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jueves, 27 de agosto de 2015

Recuperando la Memoria Histórica: La destrucción del Ejército, por Jorge Olavarría

Para el examen de la situación en la cual está el Ejército de Venezuela este mes de junio, propongo como hipótesis que el Ejército de Venezuela, el cual en 1998 era profesional, apolítico, obediente y no deliberante; estaba al servicio del Estado y de sus instituciones, y no de una persona o un partido; tenía un adecuado apresto militar para cumplir con su función disuasiva y su papel de garante de la integridad territorial, y el cual objetivamente existía en 1998 cuando el teniente coronel Hugo Chávez fue elegido presidente de la República, ya no existe.
Ha sido destruido. Lo que de él queda está siendo y será desmantelado y reemplazado por un modelo de Ejército adecuado a la interpretación que el Presidente hizo de lo que entiende es la "seguridad nacional" y la "defensa integral", anunciadas en el discurso del 16 de mayo de 2004, y que son -según Chávez- la base constitucional para la creación de "milicias populares".
El objetivo final de la transformación que se ha hecho y se anuncia se hará del Ejército de Venezuela es crear milicias populares para imponer un régimen militarista-populista que Chávez sostiene está implícito en el Capítulo VII de la Constitución. Lo está. En 1999 fue advertido por mí que así sería. El carácter antidemocrático del articulado del Título VII no sólo fue protestado en 1999 por mí y por los constituyentes Brewer, Fermín y Franceschi, sino por el constituyente Hermann Escarrá, quien a pesar de que era el supremo sacerdote de la confección de la Constitución "bolivariana" salvó su voto sobre el Título VII, por las mismas razones alegadas por nosotros.
La interpretación que del articulado del Título VII hizo el Presidente sostiene que la Constitución lo autoriza a crear una Fuerza Armada inorgánica, invertebrada, al servicio de su persona y su parcialidad política; formado por milicias populares, cuyo objetivo explícito es "defender la revolución" con armas de sus enemigos, los venezolanos que son adversarios de ésta y que son calificados y ahora enjuiciados por ultraje a la Fuerza Armada y traición a la patria.
El hecho de que semejante cosa hubiera sido el producto de los "grupos de trabajo" del Consejo de Defensa de la Nación y que uno de sus miembros sea el presidente del Tribunal Supremo de Justicia parecería garantizarle una interpretación de la letra del Título VII de la Constitución cónsona con la interpretación que el jefe del Poder Ejecutivo y comandante en jefe de la Fuerza Armada le da.
Un primer resultado de esto es que hoy tenemos un nuevo Ejército, incapaz de cumplir con su función primordial de defender la integridad territorial, al punto de ser totalmente desmantelado. Por lo que el Presidente ha dicho, ha hecho y anuncia hará, ese Ejército ya no será forjador sino destructor de libertades. Estará enfrentado y verá como sus enemigos a los venezolanos que se opongan a semejante desatino y se verá obligado a matar y a morir por ello.
Como muestra de esta corriente, vemos como se trata hoy a los generales Rosendo y Usón, a quienes se les acusa de ultraje a la Fuerza Armada por haber dicho la verdad; y a líderes de la sociedad civil y democrática, como María Corina Machado y Alejandro Plaz, a quienes se les acusa de ser enemigos del pueblo y traidores a la patria por el delito de haber recogido y sistematizado las firmas con las que se solicitó el referéndum revocatorio de Chávez, lo cual hizo que fracasaran las trampas y atropellos con las que se quiso invalidarlas.
Una pregunta que debemos hacernos hoy los venezolanos es si objetivamente lo que se ha hecho y lo que se anuncia se hará significa un paso de avance o es un proceso involutivo hacia estadios de la historia formativa del Ejército que triunfó en Carabobo, y que se creía habían sido superados. La hipótesis que propongo para que sea examinada y demostrada, con toda la contundencia que el caso amerita, es que todo lo que se ha hecho y todo lo ha sido ratificado y anunciado por el Presidente en las llamadas tres líneas estratégicas, que dice han sido producidas por el Consejo de Defensa de la Nación, lleva a la destrucción y al regreso del Ejército de Venezuela a lo que era en el siglo XIX: el Ejército del partido, con la diferencia que en el siglo XXI de acuerdo con la doctrina de la seguridad nacional, será el partido del Ejército.
