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sábado, 31 de agosto de 2013

Apología (1924) / G.K. Chesterton.


Me propongo dar a esta publicación muy mal nombre y aferrarme a él. Cuando se me sugirió que empleará en el título las iniciales de mi nombre, la proposición me inspiró un horror que se ha convertido en aversión. Debo al lector una breve exposición de las razones que me indujeron a aceptarla: la principal de las cuales es que a causa de circunstancias peculiares, es difícil encontrar otro título. Es cierto que los títulos periodísticos son por lo común inadecuados. El periódico llamado Daily Herald probablemente muestre poca afición a la heráldica. El periódico titulado The Nation se ha mostrado siempre particularmente hostil a la nacionalidad. Hasta se podría decir que el órgano de las guildas, llamado New Age (nueva era), debiera llamarse más bien Middle Age (edad media). Pero en nuestra situación hay algo que difiere de todos estos periódicos; no es por simple vanidad que decimos es a la vez universal y único en su clase. 

Deseo que esta publicación represente ciertas ideas muy normales y muy humanas; pero es un hecho indiscutible que no serían publicadas en ningún periódico más que en este. No son manías; son sólo tradiciones que serían desestimadas, mientras que las manías son bien recibidas por estar a la moda. Tampoco son excentricidades; no son sino las ideas centrales de la civilización que han sido olvidadas en un maremágnum de excentricidades. Pero por haber sido olvidadas, vuelven a ser nuevas, y porque han sido olvidadas en otras partes, las hallará aquí solamente. Son verdades de sentido común en un mundo en que ese sentido ha dejado de ser común. 

Tomaré como principal ejemplo el problema actual de la pobreza y de la riqueza. En el problema, mi posición parecería singularmente sencilla. Y es, sencillamente, que me opongo cordialmente al bolchevismo y a los Trust. Creo que es posible restablecer y perpetuar una razonable y justa distribución de la propiedad privada; y en este periódico daré las razones que inducen a creerlo. Por el momento, lo importante es esto: ninguna otra publicación en este país puede ser cordialmente opuesta, tanto al bolcheviquismo, como a los Trust. Un diario como el Daily Mail opina que debemos tolerar algo de los Trust, porque la única alternativa es el bolcheviquismo. Y él Daily Herald opina que debemos tolerar algo del bolcheviquismo, porque la única alternativa son los trust. El Daily Mail no puede tratar de destruir los trust, porque él forma parte de un Trust. El Daily Herald no puede tratar de derrocar el bolcheviquismo, porque su mejor apoyo lo halla entre los bolcheviques. Para ellos no hay más que dos partidos que tomar, y son opuestos. 

Pero para mí hay otro, el tercero; y ningún otro diario lo defendería, ni siquiera lo mencionaría. Este tercer camino a seguir ha sido llamado "distributismo", expresando que habría las esperanzas de distribuirla equitativamente la propiedad privada. Pero si yo le diera a este periódico el título de "la revista distributiva" (como se ha sugerido), produciría justamente la impresión que desea evitar. Daria la idea de que un distributista es algo así como un socialista; un pretencioso, un pedante, una persona con una nueva teoría de la naturaleza humana. Mi opinión es que esta solución es simplemente humana y que las otras soluciones son deshumanizadas. Esta es mi opinión. Decir que debemos tener socialismo o capitalismo es como decir que debemos optar por que todos los hombres entren a los conventos o que unos pocos tengan harenes. Si yo negara esa alternativa sexual, no sería necesario llamarme a mí mismo monógamo; me contentaría con llamarme hombre. Apelaría a toda nuestra tradición normal y nacional de virilidad. Si fundara un diario que negara esa alternativa, no querría titularlo "La revista monógama". Y si lo hiciera, 9 personas de cada 10 pensarían que yo era algún otro pedante, levemente distintos de los anteriores, y tendría la vaga idea de que un monógamo era tan loco como un mormón. El paralelo es bastante exacto en este caso. Porque el gran Trust no tiene más derecho de absorber en un monopolio todas las fortunas privadas y afirmar que así defienden la institución de la propiedad, que el que tiene el gran turco de raptar a todas las mujeres y encerrarlas en un harem, afirmando que así defienden la santidad del matrimonio. 

