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sábado, 12 de noviembre de 2011

Fascismo/Norberto Bobbio/Diccionario de política

II. LAS INTERPRETACIONES:
Hasta la década de los ’60, las interpretaciones italianas del f. se podían reducir a dos posiciones. Por un lado se entrevé en el f. “la manifestación de las fuerzas más restrictivas del país” y el “resultado de todos los males y de todas las deficiencias de la historia nacional”: Es la teoría del f. como “revelación” sostenida por la evaluación de muchos intelectuales e historiadores contemporáneos. Por el otro lado, siguiendo a Benedetto Croce, se considera al f. como un simple paréntesis”, un episodio de “extravío doloroso, pero momentáneo”: Es la teoría del “paréntesis” (Casucci, 1962).

La intervención en el problema del f. de varios investigadores extranjeros de diversa extracción política y científica y la necesidad de aislar el fenómeno o bien de extenderlo por encima de sus límites cronológicos y geográficos sugirieron una reagrupación más organizada de las diferentes interpretaciones. De Felice enumera por lo menos seis modelos interpretativos. Está el f. como “enfermedad moral”, como lo ve, a través del prisma de un desengaño atónito, la inteligencia liberal europea. Está el f. como “producto lógico e inevitable del desarrollo histórico de algunos países”, concepto apreciado por un moralismo polémico de marca radical. Está el f. como “reacción de clase antiproletaria”, que es la interpretación marxista ortodoxa. Está el f. como fenómeno totalitario análogo al stalinismo y opuesto, como este último, a la civilización liberal. Está el f. como ideología de la crisis del mundo contemporáneo, ya sea que se sitúe en la línea contrarrevolucionaria, ya sea que se sitúe en la línea jacobina y secularizada como alternativa al leninismo.

En cuanto a los esquemas de juicio elaborados por las ciencias sociales, éstos se van multiplicando. Desde el punto de vista psicosocial, Fromm encuentra la explicación del fenómeno tanto en la estructura del carácter de los que se sintieron atraídos por él como en los aspectos psicológicos de la ideología, que ofrece un refugio al individuo atomizado y a la inseguridad de las clases medias. Algunos sociólogos, en cambio, dan más importancia a la relación entre la ideología fascista y el sector social en ascenso (los grupos intelectuales revolucionarios de Mannheim, los grupos tecnócratas de Gurvitch, la clase media que protesta de Lipset, las claves disponibles para la movilización de Germani y, se podría añadir, los managers, de James Burhham).
De Felice agrupa en esta categoría las teorías que consideran el f. como una política de la industrialización relacionada íntimamente con una etapa determinada del desarrollo económico (De Felice, 1969).

Tal vez una nueva clasificación debería partir de una premisa discriminante: la negación o afirmación de la supervivencia del f., de su existencia actual y de su reproducibilidad. O sea, por una parte, si alinearían las interpretaciones que consideran el f. como un episodio histórico bien delimitado en el tiempo, precisamente en el período comprendido entre las dos guerras mundiales; por la otra parte, aquellas interpretaciones que consideran el f. como una ideología, como un modelo político vigente.

Una distinción semejante no rescata la dicotomía revelación-paréntesis, ya superada. La teoría de la supervivencia del f. debe considerarse desde el punto de vista ideológico-político. De ninguna manera se puede admitir, siguiendo un juicio “revelativo”, la condena moralista y apriorista de la historia de algunos países como “fascista” o “tendencialmente fascista”.

Dicho esto, hay que agregar que la teoría negativa sobre la supervivencia del f. en el plano histórico impecable, se encuentra en dificultades particulares respecto de la definición del fenómeno en relación con el cual sufre una especie de presbicia, dadas las dimensiones desproporcionadas que adquieren en su análisis las formas históricas del f. italiano.

