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jueves, 12 de abril de 2012

EL FUTURO DE LA POLÍTICA / Aníbal Romero / 1994

Seguramente es en buena medida cierto, como afirma Robert Wesson, que "En ningún otro dominio de la actividad humana, ha habido menos progreso durante los pasados dos mil años que en el arte y ciencia del gobierno. La democracia participativa ateniense y el constitucionalismo autoritario de la República romana, eran mucho más ordenados en la distribución del poder que la gran mayoría de los gobiernos modernos, y probablemente también más eficaces en términos de satisfacer las necesidades de sus poblaciones. Los Estados modernos son, en infeliz grado, poco responsables ante los ciudadanos, abusivos del poder, despilfarradores, explotadores, e ineficientes en la tarea de promover el bienestar colectivo. Sin embargo, el apoyo y la guía gubernamentales lucen crecientemente necesarios en medio de la complejidad de la civilización moderna... El problema es tal vez insoluble, pero debería ser considerado nuestro mayor desafío intelectual. Quizás sea más reconfortante y otorgue una satisfacción más pura escudriñar los orígenes y destino de nuestro universo, pero esas investigaciones no avanzarán mucho más si no aprendemos de qué mejor manera organizar nuestras sociedades". 1
Desde luego, existe -entre otras- una fundamental diferencia entre, por un lado, las ciencias puras y el estudio de los fenómenos naturales, y, de otro lado, la política y el análisis de sus realidades. La ciencia progresa con base en la decisión implacable conque desecha los errores. La vida política, por el contrario, se caracteriza por una casi cíclica recurrencia de los errores, a través de la cual las equivocaciones del pasado retoman una y otra vez a sembrar sufrimiento en los asuntos humanos.2  En el terreno científico existe sin duda la posibilidad de acumular sabiduría, y evitar caer, una vez descubierto, en el mismo tipo de error; en la política, por otra parte, los conflictos de intereses, las luchas de poder, las pasiones y las confrontaciones ideológicas cierran numerosas veces el paso a la razón, y nos conducen, como enceguecidos, a abismos de dominación, persecuciones, y angustias, experimentados por nuestra especie a todo lo largo de su convulsionada historia.
Sin embargo, en medio de todo, es posible seguir avanzando con la ayuda de un cauteloso optimismo. Si bien nuestro siglo XX ha sido testigo de grandes catástrofes generadas por la voluntad de dominio, el fanatismo ideológico, los prejuicios raciales y de otra índole, y la ausencia de compasión hacia nuestros semejantes, es igualmente cierto que esta época está culminando con un renacer prodigioso de ideas y percepciones políticas hondamente humanistas, que reivindican la libertad y dignidad humanas, así como la relevancia de la democracia como fórmula política capaz de reconciliar, al menos de manera aceptable, el orden y la libertad. Lo que llama particularmente la atención de este proceso -que está conduciendo al paulatino desmantelamiento del totalitarismo marxista y al cuestionamiento de las dictaduras en general- es que no se desprende de la ilusión óptica de una nueva utopía, sino de la sencilla y sensata toma de conciencia sobre el fracaso de las fórmulas autoritarias de gobierno, no sólo para proteger valores esenciales del ser humano, sino también para afrontar con alguna perspectiva de éxito los retos materiales de una sociedad moderna crecientemente compleja y exigente.
Podríamos entonces, sin necesidad de exagerar, sostener que estamos presenciando un paso hacia adelante en el camino del progreso de nuestra conciencia política como seres humanos, como especie sujeta a presiones y tendencias divergentes, que no obstante es capaz, en ocasiones, de admitir errores y corregirlos. Cuan intenso puede ser el cambio, cuánto puede durar, y qué eventuales consecuencias desencadenar, son interrogantes abiertas, y sujetas al vaivén de esa perenne oscilación de la lucha por el poder y el esfuerzo de crear un orden racional de convivencia, que está en la médula de nuestro ser político. De hecho, bien podríamos estar atravesando un momento de transición entre un sistema internacional bipolar, que a pesar de todas sus deficiencias fue capaz de evitar una nueva guerra global, y de contener las diferencias entre los más poderosos, para pasar a un marco de multipolarismo, signado por un mayor desorden, y por inéditas pero agudas manifestaciones de conflicto, en un mundo intensamente competitivo y sujeto a una más aguda confrontación por recursos escasos y mejor calidad de vida. Confiemos, sin embargo, en la razón...
II
En todo caso, y en este orden de ideas, es crucial tener presente que al comparar diversos tipos de orden político, y diversas formas de gobierno, no debemos limitamos al empleo de criterios puramente técnico-gerenciales, y recordar que existe un trasfondo ineludible de valores éticos a ser tomados en cuenta, valores que son los que nos hacen humanos. Cabe en tal sentido transcribir las aptas palabras de Karl Deutsch: "Los Estados", nos dice, "no deben ser evaluados meramente en términos de su habilidad para funcionar eficientemente como tales; mucho más relevantes como criterios son el tipo de personalidad y carácter que desarrollan entre sus ciudadanos, y las oportunidades que les brindan para su progreso individual".3 Por esto, optar por la democracia y la sociedad abierta no es tan sólo el resultado de un punto de vista como cualquier otro en torno a cuestiones de exclusiva eficacia práctica, sino por encima de todo de un juicio de naturaleza moral sobre la dignidad del hombre. Se trata de una escogencia de orden ético, que cada uno de nosotros tiene que realizar, y por la que nos hacemos individualmente responsables.
Si bien, como se apuntó previamente, es errado atribuir a la democracia las limitaciones y vicios que puedan mostrar los ciudadanos del régimen democrático, no todos los modos de organizar la existencia política son igualmente aptos para educamos en valores de tolerancia, respeto a la ley, y apego a la libertad. Mili decía que "el más importante factor de excelencia que una forma de gobierno puede poseer, es su capacidad de promover la virtud e inteligencia de la gente". 4
La opción por la democracia no se sustenta entonces únicamente en sus aspectos positivos como mecanismo para generar, a través de la crítica sin el uso de la violencia, un mejor gobierno, sino también en la posibilidad de que en democracia se cree un ambiente capaz de estimular una conducta más civilizada de parte de los ciudadanos. La ausencia de esas virtudes civilizadas en algunos o quizás muchos de sus ciudadanos, no obstante, no condena la democracia -que al fin y al cabo nos proporciona un método para sustituir a los malos gobiernos sin el empleo de la violencia- sino que pone de manifiesto nuestras limitaciones como seres humanos.