Cualquier otro paralelo sería igualmente bueno, en cuanto se tratase del insensato dilema y de la sensata alternativa; y tal vez cuanto más fantástico juega en paralelo, tanto más exactamente se lo podría aplicar al caso. Si todos los diarios hubieran llevado al público la idea de que debemos elegir entre ser vegetarianos o caníbales, podríamos necesitar algún diario indicara ya que esa alternativa era un disparate. Pero no mostraremos muy brillante criterio periodístico si lo tituláramos "El antiantropófago carnívoro". Sería una correcta descripción de nuestra costumbre normal de comer carne de carnero, pero no de comer hombres. Es una bárbara mezcla de griego y del latín, pero con todo, parece ser una palabra realmente científica. Lógicamente si no lingüísticamente, es un término de exactitud perfecta. Pero aunque casi todos somos carnívoros antiantropófagos, nunca lo mencionamos, especialmente si queremos convencer a nuestros vecinos de que somos sencillamente personas sensatas; y lo somos, en efecto. La dificultad consiste en que cualquier título que define nuestra doctrina, la hace parecer doctrinal. Y es que la verdadera idea de la propiedad privada ha sido descuidada por la que tan largo tiempo en Inglaterra, que no hay fraseología popular fácil que se refiere a ella. Ha tenido que inventar sus propios términos y son necesariamente confusos y complicados; y es tan antigua esa idea que ha llegado a se nueva. Al mismo tiempo, necesito un título que indique que el periódico es de controversia y que ésta es la tendencia general que defiende. Necesito algo que sea reconocido como bandera aunque esta sea fantástica y ridícula, que algún punto represente un desafío, aunque éste sea recibido con cierta benévola ironía. No quiero un nombre incoloro, y lo más parecido a un símbolo que se me ocurre es sencillamente mi propia bandera. 

Por ejemplo, la primera prueba de que algo es familiar, es cuando resulta divertido. Hay bromas respecto a los que se benefician con las guerras y también respecto a los socialistas. Pero no las hay con respecto al Distributista. Cualquiera puede dibujar una caricatura convencional de un socialista poniéndose una corbata roja. Pero nadie puede hacer una caricatura de un hombre que cree en la pequeña propiedad privada bien distribuida, porque no está familiarizado con la teoría ni con el tipo. Ningún visionario puede aventurarse a imaginar cómo sería el cabello de un distributista. Ningún poeta, mojando su pincel en los colores del terremoto y del eclipse, puede colorear la corbata del distributista. No hay imagen familiar que podamos evocar para recordar amigos y enemigos lo que queremos decir. Pero, aunque no haya bromas referentes a la pequeña propiedad, las hay referentes a mí. Comienzan con la antigua y admirable historia de que mi anticuada caballerosidad indujo a ceder mi asientos a tres damas, y siguen con una anécdota más reciente y realista de que mis vecinos se quejaron al administrador de una ruidosa fábrica local con el motivo de que "el señor Chesterton no podía escribir bien", y recibieron está tranquila respuesta: "sí, ya sabemos eso". 

Nadie cuya notoriedad se base en tales cuentos puede sentirse muy orgulloso de ella. No digo que mi reputación periodística sea particularmente elevada, pero debo reconocer que es probable que sea más difundida que mis opiniones sobre distribución económica. Este ideal sociológico tan natural, ha sido descuidado en Inglaterra tan ciega y totalmente, que creó con sinceridad que mi ideal normal es menos conocido que mi nombre. Es por eso que me veo inducido a emplear el nombre como la única introducción familiar a ese ideal. 

Tengo la esperanza de ver invertida esa relación trabajaré en este periódico con el anhelo de que la familiaridad con el nombre disminuya, y aumente el conocimiento de la causa. Tal vez entonces una generación más feliz, que viva en un estado social más sano, se sienta intrigada por las iniciales impresas en el encabezamiento de esta página. Los sabios profesores meditaran sobre el significado de este G. K. jeroglífico; los que conserven la bárbara teoría del siglo XX las interpretarán así: "Good Killing" (Buena Matanza), mientras los que idealizan más piadosamente ese pasado, la traducirán como "Greather Knowlogde" (Mayor Conocimiento). Los estudiosos de la literatura contemporánea supondrán que forman una especie de monograma de "God and Kippling" (Dios y Kippling) o posiblemente Kipps, mientras los historiadores dinásticos probarán que no era sino una transposición de "George King" (Rey Jorge). Pero no me preocupará mucho lo que digan, siempre que sea en un país libre, donde los hombres puedan volver a poseer algo. 

