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miércoles, 5 de octubre de 2011

Respuesta buena a pregunta mala / Karl R. Popper / Eduardo García Gaspar

En un país, se elige como presidente a un hombre inteligente y al final de su mandato ese país se encuentra en una terrible crisis. En otra nación, llega a la presidencia un hombre menos capaz y al término de su presidencia, ese país mantiene o eleva su ritmo de progreso. ¿Por qué? ¿No deben acaso ser elegidos los mejores para gobernar? La idea de Popper da una respuesta y con ella una mejor comprensión de la democracia, a lo que en mucho está dedicada esta parte.

La convicción de Popper es que Platón ha creado una confusión que ha durado por siglos hasta nuestros días. Esa confusión es la de haber planteado la pregunta ¿quién debe gobernar? Es obvio que al hacerse esa pregunta, solamente puede haber una simple respuesta. Desde luego, la única posible respuesta es que deben gobernar los mejores, los más sabios, los que mejor pueden gobernar. O bien, puede contestarse esa pregunta, diciendo que debe gobernar la raza más pura, o el pueblo, o los trabajadores, o cualquier otra respuesta dependiendo de la inclinación política de cada autor. Incluso quienes creen firmemente en la pregunta de quién debe gobernar, reconocen que no siempre los que gobiernan son buenos y sabios. Al reconocer la posibilidad de un gobernante malo, el planteamiento del problema debe ser diferente. El problema debe ser visto desde el punto de vista de la preparación para la eventualidad de un gobierno malo, o al menos no tan bueno. Esto significa un giro total a la pregunta de quién debe gobernar, para plantearla de modo que pueda contestarse otra pregunta muy diferente ¿cómo debe estar organizadas las instituciones gubernamentales de manera que los gobernantes malos o incompetentes puedan causar el menor daño posible? Es decir, plantear el problema político como la definición de quién debe gobernar es un error básico y de fondo. No es ésa la pregunta a contestar, sino la de cómo debe gobernar. No es quién, sino cómo.

Popper llama teoría de la soberanía (sin control) a la hipótesis de quienes creen que al contestar la pregunta de quién debe gobernar se resuelve el principal problema político. Esta hipótesis es la de creer que el poder es ilimitado y carece de limitaciones, que no tiene elementos que lo controlen. Por esta razón es que las propuestas de sistemas totalitarios de gobierno plantean la solución de la teoría política a través de la contestación a quién debe gobernar e ignoran el cómo debe gobernarse. Por ejemplo, al creer que el problema es encontrar al que debe poseer el poder dentro de la sociedad, proponen a los trabajadores, a los arios, a los aristócratas, a los intelectuales, a los que se desee.

Partir de la creencia de que la solución a los problemas de gobierno está en la selección de las mejores personas, es una hipótesis en verdad ilusa. Primero, debe mencionarse de nuevo lo dicho antes: en la realidad es fácil demostrar que han llegado a ser gobernantes personas que están muy lejos de ser consideradas como las mejores y las más sabias. Segundo, hasta los más poderosos tiranos dependen de sus aliados, sus verdugos y sus policías secretas. Dependen de otros, y esa dependencia significa que su poder tiene limitaciones, que hay grupos opositores, que tienen que hacer concesiones, que tienen que negociar. No hay poder absolutamente soberano. No hay poder absoluto en la realidad, incluso el más poderoso de los gobernantes depende de otros.

Popper, al seguir ese razonamiento, afirma que, por tanto, al creer en la soberanía sin límites del poder, se olvida la cuestión fundamental. Se olvida la cuestión de considerar el control institucional de los gobernantes al balancear sus poderes contra otros poderes. Popper afirma sentirse inclinado a pensar que los gobernantes en rara ocasión han sido personas por encima del promedio, ni moral ni intelectualmente, y con frecuencia han estado por debajo del promedio. A lo anterior añade que cree razonable, en la política, prepararse para el peor gobernante, al mismo tiempo que intentar buscar el mejor. Pero lo que es cierto es que es una locura basar todos los esfuerzos políticos en la vana esperanza de lograr la selección de líderes que gobiernen con excelencia. Pero la objeción anterior no es suficiente para probar las ventajas de centrar la atención en el cómo debe gobernarse. Hay que reconocer que al seleccionar a los mejores como gobernantes, ellos pueden decidir gobernar de acuerdo con la voluntad de la mayoría y hacerlo. Es decir, al menos en teoría pura cabe la posibilidad de que en efecto se logre la selección de los mejores hombres para gobernar y que también ellos gobiernen a la perfección. Para solucionar este problema, Popper reconoce dos tipos de gobierno.

Uno es aquél que puede ser cambiado sin medios violentos, por ejemplo, por medio de elecciones que elijan a nuevos gobernantes y los ciudadanos sigan viviendo normalmente. Democracia.
Otro es el tipo de gobierno que no puede ser cambiado excepto por medios violentos, como una revolución. Tiranía.

De allí, propone como principio general democrático central no a la voluntad de la mayoría, como podría pensarse. Propone crear, desarrollar y proteger organismos gubernamentales destinados a evitar gobiernos totalitarios o dictatoriales. Esto es una especie de seguro contra el riesgo de tener gobernantes malos. Es obvio, dice, que esas instituciones gubernamentales y sus decisiones no serán siempre las mejores y que incluso algunas de esas decisiones pueden ser mejor tomadas por un dictador. La convicción democrática parte de la aceptación de que los males de la democracia son mejores que las bondades de la dictadura, porque esos males pueden remediarse sin violencia.

Siguiendo el razonamiento de Popper, se llega a una conclusión clara y que puede ser sorprendente para muchos. La democracia no es el gobierno de la voluntad de la mayoría. La democracia es una forma de gobierno en la que existen poderes balanceados y métodos de control, como la celebración de elecciones y la representación de los ciudadanos en instituciones gubernamentales. La democracia es una forma de gobierno en la que existen poderes balanceados y métodos de control que limitan el poder del gobernante. La democracia, por tanto, puede ser vista como un seguro contra la posibilidad en extremo real de tener gobernantes malos. La democracia define el cómo se gobierna, con limitantes al poder del gobernante. Más aún, esa conclusión implica aceptar que el voto democrático no es expresión de lo bueno, ni de lo correcto. La voluntad de la mayoría puede estar equivocada, la selección del gobernante puede ser la inadecuada, pero siempre habrá la posibilidad de cambiar esa decisión y de elegir otros gobernantes. Todo sin violencia, gracias a que el gobierno está organizado alrededor de la idea de combatir la tiranía, es decir, evitar el poder sin límites ni controles.

Así se encuentra en Popper una idea que explica la paradoja de gobiernos encabezados por personas de excelente preparación y de loables intenciones que terminan por conducir a la sociedad que gobiernan a problemas y situaciones críticas. La sociedad que los llevó al poder dio la contestación correcta a la pregunta equivocada. En lugar de querer solamente llevar al poder a los mejores, debería primero tener un gobierno de poderes balanceados y posteriormente intentar seleccionar a los mejores posibles gobernantes. El error de esa sociedad fue uno de previsión, no pensó en la probabilidad de que sus gobernantes fueran en la realidad menos capaces de lo que se pensaba, ni en que sus intenciones no fueran tan loables como parecían. El error está en no prepararnos para la eventualidad de gobernantes malos, porque sólo estamos preocupados por seleccionar a los gobernantes buenos.

Eduardo García Gaspar / Editor de ContraPeso.Info

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