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viernes, 18 de enero de 2013

¿LIBRES O FELICES?

Quiero serte franco: vivir en una sociedad libre y democrática es algo muy, pero muy complicado. En el fondo, los grandes totalitarismos de nuestro siglo (comunismo, fascismo, nazismo y los demás que vengan, si es que aún falta alguno) son intentos de simplificar por la fuerza la complejidad de las sociedades modernas: son enormes simplezas, simplezas criminales que intentan volver a algún beatífico orden jerárquico primigenio en el que cada cual estaba en su sitio y todos pertenecían a la Tierra Madre y al Gran Todo Común. El enemigo siempre es el mismo: el individuo, egoísta y desarraigado, caprichoso, que se desgaja de la acogedora unidad social (lo que un pensador bastante cruel, Federico Nietzsche, llamaba «el calor de establo») y se toma demasiadas libertades por su cuenta. Los totalitarismos siempre hacen burla de las libertades «formales o burguesas» que están vigentes en los regímenes más abiertos: las ridiculizan, demuestran su inoperancia, las consideran un simple engañabobos... ¡pero en cuanto pueden acaban con ellas! Saben que a pesar de su aparente fragilidad, de su frecuente ineficacia, el unanimismo totalitario no puede coexistir con las libertades políticas elementales: si se las tolera, a la larga acaban con la autoridad de tanques y policías. 

Bien, es lógico que los Estados totalitarios pretendan aplastar las libertades individuales, pues su nombre mismo proviene de «todo» y por lo tanto no se conforman con tener que compartir el poder con cada uno de los ciudadanos. Pero los enemigos de la libertad no siempre están fuera sino también dentro de los individuos mismos. Un psicoanalista con ambiciones de sociólogo, Erich Fromm, escribió hace casi medio siglo un libro muy interesante cuyo título es significativo: Miedo a la libertad. Ése es el problema. Al ciudadano le da miedo su propia libertad, la variedad de opciones y tentaciones que se abren delante de él, los errores que puede cometer y las barbaridades que puede llegar a hacer... si quiere. Se encuentra como flotando en un tópico mar de dudas, sin puntos fijos de referencia, teniendo que elegir personalmente sus valores, sometido al esfuerzo de examinar por sí mismo lo que hay que hacer, sin que la tradición, los dioses o la sabiduría de los jefes pueda aliviarle demasiado su tarea. Pero, sobre todo, el ciudadano le da miedo la libertad de los demás. El sistema de libertades se caracteriza porque nunca puede uno estar del todo seguro de lo que va a ocurrir. La libertad de los otros la siento como una amenaza, porque me gustaría que fuesen perfectamente previsibles, que se pareciesen obligatoriamente a mí y no pudiesen ir nunca contra mis intereses. Si los demás son libres, está claro que pueden portarse bien o mal. ¿No sería mejor que tuviesen que ser buenos por narices? ¿No corro demasiados riesgos dejándoles en libertad? Muchas personas renunciarían con gusto a su propia libertad con tal de que los otros tampoco disfrutaran de ella: así las cosas serían en todo momento como tienen que ser y sanseacabó. Mi libertad es peligrosa, porque puedo utilizarla mal y hacerme daño a mí mismo; la de los otros no digamos, porque pueden emplearla en hacerme daño a mí. ¿No será mejor acabar con tanta incertidumbre? No creas que siempre son los gobernantes los que pretenden acabar con las libertades o castrarlas al máximo: en demasiadas ocasiones son los ciudadanos los que les solicitan esta represión, cansados de ser libres o temerosos de la libertad. Pero en cuanto a un Estado se le da la oportunidad de limitar las libertades «por nuestro bien» rara vez deja de aprovecharla. Algunos políticos totalitarios, como Adolf Hitler, llegaron al poder por medio de elecciones: de modo que ya se ha dado el caso de que los ciudadanos libres utilicen su libertad para acabar con las libertades y empleen la mayoría democrática en abolir la democracia. 

Fernando  S a v a t e r / Política p a r a  Am a d o r / Capítulo octavo: ¿LIBRES O FELICES? Págs 56-57

viernes, 11 de enero de 2013

Ceremonias

Felipe II, el monarca más poderoso de sus días, le reclamó a su Embajador ante el Papa Gregorio XIII, haber creado un incidente con el Vaticano por un asunto que calificó como de mera ceremonia. « ¿Todo esto por una ceremonia?» preguntó, a lo cual el Embajador respondió: ¡Vuestra Majestad es una ceremonia!» 

La anécdota ilustra uno de los misterios del gobierno de toda sociedad humana, desde la más primitiva hasta la más avanzada, que hace que cuando una persona, en virtud del dogma de alguna abstracción legal, sea ceremonialmente investida con la facultad de gobernar, los gobernados sienten la obligación de acatarlo, obedecerlo y respetarlo. Los romanos llamaron eso auctoritas. Y la experiencia muestra que cuando la auctoritas se debilita, el misterio del derecho de mandar y la obligación de acatar, respetar y obedecer al que manda, se debilita. De esa debilidad nace el desorden, de allí se pasa a la anarquía y en última instancia, ello lleva al ejercicio del derecho a la rebelión. 

Todo orden de gobierno es una ceremonia. El acatamiento y respeto a la Ley Constitucional del Estado es la base de todo orden de gobierno. Y ese «leguleyísmo» se hace visible por medio de símbolos y ceremonias. La leguleya idea abstracta, fundamento de todo orden de gobierno, se transforma mágicamente en símbolos visibles del mando: corona, cetro, bastón, bandera, banda, escudo, himno, etc. Toda ceremonia de gobierno es la muestra visible y externa del respeto y acatamiento que se le deben a la autoridad legítimamente constituida. En el orden de mando militar, más que en ningún otro, los símbolos y las ceremonias son consustanciales a la autoridad y la disciplina, inherentes a la naturaleza de sus funciones. Cuando lo militar se desmilitariza en sus ceremonias de mando, el orden se vuelve desorden. 