La segunda interpretación, que supone la supervivencia o posibilidad virtual del f., ha propuesto últimamente definiciones sugestivas. Para Gregor por ejemplo, el f. fue “el primer régimen revolucionario de masa que inspiró la utilización de la totalidad de los recursos humanos y naturales de una comunidad histórica en el desarrollo nacional” y sería todavía “una dictadura para el desarrollo adecuado a comunidades nacionales parcialmente desarrolladas, y en consecuencia carentes de estatus, en un período de intensa competencia internacional para alcanzar una ubicación y un estatus” (Gregor, 1969). Pero si para toda una serie de autores, desde Germani hasta Organski, la vigencia del modelo fascista está circunscrita a un conjunto de países en vías de desarrollo, a la época de la industrialización, a las sociedades en transición, hay quienes definen el f. como “la utopía de la sociedad industrial absoluta” (Plumyéne- Lasierra, 1963).

Estas versiones se contradicen sólo aparentemente y, precisamente, a través de ellas, se delinea una definición válida y omnicomprensiva del f.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Fascismo/Norberto Bobbio/Diccionario de politica



I. DEFINICION Y PREMISA:

El f. es un sistema político que trata de llevar a cabo un encuadramiento unitario de una sociedad en crisis dentro de una dimensión dinámica y trágica promoviendo la movilización de masas por medio de la identificación de las reivindicaciones sociales con las reivindicaciones nacionales.

Esta definición exige una demostración que nos preocuparemos de dar precisamente con la plena conciencia de las dificultades que hay que afrontar. El f. es, en efecto, como un iceberg. Emerge la parte histórica, la parte relativa al fenómeno en la era de sus triunfos y de su derrota final. En cambio, en la política actual, sólo desde hace poco tiempo su profundidad ha sido objeto de los primeros escándalos precisamente porque no existe todavía una noción precisa de lo que es verdaderamente.

Por otra parte, ni siquiera los fascistas sabían qué cosa era el f. “Del mismo modo que el f. se jactó desde el principio de no ser un movimiento teórico, afirmando que la acción está por encima del pensamiento, así también le faltó la capacidad de comprenderse e interpretarse a sí mismo. Su camino siempre estuvo sembrado de intentos de interpretación realizados por amigos y enemigos” (Nolte, 1970).

El hecho de que el predominio de la praxis sobre la doctrina sea precisamente una característica de f. no le proporciona, por lo tanto, al juicio externo un paradigma fijo y preciso y le permite a cada uno, en sustancia, inventar su propio f. ya sea positivo o negativo. De tal manera se acepta pacíficamente la etiqueta del f. para regímenes que no tienen nada que ver con el f. (los ordenamientos franquista y salazariano, varios regímenes militares de derecha) y se le niega a otros (el sistema justicialista de Perón, el mismo nacionalsocialismo) que reproducen emblemáticamente todas sus modalidades.

La historiografía italiana más inteligente se ha dejado llevar de la dilucidación del fenómeno tal como se produjo en nuestro país a la sobrevaloración de las peculiaridades nacionales, tomándolas casi como circunstancias constitutivas. Cuando mucho se acepta la intencionalidad del fenómeno únicamente dentro del período comprendido entre las dos guerras, partiendo de la crisis de la gran guerra, como presupuesto decisivo y característico. Esta limitación reviste, desde el punto de vista histórico, una utilidad indiscutible, ya que les permite disipar los nubarrones polémicos que una simple admisión de actualidad no podría dejar de acumular, y correría el peligro de extender un certificado de defunción ficticio. Además de esto, si negar la respetabilidad del f. en los países europeos en que nació y se desarrolló constituye, después de todo, un razonamiento correcto y aceptable, negar que éste se haya reproducido en otros países en esta posguerra es por lo menos arriesgado.

