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miércoles, 21 de diciembre de 2011

Cuando hay demasiadas leyes/ Diego de Saavedra Fajardo/ Eduardo García Gaspar


¿Quién no reacciona favorablemente ante la emisión de más leyes creyendo que ello es solución de problemas? ¿Pero, qué es mejor, muchas leyes o pocas? La realidad señala que se piensa que es mejor tener muchas. La idea de Saavedra Fajardo, escritor político del Siglo de Oro Español, da una respuesta que es directa y conveniente para los tiempos en los que se ha tomado como algo dado la relación entre la cantidad de leyes y el beneficio probable a los ciudadanos. Quizá la verdad sea la contraria, menos leyes, mayor bienestar. Si Bastiat trata el alcance de la ley Epstein el de su complejidad, ahora Saavedra examina el aspecto cuantitativo

Después de una serie de consideraciones, el autor llega a la idea que se destaca en este resumen. Dice que la multiplicidad de leyes es algo que lastima a las repúblicas. Las leyes, cuando son muchas no causan otra cosa que trastornos y complejidades. Muchas leyes se olvidan y en ese olvido no pueden respetarse, por lo que se desprecian. La sencillez de la ley produce su admiración y respeto; la abundancia de leyes, su desprecio e ignorancia. Cuando hay muchas leyes, se contradicen unas a otras, y hacen nacer diversas interpretaciones u opiniones maliciosas, de donde surgen los litigios y las desavenencias. Las sociedades que se rigen con un exceso de leyes ocupan a la mayoría de los habitantes en los juicios y desperdician tiempo necesario para los campos y los oficios. El trabajo es frenado por la abundancia de leyes. El exceso de leyes, entonces, es causa de complicaciones innecesarias, del desprecio a lo legal, de pleitos y de pérdida de tiempo. Más aún, el exceso de leyes hace que muchos malos sean señores de los buenos y que unos pocos buenos sean sustento de los muchos malos. Son allí los tribunales bosques de facinerosos y quienes hablan de cuidar los intereses del pueblo son en realidad la cadena que los sujeta con crueldad. Las muchas leyes son pues más frenos que alientos.
Sigue el autor mencionando las malas consecuencias de la abundancia de leyes. El que promulga muchas leyes disemina por todas partes obstáculos en los que todos caen. Por esto, asevera Saavedra, es que Aristóteles ha dicho que unas pocas leyes son suficientes para los casos graves, pues del resto puede encargarse el juicio natural. Ninguna calamidad interior de las repúblicas es tan principal como la de la abundancia de leyes. No hay razón por la que deben añadirse a la ligera nuevas leyes a las ya existentes, pues no hay exceso que no haya ya acontecido, ni inconveniente que no se haya padecido ya. Lo sucedido en el pasado puede, por tanto ser usado en el presente sin necesidad de cambios.

Introduce ahora el autor un elemento adicional, el de las modificaciones a las leyes. Mejor es gobernada, dice, la sociedad que tiene leyes fijas aunque sean ellas imperfectas; mejor aún es esa sociedad que la de otra en la que las leyes son alteradas con frecuencia. Los antiguos labraban en bronce las leyes para exhibir su permanencia y Dios las esculpió en piedra. Bastantes son ya las leyes que existen en las sociedades y lo que es de conveniencia es que su variedad no las haga más equívocas, inciertas e inseguras, creando oscuridad, embrollos y pleitos.
No puede ser buena una sociedad en la que muchos, como forma de vida, alzan y levantan litigios, demandas y juicios. Al igual que muchos médicos no sanan a un enfermo, tampoco muchos letrados, procuradores y escribanos traen con ellos más justicia. No es de provecho a las repúblicas que se coloque demasiada diligencia en el examen de los derechos con cargo a la serenidad de las personas y sus bolsillos.

La abundancia de leyes y disposiciones legales, realizada sin duda con la intención de hacer más justa y mejor a la sociedad, puede estar produciendo un efecto contrario al deseado. Muchas leyes muy cambiantes hacen que en algún momento todo ciudadano esté fuera de la ley. Y eso produce desprecio a la ley misma, por no mencionar confusiones, pérdidas de tiempo y mal uso de recursos.