Como en todas partes, los símbolos y ceremonias del poder presidencial en Venezuela son la materialización de una «leguleyería» constitucional. Todo gobernante que abuse, o irrespete, las ceremonias de su poder constitucional de mando, debilita sus facultades y merma el derecho de hacerse obedecer. Si por un falso sentido de democratismo populachero, un Presidente hace burla de la majestad de su cargo, cava la fosa de la tumba de su autoridad. Si hace burla de su poder, pierde su autoridad. Si abusa de su poder, lo degrada. Si viola la Ley Constitucional que lo legitima, abre las puertas el ejercicio al derecho de rebelión. La legitimidad del derrocamiento de todo gobernante está en relación directa al abuso que este haga de sus poderes y facultades. El camino que lleva allí, suele empezar con la degradación ceremonial de su autoridad. Pues como le dijo el Embajador al Rey: toda majestad es una ceremonia. Si el rey pierde la ceremonia, pierde su majestad. Si pierde su majestad, pierde su autoridad. Y si pierde su autoridad, pierde el poder de mandar y hacerse obedecer. 

Ceremonias/Dos visiones de un enigma /Jorge Olavarría/21 de marzo de 1999 
La Revolución Olvidada; R.J.Lovera De-Sola

martes, 8 de enero de 2013

CONSTITUCIÓN / Fernando Savater

La constitución es algo así como el reglamento general del juego democrático. Leyendo su texto uno debería saber más o menos a qué atenerse respecto al tipo de convivencia que va a conocer en su país, así como los derechos y deberes que le corresponden (por supuesto, hará bien en rebajar un tanto las promesas más radiantes, porque las constituciones son un poco como los folletos de las agencias de viajes, en los que todos los paisajes fotografiados aparecen bañados por el sol). Sin duda, la Constitución no es un texto intocable, una vaca sagrada jurídica que nunca podremos apartar de nuestro camino aunque haya buenas razones para ello: no es una jaula de la que ya no se puede salir una vez que se ha entrado. Pero tampoco parece prudente someterla ante cualquier oleaje social a cambios sucesivos, siguiendo la moda o las presiones del momento: le va bien una cierta imperturbabilidad anticuada, como la peluca a los jueces británicos. Y eso a pesar de la opinión de Jefferson, que proponía cambiar la Constitución cada cinco o seis años para evitar a la nueva generación la carga de los compromisos del pasado… 

A mi juicio la Constitución más satisfactoria es la que deja ligeramente insatisfecho a casi todo el mundo. Si la constitución satisface plenamente a una parte de la población, aunque sea a la mayoría, será porque ha dejado también radicalmente frustradas a varias minorías. Después de todo, se trata de establecer la convivencia entre intereses sociales contrapuestos, y es sano que todos hayan tenido que ceder en sus propósitos y prerrogativas, para que nadie olvide que no vivimos solos, que la armonía con los demás siempre se consigue al precio de asumir alguna frustración en nuestros deseos. Ningún ciudadano está exento de acatar la constitución, pero este respeto debe exigirse mucho más a quienes ocupan puestos de autoridad y también a los que gozan de mayores privilegios sociales o más reconocimiento público: si ellos, los más directos beneficiarios de la Magna carta, no dan ejemplo de respeto a las reglas del juego será difícil que se lo exijan a quienes padecen los aspectos menos favorables de la sociedad.

domingo, 6 de enero de 2013

¿GOLPE DE ESTADO EN VENEZUELA? / LUCHA INTESTINA EN EL CHAVISMO

El Vicepresidente Nicolás Maduro, encargado legalmente de la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela, mientras dure la ausencia autorizada del Presidente Hugo Chávez, decía en una de sus últimas declaraciones: “No hay, ni habrá vació de poder ya que el Presidente Chávez sigue y seguirá siendo el Presidente mas allá del 10 de enero aunque no se juramente ese día, por que se podrá juramentar posteriormente ante el Tribunal Supremo de Justicia”. 

Esas declaraciones que parecían dirigidas a la oposición en realidad representan un Golpe de Estado a la Constitución y mas específicamente al Presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. 

La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela dice especifica e indudablemente que “en ausencia permanente del Presidente al no poder jurar su cargo, automáticamente dicho cargo pasa a ser ejercido por el Presidente de la Asamblea Nacional, quien debe organizar en el lapso de 30 días nuevas elecciones para escoger al Presidente de la República”. 

Cuando dentro del Chavismo la línea civil pro-cubana representada por Nicolás Maduro hace el planteamiento de que aunque Chávez no se juramente el 10 de enero, Nicolás Maduro seguirá ejerciendo de Presidente, automáticamente le niega al Presidente de la Asamblea Nacional cumplir la Constitución. 

Este planteamiento si se lleva a cabo es técnicamente un Golpe de Estado contra la Constitución, contra la Democracia venezolana, contra la mitad del PSUV cuyo líder es Diosdado Cabello y contra la oposición. 

Plantear que Chávez pueda ser juramentado en Cuba, puede ser etiquetado de diferentes maneras: Traición a la Patria, anti-constitucional o simplemente Ridículo. 

Arístides Peraza Torres 
C. I. V 2.013.944. 
aristides_peraza@hotmail.com

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