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jueves, 26 de marzo de 2015

La gran victoria de Hugo Chávez / Aníbal Romero*

¿Perdió la brújula política la oposición venezolana, o acaso su brújula apunta firmemente en la dirección de apaciguar al régimen chavista y convivir junto al mismo, en lugar de confrontarlo? Formulo la pregunta a raíz de las reacciones opositoras ante la reciente decisión de Washington, dirigida de un lado a precisar de una vez por todas que el régimen venezolano constituye una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos, y de otro lado a sancionar de manera específica a un grupo de funcionarios civiles y militares por acciones vinculadas a la violación de derechos humanos, entre otros asuntos.
 
Antes de abordar mi interrogante debo dejar claro que separo de mis consideraciones a María Corina Machado, Leopoldo López, Antonio Ledezma y otros pocos, cuya inequívoca postura de enfrentamiento al régimen les ubica en un plano propio.
 
Dos puntos son obvios: en primer término que la decisión de Washington se refiere al régimen que ahora domina a Venezuela, y no a la nación como un todo ni al pueblo venezolano en su conjunto. La redacción ambigua de un documento puede ser utilizada para manipularle con propósitos de propaganda, pero ello no hace desaparecer su sustancia. En segundo lugar, el hecho de que el régimen chavista procure sacar provecho de lo ocurrido no es sorprendente; tales distorsiones son un conocido y esencial componente del arsenal ideológico castrista, heredado de las técnicas de agitación y propaganda que los bolcheviques inventaron y sus discípulos han perfeccionado durante décadas. En todo esto nada hay de nuevo. Lo que sí llama la atención es la reacción de buena parte de la oposición, que se ha visto una vez más colocada a la defensiva por la cruda y patente maniobra del régimen orientada a confundir, desviar la atención y tender otra cortina de humo que esconda la crisis a la que el chavismo ha conducido a Venezuela.

Veamos: a lo largo de diecisiete años el régimen chavista se ha convertido en un factor fundamental de subversión política en América Latina y más allá. Se ha aliado con los Estados forajidos del planeta y con algunos de los más enconados enemigos de Washington, entre ellos Irán, el Irak de Saddam Hussein, Siria, Corea del Norte y Cuba. Ha respaldado igualmente a los grupos palestinos más radicales y expresado sus simpatías (quizás más que eso) hacia grupos extremistas como Hamas, Hezbola, ISIS, y las guerrillas colombianas.
 
De paso, el régimen chavista se ha asociado con los principales rivales geopolíticos de Washington en el mundo, es decir China y Rusia, y ha adelantado una política sistemática e incesante de lucha contra Estados Unidos en todos los frentes diplomáticos, tanto bilaterales como multilaterales, creando organizaciones paralelas cuya razón de ser y objetivo primordial es atacar y erosionar en lo posible los intereses e iniciativas de Washington en los diversos niveles de acción internacional y tratándose de lo que sea, desde el tema de las armas químicas que emplea Assad en Siria hasta los ensayos nucleares de Kim Jong-un en la península coreana.
 
Además de lo expuesto, cabe añadir las fundamentadas acusaciones acerca de las oscuras prácticas del régimen en el terreno de las finanzas internacionales, así como el sensible tema del narcotráfico, que de un modo u otro sitúa a la actual Venezuela en el ojo del huracán, en vista de la notoria masa de drogas ilícitas que según reportes confiables se desplaza por nuestro país, usándole como vía de tránsito.
 
Para nadie es un secreto que el régimen chavista considera a Estados Unidos su peor enemigo, que su política exterior está nítidamente orientada a mantener y agudizar la pugna permanente contra el “Imperio”, que su retórica y actividades se dirigen hacia –y son justificadas por– un implacable rechazo a Washington, la “democracia burguesa”, el capitalismo y todos los esquemas de alianzas estratégicas que Estados Unidos encabeza en el ámbito regional y global.

Entonces, ¿a qué viene tanta alharaca por el hecho de que, tras diecisiete años de soportar los insultos, ofensas, agresiones, embestidas y agravios del régimen, y de aguantar la iracundia y tropelías de nuestros atolondrados revolucionarios, Washington haya decidido poner los puntos sobre las íes y ajustar su postura política y diplomática a la realidad, tal como es? ¿Por qué tanto alboroto a raíz de que Estados Unidos haya finalmente optado por responder ante el palpable proceso de destrucción de la libertad y la democracia en Venezuela y la violación de nuestros derechos, dejando en claro que lo que está pasando en nuestro país constituye sin duda una amenaza a los principios e intereses que el coloso del norte defiende?

