BTricks

BThemes

jueves, 12 de abril de 2012

EL FUTURO DE LA POLÍTICA / Aníbal Romero / 1994

Seguramente es en buena medida cierto, como afirma Robert Wesson, que "En ningún otro dominio de la actividad humana, ha habido menos progreso durante los pasados dos mil años que en el arte y ciencia del gobierno. La democracia participativa ateniense y el constitucionalismo autoritario de la República romana, eran mucho más ordenados en la distribución del poder que la gran mayoría de los gobiernos modernos, y probablemente también más eficaces en términos de satisfacer las necesidades de sus poblaciones. Los Estados modernos son, en infeliz grado, poco responsables ante los ciudadanos, abusivos del poder, despilfarradores, explotadores, e ineficientes en la tarea de promover el bienestar colectivo. Sin embargo, el apoyo y la guía gubernamentales lucen crecientemente necesarios en medio de la complejidad de la civilización moderna... El problema es tal vez insoluble, pero debería ser considerado nuestro mayor desafío intelectual. Quizás sea más reconfortante y otorgue una satisfacción más pura escudriñar los orígenes y destino de nuestro universo, pero esas investigaciones no avanzarán mucho más si no aprendemos de qué mejor manera organizar nuestras sociedades". 1
Desde luego, existe -entre otras- una fundamental diferencia entre, por un lado, las ciencias puras y el estudio de los fenómenos naturales, y, de otro lado, la política y el análisis de sus realidades. La ciencia progresa con base en la decisión implacable conque desecha los errores. La vida política, por el contrario, se caracteriza por una casi cíclica recurrencia de los errores, a través de la cual las equivocaciones del pasado retoman una y otra vez a sembrar sufrimiento en los asuntos humanos.2  En el terreno científico existe sin duda la posibilidad de acumular sabiduría, y evitar caer, una vez descubierto, en el mismo tipo de error; en la política, por otra parte, los conflictos de intereses, las luchas de poder, las pasiones y las confrontaciones ideológicas cierran numerosas veces el paso a la razón, y nos conducen, como enceguecidos, a abismos de dominación, persecuciones, y angustias, experimentados por nuestra especie a todo lo largo de su convulsionada historia.
Sin embargo, en medio de todo, es posible seguir avanzando con la ayuda de un cauteloso optimismo. Si bien nuestro siglo XX ha sido testigo de grandes catástrofes generadas por la voluntad de dominio, el fanatismo ideológico, los prejuicios raciales y de otra índole, y la ausencia de compasión hacia nuestros semejantes, es igualmente cierto que esta época está culminando con un renacer prodigioso de ideas y percepciones políticas hondamente humanistas, que reivindican la libertad y dignidad humanas, así como la relevancia de la democracia como fórmula política capaz de reconciliar, al menos de manera aceptable, el orden y la libertad. Lo que llama particularmente la atención de este proceso -que está conduciendo al paulatino desmantelamiento del totalitarismo marxista y al cuestionamiento de las dictaduras en general- es que no se desprende de la ilusión óptica de una nueva utopía, sino de la sencilla y sensata toma de conciencia sobre el fracaso de las fórmulas autoritarias de gobierno, no sólo para proteger valores esenciales del ser humano, sino también para afrontar con alguna perspectiva de éxito los retos materiales de una sociedad moderna crecientemente compleja y exigente.
Podríamos entonces, sin necesidad de exagerar, sostener que estamos presenciando un paso hacia adelante en el camino del progreso de nuestra conciencia política como seres humanos, como especie sujeta a presiones y tendencias divergentes, que no obstante es capaz, en ocasiones, de admitir errores y corregirlos. Cuan intenso puede ser el cambio, cuánto puede durar, y qué eventuales consecuencias desencadenar, son interrogantes abiertas, y sujetas al vaivén de esa perenne oscilación de la lucha por el poder y el esfuerzo de crear un orden racional de convivencia, que está en la médula de nuestro ser político. De hecho, bien podríamos estar atravesando un momento de transición entre un sistema internacional bipolar, que a pesar de todas sus deficiencias fue capaz de evitar una nueva guerra global, y de contener las diferencias entre los más poderosos, para pasar a un marco de multipolarismo, signado por un mayor desorden, y por inéditas pero agudas manifestaciones de conflicto, en un mundo intensamente competitivo y sujeto a una más aguda confrontación por recursos escasos y mejor calidad de vida. Confiemos, sin embargo, en la razón...
II
En todo caso, y en este orden de ideas, es crucial tener presente que al comparar diversos tipos de orden político, y diversas formas de gobierno, no debemos limitamos al empleo de criterios puramente técnico-gerenciales, y recordar que existe un trasfondo ineludible de valores éticos a ser tomados en cuenta, valores que son los que nos hacen humanos. Cabe en tal sentido transcribir las aptas palabras de Karl Deutsch: "Los Estados", nos dice, "no deben ser evaluados meramente en términos de su habilidad para funcionar eficientemente como tales; mucho más relevantes como criterios son el tipo de personalidad y carácter que desarrollan entre sus ciudadanos, y las oportunidades que les brindan para su progreso individual".3 Por esto, optar por la democracia y la sociedad abierta no es tan sólo el resultado de un punto de vista como cualquier otro en torno a cuestiones de exclusiva eficacia práctica, sino por encima de todo de un juicio de naturaleza moral sobre la dignidad del hombre. Se trata de una escogencia de orden ético, que cada uno de nosotros tiene que realizar, y por la que nos hacemos individualmente responsables.
Si bien, como se apuntó previamente, es errado atribuir a la democracia las limitaciones y vicios que puedan mostrar los ciudadanos del régimen democrático, no todos los modos de organizar la existencia política son igualmente aptos para educamos en valores de tolerancia, respeto a la ley, y apego a la libertad. Mili decía que "el más importante factor de excelencia que una forma de gobierno puede poseer, es su capacidad de promover la virtud e inteligencia de la gente". 4
La opción por la democracia no se sustenta entonces únicamente en sus aspectos positivos como mecanismo para generar, a través de la crítica sin el uso de la violencia, un mejor gobierno, sino también en la posibilidad de que en democracia se cree un ambiente capaz de estimular una conducta más civilizada de parte de los ciudadanos. La ausencia de esas virtudes civilizadas en algunos o quizás muchos de sus ciudadanos, no obstante, no condena la democracia -que al fin y al cabo nos proporciona un método para sustituir a los malos gobiernos sin el empleo de la violencia- sino que pone de manifiesto nuestras limitaciones como seres humanos.