La damnatio memoriae que afectó nominalísticamente al f. hizo que ningún movimiento político considerara oportuno (excepción hecha de las asociaciones nostálgicas que, por lo demás, están muy lejos de su esencia auténtica) retomar abiertamente sus insignias. Pero esto significa muy poco. Hasta en las dos décadas comprendidas entre las dos guerras, los movimientos fascistas negaron ser tales: el, líder de los “cruces flechadas” húngaras, Ferencz Szalasi, que debía seguir hasta el final la suerte de la Alemania nazi, proclamaba la peculiaridad de su movimiento: “Ni hitleriano, ni f., ni antisemitismo, sino hungarismo”. El líder del Rexismo belga, León Degrelle, que terminaría siendo general de las S.S., rechaza con desdén la comparación con Hitler y Mussolini: “Yo no soy ni el uno ni el otro, y no tengo ninguna intención de imitarlos”. José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, y Plinio Salgado, líder de la Acción Integrista Brasilera, proclamaban la misma pretensión de originalidad. No sólo: “La afinidad entre los f. no excluye la posibilidad de una aversión recíproca” (Hoepke, 1972). Es obvio que los movimientos en que el nacionalismo constituye un elemento determinante nieguen la paternidad de un movimiento externo. Afirmar lo contrario equivaldría en los años prebélicos a confesar la subordinación política a dos grandes potencias en proceso de expansión agresiva, y en los años pos bélicos a confesar una subordinación ideológica a un sistema derrotado militarmente.

De ahí se deduce la siguiente consideración: si es fácil distinguir los regímenes y los movimientos políticos inspirados en las ideologías corrientes (se trata de un cálculo meramente exterior), en el caso de los regímenes y de los movimientos de tipo f. se requiere una verdadera operación de descifración. Sólo después de aclarar las circunstancias que suelen acompañar el nacimiento y las modalidades propias del fenómeno, es decir sólo después de haber establecido la carta de identidad del f. sería posible catalogar los distintos f. pasados y contemporáneos, reconocer los elementos fascistas existentes en sistemas insospechables y absolver o desenmascarar los falsos f.

Desde ahora se puede anticipar que para los fines del redescubrimiento del f. como fenómeno ideológico-político del mundo actual, es más útil el examen de ciertos f. menores que el desentrañamiento del prototipo italiano. El florecimiento de estudios sobre el f. francés, sobre el falangismo, sobre los f. balcánicos y sobre el integrismo brasilero (la Acción Integrista, con más de un millón de afiliados, es el partido fascista más numeroso del período comprendido entre las dos guerras después del P.N.F. y la N.S.D.A.P.) ayudan a comprender un aspecto plausible y actual del f. sin recurrir de manera resuelta al espejo enceguecedor del f. italiano y de la variante alemana. Al mismo tiempo, una serie de ensayos que relaciona el f. con el proceso de industrialización introduce en el examen del fenómeno un elemento tal vez inquietante, pero despiadadamente realista.

jueves, 3 de noviembre de 2011

POLÍTICOS/ Fernando Savater


En una democracia, políticos somos todos. Los que en un momento dado ocupan puestos de gobierno o de administración no son extraterrestres venidos de otra galaxia para fastidiarnos (¡o conducirnos hacia la luz!), sino sencillamente nuestros mandados, es decir: aquellos a los que nosotros, los ciudadanos votantes, les hemos mandado mandar. En el caso de que no desempeñen bien su función, debemos plantearnos si nosotros hemos desempeñado bien la nuestra al elegirles para el cargo. No tiene demasiado sentido que perdamos el tiempo despotricando y pataleando contra ellos, como si fuesen una fuerza de la naturaleza de efectos quizá deplorables, pero contra la que no hay remedio. Porque sí lo hay: podemos revocar su mandato, elegir a otros en su lugar o incluso ofrecernos nosotros si creemos que podemos hacerlo mejor que ellos.

Lo importante es no olvidar nunca que nadie ha nacido para mandar siempre (ni por supuesto nadie nace para obedecer o servir sin excusa ni tregua, aunque haya quien crea que los demás vienen al mundo con una silla de montar en la espalda para que ellos se suban, como dijo Thomas Jefferson). Uno de los mayores peligros de las democracias es que se configure una casta de “especialistas en mandar”, o sea, políticos profesionales (normalmente sin competencia en ninguna otra profesión) que se conviertan en eternos candidatos de los partidos a ocupar los cargos electivos. Por lo común alcanzan esa posición gracias a la pereza o el desinterés del resto de los ciudadanos, que dimiten del ejercicio continuo de su función política y de su vigilancia sobre quienes gobiernan. Hay que luchar contra esa “especialización” dañina y engañosa, abriendo las listas de los partidos o incluso fundando otros nuevos que sirvan como alternativa a los ya existentes. Aunque tal cosa suponga tomarse ciertas molestias… (recordemos, a este respecto, el epitafio de Willy Brandt, el que fue canciller socialista de la Alemania federal: “Se tomó la molestia”).