Cabe reflexionar sobre dos temas que se enlazan acá: por una parte, no sabemos qué ingredientes adicionales, aparte del catálogo de fechorías ya señaladas anteriormente, qué locuras suplementarias, qué otros desmanes ha cometido el régimen chavista dentro y fuera de nuestras fronteras, impulsado por sus sueños de enfrentamiento épico y planetario contra el “Imperio”. No sabemos, en otras palabras, si Washington conoce verdades que nosotros ignoramos, relativas a las actividades del régimen chavista en diversos ámbitos internacionales en alianza con gobiernos, grupos, organizaciones e individuos a quienes Occidente ha colocado en las listas de indeseables o de enemigos declarados por sus vínculos con el terrorismo, la proliferación nuclear, los fraudes financieros, el narcotráfico y el lavado de dinero. No sabemos, en síntesis, qué otros elementos puede haber tras la decisión estadounidense de establecer que el régimen chavista constituye una amenaza a su seguridad nacional. Pero no sería extraño que tales elementos adicionales e incriminatorios existan.

Todo esto, en segundo lugar, debería haber hecho entender a la oposición venezolana el impacto disuasivo de la decisión de Washington, y su significado para una lucha que prosigue y seguramente aún producirá numerosos vaivenes.

Uno se asombra, por tanto, al constatar que numerosos dirigentes y comentaristas de oposición, y figuras que incluyen hasta al cardenal de la Iglesia Católica, no solamente califican de “inoportuna” la decisión soberana del gobierno estadounidense, sino que –lo que es todavía más absurdo– se ponen del lado del régimen que ha llevado a Venezuela al abismo, interpretando lo hecho por Washington como una especie de afrenta a nuestro país, en lugar de asumir la acción estadounidense como lo que sin duda es: una reacción perfectamente explicable ante un gobierno hostil, y un instrumento disuasivo para minimizar y contener el rumbo represivo que claramente ha tomado el régimen chavista, ante el creciente malestar que genera su delirio.

Después de diecisiete años de abandono a la oposición por parte de la comunidad internacional en general e interamericana en particular, y luego de incontables solicitudes de apoyo desde el bando democrático a la lucha por la libertad en Venezuela, finalmente Washington hizo algo, tan solo para recibir a cambio las críticas de una oposición extraviada, que jamás ha entendido o querido entender la naturaleza del régimen chavista.

La claudicación ideológica de la oposición venezolana ha alcanzado su punto culminante estos pasados días, poniendo de manifiesto que Hugo Chávez logró una gran victoria en medio de sus abusos, disparates y desafueros, quizás su más importante y significativa victoria en lo que concierne al incierto porvenir de Venezuela. Chávez convirtió a casi todos los políticos en sus imitadores y “clones” ideológicos, un tanto atenuados quizás, pero en esencia colocados sobre el terreno del populismo de izquierda y del pueril patrioterismo antiyanqui, característicos del ancestral complejo de inferioridad latinoamericano ante Estados Unidos. Chávez movió a todo el país hacia la izquierda, hacia el universo ideológico de lo que Von Mises llamó la “mentalidad anticapitalista”, y con ello logró que la oposición no represente una opción en esencia diferente, sino más bien una versión mitigada de su socialismo atávico y empobrecedor. En síntesis, en Venezuela (casi) todos somos de izquierda (aunque me excluyo en lo personal), socialistas y antiimperialistas, a pesar de que algunos se cubran con ropajes de centro-izquierda u otros eufemismos semejantes, que a la postre desembocan en lo mismo.

Hacia el futuro, si es que el régimen se degrada mediante un proceso de desgaste, a nuestro país le espera una mediocre pugna entre una izquierda radical, ya sembrada a largo plazo por el chavismo, y otra izquierda pragmática pero también comprometida con el populismo “progresista” que nos ha conducido al foso en que nos encontramos, y que es y será siempre incapaz de sacarnos del atraso.

