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martes, 2 de octubre de 2012

EN DEFENSA DEL DIABLO*


Hace pocos días una joven señora estudiante de bachillerato libre me comentaba el poco acierto con que algunos profesores presentan la historia nacional, y a título de ejemplo me decía: 
—Porque ya ve Ud., a Boves lo pintan como si fuera el propio diablo...! 
   Yo estuve a punto de responderle: 
— ¡Pero si Boves fue peor que el diablo! 
Pero como no era ocasión adecuada para explicarle este juicio, que podría parecerle una humorada, se me ha ocurrido hacerlo desde aquí. So­bre todo, porque interesa también a todos los estudiantes a quienes haya llegado esa peregrina interpretación, tan injusta y ofensiva para el rey de los infiernos. 
     Altamente ofensiva, porque en punto a crueldad el diablo no ejerce la suya sino contra los malvados a quienes la propia justicia divina ha condenado, mientras que Boves se ensañó contra los patriotas venezolanos, muchos de los cuales eran de altísima calidad moral; y contra muje­res, ancianos y otros desamparados, que martirizó por el puro placer que en ello encontraba. 
     Lo que probablemente sucede es que a los jóvenes se les está haciendo creer que no son ciertos los horrores que se narran de Boves, y por eso es imprescindible recordarles de vez en cuando que los mismos realistas quedaron horrorizados por ellos. 
     Demasiada conocida entre los historiadores, pero por eso mismo —valga la aparente paradoja— muy poco comentada entre los estudian­tes, es la relación que el propio capellán de Boves llevó a España, por orden de Morillo, sobre aquellos crímenes. 
     Según esa narración el atroz propósito de Boves de exterminar a los blancos o de provocar entre los venezolanos la lucha de razas para que se destruyeran unos a otros, fue realizado sin compasión siquiera para los más indefensos; y a veces contra algunos realistas. 

En el Guayabal —dice— poco después de la batalla de Mosquiteros declaró la muerte a todos los blancos y lo ejecutó constantemente hasta el pueblo de San Mateo (...) En el pueblo de Santa Rosa se mataron todos los blancos que iban entre las compañías de los que se recogieron en aquellos pueblos, sacándolos de noche al campo y matándolos clandestinamente sin confesión, cuya misma suerte tuvieron igualmente en el pueblo de San Mateo los que fueron a vender víveres al ejército. Luego que Boves salió de Cumaná para Úrica encontró varios blancos en las compañías que se habían formado por su orden de las gentes nuevamente remitidas de los pueblos y los hizo morir todos en el campo por la noche, entre ellos don N. Armas, vecino de Barcelona, a un hijo del Comandante Militar de San Mateo y al Comandante de la misma clase de la Margarita, nombrado por Morales. 

Otro realista, nada menos que el Regente de la Real Audiencia, don José Francisco Heredia, refiere en sus Memorias la matanza que hizo Boves en Valencia, a pesar de que la ciudad se le había entregado mediante capitulación y de que él había prometido respetarla bajo juramento ante los Evangelios y el Santísimo Sacramento.

En la noche siguiente a su entrada en Valencia —dice Heredia— Boves reunió toda las mujeres en un sarao, y entre tanto hizo recoger los hombres, que había tomado precauciones para que no se escaparan sacándolos fuera de la población, los alanceaban como a toros sin auxilio espiritual. Solamente el doctor Espejo (Gobernador Político) logró la distinción de ser fusilado y tener tiempo para confesarse. Las damas del baile se bebían las lágrimas, y temblaban al oír las de las partidas de caballería, temiendo lo que sucedió, mientras Boves con un látigo en la mano las hacía danzar el piquirico, y otros sonecitos de la tierra a que era muy aficionado, sin que la molicie que ellos inspiran fuese capaz de ablandar aquel corazón de hierro. Duro la matanza algunas otras noches.

¡Si hasta se puede decir sin la menor exageración que ninguno de los venezolanos actuales tiene un bisabuelo o una bisabuela que no sufriera las angustias, las torturas, el inmisericorde desamparo de aquellos años! 

     No olvidemos tampoco que Boves fue causa en gran parte de que se retardara en muchos años la independencia de Venezuela, con todas las consecuencias que en el porvenir de la patria tuvo aquella prolongada y sangrienta contienda: despoblación del país, miseria, analfabetismo, entronización del caudillismo, dispersión y exterminio de las familias que comenzaban a establecer en nuestras ciudades núcleos culturales y económicos, que hubieran podido ayudar en la reconstrucción ulterior de la nación, etc., etc. 
     Hasta hoy llega, pues, la acción devastadora que Boves realizó en Venezuela. ¿No es suficiente razón para decir que a lo menos para nosotros fue peor que el mismo diablo? 
     En un próximo artículo volveré sobre este tema. Porque lo que verdaderamente me ha dejado estupefacto y dolorido es que algunos profesores —a lo que parece— no sólo se muestren indiferentes a la repulsión moral que debe provocar aquel derroche de crueldad e insensatez que en los testimonios de los propios realistas nos hace estremecer, sino que además no adviertan que hasta hoy mismo, como he dicho, se prolonga el costoso sacrificio que Boves nos impuso. 
     Para no ser «moralistas» quizás esos profesores encuentren razones que de antemano le han hecho aceptar como valederas a sus alumnos, pero eso de que no sepan relacionar aquel pasado con los males que todavía estamos sufriendo, es una deficiencia de método y de criterio que no encontrará justificación ni entre sus mejores amaestrados discípulos. El día que éstos alcancen a pensar por su cuenta. 

*Augusto Mijares/ El Nacional (Caracas) 16 de abril de 1969
    

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