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viernes, 16 de noviembre de 2012

El caudillo


El personalismo en Venezuela, como en el resto de La­tinoamérica, está representado por su exponente más puro y conspicuo: el Caudillo, con mayúscula, un personaje que ha dominado, y todavía lo hace, la vida de esta parte del mundo desde que había amos y esclavos. Según Octavio Paz, la imagen del caudillo no es mexicana únicamente sino española e hispanoamericana. Tal vez es de origen árabe. El mundo islámico se ha caracterizado por su incapacidad para crear sistemas estables de gobierno, es decir, no ha instituido una legitimidad suprapersonal... El respeto fanático a la figura del caudillo es un sentimiento de origen árabe que se encuentra en todo el mundo hispánico" 

El caudillo nació para mandar y para que lo obedezcan lo imiten y lo aplaudan. Cree, y hace creer, que tiene todas las soluciones en la mano y que es el único que puede arreglar las cosas, siempre que lo dejen actuar a sus anchas y no se le opongan, pues no se siente muy cómodo si le llevan la contraria. En los grupos, organizaciones o países dirigidos por caudillos, las estructuras, los sistemas y los procesos carecen de significación puesto que todo gira alrededor de las necesidades, las opiniones, les deseos y los caprichos del jefe máximo. El caudillo aplica las leyes a su conveniencia, adapta las normas a su estilo particular y, en general, convierte a las instituciones en un medio para alcanzar sus objetivos particulares. Si estos objetivos coinciden con los de la colectividad, es posible que las cosas empiecen a funcionar y a enderezarse. Si no, se genera un estado de conflicto en el que alguien, la gente o el caudillo, tiene que salir perdiendo. 

Hay caudillos "buenos" y caudillos "malos", dependiendo de cuáles sean sus principios éticos, su inteligencia, su capacidad y el papel y las circunstancias en las que le toque actuar. Los caudillos buenos pueden, en determinado momento, sacar adelante a una organización o a un país entero, mientras que los caudillos malos llevan a la quiebra y al despeñadero a quienes tengan la desgracia de seguirlos. Siguiendo con este esquema polarizado, el déspota ilustrado y el rey perfecto son ejemplos de caudillos buenos, mientras que los dictadores caricaturizados en novelas y películas de televisión, sanguinarios, ineptos y corruptos, están en el otro extremo de la escala. 

El caudillo escoge a sus lugartenientes sobre la base de afinidades personales. Para él, la lealtad incondicional, la simpatía y los nexos familiares están muy por encima de cualquier otro criterio de selección, llámese capacidad, profesionalismo, normas o competencia. El equipo del caudillo no es otra cosa que un brazo ejecutor de sus órdenes y directrices; una suerte de apéndice humano que no piensa ni tiene iniciativas propias, sólo actúa. La corte nunca cuestiona ni se enfrenta a las decisiones superiores, no sólo porque ello no cabe dentro de sus esquemas, sino, en muchos casos, porque los seguidores creen, de corazón, que están ante un verdadero Mesías y delegan su alma y sus neuronas al que todo lo sabe y todo lo puede. 

En Venezuela, el estilo gerencial del caudillo se encuentra en todas partes, en la empresa privada, en el gobierno, en los gremios y en los sindicatos, y representa una síntesis de muchos de los valores y creencias de la sociedad, como son el dominio del poder y la afiliación selectiva, la persona única y la solución única, inmediata y perfecta. El fenómeno del caudillismo no sucede en un vacío ni es impuesto, sino que la sociedad ha permitido —y de cierta manera estimulado, a través de sus creencias— que le roben la iniciativa, y ha preferido ponerse en las manos de un salvador antes que organizarse y asumir sus retos mayores. La situación termina en un círculo vicioso, en el cual la gente y las instituciones se debilitan a medida que los jefes concentran poder y le restan capacidad de acción. Las organizaciones débiles recurren de nuevo a caudillos que las debilitan aun más y el ciclo se repite cada vez con mayor fuerza.

Alberto Rial
La idiosincrasia y los sistemas de valores en el desarrollo de Venezuela
© 1997 Editorial Galac S.A.

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