En función de lo expuesto previamente, puedo ahora dar respuesta a la interrogante planteada al comienzo: la oposición venezolana no ha perdido la brújula, pues su brújula política es la del de apaciguamiento y la convivencia con el régimen chavista. No busca reemplazarlo sino acomodarse al mismo y ajustarse a sus parámetros. No aspira a confrontarlo a objeto de abrir a este país en desgracia una ruta de libertad y prosperidad verdadera y perdurable. Lo que busca la oposición es medrar, evadiendo la verdad.




*Aníbal Romero. (Marzo 25, 2015). La gran victoria de Hugo Chávez. Marzo 26, 2015, de El Nacional Sitio web: http://www.el-nacional.com/anibal_romero/gran-victoria-Hugo-Chavez_0_597540377.html

lunes, 22 de diciembre de 2014

Rosa Townsend: La venganza del petróleo

Lo que no han podido lograr ni la diplomacia ni las estrategias económicas o militares lo está consiguiendo el petróleo: un nuevo reordenamiento de la geopolítica mundial y, paralelamente, una de las mayores transferencias de riqueza de la historia.

La drástica caída del precio del crudo –un 40% en los últimos seis meses– reduce los ingresos del grupo de países exportadores, entre ellos Rusia y Venezuela, en 1.5 trillones de dólares anuales; que a su vez se transfieren a las arcas de los países consumidores, como China, Japón, Estados Unidos o la Unión Europea.

En este nuevo mapa de redistribución de riqueza EEUU es, de lejos, el gran beneficiado. Y por partida doble, como consumidor y como productor a bajo costo de casi 10 millones de barriles diarios, gracias a la innovadora técnica de fracking (fractura hidráulica). Cantidad que lo sitúa al mismo nivel que Arabia Saudita. ¡Quién lo hubiera dicho hace tan sólo tres años!

El boom de petróleo made in the USA es el principal responsable de la bajada de precios, lo cual le convierte en el país de referencia mundial desplazando a la poderosa OPEP, que desde hacía medio siglo dictaba los precios ajustando oferta y demanda. La cuota de mercado de la OPEP ha descendido al 33% y se puede erosionar bastante más si continúa la sorpresiva y sorprendente “revolución del fracking”.

Ante esa posibilidad, el cartel petrolero ha reaccionado con una táctica más sorprendente todavía. En vez de recurrir al clásico recorte de producción para estabilizar precios se ha lanzado a una guerra suicida: mantener su ritmo de extracción, saturar el mercado y provocar la caída de precio para ver si así se hunden las empresas americanas del fracking. Es como tomarse un veneno y esperar que sea otro el que se muera.

Aparentemente no han leído los informes de la Agencia Internacional de la Energía sobre el petróleo de EEUU, según los cuales sólo un 4% de las nuevas petroleras del fracking se verán afectadas porque son las que necesitan un precio del barril a $80 para financiar sus operaciones (el barril está ahora alrededor de $61). El resto puede darse el lujo de que baje hasta $42.

Mientras que de los 12 miembros de OPEP, salvo Arabia Saudita –que tiene unas reservas de ahorro de $900,000 millones–, las economías de los demás se verán seriamente impactadas, en particular Venezuela, que depende del petróleo para sobrevivir y ya ha perdido el 35% de sus ingresos y la inflación se ha disparado al 63%.

Aún peor es la situación de Rusia, que financia la mitad de su presupuesto nacional con la venta de petróleo y este año va a perder $100,000 millones. Por eso Putin ya está preparando a la población para tiempos difíciles. “Es catastrófico” advirtió en su última alocución al país. La economía rusa ha entrado en recesión y el rublo ha caído un 38% frente al dólar. ¿Qué va a hacer ahora Putin con sus planes de expansionismo imperialista? ¿Le van a abandonar los oligarcas petroleros, o sea, la cleptocracia que le ha mantenido en el poder?

Retroceder en sus ambiciones y resignarse a perder su capacidad de influencia internacional no parecen estar en el manual político putinesco. Es más previsible que recurra a la confrontación como ha venido haciendo. Además, curiosamente ése es un patrón habitual en muchos países petroleros, según varios expertos que han analizado la correlación entre belicosidad y petróleo. Uno de ellos, el profesor Hendrix Cullen, de la Universidad de Denver, explica que “los países exportadores tienden a ser un 30% más propensos a involucrarse en disputas, sean militares o no”.

