la situación. El "mocho" Hernández estaba preso y Ramón Guerra que lo había derrotado y se había alzado, estaba fugado a Colombia. La derrota de Guerra le dio alas al Ministro del Interior Zoilo Bello, para saltarse las formalidades para la reforma constitucional y hacerla por un Acuerdo del Congreso de inmediata vigencia. Cuando el viejo y experimentado González Guinan le advirtió del peligro que significaba tamaña ilegalidad que en 1892 había provocado la revolución de Crespo, Bello le respondió "¿Y quién nos tumba?”¿No /hemos vencido a Hernández y a Guerra'? A lo cual González Guinan le respondió "Del fondo de la tierra saldrá el que haya de tumbarlos”.

En ese momento, Cipriano Castro estaba en Cúcuta, observaba el panorama político y organizaba un "Comité Revolucionario" con Régulo Olivares, Froilán Prato, Emilio Fernández, Manuel Antonio Pulido y Juan Vicente Gómez. El 27 de abril de 1899, con la oposición de una minoría de 25 congresistas, se aprobó la reforma constitucional que volvía a la división territorial de 20 Estados. En mayo, Ignacio Andrade seguro de sí mismo liberó al General José Manuel "mocho" Hernández del castillo de San Carlos. Al salir, Hernández lanzó un "manifiesto" ofensivo al Presidente. Lejos de allí, en la tarde del 23 de mayo, un grupo de sesenta hombres, dirigidos por Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, cruzaron el río Táchira.

Jorge Olavarría / Historia Viva / pág 60-61 / 1999

miércoles, 11 de septiembre de 2013

La Creación de la Nueva Civilización / Alvin y Heidi Toffler / review

La colisión del socialismo con el futuro*

La dramática muerte del socialismo de estado en Europa oriental y su sangrienta agonía de Bucarest a Bakú y Pekín no fueron accidentales. El socialismo chocó con el futuro.
Los regímenes socialistas no se desplomaron por obra de complots de la CIA, del cerco capitalista o de una estrangulación desde el exterior. Los gobiernos comunistas de Europa oriental se derrumbaron como fichas de dominó tan pronto como Moscú dio a entender que ya no seguiría utilizando tropas para protegerlos de sus propios ciudadanos. Pero la crisis del socialismo como sistema, en la Unión Soviética, China y otros lugares, tenía una base mucho más profunda.
De la misma manera que el invento de Gutenberg –la imprenta a mediados del siglo XV inflamó la Reforma protestante, la aparición del ordenador y de los nuevos medios de comunicación a mediados del siglo XX hizo pedazos en control de las mentes que ejercía Moscú en los países que regía o mantenía cautivos.
Los trabajadores intelectuales o mentales eran típicamente desechados como «improductivos» por los economistas marxistas (y también por muchos economistas clásicos). Pero fueron estos trabajadores supuestamente improductivos quienes, más quizá que cualesquiera otros, aplicaron a las economías occidentales una tremenda inyección de adrenalina desde la mitad de la década de los cincuenta.
Ahora, a pesar de no haberse resuelto todas sus supuestas «contradicciones», las naciones capitalistas de alta tecnología han dejado muy atrás al resto del mundo. Fue el capitalismo basado en el ordenador, y no el socialismo de chimeneas, el que describió lo que los marxistas llaman «salto cualitativo» hacia adelante. Mientras la auténtica revolución se extendía por las naciones de alta tecnología, los países socialistas pasaron de hecho a constituir un bloque profundamente reaccionario, gobernado por ancianos imbuidos de una ideología decimonónica. Mijail Gorbachov fue el primer dirigente soviético que reconoció este hecho histórico.
En un discurso de 1989, unos treinta años después de que el nuevo sistema de creación de riqueza hiciera acto de presencia en Estados Unidos. Gorbachov declaró: “Estuvimos a punto de ser los últimos en admitir que en la época de la ciencia de la información el activo más valioso es el conocimiento.”
El propio Marx había formulado la definición clásica de una etapa revolucionaria. Surgía, dijo, cuando las «relaciones sociales de producción» (en el sentido de la naturaleza de la propiedad y de su control) impiden el desarrollo ulterior de los «medios de producción» (en términos aproximados, la tecnología).
Esta expresión describía perfectamente la crisis del mundo socialista. Del mismo modo que las «relaciones sociales» feudales entorpecieron en su momento el desarrollo industrial ahora las «relaciones sociales» socialistas casi impedían que esos países se beneficiasen del nuevo sistema de creación de riqueza basado en los ordenadores, la comunicación y, sobre todo, en la libre información.
De hecho, el fracaso crucial del gran experimento del socialismo de
Estado en el siglo XX radicó en sus ideas obsoletas con respecto al conocimiento.