Eduardo García Gaspar / Editor de ContraPeso.Info

Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648) Empresas o Idea de un príncipe político cristiano representada en cien empresas, coedición del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Editorial Océano de México MCMCCIX, Empresa XXI pp. 287-292. El original fue publicado en 1640.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Niccolo Maquiavelo, el creador de la manipulación política



Todo el mundo ve lo que parecéis ser, pero pocos descubren lo que sois; y esos pocos no se atreverán a oponerse a la voz de la mayoría.
El príncipe, Maquiavelo

NICCOLO MAQUIAVELO  (Florencia, 3 de mayo de 1469 - ib., 21 de junio de 1527)


Maquiavelo se crió en Florencia cuando la ciudad italiana era una potencia importante bajo el poder de la familia Medici. Su carrera diplomática lo llevó a viajar por toda Europa y le permitió ser un testigo privilegiado de las maquinaciones de los poderosos. Eran tiempos turbulentos y el joven Maquiavelo, después de haber apoyado al bando equivocado en las luchas por el poder, acabó en la cámara de torturas por haber conspirado contra los Medici. Ese hecho le cerró las puertas de la vida política.

Maquiavelo dedicó entonces el tiempo a la escritura, y en 1513 publicó El príncipe, básicamente un manual para los aspirantes a gobernantes y una poderosa influencia para los políticos desde entonces. Maquiavelo fue probablemente el padre de la llamada realpolitik y de los «animales políticos». Aunque existe una crueldad inherente a la obra de Maquiavelo, es probable que muchos teóricos de la conspiración se sorprendan de que en los Discursos aconsejase a sus pupilos que no se comprometiesen en las conspiraciones, alegando para ello que cuanta más gente estuviese implicada en ellas, mayores eran las probabilidades de que la conjura fracasara. Sin embargo, como sucede con todo gran escritor, los discípulos leerán aquello que deseen, y no hay duda de que, a lo largo de los siglos, los seguidores de Maquiavelo han aplicado sus principios al pie de la letra en la planificación de sus conspiraciones.

Existe otro lugar muy extraño por el que Maquiavelo entra en la historia de las conspiraciones. En 1864, un satírico francés escribió Dialogues in Hell Between Machiavelli and Montesquieu como un ataque contra Napoleón III. A través de un complicado proceso, esa obra se convirtió en la base de los controvertidos Protocolos de los sabios de Sion, el libro publicado en la década de 1920 y en el que se ha basado desde entonces gran parte del antisemitismo.

martes, 6 de diciembre de 2011

Nuestra Democracia


La democracia en América Latina ha vivido el periodo más prolongado de regímenes democráticos y designación de autoridades mediante elecciones. Pero hay un problema de calidad de nuestras democracias. Se observa frustración ciudadana ante la desigualdad de riqueza y poder, débil participación popular en los asuntos públicos, corrupción pública y privada, inseguridad ciudadana y debilidad estatal, entre otros. Una sociedad que cree poco en quienes la representan es una sociedad que puede terminar desvinculándose de la democracia. Para que ésta sea instrumento de la transformación de nuestras sociedades es indispensable discutir su naturaleza, entrever las causas de nuestras crisis, imaginar escenarios, comprender las carencias estructurales y la manera de resolverlas o por lo menos empezar a enfrentarlas. Este informe es parte de una estrategia emprendida por el PNUD y la OEA con el propósito de fortalecer la gobernabilidad democrática y el desarrollo humano. La obra analiza las democracias de 18 países latinoamericanos y presenta propuestas para mejorar los resultados de los gobiernos en materia política y económica. En la preparación del informe participaron centenares de analistas, presidentes o ex presidentes, líderes políticos o sociales y miles de ciudadanos encuestados.

La Organización de los Estados Americanos es un organismo regional creado en mayo de 1948. Se fundó con el objetivo de promover el diálogo multilateral, la integración y la toma de decisiones de alcance continental. Está compuesta por 34 países del hemisferio occidental, reuniéndolos para promover la democracia, fortalecer los derechos humanos, fomentar el desarrollo económico, la paz, la seguridad, la cooperación y avanzar en el logro de intereses comunes.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo es la red mundial de las Naciones Unidas para el desarrollo que promueve el cambio y conecta a los países con los conocimientos, la experiencia y los recursos necesarios para ayudar a los pueblos a forjar una vida mejor. Está presente en 166 países, trabajando con ellos para ayudarlos a encontrar sus propias soluciones a los retos mundiales y nacionales del desarrollo.
Nuestra Democracia en Click
PROGRAMA DE LAS NACIONES UNIDAS PARA EL DESARROLLO
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
INSTITUTO FEDERAL ELECTORAL
AGENCIA CANADIENSE DE DESARROLLO INTERNACIONAL
MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES Y DE COOPERACIÓN AGENCIA ESPAÑOLA DE COOPERACIÓN INTERNACIONAL PARA EL DESARROLLO

