Este hecho evidente y simple tiene muchas implicaciones significativas para lograr entender mejor su mentalidad y su carácter. Era un venezolano de muy vieja data, su primer abuelo llegó a la recién fundada Caracas cuando el siglo XVI desarrollaba lentamente sus últimos lustros. Puede decirse, literalmente, que su familia creció con el país y estuvo directamente mezclada a su historia. Gente de casas, solares y tierras de cultivo en los grandes valles cercanos a la capital de la provincia, en los campos de Aragua y en Barlovento, que abre su costa al mar de los contrabandistas. Fueron desde los inicios gente de Cabildo, encomienda y función de gobierno La primera vez que la pobre y olvidada provincia, se atreve a enviar un procurador ante la sacra y real majestad de Felipe II designa a Simón de Bolívar, a quien nuestros historiadores para distinguirlo de su hijo llaman el Viejo. Este Bolívar no era nativo del país, pero tiene mucho saber de premonición que la primera vez que la olvidada Gobernación va a presentar sus reclamos y esperanzas ante el señor de El Escorial este servicio lo haya prestado con toda propiedad y oficio el primer Simón Bolívar que aparece en nuestra historia.
De allí en adelante, la familia crece mezclada estrechamente a la provincia. Son dos siglos que transcurren en medio de todas las alternativas de la historia de la provincia hasta que nace el otro Simón Bolívar.
Pertenecían a la orgullosa casa de los blancos criollos, con viejos papeles de hidalguía de su origen vizcaíno y con fundadas aspiraciones a un título de nobleza. Parte fundamental del quehacer de tantas generaciones consistió en ocuparse del cultivo de la tierra en sus campos, de la vida política en el Cabildo, de las ceremonias de aparato en las grandes fechas, del trato diario con todas las formas de vida y de trabajo de la vasta tierra despoblada, con esclavos con indios, con peninsulares y canarios recién llegados, criados y formados en la rica y contrastada mezcla de las tradiciones españolas y las peculiaridades de la nueva tierra y sus habitantes. Eran leales súbditos del lejano rey, celosos de sus prerrogativas y privilegios, de sus grados de milicia, de su puesto en las ceremonias, pero hechos también al trato con los negros, los indios y los pardos, en las haciendas, en los vastos patios de las casas y en la intimidad del juego, la familiaridad y el trato diario. Hijos legítimos de criollas claustradas en sus hogares, entregadas a rezos y murmuraciones, y también de las ayas negras, iletradas, que les transmitían el tesoro de consejas, ritmos y saberes tradicionales que les eran propios.
Con todo lo que tenían de semejante y común las distintas partes del Imperio Español, estaba lejos de ser lo mismo haberse formado en Caracas que en Lima, en México o aun en Bogotá. Bastaría señalar dos hechos importantes para advertir la diferencia: la escasa presencia del indígena y contacto continuo y fácil con las colonias de ingleses, franceses y holandeses en el Caribe. En la Venezuela colonial no sólo no era visible la presencia de un imponente pasado indígena en monumentos sino que el elemento indígena puro era minoritario y en gran parte se había disuelto en un abierto proceso de mestizaje con el resto de la población. El contacto con las Antillas, que abarcaba todas las formas de cambio clandestino, desde el contrabando de mercancías hasta el de libros y desde la imitación de costumbres extranjeras hasta la diseminación rápida de noticias, ideas y novedades de toda clase provenientes directamente de los grandes centros de renovación cultural y política que eran París y Londres, Amsterdam y los recién formados Estados Unidos.
Todo esto creaba una circunstancia peculiar, que no se dio en igual grado en ninguna otra posesión continental de la corona española. Los viajeros que visitaron la Caracas de fines de siglo XVIII y comienzos del XIX, es decir aquella en que se formó Bolívar, aluden reiteradamente y de modo significativo al estado de ánimo de los habitantes de Caracas, a su gusto por la política, a su conocimiento de las novedades de Europa y a su deseo de estar al día en los grandes acontecimientos mundiales.
Todas esas peculiaridades locales marcaron a Bolívar y moldearon buena parte de su carácter. Al través de su correspondencia y de los testimonios de sus contemporáneos queda clara esta identificación con el medio natal y particularmente con Caracas. Advenía y revelaba, en el largo contacto con los criollos de media América, las diferencias de carácter y actitud que lo diferenciaban.
Había también en Bolívar, como en todo hombre creador, una perspectiva, un ángulo de visión, un juego de referencias y de condicionamientos que le venían de sus años de formación. De la condición de un caraqueño muy arraigado de fines del siglo XVIII, estas peculiaridades aparecen en sus acciones y reacciones, en todo lo que en él no es elaboración intelectual y cultura común.
Para comprenderlo mejor y explicarse muchas de sus respuestas al destino habría que partir de esa situación original y previa que no llega a desaparecer nunca, ni aun en las más inesperadas y remotas circunstancias.
Del
prólogo de Arturo Uslar Pietri a “El Libertador” de Augusto
Mijares ( Edición de Petróleos de Venezuela, 1983)