LA MAQUINA PRECIBERNETICA

Con pequeñas excepciones, el socialismo de estado no condujo la opulencia, la igualdad y la libertad, sino a un sistema político de partido único, a una burocracia descomunal, una policía secreta con mano de hierro, un control oficial de los medios de comunicación, el sigilo y la represión de la libertad intelectual y artística.
Al margen de los océanos de sangre que fueron necesarios para imponerlo, una observación atenta de este sistema revela que todos y cada uno de tales elementos no sólo constituyen una forma de organizar a la población, sino también –y más profundamente- un modo particular de organizar, canalizar y controlar el conocimiento.
Un sistema político de partido único se halla concebido para controlar la comunicación política. Puesto que no existe otro partido, restringe la diversidad de la información política que fluye a través de la sociedad, bloquea la retroinformación y, de esta manera, ciega a los que ocupan el poder impidiéndoles ver toda la complejidad de sus problemas. La existencia de canales autorizados por los que asciende una información estrictamente definida y descienden las órdenes torna muy difícil que el sistema pueda detectar errores y corregirlos.
En realidad, el control de arriba abajo que se ejercía en los países socialistas se basaba cada vez más sobre mentiras y falsedades, puesto que dar malas noticias a los superiores solía ser bastante arriesgado. La decisión de implantar un sistema de partido único es una medida que atañe sobre todo al conocimiento.
La burocracia abrumadora que creó el socialismo en todas las esferas de la vida también fue un mecanismo que restringía el conocimiento, que empujaba al saber hacia compartimientos o cubículos predefinidos y limitaba la comunicación a los «canales oficiales» mientras ilegitimaba la comunicación y la organización no formales.
El aparato de la policía secreta, el control estatal de los medios de comunicación, la intimidación de los intelectuales y la represión de la libertad artística representaron otros tantos intentos de limitar y controlar el flujo de información.
Así, detrás de cada uno de estos elementos se encuentra, en realidad, un único y anticuado concepto del conocimiento: la creencia arrogante de que quienes mandan –sean del partido o del estado- han de decidir lo que han de saber los demás.
Estas características de todas las naciones bajo el socialismo de Estado garantizaron la estupidez económica y procedían del concepto de la máquina precibernética aplicado a la sociedad y a la propia vida. Casi todas las máquinas de la segunda ola operaban sin retroalimentación alguna. Una vez conectada a la fuente de energía, la máquina se ponía en marcha y seguía funcionando con independencia de lo que sucediera en su entorno.
Las máquinas de la tercera ola son, por el contrario, inteligentes. Tienen detectores que captan la información del entorno, advierten los cambios y modifican en consecuencia el funcionamiento del aparato. Se autorregulan. La diferencia tecnológica es revolucionaria.
Pero los teóricos marxistas continuaban detenidos en el pasado de la segunda ola, como denota incluso su propio lenguaje. Así, para los socialistas marxistas la lucha de clases constituía la «locomotora de la historia». Una tarea clave era hacerse con la “máquina del estado». Debía preajustar a la misma sociedad, al ser como una máquina, para que suministrase abundancia y libertad. Al apoderarse del control de Rusia en 1917, Lenin pasó a ser el mecánico supremo.
Intelectual descollante, Lenin comprendía la importancia de las ideas. No obstante, para él, también era posible programar la producción simbólica, la propia mente. Marx se había referido a la libertad, pero Lenin, al ganar el poder, asumió el conocimiento del ingeniero. Así pues, insistió en que el arte, la cultura, la ciencia, el periodismo y la actividad simbólica en general estuvieran al servicio de un plan superior para la sociedad. Con el tiempo, las diversas ramas del saber encajarían perfectamente en una «academia» con departamentos y niveles burocráticos previamente determinados, sometidos todos al control del partido y del estado. Instituciones dirigidas por un ministerio de cultura emplearían a los «trabajadores culturales». Editoriales y emisoras de radio serían monopolio del estado. El conocimiento, por consiguiente, pasaría a formar parte de la maquinaria estatal.
Este enfoque angosto del saber bloqueó el desarrollo económico hasta en los niveles más bajos de la producción de las chimeneas; resulta diametralmente opuesto a los principios que requiere el progreso económico en la era del ordenador.

LA PARADOJA DE LA PROPIEDAD

El sistema de creación de riqueza de la tercera ola que ahora se difunde pone también en tela de juicio pilares del credo socialista.
Desde el principio, los socialistas achacaron la pobreza, las depresiones, el desempleo y los otros males de la industrialización a la propiedad privada de los medios de producción. La forma de acabar con estas plagas estribaba en que los trabajadores poseyeran las factorías, a través del estado o de otros colectivos.
Una vez conseguido esto, las cosas serían diferentes. No habría más derroches competitivos. Planificación completamente racional.
Producción para el uso más que para el beneficio. Por primera vez en la historia, se materializaría el sueño de la abundancia para todos.
En el siglo XIX, cuando se formularon estas ideas, parecían reflejar el conocimiento científico más avanzado de su tiempo. Los marxistas afirmaban, en realidad, haber superado las descabelladas ideas de los utópicos y concebido un «socialismo auténticamente científico». Los utópicos podían soñar con comunidades autogobernadas. Los socialistas científicos sabían que en una sociedad de chimeneas y en vías de desarrollo tales nociones eran impracticables. Utópicos como Fourier pensaban en un pasado agrario. Los socialistas científicos miraban hacia lo que entonces era el futuro industrial.
Así, después de que los regímenes socialistas experimentasen con cooperativas, autogestión, comunas y otros planteamientos, la propiedad estatal se tornó predominante en el mundo socialista. En todas partes fue el estado, y no los trabajadores, el beneficiario principal de la revolución socialista.
El socialismo incumplió su promesa de mejorar radicalmente las condiciones materiales de vida. Cuando el nivel de vida bajó en la
Unión Soviética después de la revolución, se achacó, con alguna justificación, a los efectos de la Primera Guerra Mundial y de la contrarrevolución. Luego las dificultades se atribuyeron al bloqueo capitalista y, más tarde, a la Segunda Guerra Mundial. Pero cuarenta años después de la contienda todavía escaseaban en Moscú productos como el café y las naranjas.
No deja de ser chocante que, aunque mengüe su número, todavía haya por el mundo socialistas ortodoxos que propugnen la nacionalización de la industria y las finanzas. Desde Brasil y Perú hasta Sudáfrica e incluso en las naciones industrializadas de Occidente quedan auténticos convencidos de que, a pesar de todas las pruebas históricas en sentido contrario, la «propiedad pública» es «progresista», por lo que se resisten a cualquier esfuerzo por desnacionalizar o privatizar la economía.
Es cierto que la economía mundial de hoy, cada vez más liberalizada, exaltada sin el menor sentido crítico por las grandes multinacionales, es inestable en sí misma. También es verdad que la liberalización no determina un «goteo» automático de beneficios para los pobres. Pero está demostrado hasta la saciedad que las empresas de propiedad pública maltratan a sus empleados, contaminan la atmósfera y abusan de la población por lo menos con la misma eficiencia que las empresas privadas. Muchas se han convertido en sumideros de ineficacia, corrupción y codicia. Con frecuencia sus fracasos alientan un activo mercado negro que socava la misma legitimidad del estado. Pero lo peor y más irónico de todo es que, en lugar de ponerse a la cabeza del progreso tecnológico como se prometió, las empresas nacionalizadas son casi uniformemente reaccionarias, las más burocratizadas, las más lentas para reorganizarse, las menos dispuestas a adaptarse a las necesidades cambiantes del consumidor, las más reacias a brindar información al ciudadano y las últimas en adoptar una tecnología avanzada.
Durante más de un siglo, socialistas y defensores del capitalismo libraron una guerra enconada en torno de la propiedad pública y privada. Gran número de hombre y mujeres perdieron literalmente su vida en este empeño. Lo que ninguna de las partes imaginó fue un nuevo sistema de creación de riqueza que hiciese virtualmente obsoletos todos sus argumentos.
Y, sin embargo, esto es exactamente lo que ha sucedido. Porque la forma más importante de propiedad resulta ahora intangible. Es supersimbólica. Se trata del saber. El mismo conocimiento puede ser usado simultáneamente por muchas personas para crear riqueza y producir todavía más conocimiento. Y, al contrario que las fábricas y los cultivos, el conocimiento es, a todos los efectos, inagotable.

