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miércoles, 14 de noviembre de 2012

El pueblo nunca se equivoca


Partiendo de la premisa de que no hay culturas, raza, ni etnias intrínsecamente superiores a otras, y asumiendo que cada sociedad desarrolla sistemas de valores particula­res cuyo origen está en una combinación de procesos relati­vamente compleja y extendida en el tiempo, es de esperarse que las distintas naciones que pueblan el planeta obtengan resultados económicos y sociales muy diferentes entre sí, como consecuencia de las prioridades de la gente y de lo que para los pobladores de una determinada comunidad tiene relevancia. En este contexto, todas las culturas del mundo son igualmente exitosas en conseguir solución a sus proble­mas (el pueblo nunca se equivoca, dicho en otras palabras); la diferencia radica en la naturaleza de los problemas que se resuelven y en los que se dejan pendientes. Si en Venezuela el poder es importante para la gente, la obtención de poder será un objetivo prioritario y los ciudadanos dedicarán sus mayores esfuerzos a buscar esa medida de satisfacción indi­vidual, independientemente de que, en el proceso, se cree o se destruya riqueza. La sociedad se repartirá en miles de parcelas de poder, como, de hecho, sucede, y la población tendrá cubierta una de sus necesidades fundamentales.

Numerosos ejemplos de las prioridades con que las personas, y por consiguiente las organizaciones y el país como un todo, elaboran sus proyectos existenciales, se encuentran en las historias del folklore venezolano. Hay una, muy conocida, sobre un pescador que, después de realizada la faena mínima necesaria para alimentarse a él y a su familia, pasaba los días en una hamaca viendo el mar y meciéndose debajo de una palmera. Un turista se puso a hablar con el pescador y le propuso que trabajara más para que comprara otro bote y después otro y otro. Al cabo de varios años de trabajo duro y esfuerzo, podría dedicarse a hacer lo que más le gustara, pues tendría a otros pescadores trabajando para él. En este punto, el pescador le contestó, "pero bueno, señor; a mí lo que me gusta es ver el mar desde mi chinchorro. ¿Para qué pasar tanto trabajo y esperar todo ese tiempo si lo que quiero hacer lo estoy haciendo ahorita?".

La diferencia entre el pescador y el turista, aparte de la anécdota, tiene un significado que llega hasta la médula del contraste entre una cultura—proceso, como puede ser, por ejemplo, la norteamericana, y la cultura—contenido que caracteriza a la sociedad venezolana. Mientras el anglosajón valora el resultado final placentero como una consecuencia del trabajo sostenido, y planifica y encara el proceso de construcción y desarrollo de su obra con el mismo énfasis con el que visualiza la meta, la cultura local se concentra en la recompensa y, en la mayoría de los casos, busca atajos para llegar a ella lo antes posible. Ambos protagonistas son exitosos, pues terminan haciendo lo que quieren y, lo que es más importante, según un estilo de vida que es válido y coherente con las creencias de cada uno. La diferencia fundamental estriba en que, mientras el turista emprendedor crearía riqueza y empleo y contribuiría significativamente con el PIB, el pescador construye una economía de subsistencia que sólo responde por las necesidades de su círculo familiar.

Alberto Rial
La idiosincrasia y los sistemas de valores en el desarrollo de Venezuela
© 1997 Editorial Galac S.A.

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