viernes, 2 de diciembre de 2011

Fascismo/Norberto Bobbio/Diccionario de política

 VII. CONCLUSIÓN:

El f. es pues una ideología de crisis. Nace como respuesta a una crisis a la que Talcott Parsons llama el incremento de las anomias, o sea “la falta de integración, bajo diversos aspectos, entre muchos individuos y los modelos institucionales constituidos” (Talcott Parsons, 1956). La crisis puede estar relacionada con un evento determinado (una guerra o una desocupación masiva), pero es necesario tomar en cuenta que el evento revela la crisis, no la provoca. El sistema democrático-liberal italiano ya se había derrumbado en 1915 antes del ingreso a la guerra.

La crisis se manifiesta principalmente a través de la disgregación del ordenamiento existente. Un caso típico de crisis es el del dualismo de la sociedad en vías de industrialización (v.). El contenido de la respuesta fascista a la crisis es la unidad. El concepto de unidad está implícito en la denominación: Fascio. El autoritarismo, la violencia, el racismo, el totalitarismo son derivaciones y algunas veces desviaciones del principio unitario.

La unidad sigue siendo el dato prioritario y esencial. La apelación a la unidad atrae de manera particular a la juventud y a las clases medias que se consideran, dentro de la escala social, en una posición de equidistancia de los extremos y, por lo tanto, de interclasismo. Bajo este aspecto, el f. se adapta a las clases medias de tal manera que se puede definir tendencialmente como la ideología típica de las clases medias y sobre todo como la ideología de las élites juveniles de la clase media. Esto no excluye que el f. adquiera un consenso masivo aún dentro del proletariado y en ciertos sectores del establishment. Su sustrato social típico es la pequeña burguesía de origen proletario que tiene cualidades de combatividad y de agresividad desconocidas para la burguesía tradicional (las investigaciones recientes sobre los cuadros del integrismo brasilero demuestran su ubicación dentro del sector social en ascenso; la proveniencia de los jefes fascistas italianos y nazis, en su mayoría de la izquierda política o de lo que se podría llamar “la izquierda social”, es conocida). En este sentido el f. es una ideología de clases que está emergiendo, radical más bien que revolucionaria. Tiene por objeto el trastocamiento del establishment (Carsen, 1970).

La conexión entre f. e industrialización está ya manifiesta en la conexión entre f. y crisis. En efecto, el recurso a sistemas de tipo fascista o influidos por el f. es casi recurrente en el período de la industrialización. La subordinación de las reivindicaciones sociales a las reivindicaciones nacionales se presenta como el instrumento más eficaz para proponerse a las masas la prórroga de la era del bienestar. También los sistemas populistas revolucionarios toman esta característica del f.

¿Cómo tiende el f. a superar la crisis? Se puede decir que trata de domarla mas no de anularla. El f. es un organizador de la tensión. La tensión es su combustible. Esta le permite mantener la movilización permanente de las masas bajo una disciplina de tipo más bélico que militar. El dinamismo fascista es un germen negativo del sistema, un detonador que tarde o temprano provoca su explosión. La conciencia de la tragedia final está presente en el sistema fascista aún en el momento del triunfo, y de ella se deriva un sentimiento de religiosidad negativa, el pesimismo activista que impresiona a Malraux en el hombre fascista, el romanticismo desesperado que aflora tarde o temprano de manera inevitable en todo f., en sus ritos desde las reuniones de Núremberg hasta la “Noche de los Tambores Silenciosos” de los integristas brasileros. Este pesimismo se pone de manifiesto, dentro de la simbología fascista, en el color “negro”, en la evocación obsesiva de la muerte y en el lugar que ésta ocupa en la iconografía fascista. El decálogo del fascio turinés proclama la fe en el éxito de las “minorías de voluntad y muerte”. La agonía del f. está rodeada de alusiones a la “muerte bella”, a la “belleza de morir”. La desesperación se contrapone a la esperanza como un elemento activo. La desesperación se sublima como activismo absoluto. La Disperata es el nombre de una escuadra de acción florentina. Por esto, también el f. triunfante se presenta al conservador Rauschning como “la revolución del nihilismo”.