Por lo pronto tenemos que la "primera línea estratégica" de la "nueva etapa antiimperialista de la revolución bolivariana" expuesta por el Presidente anuncia que se incorporarán 50 mil reservistas que se agregarán a los 50 mil que dice han sido incorporados, sin que haya sido aclarado cuál es el estatus de obediencia, disciplina y subordinación de estos reservistas en relación con la cadena de mando militar existente; ofrece que el contingente del Ejército y la Guardia Nacional será aumentado, para lo cual señala una suma global y, de paso, amenaza con la creación de "teatros de operaciones" en el centro del país, para "hacerle frente a invasiones" como la que dice se ha producido y cuya veracidad está por demostrarse, pero que en cualquier caso -farsa, verdad o media mentira- significarían la virtual suspensión de las garantías constitucionales para el ejercicio de libertades en esos teatros de operaciones; cuando menos, la libertad de tránsito.
Todo lo que está implícito en la "segunda línea estratégica" que anuncia la acentuación de la doctrina de la "unión cívico-militar" es el aumento de la militarización del Estado en todos sus niveles y ramas, por la ocupación por militares activos de más y más cargos en la administración pública, los institutos autónomos y las empresas del Estado, de manera simultánea con su cargo y autoridad militar. Todo lo que se anuncia como la "tercera línea estratégica" lleva a la creación de milicias populares, separadas y desarticuladas de la Fuerza Armada, creadas para combatir a los enemigos -reales o imaginarios- de su revolución, obedientes a su persona y a los mandos de los militares retirados de su partido, el militarista MBR-200.
La doctrina Chavista de seguridad y defensa La Constitución "bolivariana" de 1999 tiene un admirable catálogo de derechos humanos. Pero lo que establece en el Título VII sobre la "seguridad de la Nación" es un cáncer maligno y mortal que plantea la posibilidad que esa Constitución sea la base de un gobierno que no podrá, con propiedad, llamarse "democrático", pues estará sometido al tutelaje militar. Las adulteraciones y desviaciones que se producen con la prestidigitación y el manejo artero de los conceptos abstractos de "seguridad", "defensa" y "fuerza armada" se hacen posibles cuando se aíslan conceptualmente los componentes orgánicos de lo que es una unidad viva e indivisible. Me explico: cuando se le hace la autopsia a un cadáver, sus órganos pueden ser aislados para estudiar y entender sus funciones y determinar la causa de su enfermedad y muerte. Pero los órganos vitales de un cuerpo vivo no actúan aislados; y la salud de uno no es la salud de todos. Sin embargo, la enfermedad de uno lleva a la muerte de todos. Lo que es claro en la categoría orgánica de la anatomía humana puede aplicarse a las abstracciones que se manejan para construir el orden constitucional de un Estado con intenciones distintas a las que se proclaman. La manipulación de las ideas y conceptos de seguridad y defensa produce sofismas. El más viejo y mejor conocido de todos es el sofisma que parte de la idea de la necesaria subordinación de la salud de todos los órganos vitales del Estado al bienestar de uno de ellos. Con ello se justifica la subordinación de los derechos individuales reales a un derecho colectivo abstracto que tiene un solo intérprete que se abroga su representación.
