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martes, 27 de noviembre de 2012

CUANDO SE ENFERMA UN DICTADOR


Después del acontecimiento histórico llamado "La Aclamación", organizado con la finalidad de que el general Cipriano Castro se encargara del Poder, el cual estaba desempeñado provisionalmente por el general Juan Vicente Gómez, el caudillo restaurador co­menzó a resentirse de la salud. Las fiestas organizadas por los áulicos minaron de tal manera su espíritu y sus riñones que, al decir de un historiador nuestro, Castro padecía todos los síntomas de un maniaco-depresivo. Día a día se va acentuando el mal, lo que lo llevará a trasladarse a Macuto, donde respirará aires más puros bajo el cuido celoso de sus médicos de confianza. Los facultativos recomiendan finalmente que la operación puede tardar unos meses más, pero Castro es un hombre temperamental, de reacciones bruscas e inesperadas, y decide llamar al doctor Reven­ga para que prepare la operación para el día 9 de febrero. En la mañana de ese día todo está listo. Revenga lleva el bisturí, mien­tras le acompañan los doctores Eduardo Celis, Pablo Acosta Ortiz, David Lobo, José Antonio Baldó, Adolfo Bueno, Lino Arturo Clemente.  A las 11,30 horas de la mañana, la operación ha terminado. (Unos afirman que Revenga abrió y volvió a cerrar sin rea­lizar la operación, y el doctor Revenga anuncia a quienes se encontraban en el corredor que el jefe "tiene un pulso normal y no debe interrumpirse su reposo".) Castro se recupera y el 18 de marzo de ese mismo año de 1907 regresa a Caracas "a mandar de nuevo desde el Palacio de Miraflores". Pero los telegramas de felicitación  por el éxito de la intervención quirúrgica han comenzado a llegar mucho antes. El 14 de febrero, el doctor Diógenes Escalante le escribirá a Castro desde Liverpool: "Por un telegrama del doctor Gil Fortoul acabo de tener conocimiento de la operación quirúrgica que se le practicara a usted y del éxito obtenido. Celebro alborozado la feliz noticia y me apresuro a enviarle mis más sinceros parabienes, haciendo fervientes votos porque a esta fecha el restablecimiento de usted sea completo. La dolorosa experiencia adquirida durante su enfermedad nos prueba una vez por todas hasta dónde la vida de usted es cara y necesaria a la República. Fuera de usted no hay en Venezuela sino anarquía profunda, desbordamiento de ambiciones, desenfreno de toda suerte de libertinajes; en una palabra, regresión completa al imperio del mal y del desorden." M. Corao escribe el 11 de junio desde París y le dice, entre otras cosas, al Restaurador: "Me congratulo con usted por las satisfactorias noticias que sobre su salud he venido reci­biendo. Su actividad gubernativa resuelve todo problema, asegura la tranquilidad de la República y borra toda diferencia entre güelfos y gibelinos, que todos somos amigos suyos y sus servidores, unos por intereses, otros por respeto y otros por amor y recono­cimiento. La noticia de la salud de usted completamente resta­blecida ha reaccionado aquí los negocios, pues todo se espera de usted." El mismo 11 de junio, J. A. Velutini escribe a Castro desde París y le dice: "No puede usted figurarse la satisfacción con que he sabido su rápida convalecencia, a tal punto que ha podido dis­currir largamente y presentar su mensaje personalmente al Con­greso. Al fin decretó usted curarse y se curó. Por aquí, nada nuevo que comunicarle. Le certifico mi convicción de que el Mocho Her­nández nada hará y nada tenía tampoco, de modo que no me ex­plico la alharaca revolucionaria que había. Figúrese que ha lle­gado a pedirle dinero a Matos, según me han informado, y que éste se ha negado rotundamente."
Los servidores del régimen desean todos poner de manifiesto su contento, y los telegramas y cartas continúan lloviendo. José Ignacio Cárdenas le dice a Castro desde París: "No hay duda de que el restablecimiento de su salud basta para alejar todo temor de revuelta en la Patria. Su presencia al frente del Poder y su vuelta a la actividad de la vida política son la mejor garantía de paz y progreso para el país." Y Carlos Benito Figueredo, cónsul en Nueva York, escribe: "El lunes se publicó un cable de Curazao diciendo que usted ha sufrido una recaída. El martes dice otro cable de la misma procedencia que la revolución en Venezuela ha cobrado alientos y que el Gobierno, para debelarla, está reclutando gente. En estas lejanías en que vivo, no comprendo qué golpe de Estado sea ése. Yo lo único que sé aquí es que la Restauración está divi­dida en dos círculos: los que vamos a todas partes con Castro, con todo afecto, entusiasmo y lealtad, y los que, reconociendo a Gómez por jefe, han estado esperando y esperan aún el momento de cantar sobre su cadáver el Consumatum est. Pertenezco al nú­mero de los primeros, porque sé ser leal, agradecido y disciplinado. Lo que no he sabido, ni quiero saberlo nunca, es ser felón, ingrato y ambicioso." Años más tarde, Figueredo demostró todo lo con­trario de lo que afirmaba en esas palabras. Pero sigamos nuestro recuento y leamos lo que escribía el gobernador de Margarita, Pedro M. Cárdenas: "La feliz noticia del recobro de su intere­sante salud me colma de regocijo, pues ella ha devuelto a sus amigos la calma y la confianza, después de tan largos días de ruda expectativa. Dios sea loado. Luce de nuevo el sol de la patria, y por ello los leales están de plácemes y cobran nuevos alientos poderosos para seguir depositando su grano de arena en la obra gigantesca que sobre sus propios hombros edifica el artífice de la Restauración”

Francisco Salazar Martínez/Tiempo de Compadres/1972

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