Hay otra trágica correlación y es que el petróleo financia en muchos países la maquinaria corrupta y represiva. Ejemplos sobran. Además de los ya mencionados estarían en la lista Irak, Libia, Angola, Nigeria, Monarquías del Golfo, etc.

Y por supuesto Irán, que es el otro gran perdedor de la caída del crudo. El 60% de su presupuesto procede de las exportaciones y para equilibrarlo necesita que el barril suba a $142. Esa y no las sanciones es la principal causa de la dura recesión económica que atraviesa. E incluso un levantamiento de las sanciones sería un arma de doble filo, porque su regreso a los mercados de petróleo impulsaría los precios a la baja.

En contraste con estos golpes económicos a adversarios de EEUU (cuando no enemigos), este país ha logrado un grado de independencia energética que le hace mucho menos vulnerable –política, económica y militarmente– y cambia las reglas del juego geopolítico internacional. Los otros dos grandes beneficiados que podrían hacerle sombra, China y la Unión Europea, atraviesan por dificultades económicas y carecen de autosuficiencia energética.

Las implicaciones son enormes y casi todas positivas para el futuro. La balanza de poder global comienza a inclinarse de nuevo, fuerte y favorablemente, hacia EEUU. Para empezar, la economía recibirá una inyección anual de $230,000 millones, si se mantiene el precio del crudo actual. Los beneficios repercutirán en los bolsillos de todos nosotros. Sólo la bajada de la gasolina equivale a un 2% de aumento de salario. Vayan abriendo el champán.


Opinión |el Nuevo Herald 

martes, 11 de noviembre de 2014

SENTIDO Y PORVENIR DEL ESTADO LIBERAL / AUGUSTO MIJARES/ 1938

A fines del siglo XVIII Libertad y Revolución llegan a ser sinónimos; así como hoy una minoría enloquecida cree que las aspiraciones de justicia social no podrán realizarse sino a través de una transformación radical y punitiva de toda la sociedad.
    Fue en aquellos momentos, y es en los actuales, el triunfo del jacobinismo: jacobinismo en los hechos, sanguinario y repugnante, o sólo en las ideas y en la prédica, igualmente penetrado de una terrible credulidad.
    Jacobinismo, del cual es inútil buscar causas individuales, pues es el extremo inevitable de toda renovación ideológica minoritaria, en su primera fase de combatividad.
    El problema de hoy es el de superar este nuevo choque anárquico de las corrientes renovadoras y de la resistencia tradicional, así como en el siglo XIX logró un orden político en que la libertad llegó a ser sinónimo de tolerancia y de convivencia constructiva después de haber sido sinónimo de jacobinismo y de anarquía.
    A fines del siglo XVIII y principios del XIX pareció que sólo los republicanos podían exhibirse como insospechables a los ojos de los amigos del pueblo. Defender, a la vez, la Monarquía y los derechos del ciudadano, era posición casi inconcebible; a lo menos, muy sospechosa.               
    Se reclamaban también definiciones políticas irrevocables y ruidosas. Ni el propio Mirabeau, a pesar de su «divinidad», hubiera podido hacer aceptar esta verdad, tan sencilla sin embargo, con que trataba en cierta ocasión de reducir a Robespierre: «Joven, la exaltación de los principios no es lo sublime de los principios».
    Para las «izquierdas» liberales no se podía obtener la renovación social sin romper totalmente con el pasado, armar las masas, entregarle todo el poder al  pueblo y rehacer el Estado bajo el imperio de leyes radicales, que limitaran sin contemplaciones el poder público y aseguraran la renovación popular de  todos los depositarios.
    Para las «derechas» monárquicas ese programa conduciría fatalmente a la demagogia, y no veían otro remedio que la conservación intransigente del  absolutismo y la represión por la fuerza de toda innovación.
    Una experiencia, llena de dolor y de sangre, se encargó de reducir ambos extremos. Dolor y sangre en las revoluciones temerarias, que casi siempre terminaron por una regresión al pasado y la pérdida de todos los sacrificios. Dolor y sangre también, aunque disimulados, en los regímenes absolutistas,  puesto que no era posible ya arrebatarle a los pueblos el ideal de mejoramiento y de propia dignificación con que se habían familiarizado.
    Y en ambos casos una misma inseguridad, igual forcejeo lleno de odios; anarquía manifiesta en las revoluciones, y anarquía latente, aunque no menos angustiosa, bajo el despotismo.