Las realidades contemporáneas indican que, a pesar de todos los problemas y dificultades que puedan señalarse, las instituciones de la democracia liberal -el principio de la decisión mayoritaria, la protección de los derechos de las minorías, y el derecho a la crítica y al disentimiento, entre otras- proporcionan a este tipo de sociedad y sistema político una amplia gama de recursos, instrumentos y posibilidades para el aprendizaje social, la corrección de los errores, y la innovación y búsqueda de alternativas de progreso. 5 En palabras de García-Pelayo, "la democracia... ofrece mayor garantía de eficacia en la gestión estatal, ya que una política errónea puede ser inmediatamente sometida a crítica seguida de una presión para su rectificación o, dicho de otro modo, el sistema democrático aumenta el número y la calidad de los reguladores y, con ello, acrece su capacidad para neutralizar las acciones disturbadoras de la funcionalidad del sistema, mientras que... en un régimen autoritario la insistencia en políticas erróneas o lesivas para la totalidad o para una buena parte de la población, puede ser y es de hecho mucho mayor. Por consiguiente, el pluralismo político y organizacional que, como es sabido, es un rasgo de la democracia de nuestro tiempo, constituye simultáneamente una garantía de eficacia en cuanto que multiplica el número de reguladores (pues de hecho, cada ciudadano puede convertirse en "regulador", AR).
La opción por la democracia no se sustenta entonces únicamente en sus aspectos positivos como mecanismo para generar, a través de la crítica sin el uso de la violencia, un mejor gobierno, sino también en la posibilidad de que en democracia se cree un ambiente capaz de estimular una conducta más civilizada de parte de los ciudadanos. La ausencia de esas virtudes civilizadas en algunos o quizás muchos de sus ciudadanos, no obstante, no condena la democracia -que al fin y al cabo nos proporciona un método para sustituir a los malos gobiernos sin el empleo de la violencia- sino que pone de manifiesto nuestras limitaciones como seres humanos.
En resumen, sólo el régimen democrático -a pesar de todas sus desviaciones y limitaciones- está en condiciones de servir a la vez a los valores políticos, económicos y funcionales de una sociedad desarrollada..." 6 A esta acertada conclusión pareciera estar llegando un creciente número de personas y países enteros alrededor del mundo, lo cual debe ser motivo de aliento y esperanza en cuanto al futuro de la política, un dominio en el que, como ha escrito Dunn, "la comprensión de la realidad es por necesidad muy limitada, en el cual el dogmatismo está siempre fuera de lugar, y en el cual los más vitales intereses humanos están constante e inexorablemente en juego". 7
III
Pienso que Pión acierta cuando afirma que "el reconocimiento de (las) ventajas de la democracia nunca ha impedido el regreso periódico a través de la historia de la humanidad de las dictaduras más extremas..." 8 Las fuerzas del irracionalismo jamás fallecen definitivamente, y los riesgos de una regresión masiva hacia la intolerancia, la represión, la tiranía y el miedo están siempre presentes en el devenir histórico.
 La tendencia hacia la utopía, la creencia de que es posible hallar, mediante la política, la solución final de todos los males humanos, es también un rasgo permanente, lleno de peligros, en las luchas del hombre. El fin de la utopía no es más que un pasajero engaño, porque una nueva surgirá, de un modo u otro, de las cenizas de la anterior; otro espejismo, el renovado sueño de que los hombres seamos virtuosos y felices, sabios, buenos y libres imperecederamente. Como dice Berlín, si ese sueño es posible, "¿qué persona en su sano juicio va a negarle su apoyo?... Si ese sueño es posible, no existe entonces precio demasiado alto que impida conquistarlo; cualquier grado de opresión, de crueldad, de persecución, de coerción, deja de ser excesivo si se trata de alcanzar, al final, la salvación de todos los hombres". La convicción utópica, cuando es firme y sincera, se convierte en una especie de licencia sin límites para infligir sufrimiento a los demás, "por supuesto, en la medida en que ello se haga por motivos desinteresados..." 9 La fina ironía de Berlin no puede sin embargo ocultar la terrible verdad de sus palabras.
La política tiene que ver con las razones para obedecer o para sublevarse 10, con el conflicto y con el orden. Ninguno de estos componentes puede ser totalmente aislado o eliminado de la mezcla, pero la ambición de eliminar el conflicto es inagotable. De allí la peligrosa paradoja de que, como señala Sabater, "la democracia nació entre conflictos y sirvió para aumentarlos en lugar de resolverlos. Desde un comienzo, se vio que cuanta más libertad, menos tranquilidad..."; de hecho, las sociedades democráticas, basadas en la libertad "y no en la unanimidad coactiva, son por tanto las más conflictivas que nunca hubo en la historia de la humanidad". 11 Eso es verdad, pero también lo es que en las sociedades democráticas el conflicto y la pugna de intereses se civiliza y somete a reglas de convivencia pacífica.
En resumen, para citar de nuevo a Berlin, uno de los más lúcidos pensadores de lo político en nuestro siglo, posiblemente lo que la reflexión política hoy requiere no es mayor fe, sino, por el contrario, "menos fervor mesiánico, y un escepticismo esclarecido". (13) Los mesianismos salvacionistas llevan a la violencia, a la desilusión, o a ambos resultados. Lo que necesitamos, tal vez, es una ilusión muy sabia, y por ello, de muy limitadas y razonables expectativas.
Preservar nuestras siempre precarias libertades, las conquistas de la civilización y de la moral, es un reto perenne y complejo, un esfuerzo constante y de incierto desuno. En ese exigente camino, la teoría política, el pensamiento sobre lo que es deseable y posible hacer para ordenar los asuntos colectivos y someter a reglas civilizadas los antagonismos que nos separan, seguirá siendo un instrumento crucial en la elucidación de nuestra condición, de nuestras limitaciones y potencialidades. Como bien dice Dunn, los filósofos que han tomado en serio la política, cualesquiera sean sus preferencias morales, han sido capaces sin excepción de evaluar la relevancia que tiene la cooperación racional entre los hombres. (12). No es quizás demasiado, pero a partir de allí, las diversas formas de concebir la política y lo político constituyen sin duda uno de los más altos logros de la reflexión del hombre sobre sí mismo y sus semejantes.


