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sábado, 1 de diciembre de 2012

Desorden fiscal y corrupción administrativa


En Venezuela todos los caudillos han visto las arcas públicas como el surtidor de donde obtendrán la recompensa material por la conquista del poder. Invariablemente las aspiraciones a la presidencia de la República estuvieron asociadas a esta idea y siempre tal asociación se ha hecho realidad evidente, constituyéndose en un estímulo más en las ambiciones de cuantos se han lanzado a la lucha cívica o a la rebeldía armada para salvar la patria de los males que en cada oportunidad la afligían, fueran éstos reales o imaginarios, y para los cuales todo pretendiente tenía la solución adecuada y estaba dispuesto a llegar basta al holocausto de su vida por alcanzar la sagrada oportunidad de demostrar su patriótica vocación de servicio público, de darse entero por la causa que profesaba en bien de sus compatriotas. Y como el ejercicio del poder caudillista fue atributo personal del elegido y de una reducida camarilla que lo rodeaba, nada más fácil que convertir a Venezuela en su hacienda particular, bien bajo las formas finas y afrancesadas que le imprimiera Antonio Guzmán Blanco a su paso por la jefatura del Estado o los rústicos modales de cualquier conductor afortunado de montoneras que llegase a Caracas a ilustrarse, gobernar y pecular, hasta la extrema apropiación del país puesta en práctica posteriormente por la dictadura de Juan Vicente Gómez. 

Ese fue el módulo dé comportamiento Habitual de los gobernantes venezolanos en el período que estamos estudiando; él se basó en antecedentes que le dieron origen y legó sus métodos a Cipriano Castro (o a los segundones que lo rodeaban, de quienes éste los aprendería), para pasar a perfeccionarse en los manejos de Gómez, su familia y favoritos. 

Pero el jefe del Estado no podía apropiarse solo de los recursos nacionales. Para ello necesitaba cómplices en los cargos administrativos claves, comenzando por el Ministerio de Hacienda y continuando la línea descendente —en un país cuyos ingresos públicos fundamentales eran aduaneros— por las administraciones de aduanas que eran otorgadas casi siempre en comandita a compadres y correligionarios de confianza, y menos a opositores a quienes a veces convenía aquietar —y se dejaban— con alguna prebenda comprometedora. Es decir, que desde la más alta magistratura se instalaba un sistema de corrupción administrativa para saquear el erario público. El mismo descendía en forma vertical hasta los niveles de Aduanas para desde allí extenderse horizontalmente y regresar hacia arriba con sus productos, los cuales dispensaban incesante cantidad de riquezas difícilmente cuantificables en cualquier momento, que convertía en hombres de fortuna a muchos sacrificados ciudadanos que abandonaban su tranquilidad para servir a la nación.21 

Antes asentamos que resulta muy difícil cuantificar el aprovechamiento económico con que los gobernantes enriquecen su patrimonio personal. -Por regla general a los ladrones de la hacienda pública en Venezuela no los sancionan las leyes ni la sociedad; sólo son sancionados por la historia cuando ha transcurrido tanto tiempo de los hechos que se les imputan, que los juicios históricos ruedan sin efecto por sobre la epidermis de los descendientes de aquellos patriotas, lavadas de culpa y suavizadas por la bondadosa unción del dinero. Y cuantas veces se ha intentado incoar acciones —o han sido llevadas a la práctica— contra los peculadores, tales iniciativas tuvieron un fondo eminentemente político arropado bajo el manto de procedimientos administrativos. 