    Por esa vía el espíritu europeo alcanzó en el siglo XIX una de sus más hermosas conquistas espirituales: la tolerancia política.
    No exagero. También la tolerancia religiosa comenzó por ser un simple hecho, impuesto por crueles disyuntivas; y ha llegado a ser un principio moral superior. Apareció como una simple tregua exterior; y se convirtió  despues  en signo de depuración íntima, unido a las nociones más arraigadas de la dignidad individual y pública; un fanático del siglo xv la hubiera considerado como una claudicación; hoy sentimos que en ella hay más contenido religioso que en la ciega intransigencia con que la pasión humana creía defender la idea de Dios.
    Y la tolerancia política es en resumen sentido político, puesto que la  política en su acepción aristotélica de pacífica convivencia legal, tiene que ser eso: limitación recíproca.
    Según la expresión de nuestro Libertador saber considerar no solo lo que  es justo y lo que es útil, sino también lo que es oportuno.
    Pero la tolerancia política fue, además, un nuevo triunfo de las características fundamentales de la civilización occidental: concepto de que la vida es,  a la vez, progreso y orden; disciplina para la acción gradual, adecuada y efectiva; capacidad práctica, que supo encontrar frente a las nuevas realidades políticas, un mecanismo eficiente de adaptación progresiva.
    Esas son las conquistas y las condiciones esenciales de la cultura occidental que de nuevo están hoy en peligro.
    Su enemigo íntimo es el concepto antioccidental de las realizaciones mesiánicas; la esperanza mística de que un sistema político, un hombre, o determinada clase social, pueden redimir al mundo de la noche a la mañana y realizar el ideal de una nueva Humanidad.
    «Los judíos, dice San Pablo, piden para creer milagros, y los griegos razonamientos. El pueblo judío ha producido la religión y el pueblo griego la ciencia. Ha sido preciso dos razas diferentes para desenvolver principios de creencia tan opuestos.»
    Es una observación de Taine; y al aplicarla a las consideraciones que venimos haciendo, diríamos que la política durante el siglo XIX quiso ser ciencia, a la manera occidental; y después de la crisis espiritual de la gran guerra, ha adquirido el contenido de esperanzas y de transportes místicos de una nueva religión.
    Por eso —y en contradicción rotunda con las minuciosas previsiones del materialismo histórico— no fue el pueblo más industrializado, sino la Rusia, semiasiática, caótica y atormentada, la que inició esa desbandada trágica del misticismo político fuera del ágora crítico heredado de los griegos.
    Y los primeros en seguirla fueron los pueblos donde predominaban iguales características espirituales de vehemencia milagrera —España, en la misma línea; Italia, aparentemente en la opuesta— y la nación donde el sentido realista de la política estaba profundamente oscurecido por el viejo ideal casi religioso —sacrílego— de una misión universal y sobrehumana, Alemania.
    Por eso, también, la verdadera oposición al comunismo no está en las otras doctrinas totalitarias, sino en el régimen liberal, que representa el triunfo de la mesura, del espíritu crítico y del sentido práctico, característicos de la cultura occidental.
    Señalar tales o cuales defectos o deficiencias a los regímenes liberales y querer por ello condenar irrevocablemente el ideal del estado liberal, es la crítica más estúpida que puede hacerse.
    Porque, precisamente, la esencia del liberalismo consiste en no proponer dogmas políticos definitivos; en buscar lo mejor dentro de lo posible y lo oportuno; no es un régimen que ofrece milagros; nunca ha querido aparecer como perfecto, sino simplemente como perfectible.
    La comparación más adecuada que puede encontrársele entre las conquistas de nuestra civilización, es la del método experimental aplicado a las ciencias.
    Lo mismo que éste, representa la reacción del realismo analítico contra los abusos del dogmatismo racionalista y de la autoridad; y su posición inatacable es la de la prudencia reflexiva, que se dirige a un progreso gradual pero seguro.
    No siempre logrará el método experimental descubrir la verdad; pero sí puede, con relativa seguridad, excluir el error. No es un instrumento infalible para la conquista del conocimiento; pero representa el único camino que puede seguir el espíritu humano para libertarse de sus propias exageraciones y de ilusiones funestas.
    Errores, exageraciones de la soberbia e ilusiones de la imaginación, que en el campo de la política y dentro de los regímenes totalitarios —de izquierda o de derecha— son los que han convertido al mundo en un campo caótico de zozobras, de inconsecuencias y de crímenes.
    Es imposible prever hasta dónde pueden llegar un hombre o una doctrina, cuando se creen depositarios de la verdad política y autorizada para emplear toda la fuerza del Estado en realizar su pretendida misión.
    Aparte de que se despierta igual violencia entre los contrarios, y entonces hasta el propio lenguaje humano pierde todo sentido.