Desde luego, un político en ejercicio que cumple debidamente su tarea es un auténtico regalo de los dioses. Y conviene resaltar debidamente el mérito de su tarea y agradecer sus servicios. Es como un chófer que nos lleva no a donde él quiere a cada momento, sino a donde entre todos hemos acordado ir: y si conduce bien, si se sabe el camino o incluso encuentra atajos respetables, nos ahorra el fastidio de tener que estar dándole indicaciones durante todo el trayecto y así podemos dedicarnos de vez en cuando a leer una novela o a contemplar el paisaje. Pero conviene no descuidarnos nunca demasiado, por si en un mal momento da una cabezada y se sale de la carretera…

Diccionario del ciudadano sin miedo a saber

domingo, 30 de octubre de 2011

Un buen gobernante/ Paul Johnson


El gran tema de este resumen es el de los gobernantes, las cualidades que distinguen al buen gobernante, tanto, que lo pueden colocar en una lista de héroes. La idea fue encontrada en un libro de Paul Johnson que contiene breves biografías de una variedad de personajes, desde Judith, en la Biblia, y Julio César, hasta Mae West y Lincoln. Algunos de ellos fueron gobernantes y dentro de ellos destaca la reina Isabel I de Inglaterra, cabeza de un gobierno exitoso. No interesa aquí tanto el caso concreto de Isabel I de Inglaterra, como los rasgos que se presupone debe tener un buen gobernante, el que sea.

