Del diccionario del ciudadano sin
miedo a saber / Fernando Savater
“Ilustración
significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo
responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para
servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es el culpable de dicha
minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en
la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía de
algún otro. Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento!
Tal es el lema de la ilustración.”
IMMANUEL KANT
PRESENTACIÓN
Una viñeta de El Roto muestra a un tenebroso personaje
que señala al lector e inquiere: “¿Usted todavía piensa o es un ciudadano
normal?”. Este diccionario mínimo
pretende zanjar el dilema humorístico, ayudando a que lo normal sea que los
ciudadanos piensen: por sí mismos, discutiendo entre sí, pero nunca empecinados
en fomentar la discordia. Nadie puede pensar por otro – y el autor de este diccionario menos que nadie - ,
pero todos debemos intentar pensar juntos. Para ello es imprescindible
tratar de precisar los principales términos de nuestras deliberaciones
políticas: a veces no nos oponen los
distintos intereses y proyectos, sino la borrosa ambigüedad de las palabras
cuyo significado todo el mundo cree conocer. Cada una de las voces de este
diccionario pretende ofrecer un punto de partida razonable y razonadamente
claro para el necesario debate plural de la ciudadanía que compartimos.
CONSTITUCIÓN
La
constitución es algo así como el reglamento
general del juego democrático. Leyendo su texto
uno debería saber más o menos a qué atenerse respecto al tipo de convivencia que va a conocer en su país, así
como los derechos y deberes que le corresponden (por supuesto, hará bien en
rebajar un tanto las promesas más radiantes, porque las constituciones son un
poco como los folletos de las agencias de viajes, en los que todos los paisajes
fotografiados aparecen bañados por el sol). Sin duda, la Constitución no es un texto intocable, una vaca sagrada jurídica
que nunca podremos apartar de nuestro camino aunque haya buenas razones para
ello: no es una jaula de la que ya no se puede salir una vez que se ha entrado.
Pero tampoco parece prudente someterla ante cualquier oleaje social a cambios
sucesivos, siguiendo la moda o las presiones del momento: le va bien una cierta imperturbabilidad
anticuada, como la peluca a los jueces británicos. Y eso a pesar de la opinión
de Jefferson, que proponía cambiar la Constitución cada
cinco o seis años para evitar a la nueva generación la carga de los compromisos
del pasado…
A mi
juicio la Constitución más satisfactoria es la que deja ligeramente
insatisfecho a casi todo el mundo. Si la constitución satisface plenamente a
una parte de la población, aunque sea a la mayoría, será porque ha dejado
también radicalmente frustradas a varias minorías. Después de todo, se trata de
establecer la convivencia entre intereses sociales contrapuestos, y es sano que
todos hayan tenido que ceder en sus propósitos y prerrogativas, para que nadie
olvide que no vivimos solos, que la armonía con los demás siempre se consigue
al precio de asumir alguna frustración en nuestros deseos. Ningún ciudadano está exento de acatar la
constitución, pero este respeto debe exigirse mucho más a quienes ocupan
puestos de autoridad y también a los que gozan de mayores privilegios sociales
o más reconocimiento público: si ellos, los más directos beneficiarios de la Magna
carta, no dan ejemplo de respeto a las reglas del juego será difícil que se lo
exijan a quienes padecen los aspectos menos favorables de la sociedad.