1 R. Wesson: Modern Government Democracy and Authoritarianism, Prentice Hall, New Jersey, 1985, p. ix.
2 K. Minogue: "Societies Collapse, Faiths Linger On", Encounter, March 1990, p. 3.
3 K. Deutsch: The Nerves of Government, p. 191.
4 Citado por lively: Democracy, p. 132.
5 Deutsch: Ob. cit, p. 255.
6 M. García-Pelayo: Las Transformaciones del Estado Contemporáneo, p. 51.
7 John Dunn: "Totalitarian Democracy and the Legacy of Modern Revolutions: Explanation or Indictment?", en Totalitarian Democracy and After, The Magnes Press, The Hebrew University, Jerusalem, 1984, p. 54.
8 M. Pión: "El Horror al Vacío en la Teoría y en la Práctica Políticas", en, L. Castro Leiva (ed.): Usos y Abusos de la Historia en la Teoría y en la Práctica Política, IDEA, Caracas, 1988, p. 230.
9 Isaiah Berlin: The Crooked Timber of Humanity, p. 47.
10 Femando Sabater: Política para Amador, Ariel, Barcelona, 1993.p.41.
11 Ibid., pp. 87,216-217.
12 John Dunn: Rethinking Modern Political Theory, pp. 188-189.
13 I. Berlin: Four Essays on Liberty, p. 39.