Las realidades contemporáneas indican que, a pesar de todos los problemas y dificultades que puedan señalarse, las instituciones de la democracia liberal -el principio de la decisión mayoritaria, la protección de los derechos de las minorías, y el derecho a la crítica y al disentimiento, entre otras- proporcionan a este tipo de sociedad y sistema político una amplia gama de recursos, instrumentos y posibilidades para el aprendizaje social, la corrección de los errores, y la innovación y búsqueda de alternativas de progreso. 5 En palabras de García-Pelayo, "la democracia... ofrece mayor garantía de eficacia en la gestión estatal, ya que una política errónea puede ser inmediatamente sometida a crítica seguida de una presión para su rectificación o, dicho de otro modo, el sistema democrático aumenta el número y la calidad de los reguladores y, con ello, acrece su capacidad para neutralizar las acciones disturbadoras de la funcionalidad del sistema, mientras que... en un régimen autoritario la insistencia en políticas erróneas o lesivas para la totalidad o para una buena parte de la población, puede ser y es de hecho mucho mayor. Por consiguiente, el pluralismo político y organizacional que, como es sabido, es un rasgo de la democracia de nuestro tiempo, constituye simultáneamente una garantía de eficacia en cuanto que multiplica el número de reguladores (pues de hecho, cada ciudadano puede convertirse en "regulador", AR).
La opción por la democracia no se sustenta entonces únicamente en sus aspectos positivos como mecanismo para generar, a través de la crítica sin el uso de la violencia, un mejor gobierno, sino también en la posibilidad de que en democracia se cree un ambiente capaz de estimular una conducta más civilizada de parte de los ciudadanos. La ausencia de esas virtudes civilizadas en algunos o quizás muchos de sus ciudadanos, no obstante, no condena la democracia -que al fin y al cabo nos proporciona un método para sustituir a los malos gobiernos sin el empleo de la violencia- sino que pone de manifiesto nuestras limitaciones como seres humanos.
En resumen, sólo el régimen democrático -a pesar de todas sus desviaciones y limitaciones- está en condiciones de servir a la vez a los valores políticos, económicos y funcionales de una sociedad desarrollada..." 6 A esta acertada conclusión pareciera estar llegando un creciente número de personas y países enteros alrededor del mundo, lo cual debe ser motivo de aliento y esperanza en cuanto al futuro de la política, un dominio en el que, como ha escrito Dunn, "la comprensión de la realidad es por necesidad muy limitada, en el cual el dogmatismo está siempre fuera de lugar, y en el cual los más vitales intereses humanos están constante e inexorablemente en juego". 7
III
Pienso que Pión acierta cuando afirma que "el reconocimiento de (las) ventajas de la democracia nunca ha impedido el regreso periódico a través de la historia de la humanidad de las dictaduras más extremas..." 8 Las fuerzas del irracionalismo jamás fallecen definitivamente, y los riesgos de una regresión masiva hacia la intolerancia, la represión, la tiranía y el miedo están siempre presentes en el devenir histórico.
 La tendencia hacia la utopía, la creencia de que es posible hallar, mediante la política, la solución final de todos los males humanos, es también un rasgo permanente, lleno de peligros, en las luchas del hombre. El fin de la utopía no es más que un pasajero engaño, porque una nueva surgirá, de un modo u otro, de las cenizas de la anterior; otro espejismo, el renovado sueño de que los hombres seamos virtuosos y felices, sabios, buenos y libres imperecederamente. Como dice Berlín, si ese sueño es posible, "¿qué persona en su sano juicio va a negarle su apoyo?... Si ese sueño es posible, no existe entonces precio demasiado alto que impida conquistarlo; cualquier grado de opresión, de crueldad, de persecución, de coerción, deja de ser excesivo si se trata de alcanzar, al final, la salvación de todos los hombres". La convicción utópica, cuando es firme y sincera, se convierte en una especie de licencia sin límites para infligir sufrimiento a los demás, "por supuesto, en la medida en que ello se haga por motivos desinteresados..." 9 La fina ironía de Berlin no puede sin embargo ocultar la terrible verdad de sus palabras.
La política tiene que ver con las razones para obedecer o para sublevarse 10, con el conflicto y con el orden. Ninguno de estos componentes puede ser totalmente aislado o eliminado de la mezcla, pero la ambición de eliminar el conflicto es inagotable. De allí la peligrosa paradoja de que, como señala Sabater, "la democracia nació entre conflictos y sirvió para aumentarlos en lugar de resolverlos. Desde un comienzo, se vio que cuanta más libertad, menos tranquilidad..."; de hecho, las sociedades democráticas, basadas en la libertad "y no en la unanimidad coactiva, son por tanto las más conflictivas que nunca hubo en la historia de la humanidad". 11 Eso es verdad, pero también lo es que en las sociedades democráticas el conflicto y la pugna de intereses se civiliza y somete a reglas de convivencia pacífica.
En resumen, para citar de nuevo a Berlin, uno de los más lúcidos pensadores de lo político en nuestro siglo, posiblemente lo que la reflexión política hoy requiere no es mayor fe, sino, por el contrario, "menos fervor mesiánico, y un escepticismo esclarecido". (13) Los mesianismos salvacionistas llevan a la violencia, a la desilusión, o a ambos resultados. Lo que necesitamos, tal vez, es una ilusión muy sabia, y por ello, de muy limitadas y razonables expectativas.
Preservar nuestras siempre precarias libertades, las conquistas de la civilización y de la moral, es un reto perenne y complejo, un esfuerzo constante y de incierto desuno. En ese exigente camino, la teoría política, el pensamiento sobre lo que es deseable y posible hacer para ordenar los asuntos colectivos y someter a reglas civilizadas los antagonismos que nos separan, seguirá siendo un instrumento crucial en la elucidación de nuestra condición, de nuestras limitaciones y potencialidades. Como bien dice Dunn, los filósofos que han tomado en serio la política, cualesquiera sean sus preferencias morales, han sido capaces sin excepción de evaluar la relevancia que tiene la cooperación racional entre los hombres. (12). No es quizás demasiado, pero a partir de allí, las diversas formas de concebir la política y lo político constituyen sin duda uno de los más altos logros de la reflexión del hombre sobre sí mismo y sus semejantes.