En el siglo XVIII este fue el camino argumental de las desviaciones de la Revolución Francesa hacia la democracia jacobina, que partían de una mala interpretación de lo que Rousseau argumentó para proponer la idea de la "volonté generale". A ella se emparentó el pensamiento de Hegel. Y todo eso llevó a la justificación de los Estados totalitarios del siglo XX. Aislar el concepto de la seguridad y la defensa de su organicidad social es el primer paso dialéctico para justificar la subordinación de toda la sociedad y de todas instituciones del Estado a la interpretación que de las necesidades de seguridad y defensa haga el jefe supremo. Ese fue el paso previo para la construcción de un sofisma constitucional justificatorio de la tutela militarista de una tiranía populista que es a lo que lleva el Título VI de la Constitución llamada 'bolivariana'. Su primera consecuencia es la desviación y destrucción de las funciones y responsabilidades defensivas de la Fuerza Armada y su conversión en el brazo armado de quien ha sido ungido como el supremo intérprete de las necesidades de seguridad y defensa. Su última consecuencia es la total inseguridad y la indefensión de los individuos y sus derechos frente al Estado.
La Constitución de 1999 fue el producto de proposiciones incompatibles y contradictorias. De allí su inorganicidad implosiva. Por un lado, constitucionalistas como Ricardo Combellas y Hermann Escarrá llevaron proposiciones que se materializaron en los avanzados y loables artículos relativos a la democracia participativa, entre los cuales está el principio de la revocabilidad de todo mandato electoral por medio de referéndum popular. Por otro lado estaban las proposiciones militaristas de Chávez, que se manifestaron en el Título VII de la Constitución. En 1999, el comandante Chávez propuso en su proyecto de "Constitución bolivariana" que: "La seguridad y defensa de la Nación es función trascendental del Estado y participa en ella todo el pueblo venezolano". En el siguiente artículo establecía como "obligación del Presidente de la República, defender los intereses supremos de la Nación adoptando las medidas necesarias para asegurar la defensa nacional"; reforzando esta obligación, convertida en derecho, con el siguiente artículo que dice que "la máxima autoridad dentro del Sistema de Defensa Nacional le corresponde al Presidente de la República". Sentadas estas bases, en el Capítulo II, titulado "De los principios de Seguridad y Defensa", Chávez definía lo que llama un "sistema de seguridad y defensa" así: "La seguridad y defensa de la Nación se fundamentan en el cumplimiento de los principios de independencia, democracia, igualdad, libertad y justicia, así como en la satisfacción progresiva de las necesidades individuales y colectivas de los venezolanos, con el fin de lograr su completa realización humana".
De esta definición que lo abarca todo pasaba a un artículo de 14 palabras que decía esto: "Los principios de seguridad y defensa abarcan los ámbitos económico, social político y cultural". Esto lo remata en el siguiente artículo en el que dice que "los principios de seguridad y defensa constituyen el soporte para impulsar el desarrollo integral de la Nación". En el Capítulo III del Título VI, relativo al "Poder Público Nacional", Chávez decía que "el Presidente de la República es el líder de la Nación, expresa la unidad nacional y se obliga a garantizar los derechos y libertades de los venezolanos, la independencia, integridad y soberanía del territorio y defensa de la República". En el siguiente capítulo, Chávez proponía diversos grados de suprema "jefatura" presidencial, dignas de Benito Mussolini... "El Presidente de la República es el jefe del Estado, jefe del Gobierno, máxima autoridad administrativa y líder de la Fuerza Armada con el grado de comandante en jefe". Con lo que creó un grado militar nuevo. Acto y seguido Chávez propuso que el período constitucional fuera de seis años, y que el Presidente fuera elegible para el período posterior. Entre sus atribuciones estaba la de promover a los oficiales de la Fuerza Armada a partir del grado de coronel, sin más requisito que su voluntad, quitándole al Senado la función de aprobar los ascensos establecido en la tradición constitucional venezolana, desde la Constitución de 1811 repetida por el Libertador Simón Bolívar en la Constitución de Angostura de 1819 y por todas las constituciones venezolanas. Además de ello, el Presidente podía: "Convocar la movilización nacional y adoptar las medidas necesarias para la defensa de la República, la integridad de su territorio y su soberanía". Sin más requisito o condición que su voluntad.
Ni las constituciones gomecistas dijeron que el Presidente tendría la facultad para "declarar los estados de excepción y suspender las garantías" sin que esta declaratoria se sometiera a control de otro poder o se previeran modos de restituir la normalidad. Para cerrar con broche de oro, el Presidente se atribuía la facultad de celebrar y ratificar tratados "por razones de urgencia" "sin el requisito de la aprobación previa de la Asamblea Nacional".