Aproximación a la política                           Aníbal Romero

lunes, 19 de marzo de 2012

La anatomía de la corrupción

Elementos que contribuyen al desarrollo de la corrupción

Se presentan a continuación los diversos factores que propician el desarrollo de la corrupción:

1. Coerción estatal. La coerción puede ser descrita como una causa de corrupción tal como lo señala Philip, quien afirma que se puede definir a un Estado como corrupto cuando la garantía de sumisión a las reglas se obtiene solamente a través de la fuerza o de incentivos materiales. Tal Estado carece de libertad (entendida como autogobierno) y de seguridad. Tampoco goza de una auténtica vida política en tanto no disfruta de un proceso político capaz de movilizar a las personas hacia una concepción homogénea del bien público.

2. Poder. Los funcionarios ocupan una posición de poder frente a grupos privados, y algunos, dependiendo de su jerarquía, poseen mayor discreción que otros. Las prácticas patrimonialistas hacen de los empleos públicos obvias invitaciones a la corrupción, ya que antes del surgimiento de burocracias estatales, los puestos se vendían y compraban de acuerdo a las necesidades del Estado y los deseos de los particulares. Aquel que ocupaba un puesto poseía amplios poderes discrecionales y administraba la cuestión pública de acuerdo a sus intereses. En la actualidad, muchos burócratas reproducen estas características patrimonialistas.

3. Burocracia. La sistemática sustitución de empleados públicos elegidos meritocráticamente por otros escogidos de manera clientelar es un elemento que degenera los principios de las burocracias estructuradas. Además, la excesiva centralización de funciones y toma de decisiones impide el desarrollo de una gestión pública eficiente y ágil, acorde con los rápidos cambios sociales acaecidos en los últimos años.

4. Ley y justicia. El sistema legal puede contribuir a la corrupción de diversas maneras. En el caso de los países donde la rigidez y el formalismo de la ley son característicos, la corrupción es con frecuencia la única vía posible para acceder al sistema de justicia. Muchos son los procedimientos necesarios y demasiado el tiempo que demandan. Las soluciones en este punto son dos: cambiar el sistema o entrar a negociar con él. La última no es mala a priori, pero sin duda lleva a la corrupción.

5. Regulaciones vagas sobre conflicto de intereses. La razón por la cual este tema es de especial relevancia para tratar la corrupción, se debe a que, en la mayoría de los regímenes, las decisiones de los funcionarios se encuentran limitadas por una vaga noción de interés público que se presta para muchas interpretaciones y deja amplios espacios para que se cometan actos corruptos.

6. Una falsa noción de eficiencia. Algunos investigadores opinan que el soborno representa simplemente la operación de las fuerzas del mercado dentro de los programas estatales y que, dada la necesidad de que el mercado sea eficiente, los sobornos deberían tolerarse. Esta observación es inaceptable. Los programas públicos pueden verse afectados de manera negativa si los funcionarios gubernamentales asignan los recursos escasos al licitante que ha pagado el soborno más alto, y no al más competitivo.

Por otra parte, los sobornos inducen a los funcionarios a generar condiciones artificiales de escasez, lentitud y trámites innecesarios para presionar su pago.