Isabel I nació en Londres en 1533 y murió en 1603. Fue reina a partir de 1558 hasta su muerte. Su abuelo fue Enrique VII. Era hija de Enrique VIII y Ana Bolena. En esta parte de su libro, dedicada a la conocida como Reina Virgen, el autor anota nueve de las cualidades que hicieron a Isabel I un gobernante admirable y que mezclan habilidades de gobierno con rasgos personales. Sin duda son una misma unidad: los gobernantes, buenos y malos, por lo visto, poseen un todo integrado en su persona, como una especie de estilo de gobierno. Son valores, virtudes, creencias, capacidades, hábitos, costumbres, que en el caso de esta reina inglesa son los siguientes.
Primero, dice el autor, la reina nunca se casó. Interpretar esto literalmente y pedir que los gobernantes todos eviten el matrimonio sería absurdo. Detrás de esto está la independencia que eso produjo. No creía ella que el matrimonio era conveniente y había sido testigo de matrimonios con consecuencias políticas nefastas. Amigablemente hizo pensar a otros que podía casarse en algún momento, pero nunca lo hizo. De seguro, no quería limitaciones, ni presiones. Si uno de los rasgos de los héroes es la independencia personal, la reina lo manifestó en su soltería. Casarse hubiera significado adquirir compromisos como los de María I con España. Sin matrimonio, ella tuvo mayores libertades para gobernar como ella lo quería.
Segundo, supo seleccionar a consejeros capaces. Y no sólo los seleccionó, sino que los mantuvo a su servicio. Fue lo opuesto a otros monarcas que cambiaron de consejeros a menudo. Cometió algún error, pero sus elecciones al respecto fueron muy buenas. Posiblemente esto contenga un elemento subyacente de estabilidad y confianza, que es tan necesario en un gobernante. Si otro de los rasgos de los héroes es el tener independencia mental, la reina la obtuvo por medio de una buena selección de consejeros estables y razonables. Y esto apunta en quizá cualidades adicionales, como la de saber escuchar sin desear que se diga lo que el gobernante desea.
Tercero, Isabel I valoró muchos el manejo de los recursos. Después de solucionar los enredos y problemas que heredó por causa de la guerra contra Francia, fue prudente en el uso de los recursos, una cualidad que venía de su abuelo, Enrique VII, quien leía todos los reportes de las finanzas públicas. La reina hizo eso durante 44 años de reinado, revisiones meticulosas de las finanzas del reino y nunca tuvo problemas de ese tipo. El autor da el ejemplo opuesto, el de Felipe II, en España, con muchos mayores recursos que venían de América y que siempre padeció problemas financieros. Comienza aquí a mostrarse otro rasgo de su gobierno, la actitud conservadora, aplicada a las finanzas del reino. La abundancia de recursos y un manejo descuidado de ellos no son propios de un buen gobernante.
Cuarto, la reina se abstuvo de entrar en guerra todo lo que pudo. Los gastos militares fueron mantenidos bajos. Tampoco construyó nuevos palacios. Se trata de otra faceta del cuidado con el que se manejan los recursos. También un rasgo conservador que ponía de lado las glorias y los honores de guerras y conquistas. Muestra también una virtud, la de la modestia o humildad.
Quinto, dice Johnson, la reina creía que sus súbditos podían crear riqueza si tenían la oportunidad de hacerlo. Su reinado fue uno en el que la industria y el comercio florecieron. La agricultura se hizo más eficiente. Las ciudades crecieron. Fueron construidos puertos y puentes. Mejoraron las casas. Hizo que en ese tiempo, Inglaterra fue el país más rico de Europa junto con Holanda. Este rasgo, ligado al de la modestia, arroja una luz interesante sobre el opuesto de un gobernante que sustituye las iniciativas de los ciudadanos. En términos administrativos se trata de una delegación de autoridad, como una especie de empowerment del ciudadano.
Sexto, pocas veces innovó. Fue una conservadora, como su abuelo. Lo que funcionaba bien no tenía que ser cambiado. Lo que ya existía trató de hacer mejor, como el Parlamento con el que cuidaba mucho su relación. El lado opuesto sería el de lo grandes proyectos nacionales que requieren destruir lo existente para construir órdenes nuevos.
Séptimo, era moderada en todo, desde la comida, el vestido, la bebida, las diversiones. Su vestimenta era simple, excepto en ocasiones especiales. No fue fanática, ni siquiera de la religión. Incluso hacía ejercicio. No nombró a obispos en puestos de gobierno.
Noveno, la reina pensaba que en caso de tener que tomar una decisión era mejor abstenerse de hacerlo que tomar la errónea. Hacer nada era una política que manejaba magistralmente. No era apresurada ni precipitada. Dice Johnson que no tenía ideología, sino que era una conservadora empírica. En el lado opuesto puede colocarse al gobernante hiperactivo que desea estar en todo asunto e imponer su voluntad.

Hacia el final del libro, el autor hace dos meditaciones. En la primera, concluye que de acuerdo su experiencia de 60 años de historiador, el éxito de los gobiernos depende no de la inteligencia y el conocimiento de los gobernantes, sino de la simplicidad del gobierno: la capacidad del gobernante para reducir sus objetivos a unos pocos, tres o cuatro tareas que sean posibles, razonables y comunicables. Las últimas líneas de la obra hablan de los rasgos de los héroes de hoy, mujeres y hombres que pueden serlo si tienen ciertos rasgos. Uno de ellos es el de la total independencia mental y que se logra por medio de la capacidad pensar por uno mismo, tratando a las opiniones generalizadas con mucho escepticismo. El segundo rasgo es actuar de manera consistente y resoluta basado en esa independencia mental. Tercero, “ignorar o rechazar todo los que los medios arrojan a uno, siempre que uno este convencido de hacer lo correcto.” Por último, tener valor en todo momento, sin importar las consecuencias que se sufran por esa independencia mental. No hay sustitutos de ese valor, la más noble de las cualidades y sin la que no habría héroes.

Eduardo García Gaspar/Editor de ContraPeso.info

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