¿CUANTOS TORNILLOS LEVÓGIROS?

La planificación central era el segundo pilar de la catedral de la teoría socialista. En lugar de permitir que el «caos del mercado» marcara el rumbo de la economía, la inteligente planificación de arriba abajo podría concentrar los recursos en los sectores clave y acelerar el desarrollo económico.
Pero la planificación central dependía del saber y, ya en la década de los veinte, el economista austríaco Ludwig Von Mises identificó su falta de conocimiento o, como él lo identificó, su «problema de cálculo», como el talón de Aquiles del socialismo.
¿Cuántos zapatos y de qué números debía hacer una fábrica de Irkutsk? ¿Cuántos tornillos levógiros y cuántas clases de papel? ¿Qué relaciones de precios habría que establecer entre carburadores y pepinos? ¿Cuántos rublos, zlotys o yuanes era preciso invertir en cada uno de las decenas de miles de niveles y líneas diferentes de producción?
Generaciones enteras de esforzados planificadores socialistas han luchado desesperadamente contra este problema del conocimiento. Cada vez necesitaban más datos y conseguían más mentiras de unos responsables temerosos de dar cuentas de fallos en la producción. Engordaron la burocracia. Carentes de las señales de la oferta y la demanda que genera un mercado competitivo, trataron de medir la economía en términos de horas de trabajo o contando los artículos en términos de clases, y no de dinero. Más tarde probaron con los modelos econométricos y el análisis input-output.
No les valió de nada. Cuanta más información tenían, más compleja y desorganizada se les tornaba la economía. Transcurridos sus buenos tres cuartos de siglo desde la revolución rusa, el auténtico símbolo de la Unión Soviética no era la hoz y el martillo, sino la cola de consumidores.
Ahora, de un extremo a otro del espectro socialista y ex socialista, se ha iniciado una carrera para implantar la economía de mercado. Varían los enfoques al igual que las tentativas de proporcionar una «red» a los que quedan en paro. Pero los socialistas reformistas reconocen de forma casi universal que, permitiendo que la oferta y la demanda determinen los precios (al menos dentro de ciertos márgenes), se consigue algo que el plan central era incapaz de brindar: señales de los precios que indican lo que la economía necesita y desea.
Sin embargo, en este debate de economistas con respecto a la necesidad de tales señales se ha pasado por alto el cambio fundamental que estas indicaciones exigen en las vías de comunicación y el tremendo desplazamiento de poder que producirán estas alteraciones en los sistemas de comunicación. La diferencia más importante entre las economías de planificación centralizada y las impulsadas por el mercado radica en que la información fluye verticalmente en las primeras, mientras que en el sistema de mercado se transmite mucha más información en sentido horizontal y diagonal y, además, compradores y vendedores la intercambian en cada uno de los niveles.
Este cambio no sólo representa un peligro para los burócratas que ocupan las mejores poltronas en los ministerios de planificación y en la gestión, sino que también amenaza a millones y millones de mini burócratas cuya única fuente de poder depende del control de la información que pasa por sus manos.
Los nuevos métodos de creación de riqueza requieren tanto conocimiento, tanta información y comunicación, que quedan por completo fuera del alcance de las economías de planificación centralizada. El auge de la economía supersimbólica choca así de frente con el segundo fundamento de la ortodoxia socialista.

EL BASURERO DE LA HISTORIA

El tercer pilar socialista que se desplomó fue su énfasis altanero en lo materialmente tangible y duradero: su concentración total en la industria de las chimeneas y su detracción de la agricultura y del trabajo mental.
En los años que siguieron a la revolución de 1917, los soviéticos carecían de capital para crear todos los altos hornos, presas e industrias automotrices que necesitaban. Los líderes comunistas hicieron suya la teoría de la «acumulación primitiva socialista» formulada por el economista E. A. Preobrazhensky. Esta teoría mantenía la posibilidad de obtener el capital necesario mediante la reducción del nivel de vida de los campesinos a una miserable subsistencia y privándolos de sus excedentes. Estos serían utilizados después para capitalizar la industria pesada y subvencionar a los obreros.
Como resultado de esta «desviación industrial», según lo denominan ahora los chinos, la agricultura fue y sigue siendo una actividad catastrófica en casi todas las economías socialistas. En otras palabras, los países socialistas aplicaron una estrategia de la segunda ola a costa de su población de la primera ola.
Pero los socialistas también denigraron con harta frecuencia los servicios y el trabajo administrativo. Como el objetivo del socialismo era en todas partes la industrialización más rápida que fuese posible, se glorificaba el trabajo físico.
Esta difundida actitud se acompañaba de una concentración tremenda en la producción con perjuicio del consumo, en bienes de inversión más que en bienes de consumo.
La mayoría de los marxistas sostenían típicamente la opinión materialista de que las ideas, la información, el arte, la cultura, el derecho, las teorías y los otros productos intangibles de la mente constituían simplemente parte de una «superestructura» que se cernía, por así decirlo, sobre la «base» económica de la sociedad.
Aunque se admitía la existencia de cierto retroinformación entre ambas, era la base la que determinaba la superestructura y no al contrario. Aquellos que opinaban de otro modo recibían el sambenito de «idealistas», etiqueta que a menudo resultaba decididamente peligroso lucir.
Para los marxistas, lo material era siempre más importante que lo inmaterial, y la revolución informática nos enseña ahora que las cosas son al revés. El conocimiento es lo que impulsa a la economía, y no ésta a aquél.
Sin embargo, las sociedades no son máquinas ni ordenadores.
No es posible reducirlas simplemente a una parte tangible y otra intangible, a base y superestructura. Un modelo más adecuado las representaría como compuestas por muchos elementos enlazados, en bucles de retroinformación muy complejos y en continuo cambio. A medida que aumenta su complejidad, el conocimiento se torna más crucial para su supervivencia económica y ecológica.

En resumen, el auge de una nueva economía cuya materia prima fundamental es, de hecho, inmaterial e intangible, encontró al mundo socialista totalmente desprevenido. El choque del socialismo con el futuro fue mortal.

* Título original: Creating a New Civilization: The Politics of the Third Ware.
Primera edición: enero, 1996
© 1994, Alvin y Heidi Toffler
© de la traducción, Guillermo Solana Alonso
© 1995, Plaza & Janés Editores, S. A.
ISBN: 84-01-45101-9 (col. Tribuna)
ISBN: 84-01-45934-6 (vol. 106/6)

sábado, 31 de agosto de 2013

Apología (1924) / G.K. Chesterton.