El dinamismo distingue claramente al f., como se ha señalado, de los demás sistemas de tipo militar que cuando mucho podrían definirse, con una distorsión sustancial del término, como “f. estáticos”.

El hecho de que se proponga resolver la crisis, aunque se alimente simultáneamente de la crisis, distingue al f. aún más de los sistemas populistas revolucionarios, que son capaces de sobrevivir precisamente por su activismo optimista. Talcott Parsons habla, a propósito del f., de una “reacción a la ideología de la racionalización de la sociedad”, y en ese sentido éste se contrapone al radicalismo de izquierda y se clasifica como “un radicalismo de derecha”. Aunque, a su manera, también el f. es un intento de racionalizar la sociedad, apoyándose en el factor dinámico y aplicándole a la sociedad un esquema de evolucionismo político. Racionalizando en cierto sentido el pesimismo, o haciéndolo trascender en el tema de la fe y de la muerte, propone la utopía del fuego y del peligro.

El f. queda fuera, por lo tanto, de la rígida dicotomía derecha-izquierda. Unas veces minoritarios y otras mayoritario, pequeñoburgués o proletario, siempre plebeyo e interclasista, dispuesto a no apelar a la uniformidad de las condiciones sino a la igualdad y a la unidad de los sentimientos, se le presenta a la sociedad en crisis como una alternativa mesiánica.

BIBLIOGRAFIA. T. Parsons, “Society and dictatorship”, en Essay on sociological theory, Chicago, 1954; C. Casucci, Il fascismo. Antologia si scritti critici, Bolonia, 1962; J. Plumyene-R. La Sierra. Les fascismes français 1923-1963, París, 1963; E. Weber, Varieties of fascism, Nueva York, 1964; A. Aquarone, L’organizzazione dello stato totalitario, Turín, 1965; E. Nolte, Der Faschismus in seiner Epoche, 1965; E. Nolte, Die Krise des liberalsen System un die faschistischen Bewegungwn, 1968; K. P. Hoepke,Die deutsche Rechte und der italianischer Faschismus, 1966; F. L. Carsten, The rise of fascism, 1967; The nature of fascism, Nueva York, 1969; A. J. Gregor, The ideology of fascism, Nueva York, 1969; R. De Felice, Le interpretazioni del fascismo, Bari, 1969; R. de Felice, Il fascismo. La interpretazioni dei contemporanei e degli storici, Bari, 1970; N. Poulantzas, Fascismo y dictadura, México, Siglo XXI, 1971.
[LUDOVICO INCISA]

jueves, 1 de diciembre de 2011

Fascismo/Norberto Bobbio/Diccionario de política

VI. LA IDEOLOGIA DEL FASCISMO:
“Los prejuicios son mallas de hierro o de oropel. No tenemos el prejuicio republicano, ni el monárquico, no tenemos el prejuicio católico, socialista o antisocialista. Somos cuestionadores, activistas, realizadores”, declara Mussolini en una entrevista al Giornale d’Italia después de la fundación del Fascio de combate de Milán. Missiroli llama al f. “herejía de todos los partidos”. En el preámbulo doctrinal del estatuto del PNF de 1938, Mussolini afirma: “El f. rescata de los escombros de las doctrinas liberales, socialistas y democráticas, los elementos que todavía tienen un valor vital. Mantiene los que se podrían llamar hechos adquiridos de la historia, y rechaza todo lo demás, es decir el concepto de una doctrina buena para todas las épocas y para todos los pueblos”.


