Partiendo de la premisa de que no hay culturas, raza, ni etnias
intrínsecamente superiores a otras, y asumiendo que cada sociedad desarrolla
sistemas de valores particulares cuyo origen está en una combinación de
procesos relativamente compleja y extendida en el tiempo, es de esperarse que
las distintas naciones que pueblan el planeta obtengan resultados económicos y
sociales muy diferentes entre sí, como consecuencia de las prioridades de la
gente y de lo que para los pobladores de una determinada comunidad tiene relevancia.
En este contexto, todas las culturas del mundo son igualmente exitosas en
conseguir solución a sus problemas (el pueblo nunca se equivoca, dicho en
otras palabras); la diferencia radica en la naturaleza de los problemas que se
resuelven y en los que se dejan pendientes. Si en Venezuela el poder es
importante para la gente, la obtención de poder será un objetivo prioritario y
los ciudadanos dedicarán sus mayores esfuerzos a buscar esa medida de
satisfacción individual, independientemente de que, en el proceso, se cree o se
destruya riqueza. La sociedad se repartirá en miles de parcelas de poder, como,
de hecho, sucede, y la población tendrá cubierta una de sus necesidades
fundamentales.
Numerosos ejemplos de las prioridades con que las personas, y por
consiguiente las organizaciones y el país como un todo, elaboran sus proyectos
existenciales, se encuentran en las historias
del folklore venezolano. Hay una, muy conocida, sobre un pescador que, después
de realizada la faena mínima necesaria para alimentarse a él y a su familia, pasaba
los días en una hamaca viendo el mar y meciéndose debajo de una palmera. Un
turista se puso a hablar con el pescador y le propuso que trabajara más para
que comprara otro bote y después otro y otro. Al cabo de varios años de trabajo
duro y esfuerzo, podría dedicarse a hacer lo que más le gustara, pues tendría a
otros pescadores trabajando para él. En este punto, el pescador le contestó,
"pero bueno, señor; a mí lo que me gusta es ver el mar desde mi
chinchorro. ¿Para qué pasar tanto trabajo y esperar todo ese tiempo si lo que
quiero hacer lo estoy haciendo ahorita?".
La diferencia entre el pescador y el turista, aparte de la
anécdota, tiene un significado que llega hasta la médula del contraste entre
una cultura—proceso, como puede ser, por ejemplo, la norteamericana, y la
cultura—contenido que caracteriza a la sociedad venezolana. Mientras el
anglosajón valora el resultado final placentero como una consecuencia del
trabajo sostenido, y planifica y encara el proceso de construcción y desarrollo
de su obra con el mismo énfasis con el que visualiza la meta, la cultura local
se concentra en la recompensa y, en la mayoría de los casos, busca atajos para
llegar a ella lo antes posible. Ambos
protagonistas son exitosos, pues terminan haciendo lo que quieren y, lo que es
más importante, según un estilo de vida que es válido y coherente con las
creencias de cada uno. La diferencia fundamental estriba en que, mientras el
turista emprendedor crearía riqueza y empleo y contribuiría significativamente
con el PIB, el pescador construye una economía de subsistencia que sólo
responde por las necesidades de su círculo familiar.
Alberto Rial
La idiosincrasia y los sistemas de valores en el desarrollo de
Venezuela
© 1997 Editorial Galac S.A.