    Se abandona el régimen liberal de equilibrio —orden social de acción y reacción— y se acepta la quimérica estabilidad política de la fuerza y del personalismo. El dogmatismo sectario exige no solamente el servilismo, sino también la glorificación del servilismo. Las promesas más insensatas son valederas: la tiranía de una sola clase social, la tiranía de un solo Estado; sobre toda la humanidad, sobre todos los intereses humanos.
    Tiene que ser conscientemente desleal la crítica que ha querido hacerse del liberalismo político a base de un equívoco insostenible con el liberalismo económico, y tomando como esencia de éste su expresión literal más escueta: el laissez faire, laissez passer.
    De allí se pretende deducir que el Estado liberal, siglo xix, es anacrónico, porque resultaría impotente frente a la complejidad moderna de los problemas económicos.
    Para refutar en teoría ese equívoco, bastaría observar que el concepto de la propiedad como función social puede poner, por sí solo, en manos del Estado liberal una prerrogativa de intervención económica, tan eficaz como se quiera, sin que por eso sea preciso llegar a una reconstrucción totalitaria del Estado.
    En la práctica, los ensayos de Roosevelt en EE.UU. representan el abandono del liberalismo económico, conservando, sin embargo, completa fidelidad al liberalismo político.
    Y tenemos el caso de naciones vigorosas y prósperas —Suecia, Holanda, para no citar sino las europeas-— donde el liberalismo político no ha debilitado, en absoluto, la capacidad del Estado frente a las nuevas exigencias de la economía mundial.
    Claro que esto nos parece muy lejano y muy vago. Sí; porque leemos con avidez, todos los días, sobre los problemas económicos de Rusia, y discutimos encarnizadamente si somos o no somos «partidarios» de Franco o de Mussolini; pero nos interesa muy poco el estudio de los países donde comunistas y fascistas no se baten en escena. A pesar, sin embargo, de que es en esos países donde se decide el verdadero porvenir del mundo, porque las conquistas que ellos logren serán las únicas que podrán ofrecerse a los demás países hermanos como terreno firme de reconciliación y como posibilidades efectivas de justicia social.
    En cuanto al Estado liberal considerado como mero espectador de las luchas sociales y políticas, sin acción alguna sobre ellas —testigo pusilánime y ridículo— es otro equívoco a base de una definición literal que nunca se ha realizado. El objetivo es estrechar al liberalismo en esa posición pasiva para destruirlo a mansalva.
    Pero bastaría recordar que la creación liberal más típica y más fecunda del siglo xix —la que presidió Cavour en Italia— se hizo a la vez contra el despotismo tradicional de los pequeños Estados italianos y contra el republicanismo romántico de Garibaldi. Las derechas se apoyaban en la fuerza de un pasado multisecular y las izquierdas en un prestigio efectivo de heroísmo y desprendimiento. Sin embargo derechas e izquierdas fueron vigorosamente reducidas y se logró armonizarlas.
    Rescatemos del pasado esta realidad: libertad dirigida: ni las fórmulas simplistas de la credulidad judía, ni los poderes sobrehumanos y sacrílegos del mito germánico; la vida política —la vida toda— aceptada sin mutilaciones bochornosas y organizada por la imposición cotidiana de la acción inteligente; perfectibilidad aprovechada día a día.
    Esas realizaciones sí representan el espíritu europeo en su momento más feliz de lucidez; ese espíritu subsiste y lentamente reanudará su continuidad, inseparable ya del destino de la propia civilización occidental.
    No es cierto que todo el mundo se haya incorporado a la lucha insensata que las minorías totalitarias —valga el contrasentido— sostienen hoy en el viejo continente.
    Una gran parte de Europa y la América sajona prosiguen esforzadamente sus ensayos de renovación social y política, sin sacrificar las libertades adquiridas.
    La propia Francia, a pesar de todas las apariencias adversas, saldrá victoriosa de la lucha. Uno de sus más altos espíritus ha escrito «El Regreso de Rusia». Ese título será simbólico y augural: regresa de Rusia el espíritu occidental, y regresa con nostalgia —que es casi un arrepentimiento— de volver «a apreciar la inapreciable libertad de pensamiento de que todavía se disfruta en Francia... y de que a veces se abusa», según las propias palabras del autor.
Regreso del espíritu occidental hacia sí mismo: a la verdadera libertad, que es, sobre todo, objetivismo crítico, mesura valerosa y equilibrio.
    Por su parte, la América latina guarda un recuerdo muy reciente y muy trágico de lo que es el despotismo; y luchó mucho durante el siglo pasado por el gobierno deliberativo; no es fácil que lo sacrifique ahora, voluntariamente, en pos de nuevas promesas providencialistas.
Muchos de estos países saben, además, que a la vuelta de cualquier veleidad anárquica, pueden regresar a uno de esos devastadores personalismos, cuya experiencia es todavía, sobre sus carnes, llaga viva.