El posibilismo ideológico está ligado a la subordinación de las ideas a la acción. Diez años después de su asentamiento en el poder, Mussolini le dirá a Ludwig: “Me he convencido de que la primacía le corresponde a la acción, aun cuando esté equivocada. Lo negativo, el eterno inmóvil es condenación. Yo estoy de parte del movimiento. Yo soy un marchista”. En todos los f. existe un florilegio de declaraciones semejantes: “Debéis caminar, debéis dejaros arrastrar por la corriente [...] debéis actuar. Lo demás llega por sí solo”, exhorta León Degrelle, “No nos preguntaréis primero -escribe Drieu la Rochelle- cuál es nuestro programa sino cuál es nuestra mentalidad. El espíritu del PPF es un espíritu de vida, de acción, de velocidad”. “Perón me ha enseñado -proclama Eva Duarte- que para conseguir algo no es necesario, como cree la mayor parte de la gente, hacer grandes planes. Si los planes existen tanto mejor, pero si no existen, no importa: lo que importa es comenzar a actuar. Los planes vendrán después”. Y Oswald Mosley afirma por su parte: “Un gran hombre de acción observó: `el que sabe exactamente a donde se dirige no llega muy lejos’”. Para Hitler, el nacionalsocialismo era un “socialismo potencial que no se realizaría nunca porque estaba en una condición de cambio continuo”. Plinio Salgado, que no obstante trata de darle al integrismo un contenido doctrinal preciso, habla de “una concepción integral de la idea, del hecho y del movimiento”, atribuyéndole a este último “una importancia fundamental”. Weber habla del f. como de un “activismo oportunista inspirado en la insatisfacción producida por el ordenamiento vigente, sin la intención o la capacidad de proclamar una doctrina propia y más bien con la tendencia a destacar la idea del cambio y la conquista del
poder” (Weber, 1964).


Respecto de la primacía de la acción, las mismas teorías que se van incorporando poco a poco a la doctrina fascista, como el corporativismo, el; sindicalismo, el totalitarismo, el dirigismo económico, doctrinas que por otra parte se contradicen entre sí desde sus premisas, aparecen como meros ejercicios abstractos que sólo han influido marginalmente en el desarrollo del movimiento. En ese sentido es explicable que el f. no logre negar o rechazar in toto las demás ideologías, incluso el comunismo: tiende más bien a conciliarlas, a servirse de ellas una después de la otra de acuerdo con las circunstancias. El f. húngaro (las Cruces Flechadas) aceptará los votos comunistas, Mussolini restablecerá las relaciones con la Rusia de los Soviets, los fascistas españoles siguiendo a la izquierda italiana, alabarán simultáneamente la revolución de octubre y la revolución fascista, Hitler no dudará en pensar en una división del mundo con Stalin, las relaciones entre los actuales sistemas nacional-populistas y los partidos comunistas locales son demasiado ambiguas.


El activismo no es incompatible con el nacionalismo sino encuentra en este último el instrumento más adecuado, no entendiéndolo en el sentido de la conservación tradicional sino de la consolidación dinámica y de la expansión permanente de la comunidad nacional. No obstante, respecto del dinamismo, el nacionalismo es un elemento subordinado. Algunos f. aceptan concientemente la hegemonía alemana. El último f. italiano, el de 1945-1946, evocará en el Manifiesto de Verona la idea de la comunidad europea. Los nazis se consideran a sí mismos defensores de Europa. La concepción dinámica de la nación y el “orden europeo” explica la catástrofe diplomática y militar de los regímenes fascistas que, no obstante, en el plano económico y en parte en el plano social, lograron éxitos efectivos.


Una característica peculiar del f. es la percepción de la crisis. Este no cuaja como una ideología de emergencia con un programa de inmovilización y de hibernación de la sociedad enferma (no lo hacen en cambio, los sistemas de tipo militar) sino de huida hacia adelante. La unidad propuesta por el f. no es estática sino dinámica.


El f., por lo tanto, “vive y lucha en una atmósfera de crisis”. “Todos los f. se consideran como el último recurso; todos están amenazados por un mundo hostil, en un estado de sitio en que la autosuficiencia material e ideológica es la única esperanza” (Weber, 1964). En 1929, Gregor Strasser proclama: “Nosotros llevamos adelante una política de catástrofe porque sólo la catástrofe, es decir el derrumbe del sistema liberal nos allanará el camino para la construcción del nuevo edificio que llamamos nacionalsocialismo”. La revista Die Komenden, órgano de un grupúsculo nazi, afirma en el mismo período: “Deseamos el caos porque lo dominaremos”. Antes de la intervención de 1915, Mussolini plantea el dilema: “Guerra o revolución”.

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