Los costos reales de una operación entre el Estado y particulares, de una prestación de servicios, de la adjudicación y de la ejecución de una obra de infraestructura se pueden ver completamente alterados por los efectos de la corrupción e inclusive han llegado a ocurrir casos en que los costos generados por el fenómeno han superado el costo real del proyecto. 

Basta citar casos como el de la Represa del Guavio en Colombia o el proyecto hidroeléctrico Itaipú en la frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil. La corrupción, lejos de lubricar el sistema termina, por generar costos excesivos que benefician a pocos y afectan negativamente al conjunto en su totalidad: la mejor decisión individual es la peor grupal.

7. Inequidad. Generalmente se ha afirmado que la inequidad es un factor que contribuye a la corrupción. Este argumento es mucho más válido en países menos desarrollados, en los cuales la redistribución del bienestar y, consecuentemente los derechos universales, son casi inexistentes para la masa. La corrupción suministra, en apariencia, cierta garantía de acceso a aquellos derechos, a través de la compra de servicios y productos que el Estado debería proveer y el desarrollo de actividades informales.

8. Industrialización, emigración y modernización. Con la industrialización, la rápida inmigración hacia las grandes ciudades ha sido una constante. El antiguo campesino, al convertirse en un inmigrante en la sociedad urbana, busca perpetuar las relaciones humanas que él conoce: la amistad, la familia, y, gradualmente, las de la comunidad. La corrupción surge porque con este tipo de inmigraciones, los valores de las diferentes comunidades divergen entre sí, y entre ellas el proceso de comunicación e integración es lento (muchas veces ni siquiera sucede). Los cambios rápidos siempre crean problemas y los procesos de adaptación con frecuencia son prolongados en el tiempo y el espacio. En estas circunstancias, la corrupción se convierte en un mecanismo que posibilita la sobrevivencia de los más débiles, a través de una comunicación e integración distorsionadas.

He aquí algunos ejemplos de los grupos que coexisten y las formas de relación entre ellos: a) Tradición familiar (parentesco): los intercambios giran en torno al núcleo familiar y la lealtad hacia éste es determinante.

b) Sistema tradicional patrón-cliente: los lazos con el jefe local son fuertes pero la identificación con la comunidad en general es muy débil. El cliente depende del patrón y no siente algún tipo de protección por parte del Estado o la familia.

c) Sistema jefe-seguidor: dos tipos de situación ilustran este sistema: por un lado, el funcionamiento en tiempos normales de las maquinarias políticas en tiempos de elecciones y, por otro lado, el manejo corrupto de los asuntos administrativos de una urbe latinoamericana como Bogotá, Caracas o Lima. La diferencia con el sistema anterior es que, dada la diversidad de opciones para vincularse con la estructura social, el seguidor o adepto goza de mayor independencia y discreción para decidir a quién se va a adherir.

d) Sistema cívico-cultural o sistema ideal: los ciudadanos no sienten la necesidad de emplear intermediarios influyentes. Existe un fuerte acatamiento de las normas por voluntad propia. El nivel de bienestar económico y social posibilita el desarrollo de una relación igualitaria entre los líderes y sus seguidores. Este es un sistema ideal en el cual la lucha contra la corrupción tiene una gran probabilidad de éxito, ya que la ciudadanía está consciente de la amenaza que representa.


Cepeda, Fernando. La corrupción administrativa en Colombia. Diagnóstico y recomendaciones para combatirla, Bogotá, Tercer Mundo Editores, Contraloría General de la República, Fedesarrollo, 1994, pp. 14-27.
Philip, Mark. Defining corruption: An Analysis of the Republican Tradition, Mennagio, IPSA Research Committee on
Political Finance and Political Corruption, 1987, p. 20.
Moreno Ocampo, Luis. Op. cit., p. 25.

