El gran tema de este resumen es el de los gobernantes, las cualidades que distinguen al buen gobernante, tanto, que lo pueden colocar en una lista de héroes. La idea fue encontrada en un libro de Paul Johnson que contiene breves biografías de una variedad de personajes, desde Judith, en la Biblia, y Julio César, hasta Mae West y Lincoln. Algunos de ellos fueron gobernantes y dentro de ellos destaca la reina Isabel I de Inglaterra, cabeza de un gobierno exitoso. No interesa aquí tanto el caso concreto de Isabel I de Inglaterra, como los rasgos que se presupone debe tener un buen gobernante, el que sea.
Isabel I nació en Londres en 1533 y murió en 1603. Fue reina a partir de 1558 hasta su muerte. Su abuelo fue Enrique VII. Era hija de Enrique VIII y Ana Bolena. En esta parte de su libro, dedicada a la conocida como Reina Virgen, el autor anota nueve de las cualidades que hicieron a Isabel I un gobernante admirable y que mezclan habilidades de gobierno con rasgos personales. Sin duda son una misma unidad: los gobernantes, buenos y malos, por lo visto, poseen un todo integrado en su persona, como una especie de estilo de gobierno. Son valores, virtudes, creencias, capacidades, hábitos, costumbres, que en el caso de esta reina inglesa son los siguientes.
Primero, dice el autor, la reina nunca se casó. Interpretar esto literalmente y pedir que los gobernantes todos eviten el matrimonio sería absurdo. Detrás de esto está la independencia que eso produjo. No creía ella que el matrimonio era conveniente y había sido testigo de matrimonios con consecuencias políticas nefastas. Amigablemente hizo pensar a otros que podía casarse en algún momento, pero nunca lo hizo. De seguro, no quería limitaciones, ni presiones. Si uno de los rasgos de los héroes es la independencia personal, la reina lo manifestó en su soltería. Casarse hubiera significado adquirir compromisos como los de María I con España. Sin matrimonio, ella tuvo mayores libertades para gobernar como ella lo quería.
Segundo, supo seleccionar a consejeros capaces. Y no sólo los seleccionó, sino que los mantuvo a su servicio. Fue lo opuesto a otros monarcas que cambiaron de consejeros a menudo. Cometió algún error, pero sus elecciones al respecto fueron muy buenas. Posiblemente esto contenga un elemento subyacente de estabilidad y confianza, que es tan necesario en un gobernante. Si otro de los rasgos de los héroes es el tener independencia mental, la reina la obtuvo por medio de una buena selección de consejeros estables y razonables. Y esto apunta en quizá cualidades adicionales, como la de saber escuchar sin desear que se diga lo que el gobernante desea.
Tercero, Isabel I valoró muchos el manejo de los recursos. Después de solucionar los enredos y problemas que heredó por causa de la guerra contra Francia, fue prudente en el uso de los recursos, una cualidad que venía de su abuelo, Enrique VII, quien leía todos los reportes de las finanzas públicas. La reina hizo eso durante 44 años de reinado, revisiones meticulosas de las finanzas del reino y nunca tuvo problemas de ese tipo. El autor da el ejemplo opuesto, el de Felipe II, en España, con muchos mayores recursos que venían de América y que siempre padeció problemas financieros. Comienza aquí a mostrarse otro rasgo de su gobierno, la actitud conservadora, aplicada a las finanzas del reino. La abundancia de recursos y un manejo descuidado de ellos no son propios de un buen gobernante.
Cuarto, la reina se abstuvo de entrar en guerra todo lo que pudo. Los gastos militares fueron mantenidos bajos. Tampoco construyó nuevos palacios. Se trata de otra faceta del cuidado con el que se manejan los recursos. También un rasgo conservador que ponía de lado las glorias y los honores de guerras y conquistas. Muestra también una virtud, la de la modestia o humildad.
Quinto, dice Johnson, la reina creía que sus súbditos podían crear riqueza si tenían la oportunidad de hacerlo. Su reinado fue uno en el que la industria y el comercio florecieron. La agricultura se hizo más eficiente. Las ciudades crecieron. Fueron construidos puertos y puentes. Mejoraron las casas. Hizo que en ese tiempo, Inglaterra fue el país más rico de Europa junto con Holanda. Este rasgo, ligado al de la modestia, arroja una luz interesante sobre el opuesto de un gobernante que sustituye las iniciativas de los ciudadanos. En términos administrativos se trata de una delegación de autoridad, como una especie de empowerment del ciudadano.
Sexto, pocas veces innovó. Fue una conservadora, como su abuelo. Lo que funcionaba bien no tenía que ser cambiado. Lo que ya existía trató de hacer mejor, como el Parlamento con el que cuidaba mucho su relación. El lado opuesto sería el de lo grandes proyectos nacionales que requieren destruir lo existente para construir órdenes nuevos.
Séptimo, era moderada en todo, desde la comida, el vestido, la bebida, las diversiones. Su vestimenta era simple, excepto en ocasiones especiales. No fue fanática, ni siquiera de la religión. Incluso hacía ejercicio. No nombró a obispos en puestos de gobierno.
Noveno, la reina pensaba que en caso de tener que tomar una decisión era mejor abstenerse de hacerlo que tomar la errónea. Hacer nada era una política que manejaba magistralmente. No era apresurada ni precipitada. Dice Johnson que no tenía ideología, sino que era una conservadora empírica. En el lado opuesto puede colocarse al gobernante hiperactivo que desea estar en todo asunto e imponer su voluntad.
Hacia el final del libro, el autor hace dos meditaciones. En la primera, concluye que de acuerdo su experiencia de 60 años de historiador, el éxito de los gobiernos depende no de la inteligencia y el conocimiento de los gobernantes, sino de la simplicidad del gobierno: la capacidad del gobernante para reducir sus objetivos a unos pocos, tres o cuatro tareas que sean posibles, razonables y comunicables. Las últimas líneas de la obra hablan de los rasgos de los héroes de hoy, mujeres y hombres que pueden serlo si tienen ciertos rasgos. Uno de ellos es el de la total independencia mental y que se logra por medio de la capacidad pensar por uno mismo, tratando a las opiniones generalizadas con mucho escepticismo. El segundo rasgo es actuar de manera consistente y resoluta basado en esa independencia mental. Tercero, “ignorar o rechazar todo los que los medios arrojan a uno, siempre que uno este convencido de hacer lo correcto.” Por último, tener valor en todo momento, sin importar las consecuencias que se sufran por esa independencia mental. No hay sustitutos de ese valor, la más noble de las cualidades y sin la que no habría héroes.
Eduardo García Gaspar/Editor de ContraPeso.info