Me propongo dar a esta publicación muy mal nombre y aferrarme a él. Cuando se me sugirió que empleará en el título las iniciales de mi nombre, la proposición me inspiró un horror que se ha convertido en aversión. Debo al lector una breve exposición de las razones que me indujeron a aceptarla: la principal de las cuales es que a causa de circunstancias peculiares, es difícil encontrar otro título. Es cierto que los títulos periodísticos son por lo común inadecuados. El periódico llamado Daily Herald probablemente muestre poca afición a la heráldica. El periódico titulado The Nation se ha mostrado siempre particularmente hostil a la nacionalidad. Hasta se podría decir que el órgano de las guildas, llamado New Age (nueva era), debiera llamarse más bien Middle Age (edad media). Pero en nuestra situación hay algo que difiere de todos estos periódicos; no es por simple vanidad que decimos es a la vez universal y único en su clase. 

Deseo que esta publicación represente ciertas ideas muy normales y muy humanas; pero es un hecho indiscutible que no serían publicadas en ningún periódico más que en este. No son manías; son sólo tradiciones que serían desestimadas, mientras que las manías son bien recibidas por estar a la moda. Tampoco son excentricidades; no son sino las ideas centrales de la civilización que han sido olvidadas en un maremágnum de excentricidades. Pero por haber sido olvidadas, vuelven a ser nuevas, y porque han sido olvidadas en otras partes, las hallará aquí solamente. Son verdades de sentido común en un mundo en que ese sentido ha dejado de ser común. 

Tomaré como principal ejemplo el problema actual de la pobreza y de la riqueza. En el problema, mi posición parecería singularmente sencilla. Y es, sencillamente, que me opongo cordialmente al bolchevismo y a los Trust. Creo que es posible restablecer y perpetuar una razonable y justa distribución de la propiedad privada; y en este periódico daré las razones que inducen a creerlo. Por el momento, lo importante es esto: ninguna otra publicación en este país puede ser cordialmente opuesta, tanto al bolcheviquismo, como a los Trust. Un diario como el Daily Mail opina que debemos tolerar algo de los Trust, porque la única alternativa es el bolcheviquismo. Y él Daily Herald opina que debemos tolerar algo del bolcheviquismo, porque la única alternativa son los trust. El Daily Mail no puede tratar de destruir los trust, porque él forma parte de un Trust. El Daily Herald no puede tratar de derrocar el bolcheviquismo, porque su mejor apoyo lo halla entre los bolcheviques. Para ellos no hay más que dos partidos que tomar, y son opuestos. 

Pero para mí hay otro, el tercero; y ningún otro diario lo defendería, ni siquiera lo mencionaría. Este tercer camino a seguir ha sido llamado "distributismo", expresando que habría las esperanzas de distribuirla equitativamente la propiedad privada. Pero si yo le diera a este periódico el título de "la revista distributiva" (como se ha sugerido), produciría justamente la impresión que desea evitar. Daria la idea de que un distributista es algo así como un socialista; un pretencioso, un pedante, una persona con una nueva teoría de la naturaleza humana. Mi opinión es que esta solución es simplemente humana y que las otras soluciones son deshumanizadas. Esta es mi opinión. Decir que debemos tener socialismo o capitalismo es como decir que debemos optar por que todos los hombres entren a los conventos o que unos pocos tengan harenes. Si yo negara esa alternativa sexual, no sería necesario llamarme a mí mismo monógamo; me contentaría con llamarme hombre. Apelaría a toda nuestra tradición normal y nacional de virilidad. Si fundara un diario que negara esa alternativa, no querría titularlo "La revista monógama". Y si lo hiciera, 9 personas de cada 10 pensarían que yo era algún otro pedante, levemente distintos de los anteriores, y tendría la vaga idea de que un monógamo era tan loco como un mormón. El paralelo es bastante exacto en este caso. Porque el gran Trust no tiene más derecho de absorber en un monopolio todas las fortunas privadas y afirmar que así defienden la institución de la propiedad, que el que tiene el gran turco de raptar a todas las mujeres y encerrarlas en un harem, afirmando que así defienden la santidad del matrimonio. 

Cualquier otro paralelo sería igualmente bueno, en cuanto se tratase del insensato dilema y de la sensata alternativa; y tal vez cuanto más fantástico juega en paralelo, tanto más exactamente se lo podría aplicar al caso. Si todos los diarios hubieran llevado al público la idea de que debemos elegir entre ser vegetarianos o caníbales, podríamos necesitar algún diario indicara ya que esa alternativa era un disparate. Pero no mostraremos muy brillante criterio periodístico si lo tituláramos "El antiantropófago carnívoro". Sería una correcta descripción de nuestra costumbre normal de comer carne de carnero, pero no de comer hombres. Es una bárbara mezcla de griego y del latín, pero con todo, parece ser una palabra realmente científica. Lógicamente si no lingüísticamente, es un término de exactitud perfecta. Pero aunque casi todos somos carnívoros antiantropófagos, nunca lo mencionamos, especialmente si queremos convencer a nuestros vecinos de que somos sencillamente personas sensatas; y lo somos, en efecto. La dificultad consiste en que cualquier título que define nuestra doctrina, la hace parecer doctrinal. Y es que la verdadera idea de la propiedad privada ha sido descuidada por la que tan largo tiempo en Inglaterra, que no hay fraseología popular fácil que se refiere a ella. Ha tenido que inventar sus propios términos y son necesariamente confusos y complicados; y es tan antigua esa idea que ha llegado a se nueva. Al mismo tiempo, necesito un título que indique que el periódico es de controversia y que ésta es la tendencia general que defiende. Necesito algo que sea reconocido como bandera aunque esta sea fantástica y ridícula, que algún punto represente un desafío, aunque éste sea recibido con cierta benévola ironía. No quiero un nombre incoloro, y lo más parecido a un símbolo que se me ocurre es sencillamente mi propia bandera. 

Por ejemplo, la primera prueba de que algo es familiar, es cuando resulta divertido. Hay bromas respecto a los que se benefician con las guerras y también respecto a los socialistas. Pero no las hay con respecto al Distributista. Cualquiera puede dibujar una caricatura convencional de un socialista poniéndose una corbata roja. Pero nadie puede hacer una caricatura de un hombre que cree en la pequeña propiedad privada bien distribuida, porque no está familiarizado con la teoría ni con el tipo. Ningún visionario puede aventurarse a imaginar cómo sería el cabello de un distributista. Ningún poeta, mojando su pincel en los colores del terremoto y del eclipse, puede colorear la corbata del distributista. No hay imagen familiar que podamos evocar para recordar amigos y enemigos lo que queremos decir. Pero, aunque no haya bromas referentes a la pequeña propiedad, las hay referentes a mí. Comienzan con la antigua y admirable historia de que mi anticuada caballerosidad indujo a ceder mi asientos a tres damas, y siguen con una anécdota más reciente y realista de que mis vecinos se quejaron al administrador de una ruidosa fábrica local con el motivo de que "el señor Chesterton no podía escribir bien", y recibieron está tranquila respuesta: "sí, ya sabemos eso". 