No hay destino más noble que ser olvidado como enemigos de una herejía olvidada, ni mayor éxito que llegar a ser superfluo; bien esta aquel que puede ver su paradoja implantada de nuevo como un lugar común, o su fantasía desechada como una pluma cuando las naciones renuevan su juventud, a la manera de las águilas; y cuando no sea absurdo decir que la granja deba pertenecer al granjero, y ni que parezca una idea brillante sugerir que el hombre debe vivir en su casa, así como es dueño de su sombrero. Entonces, las trompetas del triunfo nos dirán quizá ya no somos necesarios.
La Razón Histórica, nº17, 2012 [78-81], ISSN 1989-2659. © Instituto de Estudios Históricos y sociales.
The American Chesterton Society

domingo, 4 de agosto de 2013

"Todas las cosas son ya dichas; pero como nadie escucha, hay que volver a empezar siempre". André Gide

Del diccionario del ciudadano sin miedo a saber / Fernando Savater

“Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía de algún otro. Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la ilustración.”

IMMANUEL KANT

PRESENTACIÓN

Una viñeta de El Roto muestra a un tenebroso personaje que señala al lector e inquiere: “¿Usted todavía piensa o es un ciudadano normal?”. Este diccionario mínimo pretende zanjar el dilema humorístico, ayudando a que lo normal sea que los ciudadanos piensen: por sí mismos, discutiendo entre sí, pero nunca empecinados en fomentar la discordia. Nadie puede pensar por otro – y el autor de este diccionario menos que nadie - , pero todos debemos intentar pensar juntos. Para ello es imprescindible tratar de precisar los principales términos de nuestras deliberaciones políticas: a veces no nos oponen los distintos intereses y proyectos, sino la borrosa ambigüedad de las palabras cuyo significado todo el mundo cree conocer. Cada una de las voces de este diccionario pretende ofrecer un punto de partida razonable y razonadamente claro para el necesario debate plural de la ciudadanía que compartimos.

CONSTITUCIÓN

La constitución es algo así como el reglamento general del juego democrático. Leyendo su texto uno debería saber más o menos a qué atenerse respecto al tipo de convivencia que va a conocer en su país, así como los derechos y deberes que le corresponden (por supuesto, hará bien en rebajar un tanto las promesas más radiantes, porque las constituciones son un poco como los folletos de las agencias de viajes, en los que todos los paisajes fotografiados aparecen bañados por el sol). Sin duda, la Constitución no es un texto intocable, una vaca sagrada jurídica que nunca podremos apartar de nuestro camino aunque haya buenas razones para ello: no es una jaula de la que ya no se puede salir una vez que se ha entrado. Pero tampoco parece prudente someterla ante cualquier oleaje social a cambios sucesivos, siguiendo la moda o las presiones del momento: le  va bien una cierta imperturbabilidad anticuada, como la peluca a los jueces británicos. Y eso a pesar de la opinión de Jefferson, que proponía cambiar la Constitución cada cinco o seis años para evitar a la nueva generación la carga de los compromisos del pasado…
A mi juicio la Constitución más satisfactoria es la que deja ligeramente insatisfecho a casi todo el mundo. Si la constitución satisface plenamente a una parte de la población, aunque sea a la mayoría, será porque ha dejado también radicalmente frustradas a varias minorías. Después de todo, se trata de establecer la convivencia entre intereses sociales contrapuestos, y es sano que todos hayan tenido que ceder en sus propósitos y prerrogativas, para que nadie olvide que no vivimos solos, que la armonía con los demás siempre se consigue al precio de asumir alguna frustración en nuestros deseos. Ningún ciudadano está exento de acatar la constitución, pero este respeto debe exigirse mucho más a quienes ocupan puestos de autoridad y también a los que gozan de mayores privilegios sociales o más reconocimiento público: si ellos, los más directos beneficiarios de la Magna carta, no dan ejemplo de respeto a las reglas del juego será difícil que se lo exijan a quienes padecen los aspectos menos favorables de la sociedad.