Este ensayo  apareció en la primera edición de La interpretación pesimista de la sociología hispanoame­ricana. Caracas: Coop. De Artes Gráficas, 1938, pp. 77-83

sábado, 27 de septiembre de 2014

Recogiendo los frutos del “populismo petrolero”

Somos perezosos, temperamentales, impulsivos, irresponsables, botarates, desorganizados, incultos e irrespetuosos de las leyes. En contrapartida nos atribuimos el ser generosos, hospitalarios, alegres, inteligentes y no explotadores (Montero; 1984, p.106)
60% de una muestra representativa nacional está de acuerdo con la afirmación “El venezolano es flojo por naturaleza” (Gaither; 1982, p.39)

¿Por qué no cambiamos?
Somos huérfanos de un proyecto de país. Siempre hemos sido gobernados a corto plazo y lo hemos aceptado. En el futuro siempre creamos la ilusión de desarrollo con planes y proyectos irrealizables, y el estado paternalista, bueno y dueño de todo, reparte los recursos a un pueblo débil y pedigüeño que siempre quiere más
 
Necesitamos inventar un proyecto que llegue más allá del próximo martes en la tarde…. (Alberto Rial en La Variable Independiente; 1997, p. 314-315)
 
No somos un país rico, a pesar de nuestros recursos, porque la gente no se está desarrollando ni prosperando.
 
¿Qué nos inmoviliza e impide cambiar?
Las quejas y las protestas de los sectores, grupos y personajes que se oponen al cambio: los empresarios enchufados que no quieren competir y aspiran a seguir trabajando ineficientemente y protegidos; los sindicatos que desean seguir haciéndole el juego al gobierno y a las influencias, en lugar de emprender el viaje hacia la capa­citación y la excelencia; los clientes del gobierno que quieren seguir ganándose la vida agasajando funcionarios y prepa­rando guisos; los caudillos estadales y municipales que pretenden gobernar indefi­nidamente, sin oposición ni disidencias; los manejadores del poder; los corruptos, en todas sus variantes; los incompeten­tes; los personajes que suspiran por un pasado fácil y estable; los que se han beneficiado de un sistema de selección que premia a los panas y se olvida de los que hacen su trabajo; los dirigentes que no tienen más activos personales que sus conexiones o su falta de escrúpulos; los demagogos, los in­dolentes, los controladores, los mandamás y muchos más que como observaras están listos para defender, con todas las armas a su alcan­ce, el esquema bajo el cual han hecho su vida, sus privilegios o su fortuna, a costa de la sociedad y de los recursos de todos… (Alberto Rial en La Variable Independiente; 1997, p. 323)

 

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