1 R. Wesson: Modern Government Democracy and Authoritarianism, Prentice Hall, New Jersey, 1985, p. ix.
2 K. Minogue: "Societies Collapse, Faiths Linger On", Encounter, March 1990, p. 3.
3 K. Deutsch: The Nerves of Government, p. 191.
4 Citado por lively: Democracy, p. 132.
5 Deutsch: Ob. cit, p. 255.
6 M. García-Pelayo: Las Transformaciones del Estado Contemporáneo, p. 51.
7 John Dunn: "Totalitarian Democracy and the Legacy of Modern Revolutions: Explanation or Indictment?", en Totalitarian Democracy and After, The Magnes Press, The Hebrew University, Jerusalem, 1984, p. 54.
8 M. Pión: "El Horror al Vacío en la Teoría y en la Práctica Políticas", en, L. Castro Leiva (ed.): Usos y Abusos de la Historia en la Teoría y en la Práctica Política, IDEA, Caracas, 1988, p. 230.
9 Isaiah Berlin: The Crooked Timber of Humanity, p. 47.
10 Femando Sabater: Política para Amador, Ariel, Barcelona, 1993.p.41.
11 Ibid., pp. 87,216-217.
12 John Dunn: Rethinking Modern Political Theory, pp. 188-189.
13 I. Berlin: Four Essays on Liberty, p. 39.

Aproximación a la política                           Aníbal Romero

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