Nadie cuya notoriedad se base en tales cuentos puede sentirse muy orgulloso de ella. No digo que mi reputación periodística sea particularmente elevada, pero debo reconocer que es probable que sea más difundida que mis opiniones sobre distribución económica. Este ideal sociológico tan natural, ha sido descuidado en Inglaterra tan ciega y totalmente, que creó con sinceridad que mi ideal normal es menos conocido que mi nombre. Es por eso que me veo inducido a emplear el nombre como la única introducción familiar a ese ideal. 

Tengo la esperanza de ver invertida esa relación trabajaré en este periódico con el anhelo de que la familiaridad con el nombre disminuya, y aumente el conocimiento de la causa. Tal vez entonces una generación más feliz, que viva en un estado social más sano, se sienta intrigada por las iniciales impresas en el encabezamiento de esta página. Los sabios profesores meditaran sobre el significado de este G. K. jeroglífico; los que conserven la bárbara teoría del siglo XX las interpretarán así: "Good Killing" (Buena Matanza), mientras los que idealizan más piadosamente ese pasado, la traducirán como "Greather Knowlogde" (Mayor Conocimiento). Los estudiosos de la literatura contemporánea supondrán que forman una especie de monograma de "God and Kippling" (Dios y Kippling) o posiblemente Kipps, mientras los historiadores dinásticos probarán que no era sino una transposición de "George King" (Rey Jorge). Pero no me preocupará mucho lo que digan, siempre que sea en un país libre, donde los hombres puedan volver a poseer algo. 

No hay destino más noble que ser olvidado como enemigos de una herejía olvidada, ni mayor éxito que llegar a ser superfluo; bien esta aquel que puede ver su paradoja implantada de nuevo como un lugar común, o su fantasía desechada como una pluma cuando las naciones renuevan su juventud, a la manera de las águilas; y cuando no sea absurdo decir que la granja deba pertenecer al granjero, y ni que parezca una idea brillante sugerir que el hombre debe vivir en su casa, así como es dueño de su sombrero. Entonces, las trompetas del triunfo nos dirán quizá ya no somos necesarios.
La Razón Histórica, nº17, 2012 [78-81], ISSN 1989-2659. © Instituto de Estudios Históricos y sociales.
The American Chesterton Society

domingo, 4 de agosto de 2013

"Todas las cosas son ya dichas; pero como nadie escucha, hay que volver a empezar siempre". André Gide

Del diccionario del ciudadano sin miedo a saber / Fernando Savater

“Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía de algún otro. Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la ilustración.”

IMMANUEL KANT

PRESENTACIÓN

Una viñeta de El Roto muestra a un tenebroso personaje que señala al lector e inquiere: “¿Usted todavía piensa o es un ciudadano normal?”. Este diccionario mínimo pretende zanjar el dilema humorístico, ayudando a que lo normal sea que los ciudadanos piensen: por sí mismos, discutiendo entre sí, pero nunca empecinados en fomentar la discordia. Nadie puede pensar por otro – y el autor de este diccionario menos que nadie - , pero todos debemos intentar pensar juntos. Para ello es imprescindible tratar de precisar los principales términos de nuestras deliberaciones políticas: a veces no nos oponen los distintos intereses y proyectos, sino la borrosa ambigüedad de las palabras cuyo significado todo el mundo cree conocer. Cada una de las voces de este diccionario pretende ofrecer un punto de partida razonable y razonadamente claro para el necesario debate plural de la ciudadanía que compartimos.

CONSTITUCIÓN

La constitución es algo así como el reglamento general del juego democrático. Leyendo su texto uno debería saber más o menos a qué atenerse respecto al tipo de convivencia que va a conocer en su país, así como los derechos y deberes que le corresponden (por supuesto, hará bien en rebajar un tanto las promesas más radiantes, porque las constituciones son un poco como los folletos de las agencias de viajes, en los que todos los paisajes fotografiados aparecen bañados por el sol). Sin duda, la Constitución no es un texto intocable, una vaca sagrada jurídica que nunca podremos apartar de nuestro camino aunque haya buenas razones para ello: no es una jaula de la que ya no se puede salir una vez que se ha entrado. Pero tampoco parece prudente someterla ante cualquier oleaje social a cambios sucesivos, siguiendo la moda o las presiones del momento: le  va bien una cierta imperturbabilidad anticuada, como la peluca a los jueces británicos. Y eso a pesar de la opinión de Jefferson, que proponía cambiar la Constitución cada cinco o seis años para evitar a la nueva generación la carga de los compromisos del pasado…
A mi juicio la Constitución más satisfactoria es la que deja ligeramente insatisfecho a casi todo el mundo. Si la constitución satisface plenamente a una parte de la población, aunque sea a la mayoría, será porque ha dejado también radicalmente frustradas a varias minorías. Después de todo, se trata de establecer la convivencia entre intereses sociales contrapuestos, y es sano que todos hayan tenido que ceder en sus propósitos y prerrogativas, para que nadie olvide que no vivimos solos, que la armonía con los demás siempre se consigue al precio de asumir alguna frustración en nuestros deseos. Ningún ciudadano está exento de acatar la constitución, pero este respeto debe exigirse mucho más a quienes ocupan puestos de autoridad y también a los que gozan de mayores privilegios sociales o más reconocimiento público: si ellos, los más directos beneficiarios de la Magna carta, no dan ejemplo de respeto a las reglas del juego será difícil que se lo exijan a quienes padecen los aspectos menos favorables de la sociedad.


martes, 23 de julio de 2013

Bolívar era venezolano

Este hecho evidente y simple tiene muchas implicaciones significativas para lograr entender mejor su mentalidad y su carácter. Era un venezolano de muy vieja data, su primer abuelo llegó a la recién fundada Caracas cuando el siglo XVI desarrollaba lentamente sus últimos lustros. Puede decirse, literalmente, que su familia creció con el país y estuvo directamente mezclada a su historia. Gente de casas, solares y tierras de cultivo en los grandes valles cercanos a la capital de la provincia, en los campos de Aragua y en Barlovento, que abre su costa al mar de los contrabandistas. Fueron desde los inicios gente de Cabildo, encomienda y función de gobierno La primera vez que la pobre y olvidada provincia, se atreve a enviar un procurador ante la sacra y real majestad de Felipe II designa a Simón de Bolívar, a quien nuestros historiadores para distinguirlo de su hijo llaman el Viejo. Este Bolívar no era nativo del país, pero tiene mucho saber de premonición que la primera vez que la olvidada Gobernación va a presentar sus reclamos y esperanzas ante el señor de El Escorial este servicio lo haya prestado con toda propiedad y oficio el primer Simón Bolívar que aparece en nuestra historia.

