IV. EL FASCISMO COMO FENOMENO INTERNACIONAL:
Los casos descritos anteriormente permiten enmarcar claramente los distintos f. históricos. La Guardia de Hierro rumana. las Cruces Flechada húngaras, la Acción Integrista Brasilera, los movimientos revolucionarios bolivianos de los años ‘30, en nacionalsindicalismo portugués, la Falange y las JONS españolas son fascismos del primer tipo. Hay que señalar que todos han sido bloqueados por seudofascismos, por regímenes contrarrevolucionarios que utilizaron unas veces el ritualismo fascista, pero que no llevaron a cabo la unidad del sistema a través de una movilización de masa. Esto significa negar cualquier autenticidad “fascista” a los regímenes del rey Carol de Rumania y posteriormente de Antonescu, a la regencia de Horthy, al régimen de Salazar, al sistema polaco prebélico, al movimiento lappista finlandés, al franquismo. Más dudosa es la clasificación del Estado Novo de Vargas, un caso de “oportunismo populista”.
El prototipo del segundo f. es el f. italiano. El peronismo puede incluirse tranquilamente en esta categoría. La repugnancia que encuentran algunos a considerar fascista un movimiento que tuvo y sigue teniendo una amplia base obrera carece de fundamentos. Se puede decir si acaso que por algunas circunstancias históricas propias de Argentina y sobre todo por demérito de las organizaciones sindicales tradicionales, Perón logró polarizar una fidelidad obrera mejor que el sindicalismo fascista italiano. Por lo demás, Perón no introdujo cambios substanciales en el ordenamiento jurídico de la propiedad (hizo falta hasta una reforma agraria), varias veces afirmó la exigencia de la colaboración de las clases y en el ejercicio del poder se apoyó más que en los cuadros sindicales en los cuerpos oficiales, o sea en la pequeña burguesía armada: cuando trató de prescindir del apoyo de esta última fue derrocado. Se puede en cambio excluir la existencia de un f. japonés, por lo menos a nivel del régimen (la sociedad japonesa no se ha desunido nunca, siempre ha permanecido compacta).
El tercer f. tuvo una realización única: el nacionalismo-socialismo. Aunque en períodos de crisis surgieron en distintos países industrializados movimientos análogos como el New Party of Mosley en Gran Bretaña, el P.P.F. de Jacques Doriot, el Partido Nacional Socialista holandés de Mussert, la Nasjonal Samling de Quisling, el Rex de León Degrelle en Bélgica. Se pueden inscribir en la misma categoría el P.F.R. (Partido Fascista Republicano) y la efímera experiencia de la República Social italiana. Se trata de movimientos minoritarios aunque con una fórmula unitaria semimística que en tiempos de crisis puede dar lugar a una alucinación colectiva y arrastrar a minorías consistentes aun intelectuales. Una fórmula de este género es particularmente atractiva, en efecto, para las élites juveniles de la pequeña burguesía insatisfecha de la alienación tecnocrática y para ciertos sectores proletarios impacientes, disgustados por la integración en el establishment de las burocracias obreras. En la clasificación hemos dejado fuera a propósito los sistemas como el stalinismo, el castrismo, el maoísmo, aunque, según algunos, estos regímenes a pesar de rechazar dogmáticamente la ideología fascista se adaptan a la misma algunas veces en los módulos operativos. Es necesario reconocerles a estos sistemas, por otra parte, los cambios introducidos en el contexto jurídico-económico. El juicio sigue en suspenso para varios sistemas políticos que están llevándose a cabo en países del Tercer Mundo. El socialismo islámico reproduce indudablemente el f. y las analogías entre el Baas y ciertos f. balcánicos son sorprendentes. La ideología nacional-populista, que se difundió por América Latina y que tiene encarnaciones concretas en determinados países, no es más que una denominación ulterior del f. dualista que reproduce fielmente el itinerario básico.