Lee la Anatomía de la corrupción en click

viernes, 9 de marzo de 2012

El miedo político en C. Robin y M. Focault / Maximiliano E. Korstanje

Resumen:El presente artículo tiene como objetivo principal discutir en forma teórica la función de lo político como articulador de temor, el sentimiento de seguridad, el proceso de territorialización y la posterior legitimidad que reivindica para si mismo, el gobernante. Para cumplir con dicha tarea, examinaremos en detalle los trabajos de Michel. Foucault y Corey Robin. Cada uno de ellos, mirando hacia su propia sociedad en tiempos y en contextos históricos diferentes, pero ambos los suficientemente ilustrativos como comprender la relación entre legitimidad, miedo y poder. Si bien tanto Robin como Foucault, a su manera y desde diferentes perspectivas, echan luz sobre el tema en estudio, existen en ellos diferencias (sustanciales) en cuanto a las causas y efectos del miedo político. En principio, Foucault (en los textos examinados) no va a hablar (expresamente) de miedo político sino de seguridad, territorialización, crisis, riesgo y peligro. En este contexto, si para Robin el miedo genera una propensión natural en el hombre al adoctrinamiento del Príncipe, en detrimento de su propia libertad, en Foucault el concepto de seguridad se encuentra asociado a una ruptura introducida en el siglo XVII con respecto a la idea cristiana de protección y salvación.

LA TRASTIENDA DEL NAZISMO

La historia es como es, no como esta escrita. Quiérase o no, los historiadores describen los hechos reflejando en ellos sus propios prejuicios y, ¿por qué no decirlo?, su ignorancia. La figura de Hitler ha sido satanizada a la luz de las atrocidades cometidas y la guerra, su guerra, interpretada desde parámetros racionales. Contemplados así, aquellos acontecimientos que cambiaron el mundo resultan absurdos en su génesis y en su desarrollo; no vale aludir a la megalomanía del Führer para justificar lo sucedido y el término “genocida” nos remite exclusivamente a lo que hizo, no al por qué lo hizo. El III Reich y la Segunda Guerra Mundial son la culminación de una cadena de sucesos y circunstancias que arrancan muchos años atrás y que no pueden ser obviados si quiere entenderse lo que pasó.

Al referirme a los prejuicios de quienes escriben la historia, aludo en este caso a su desprecio hacia el –más que trasfondo– auténtico motor de lo acontecido: el ocultismo. Que, en pleno siglo XX, una guerra de esa envergadura, con sus evidentes implicaciones militares, políticas, territoriales y económicas, se deba en el fondo a razones esotéricas, es algo inconcebible para un historiador y para cualquier analista, acostumbrados a juzgar los hechos desde una perspectiva material y pragmática. Sin embargo, los datos que señalan en esa dirección son tan claros y tan accesibles, que su omisión en los libros convencionales, en los presuntamente “serios”, sólo puede atribuirse al prejuicio personal de los autores. Los hechos están ahí, suficientemente documentados; ni siquiera es preciso leer entre líneas, sólo es necesario investigarlos, ponerlos en orden, relacionar unos con otros y asumir con honradez y valentía el resultado. Protagonista indiscutible, Hitler debe ser estudiado desde su infancia, conocer su ambiente, los factores que contribuyeron al desarrollo de su personalidad, su etapa de estudiante, sus contactos iniciales con grupos enraizados ya en lo mitológico, los personajes que influyeron decisivamente en su forma de pensar… De esa manera, siguiendo paso a paso su evolución, podrá entenderse al personaje. Pero eso no es suficiente si no se analizan paralelamente las circunstancias sociales y políticas de Alemania en las que él estaba incrustado, primero como una simple pieza más, y después, como generador de un cambio anhelado por la mayoría. El lector se sorprenderá al conocer que, tanto en la forma como en el fondo, el nacionalsocialismo se construyó con conceptos mitológicos, simbólicos y esotéricos, y que sus objetivos eran la hegemonía de la pura raza aria, superior al resto, y el retorno a las raíces paganas. Consciente de que era el destino quien le había elegido para tan trascendental misión, Hitler se mantuvo hasta el final convencido de que, pese a ser objetivamente inevitable la derrota, el curso de los acontecimientos cambiaría a su favor. Tal seguridad en la victoria no radicaba en cuestiones estratégicas o en el potencial bélico, sino en el carácter “sagrado” de la guerra emprendida. ¿Disparatado? Después de leer el magnífico trabajo realizado por Pablo Jiménez Cores en este libro, tal vez el lector no piense así.
Fernando Jiménez del Oso

Lee “LA ESTRATEGIA DE HITLER” de Pablo Jiménez Cores en click
Libro impreso en  Libros Google en click

laparaponeraclavata Copyright © 2011 | Template created by O Pregador | Powered by Blogger