De allí en adelante, la familia crece mezclada estrechamente a la provincia. Son dos siglos que transcurren en medio de todas las alternativas de la historia de la provincia hasta que nace el otro Simón Bolívar.

Pertenecían a la orgullosa casa de los blancos criollos, con viejos papeles de hidalguía de su origen vizcaíno y con fundadas aspiraciones a un título de nobleza. Parte fundamental del quehacer de tantas generaciones consistió en ocuparse del cultivo de la tierra en sus campos, de la vida política en el Cabildo, de las ceremonias de aparato en las grandes fechas, del trato diario con todas las formas de vida y de trabajo de la vasta tierra despoblada, con esclavos con indios, con peninsulares y canarios recién llegados, criados y formados en la rica y contrastada mezcla de las tradiciones españolas y las peculiaridades de la nueva tierra y sus habitantes. Eran leales súbditos del lejano rey, celosos de sus prerrogativas y privilegios, de sus grados de milicia, de su puesto en las ceremonias, pero hechos también al trato con los negros, los indios y los pardos, en las haciendas, en los vastos patios de las casas y en la intimidad del juego, la familiaridad y el trato diario. Hijos legítimos de criollas claustradas en sus hogares, entregadas a rezos y murmuraciones, y también de las ayas negras, iletradas, que les transmitían el tesoro de consejas, ritmos y saberes tradicionales que les eran propios.

Con todo lo que tenían de semejante y común las distintas partes del Imperio Español, estaba lejos de ser lo mismo haberse formado en Caracas que en Lima, en México o aun en Bogotá. Bastaría señalar dos hechos importantes para advertir la diferencia: la escasa presencia del indígena y contacto continuo y fácil con las colonias de ingleses, franceses y holandeses en el Caribe. En la Venezuela colonial no sólo no era visible la presencia de un imponente pasado indígena en monumentos sino que el elemento indígena puro era minoritario y en gran parte se había disuelto en un abierto proceso de mestizaje con el resto de la población. El contacto con las Antillas, que abarcaba todas las formas de cambio clandestino, desde el contrabando de mercancías hasta el de libros y desde la imitación de costumbres extranjeras hasta la diseminación rápida de noticias, ideas y novedades de toda clase provenientes directamente de los grandes centros de renovación cultural y política que eran París y Londres, Amsterdam y los recién formados Estados Unidos.

Todo esto creaba una circunstancia peculiar, que no se dio en igual grado en ninguna otra posesión continental de la corona española. Los viajeros que visitaron la Caracas de fines de siglo XVIII y comienzos del XIX, es decir aquella en que se formó Bolívar, aluden reiteradamente y de modo significativo al estado de ánimo de los habitantes de Caracas, a su gusto por la política, a su conocimiento de las novedades de Europa y a su deseo de estar al día en los grandes acontecimientos mundiales.

Todas esas peculiaridades locales marcaron a Bolívar y moldearon buena parte de su carácter. Al través de su correspondencia y de los testimonios de sus contemporáneos queda clara esta identificación con el medio natal y particularmente con Caracas. Advenía y revelaba, en el largo contacto con los criollos de media América, las diferencias de carácter y actitud que lo diferenciaban.

Había también en Bolívar, como en todo hombre creador, una perspectiva, un ángulo de visión, un juego de referencias y de condicionamientos que le venían de sus años de formación. De la condición de un caraqueño muy arraigado de fines del siglo XVIII, estas peculiaridades aparecen en sus acciones y reacciones, en todo lo que en él no es elaboración intelectual y cultura común.

Para comprenderlo mejor y explicarse muchas de sus respuestas al destino habría que partir de esa situación original y previa que no llega a desaparecer nunca, ni aun en las más inesperadas y remotas circunstancias.

Del prólogo de Arturo Uslar Pietri a  “El Libertador” de Augusto Mijares ( Edición de Petróleos de Venezuela, 1983)

miércoles, 3 de julio de 2013

EL LIBERALISMO COMO RESPETO AL PRÓJIMO Alberto Benegas Lynch (h)

Two worlds exist side by side. In one the struggle for power continues almost as it always has done. In the other it is not power that counts, but respect.