martes, 23 de julio de 2013

Bolívar era venezolano

Este hecho evidente y simple tiene muchas implicaciones significativas para lograr entender mejor su mentalidad y su carácter. Era un venezolano de muy vieja data, su primer abuelo llegó a la recién fundada Caracas cuando el siglo XVI desarrollaba lentamente sus últimos lustros. Puede decirse, literalmente, que su familia creció con el país y estuvo directamente mezclada a su historia. Gente de casas, solares y tierras de cultivo en los grandes valles cercanos a la capital de la provincia, en los campos de Aragua y en Barlovento, que abre su costa al mar de los contrabandistas. Fueron desde los inicios gente de Cabildo, encomienda y función de gobierno La primera vez que la pobre y olvidada provincia, se atreve a enviar un procurador ante la sacra y real majestad de Felipe II designa a Simón de Bolívar, a quien nuestros historiadores para distinguirlo de su hijo llaman el Viejo. Este Bolívar no era nativo del país, pero tiene mucho saber de premonición que la primera vez que la olvidada Gobernación va a presentar sus reclamos y esperanzas ante el señor de El Escorial este servicio lo haya prestado con toda propiedad y oficio el primer Simón Bolívar que aparece en nuestra historia.

De allí en adelante, la familia crece mezclada estrechamente a la provincia. Son dos siglos que transcurren en medio de todas las alternativas de la historia de la provincia hasta que nace el otro Simón Bolívar.

Pertenecían a la orgullosa casa de los blancos criollos, con viejos papeles de hidalguía de su origen vizcaíno y con fundadas aspiraciones a un título de nobleza. Parte fundamental del quehacer de tantas generaciones consistió en ocuparse del cultivo de la tierra en sus campos, de la vida política en el Cabildo, de las ceremonias de aparato en las grandes fechas, del trato diario con todas las formas de vida y de trabajo de la vasta tierra despoblada, con esclavos con indios, con peninsulares y canarios recién llegados, criados y formados en la rica y contrastada mezcla de las tradiciones españolas y las peculiaridades de la nueva tierra y sus habitantes. Eran leales súbditos del lejano rey, celosos de sus prerrogativas y privilegios, de sus grados de milicia, de su puesto en las ceremonias, pero hechos también al trato con los negros, los indios y los pardos, en las haciendas, en los vastos patios de las casas y en la intimidad del juego, la familiaridad y el trato diario. Hijos legítimos de criollas claustradas en sus hogares, entregadas a rezos y murmuraciones, y también de las ayas negras, iletradas, que les transmitían el tesoro de consejas, ritmos y saberes tradicionales que les eran propios.

Con todo lo que tenían de semejante y común las distintas partes del Imperio Español, estaba lejos de ser lo mismo haberse formado en Caracas que en Lima, en México o aun en Bogotá. Bastaría señalar dos hechos importantes para advertir la diferencia: la escasa presencia del indígena y contacto continuo y fácil con las colonias de ingleses, franceses y holandeses en el Caribe. En la Venezuela colonial no sólo no era visible la presencia de un imponente pasado indígena en monumentos sino que el elemento indígena puro era minoritario y en gran parte se había disuelto en un abierto proceso de mestizaje con el resto de la población. El contacto con las Antillas, que abarcaba todas las formas de cambio clandestino, desde el contrabando de mercancías hasta el de libros y desde la imitación de costumbres extranjeras hasta la diseminación rápida de noticias, ideas y novedades de toda clase provenientes directamente de los grandes centros de renovación cultural y política que eran París y Londres, Amsterdam y los recién formados Estados Unidos.

Todo esto creaba una circunstancia peculiar, que no se dio en igual grado en ninguna otra posesión continental de la corona española. Los viajeros que visitaron la Caracas de fines de siglo XVIII y comienzos del XIX, es decir aquella en que se formó Bolívar, aluden reiteradamente y de modo significativo al estado de ánimo de los habitantes de Caracas, a su gusto por la política, a su conocimiento de las novedades de Europa y a su deseo de estar al día en los grandes acontecimientos mundiales.

Todas esas peculiaridades locales marcaron a Bolívar y moldearon buena parte de su carácter. Al través de su correspondencia y de los testimonios de sus contemporáneos queda clara esta identificación con el medio natal y particularmente con Caracas. Advenía y revelaba, en el largo contacto con los criollos de media América, las diferencias de carácter y actitud que lo diferenciaban.

Había también en Bolívar, como en todo hombre creador, una perspectiva, un ángulo de visión, un juego de referencias y de condicionamientos que le venían de sus años de formación. De la condición de un caraqueño muy arraigado de fines del siglo XVIII, estas peculiaridades aparecen en sus acciones y reacciones, en todo lo que en él no es elaboración intelectual y cultura común.

Para comprenderlo mejor y explicarse muchas de sus respuestas al destino habría que partir de esa situación original y previa que no llega a desaparecer nunca, ni aun en las más inesperadas y remotas circunstancias.