Por eso, los trabajos históricos se han limitado a consignar hechos que más bien son indicadores del estado de cosas imperante, como el que nos entrega Mariano Picón-Salas de una supuesta conversación de Cipriano Castro cuando en octubre de 1899 se ocupaba en las urgencias de estructurar su primer gabinete. Cuenta el autor que Castro se dirigió al antiguo posadero de sus anteriores viajes a Caracas —Rendiles—, pidiéndole que como conocedor de los capitalistas de esta ciudad le recomendara uno para ministro de Hacienda. En esa conversación terció el anfitrión valenciano de Castro, Ramón Tello Mendoza: 

—"Yo no creo, general... que usted necesite de ninguno de esos «chivatos». A usted le hace falta como Ministro un amigo suyo, ante quien usted no se ruborice cuando quiera pedirle 'cien mil pesos". — [Castro]. .. "mira entonces fijamente a Tello Mendoza como en signo de complicidad. ¡Este hombre halagador y dócil será, precisamente, su Ministro de Hacienda"...22 

De este personaje dice Domingo Alberto Rangel: 

. . .Tello Mendoza... es uno de los productos acabados de la época. Ladrón sin fronteras, parrandero de noches en redondo, negociante de bienes y de conciencias, chorrea riquezas y tiene conexiones con el mundo de las clases dominantes de la época a las cuales ha cortejado y servido hasta el límite de su moral siempre elástica... No hay vicio ni desvergüenza que no se haya cocinado en los salones valencianos de Tello Mendoza. El ojo acertado de este capitán de corruptelas descubre pronto que la armazón ideológica y la moral política, aparentemente incorruptibles, del Restaurador, tiene sus flancos débiles....23 

Y Enrique Bernardo Núñez, refiriéndose a los ejercicios previos a la "Libertadora" de 1902, dice: 

…El desorden fiscal ha ido en aumento en los últimos años. Todos los apetitos, las ambiciones, los odios, están tensos y en acecho. Venezuela 'ha venido a ser el botín de los hombres de presa....24 

La venezolana era una hacienda pública menguada y menguante, el Fisco de un país casi sin caminos, sin asistencia pública hospitalaria ni saneamiento ambiental, con una inversión ínfima en educación, agobiado por el enorme peso de una deuda pública contraída y gastada alegremente; esa hacienda, sin embargo, podía proveer a la satisfacción de las demandas de la rapiña gobernante. Poco importaba que los urgentes reclamos del servicio público quedaran preteridos si los prohombres del régimen obtenían sus correspondientes beneficios. Nemecio Parada suministra un testimonio indirecto de la forma como se pagaba a los servidores de la causa, el que queremos utilizar como muestra elocuente: Cuando relata las incidencias del regreso a casa de su hermano Abraham después de acompañar a Castro en la campaña que lo llevó al poder, dice que cuando aquél manifestó al caudillo el deseo de volverse a su tierra, éste le habría ordenado: "...Haz un recibo por la cantidad que quieras, para que te sea pagado enseguida. . .".25 

Por todas esas razones, consideramos que la corrupción administrativa era componente de primer orden en la gestión gubernativa y el desorden fiscal su caldo de cultivo, su condición más acabada. Opinamos que como antecedentes de la administración pública venezolana del siglo XX, puede ser calificada de tradición nacional.

21. Recientemente se refería al problema un destacado político dirigente del partido de gobierno (período 1974-1979) al emitir sus opiniones en torno al actual debate sobre la corrupción administrativa, expresándose en los siguientes términos: "Desde que nació la República, antes de nacer la República, se ha hablado de la corrupción administrativa. La Historia está salpicada de asaltos y delitos contra la cosa pública. Los dineros y las influencias del Estado han sido una inmensa piscina donde han nadado hasta el hartazgo los prevaricadores de todos los tiempos"... El párrafo concluye con una cita de El Quijote atribuida por el autor a Rómulo Betancourt, en relación a la cual hace una oportuna salvedad posterior, diríamos que un poco como curándose en salud con respecto al actual período de gobierno. Esta es la cita: . . .«El administrador que administra y el enfermo que se enjuaga, algo traga». . .
Carlos   Canache  Mata,  La  inmoralidad administrativa.   En  el   diario El Nacional,  Caracas,  16-8-1975, p. A-4.
22. Mariano Picón-Salas, Los días de Cipriano Castro, p. 74.
23. Domingo Alberto Rangel, op. cit., p. 105.
24. Enrique Bernardo Núñez, El hombre de la levista gris, p. 9-


Manuel Rodriguez Campos/Venezuela 1902: la crisis fiscal y el bloqueo/1983

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