Theodore Zeldin/Senior Fellow, Oxford University/1994

Todos los seres humanos somos distintos desde el punto de vista anatómico, fisiológico, bioquímico y, sobre todo, psicológico. Tenemos distintas vocaciones, distintas inclinaciones y distintos proyectos de vida. Para que podamos convivir en una sociedad civilizada se hace imperioso el sistema pluralista, es decir, la aceptación de distintas valoraciones, distintos gustos y distintas preferencias siempre y cuando no se lesionen derechos de terceros. No se requiere que compartamos ni siquiera que comprendamos los proyectos de vida del prójimo, se necesita, eso sí, que se los respete. No cabe aquí el uso de la expresión “tolerancia” puesto que se trata de una extrapolación ilegítima del campo de la religión al del derecho. Los derechos no se toleran, se respetan. El recurrir a la expresión “tolerancia” implica cierto tufillo a arrogancia y presunción del conocimiento. Trasmite la idea de que algunos poseen la certeza y la verdad absoluta y deben tolerar los errores de otros.
La columna vertebral del liberalismo siempre fue el respeto irrestricto al prójimo desde que Adam Smith utilizó por primera vez esa expresión. Desde luego que esta corriente de pensamiento se basó en el método socrático, en la noción del derecho en Roma, en los escritos de Cicerón, y especialmente en la escolástica tardía y las obras de John Locke. De más está decir, que a partir de Adam Smith fueron muchas las teorías y los enfoques nuevos que enriquecieron y siguen enriqueciendo esa columna vertebral de respeto irrestricto al prójimo. La revolución marginalista de 1870 (especialmente a través de los trabajos de Carl Menger y Eugen Böhm-Bawerk) amplió notablemente el horizonte de los estudios de aquello que genéricamente puede llamarse liberalismo. Por esto es que no resulta procedente el recurrir al término “neoliberalismo” puesto que esto implicaría el sinsentido del neo-respeto. El ángulo de donde el liberal mira el conocimiento resulta especialmente importante. Nos encontramos en un mar de ignorancia y los pocos conocimientos que tenemos debemos someterlos a procesos permanentes de refutación y corroboraciones provisorias en un arduo camino que no tiene término. Probablemente la expresión que mejor ilustre la mente abierta del liberal es el lema de la Royal Society de Londres: nullius in verba, un pensamiento resumido de Horacio que significa que no hay última palabra ni hay entre los mortales autoridad final. Del hecho de sostener que debemos estar alertas a refutaciones y corroboraciones siempre provisorias no se sigue una postura relativista o escéptica. Muy por el contrario, ambas posturas filosóficas se contradicen a si mismas. El afirmar que todo es relativo convierte a esa afirmación también en relativa y el sostener que nuestra mente no es capaz de aprehender la realidad, la declara incapaz para sostener esto último. Una cosa es sostener que existe la verdad y que una proposición verdadera significa la concordancia entre el juicio y el objeto juzgado y otra bien distinta es la postura de aquel que afirma poseer con certeza la verdad absoluta. El racionalismo constructivista ha hecho un enorme daño al pretender que el hombre puede diseñar lo que ha dado en llamarse la ingeniería social . Un proverbio latino ayuda a ilustrar la posición liberal de quien no tiene la certeza de la verdad absoluta y por ende deja margen para el debate y la refutación: ubi dubium ibi libertas, es decir, donde hay duda (conciencia de la propia ignorancia) hay libertad; por esto es que el espíritu totalitario cierra todo resquicio y todos los grifos del espíritu libre y la discusión abierta porque siempre “tiene la precisa” e impone sus valores “para bien de los demás”. Tal vez no haya advertencia más sabia que la expuesta en el Génesis en cuanto a los peligros de pretender el reemplazo de Dios por los hombres. Es una advertencia sobre los peligros que encierra la soberbia. Más aún, muchas veces afirmamos que no se debe “jugar a Dios”, pero en realidad se pretende ser más que Dios ya que ha puesto en nuestra naturaleza el libre albedrío que permite la salvación o la condena.


sábado, 8 de junio de 2013

La cultura de la negación del otro y la desigualdad social

La cultura de la negación del otro es un problema de larga data. La relación histórica con el otro-distinto-de-sí-mismo ha sido de constante negación: nació con la Conquista, mutó durante la Colonia, y se prolongó de diversas formas con la República y con las distintas fases históricas que vivieron las sociedades latinoamericanas.

Esta negación tiene varias facetas: por un lado, las élites diferencian al otro de sí mismas y lo desvalorizan proyectándolo como inferior (mujer, indio, negro mestizo, marginal urbano, campesino, etc.); también, el otro puede ser un extranjero, percibido como amenaza desde “afuera” a la propia identidad (aunque, paradójica mente  a la vez que las élites niegan a ese otro exterior, también se han identificado con él de manera acrítica y emuladora, en especial cuando este es europeo o norteamericano). Desde el punto de vista del “negado”, este vínculo también se vive con más de una faceta: a veces este introyecta dicha negación y cercena su propia identidad; otras, la vive como una asimilación deseada, pero nunca plenamente realizada. Pero también se construye una identidad en los conflictos, en la resistencia y la asimilación crítica. Gran parte de los movimientos de afirmación cultural comparten esta última tendencia.

Esta negación de la diferencia ha sido el principal límite cultural a la paz, la democracia y la plena vigencia de los derechos humanos en América Latina. Ha obstaculizado un proyecto integrador de la modernidad, en tanto se introyecta en su versión más restringida: como descalificación de las culturas no secularizadas, no católicas, no modernizadas y no blancas. La comunidad construida a partir del proyecto ilustrado primero, y modernizador después, está poblada de discriminaciones internas que impiden la difusión universal en el ejercicio de la ciudadanía (y con ello, la plena vigencia de los derechos humanos). En gran medida esta mecánica excluyente de la modernización se explica por su precedente: la negación del otro fue construida de modo sistemático en la Conquista, la evangelización y la Colonia, y no se resolvió por completo con las revoluciones republicanas.

La contracara de la negación del otro es un amplio y variado tejido multicultural latinoamericano, producto de un largo proceso histórico de resistencia y creación. Las diversas identidades y sus organizaciones de distintas fuentes –pueblos originarios, afrolatinoamericanos, eurolatinoamericanos, y de diferentes partes del mundo– han constituido una fuerza cultural que, en interacción con ellas mismas, conformaron un tejido multicolor y diverso, principal patrimonio de nuestras sociedades. Se trata de una compenetración intercultural, una suerte de “asimilación creativa” de la modernidad precisamente desde este patrimonio cultural genuino. Hoy este tejido enfrenta nuevos conflictos y desafíos. Nuestra hipótesis es que la principal barrera para superar, bajo la democracia, la dialéctica de la negación del otro consiste en superar los patrones actuales e históricos de desigualdad.

La desigualdad y la exclusión social encuentran un precedente cultural en la negación del otro, pero además la incorporan en los efectos excluyentes de las políticas económicas ejecutadas durante décadas. Desde el punto de vista conceptual, la desigualdad y la exclusión se complementan y refuerzan con una desigualdad compleja que en códigos de la política constructivista se traduce en la construcción de un nuevo campo de conflictos originado por la búsqueda de un orden más plural y justo.

En esta perspectiva, la igualdad es fruto de una evaluación de las relaciones sociales preexistentes en una sociedad. La igualdad y la noción misma de justicia son el resultado de una construcción colectiva de la comunidad política, siendo precisamente la propia sociedad deliberante, en sus múltiples diversidades, la que interpreta y da sentido a esta igualdad. En otras palabras, sólo en deliberación cobra sentido una visión y una práctica de la igualdad. Si bien se reconoce que en muchos planos y aspectos existe desigualdad social fruto de las características de la lógica misma del poder, en el plano de la política existiría una comunidad de ciudadanos que por lógica tienden a la igualdad. Dicho de otro modo, se busca que los actores deliberantes sean conscientes de sí mismos como sujetos capaces para tomar decisiones con otros sobre el tipo de orientaciones que pueda tener la sociedad (Miller y Walzer, 1995; Walzer, 1998).

Se trata de la construcción de una acción colectiva argumentativa que permita optimizar el logro de intereses particulares en la medida en que se amplían al conjunto social. Es un proceso cuyos resultados serán más efectivos cuanto mayor sean las oportunidades de una vasta gama de actores. El bien común, en tanto se construye con otros en espacios públicos deliberativos, es algo que beneficia a todos. En consecuencia, es un procedimiento que da sentido a la práctica política porque es legítimo y eficiente para tomar decisiones (Sen, 1999).