Del prólogo de Arturo Uslar Pietri a  “El Libertador” de Augusto Mijares ( Edición de Petróleos de Venezuela, 1983)

miércoles, 3 de julio de 2013

EL LIBERALISMO COMO RESPETO AL PRÓJIMO Alberto Benegas Lynch (h)

Two worlds exist side by side. In one the struggle for power continues almost as it always has done. In the other it is not power that counts, but respect.

Theodore Zeldin/Senior Fellow, Oxford University/1994

Todos los seres humanos somos distintos desde el punto de vista anatómico, fisiológico, bioquímico y, sobre todo, psicológico. Tenemos distintas vocaciones, distintas inclinaciones y distintos proyectos de vida. Para que podamos convivir en una sociedad civilizada se hace imperioso el sistema pluralista, es decir, la aceptación de distintas valoraciones, distintos gustos y distintas preferencias siempre y cuando no se lesionen derechos de terceros. No se requiere que compartamos ni siquiera que comprendamos los proyectos de vida del prójimo, se necesita, eso sí, que se los respete. No cabe aquí el uso de la expresión “tolerancia” puesto que se trata de una extrapolación ilegítima del campo de la religión al del derecho. Los derechos no se toleran, se respetan. El recurrir a la expresión “tolerancia” implica cierto tufillo a arrogancia y presunción del conocimiento. Trasmite la idea de que algunos poseen la certeza y la verdad absoluta y deben tolerar los errores de otros.
La columna vertebral del liberalismo siempre fue el respeto irrestricto al prójimo desde que Adam Smith utilizó por primera vez esa expresión. Desde luego que esta corriente de pensamiento se basó en el método socrático, en la noción del derecho en Roma, en los escritos de Cicerón, y especialmente en la escolástica tardía y las obras de John Locke. De más está decir, que a partir de Adam Smith fueron muchas las teorías y los enfoques nuevos que enriquecieron y siguen enriqueciendo esa columna vertebral de respeto irrestricto al prójimo. La revolución marginalista de 1870 (especialmente a través de los trabajos de Carl Menger y Eugen Böhm-Bawerk) amplió notablemente el horizonte de los estudios de aquello que genéricamente puede llamarse liberalismo. Por esto es que no resulta procedente el recurrir al término “neoliberalismo” puesto que esto implicaría el sinsentido del neo-respeto. El ángulo de donde el liberal mira el conocimiento resulta especialmente importante. Nos encontramos en un mar de ignorancia y los pocos conocimientos que tenemos debemos someterlos a procesos permanentes de refutación y corroboraciones provisorias en un arduo camino que no tiene término. Probablemente la expresión que mejor ilustre la mente abierta del liberal es el lema de la Royal Society de Londres: nullius in verba, un pensamiento resumido de Horacio que significa que no hay última palabra ni hay entre los mortales autoridad final. Del hecho de sostener que debemos estar alertas a refutaciones y corroboraciones siempre provisorias no se sigue una postura relativista o escéptica. Muy por el contrario, ambas posturas filosóficas se contradicen a si mismas. El afirmar que todo es relativo convierte a esa afirmación también en relativa y el sostener que nuestra mente no es capaz de aprehender la realidad, la declara incapaz para sostener esto último. Una cosa es sostener que existe la verdad y que una proposición verdadera significa la concordancia entre el juicio y el objeto juzgado y otra bien distinta es la postura de aquel que afirma poseer con certeza la verdad absoluta. El racionalismo constructivista ha hecho un enorme daño al pretender que el hombre puede diseñar lo que ha dado en llamarse la ingeniería social . Un proverbio latino ayuda a ilustrar la posición liberal de quien no tiene la certeza de la verdad absoluta y por ende deja margen para el debate y la refutación: ubi dubium ibi libertas, es decir, donde hay duda (conciencia de la propia ignorancia) hay libertad; por esto es que el espíritu totalitario cierra todo resquicio y todos los grifos del espíritu libre y la discusión abierta porque siempre “tiene la precisa” e impone sus valores “para bien de los demás”. Tal vez no haya advertencia más sabia que la expuesta en el Génesis en cuanto a los peligros de pretender el reemplazo de Dios por los hombres. Es una advertencia sobre los peligros que encierra la soberbia. Más aún, muchas veces afirmamos que no se debe “jugar a Dios”, pero en realidad se pretende ser más que Dios ya que ha puesto en nuestra naturaleza el libre albedrío que permite la salvación o la condena.


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