La historia es como es, no como esta escrita. Quiérase o no, los historiadores describen los hechos reflejando en ellos sus propios prejuicios y, ¿por qué no decirlo?, su ignorancia. La figura de Hitler ha sido satanizada a la luz de las atrocidades cometidas y la guerra, su guerra, interpretada desde parámetros racionales. Contemplados así, aquellos acontecimientos que cambiaron el mundo resultan absurdos en su génesis y en su desarrollo; no vale aludir a la megalomanía del Führer para justificar lo sucedido y el término “genocida” nos remite exclusivamente a lo que hizo, no al por qué lo hizo. El III Reich y la Segunda Guerra Mundial son la culminación de una cadena de sucesos y circunstancias que arrancan muchos años atrás y que no pueden ser obviados si quiere entenderse lo que pasó.
Al referirme a los prejuicios de quienes escriben la historia, aludo en este caso a su desprecio hacia el –más que trasfondo– auténtico motor de lo acontecido: el ocultismo. Que, en pleno siglo XX, una guerra de esa envergadura, con sus evidentes implicaciones militares, políticas, territoriales y económicas, se deba en el fondo a razones esotéricas, es algo inconcebible para un historiador y para cualquier analista, acostumbrados a juzgar los hechos desde una perspectiva material y pragmática. Sin embargo, los datos que señalan en esa dirección son tan claros y tan accesibles, que su omisión en los libros convencionales, en los presuntamente “serios”, sólo puede atribuirse al prejuicio personal de los autores. Los hechos están ahí, suficientemente documentados; ni siquiera es preciso leer entre líneas, sólo es necesario investigarlos, ponerlos en orden, relacionar unos con otros y asumir con honradez y valentía el resultado. Protagonista indiscutible, Hitler debe ser estudiado desde su infancia, conocer su ambiente, los factores que contribuyeron al desarrollo de su personalidad, su etapa de estudiante, sus contactos iniciales con grupos enraizados ya en lo mitológico, los personajes que influyeron decisivamente en su forma de pensar… De esa manera, siguiendo paso a paso su evolución, podrá entenderse al personaje. Pero eso no es suficiente si no se analizan paralelamente las circunstancias sociales y políticas de Alemania en las que él estaba incrustado, primero como una simple pieza más, y después, como generador de un cambio anhelado por la mayoría. El lector se sorprenderá al conocer que, tanto en la forma como en el fondo, el nacionalsocialismo se construyó con conceptos mitológicos, simbólicos y esotéricos, y que sus objetivos eran la hegemonía de la pura raza aria, superior al resto, y el retorno a las raíces paganas. Consciente de que era el destino quien le había elegido para tan trascendental misión, Hitler se mantuvo hasta el final convencido de que, pese a ser objetivamente inevitable la derrota, el curso de los acontecimientos cambiaría a su favor. Tal seguridad en la victoria no radicaba en cuestiones estratégicas o en el potencial bélico, sino en el carácter “sagrado” de la guerra emprendida. ¿Disparatado? Después de leer el magnífico trabajo realizado por Pablo Jiménez Cores en este libro, tal vez el lector no piense así.
Fernando Jiménez del Oso