La política constructivista entre distintos actores puede ser entendida como una práctica que permite intercambiar aspiraciones e intereses a partir de valores democráticos compartidos en el marco de una institucionalidad que despierte confianza y compromiso por parte de los actores. Este proceso supone que los diálogos e intercambios simbólicos se den en la búsqueda de un bien común que se sustente en la igualdad entre los deliberantes. Es decir, la agenda y el procesamiento de conflictos están orientados por una deliberación pública entre los participantes. Los problemas, desde esta óptica, se resuelven de manera colectiva a través de la argumentación y contraargumentación entre los involucrados, y por la capacidad de transformar tales ejercicios de discusión en agendas y resultados prácticos evaluables en conjunto. Esto cobra especial sentido en la región en las experiencias locales de deliberación y consenso más que en experiencias nacionales o globales.

La desigualdad priva de los derechos sociales básicos, tales como el derecho al trabajo, a una remuneración justa, y a la satisfacción de necesidades básicas de nutrición, vivienda y salud. No es de extrañar, pues, la emergencia de conflictos violentos al calor de un desarrollo tan inequitativo. Por el lado de los sectores más desfavorecidos, el escepticismo generado por las promesas incumplidas provoca tendencias a la frustración, a la anomia y a la violencia.

Como argumenta Galtung, cuando no se puede reconocer a un agresor lo que hay es violencia estructural, como la pobreza que produce sufrimiento y muerte prematura y es fruto de un modo de organizar la sociedad y de distribuir recursos y oportunidades o el recorte de libertades políticas, que no es una fatalidad sino una injusticia. […] La violencia cultural es una forma de daño que se expresa en creencias, valores, modos de pensar y de dirigir las acciones, que suelen convertirse en “sentidos comunes” e invitan a la violencia directa y/o intentan legitimar la violencia estructural. Es el caso del racismo, del machismo, del etnocentrismo, del odio religioso etc., que pueden ocasionar la destrucción del tejido social (Galtung, citado en UNIR, 2010).

Por el lado de los beneficiarios del progreso, esta violencia se asocia con la defensa de los beneficios de clase o de elite. Los golpes de Estado que de manera sistemática interrumpieron períodos de alta movilización social y pugna distributiva siempre han sido alentados, cuando no promovidos, por los grupos económicos de mayores ingresos. En este sentido, América Latina ostenta una triste historia en la que se entrelazan el terror de Estado y la preservación de sociedades estamentales. La violación de los derechos humanos no es pues sólo cosa de ideologías de la muerte o prevalencia de medios sobre fines, sino también la defensa a cualquier costo de los privilegios de minorías opulentas sobre mayorías populares. La facilidad con que estas minorías han apoyado regímenes de facto para preservar el statu quo también se liga con la larga tradición de exclusión cultural y negación del otro. Sin embargo, el resultado más penoso no sólo es el miedo cotidiano (del distinto o incluso a “sí mismo”) como rasgo estructural, sino la creación de una base social importante que reclama más violencia para mantener umbrales mínimos de seguridad ciudadana.

El autoritarismo y el miedo en América Latina no sólo se dan entre las élites  sino que también están arraigados en la cultura de la sociedad. El autoritarismo es el producto de décadas de negación.

viernes, 31 de mayo de 2013

¿DE DÓNDE SE DERIVA EL PODER? / Gene Sharp

Conseguir la libertad con paz, por supuesto que no es tarea fácil. Va a requerirse para ello una gran destreza estratégica, organización y planificación. Sobre todo, requiere poder. Los demócratas no pueden esperar derribar la dictadura y establecer la libertad política sin la capacidad de ejercer su propio poder en forma eficaz.

¿Pero cómo es posible esto? ¿Qué clase de poder podrá la oposición democrática movilizar para destruir la dictadura y su vasta red militar y policíaca  La respuesta se encuentra en una comprensión del poder político generalmente ignorada. Llegar a este conocimiento intrínseco no es tarea demasiado difícil. Algunas verdades fundamentales son muy sencillas.

La fábula del "Amo de los Monos"

Una parábola china del siglo XIV, atribuida a Liu Ji, por ejemplo, destaca muy bien esta interpretación descuidada acerca del poder político:7

En el estado feudal de Chu, un viejo vivía de tener monos a su servicio. Las gentes lo llamaban "ju gong": el Amo de los Monos.

Todas las mañanas el viejo reunía a todos los monos en su patio y ordenaba al más viejo que condujera a los demás a la montaña a recoger fruta de los árboles y matas. La regla era que cada mono tenía que darle al viejo la décima parte de lo que recogiera. Los que no lo hacían eran brutalmente azotados. Todos los monos sufrían amargamente, pero no se atrevían a protestar.

Un día, un monito les preguntó a los otros; "¿Fue el viejo quien sembró los árboles y las matas?" Los otros le respondieron: "No; brotaron solos." El monito les dirigió otra pregunta: "¿No podemos nosotros coger la fruta sin permiso del viejo?" Los otros replicaron: "Sí, todos podemos hacerlo." El monito siguió: "¿Entonces por qué tenemos que depender del viejo? ¿Por qué tenemos que servirlo?"

Antes que el monito hubiera terminado su discurso todos los monos de pronto se sintieron iluminados, y despertaron.

Esa misma noche, al observar que el viejo se había quedado dormido, los monos rompieron las barreras del vallado donde se hallaban encerrados, y destruyeron el recinto por completo. También se apropiaron de cuanta fruta el viejo tenía guardada y se la llevaron al bosque, y nunca más volvieron. Al fin el viejo murió de inanición.

Yu-Li-Zi dice: "Algunos hombres en el mundo gobiernan a su pueblo mediante tretas y no por principios rectos. ¿No son éstos iguales al amo de los monos? La gente no se ha dado cuenta de su embrutecimiento. Apenas se les ilumine el conocimiento, las tretas dejarán de funcionar."

Un Sistema Conceptual para la Liberación


Esta historieta, originalmente titulada "Rule by Tricks" ("Gobernar por Tretas"), es del Yu-Li-Zi, de Liu Ji (1311-1375). La traducción original se publicó en Nonviolent Sanctions: News from the Albert Einstein Institution (Sanciones Noviolentas: Noticias de la Institución Albert Einstein), (Cambridge, Mass.) Vol. IV, No. 3 (Invierno 1992-1993) p. 3.


laparaponeraclavata Copyright © 2011 | Template created by O Pregador | Powered by Blogger