Esto lo propuso Hugo Chávez en 1999. Hubo juristas respetables pero oportunistas que declararon públicamente que esta proposición no afectaba al ideal democrático. Mucho de esto -no todo- fue aprobado por la Constituyente, después de un forcejeo cuya historia algún día se contará. Yo fui miembro de la Comisión de Defensa y de algo me pude enterar. Lo que para mí era evidente en 1999 era que nadie podía cantar y pintar semejantes ideas como creadoras de lo que debía ser la Fuerza Armada de un Estado de Derecho. No en vano, el ropaje preferido del comandante en jefe es el del camuflaje en cuyas artes se ha revelado un maestro digno del estudio de las artes aplicadas de Maquiavelo. Sembradas aquí y allá había algunas proposiciones de relumbrón que atraían comentarios casi siempre superficiales, cuando no frívolos, como el voto militar y la omisión de la prohibición de deliberar, lo cual equivalía a su autorización el levantamiento del secreto militar y el voto. Esto fue lo que llamó la atención a la proverbial superficial frivolidad de los comunicadores, quienes las lanzan al debate. Había otras proposiciones que no fueron acogidas como fueron propuestas, como la Fuerza Armada singular, lo cual provocó fuertes reacciones ante las cuales el presidente Chávez hizo el repliegue táctico que tenía previsto para que todos quedasen contentos y él se saliera con la suya en lo que le interesaba.
Lo más peligroso de todo lo que se hizo en 1999, dentro y fuera de la Asamblea Constituyente, y lo que se hizo después y tuvo consecuencias más destructoras, fue sentar las bases para la militarización de la política como consecuencia de un modelo de Estado que consagraba el tutelaje militar de la sociedad civil. Pero para poder hacer eso había que destruir las bases éticas de lo que habían sido el Ejército de una sociedad democrática. Lo que Chávez propuso como "Sistema de Seguridad y Defensa" y lo que en definitiva se aprobó en la Asamblea fue la artera politización del estamento militar implícito en todo lo que se puso en marcha bajo la excusa de su "democratización" y su "inserción" en la sociedad de la cual se decía estaba "aislada". Esto es lo que se cubrió con el manejo falaz de los conceptos de la seguridad y la defensa. Para ello se dijo que se le quitaría a la Fuerza Armada el carácter no deliberante y obediente y se les otorgaría el derecho al voto a los militares.
Para mí estaba claro que ello llevaba a la metamorfosis del poder militar en un poder supraconstitucional de tutelaje sobre todos los poderes del Estado. Eso no era nuevo. El avance habría sido emanciparnos de lo que de ello hay de verdad en nuestra cultura política, no recaer en ello y menos acentuarlo. Su nocividad no sólo está en lo que podría ser considerado como una perversión militarista, corporativista o fascista. Eso sería fácil de corregir y erradicar. Su mayor daño está en que sus raciocinios justificatorios, que son falaces y engañosos, halagan y empalagan la mentalidad militar. Parten de sofismas y confusiones conceptuales que muchos militares han hecho suyos. Llevan a que lo que se propone para una institución que es fundamental a todo Estado, sea sometida a la voluntad de un hombre torrencialmente adicto a la demagogia. Eso y la ineludible perversión de los fundamentos de jerarquía, obediencia y subordinación, esenciales a cualquier institución militar, hacen una mezcla volátil y explosiva. A esto añádanse las consecuencias de la infección del estamento militar por los factores patógenos que se le han estado inoculando a la sociedad venezolana con las contradicciones y absurdos constitucionales que se han creado para todos los ámbitos de la vida nacional. Sus resultados para el estamento militar han sido y van a ser mucho más serios de lo que se piensa. Allí lo que se ha hecho es potencialmente proclive a convertirse en enfrentamientos que no se resuelven con votos sino con balas. Las tempestades que han sembrado y todavía no se han desatado tienen algo más que viento de palabras huecas. No se puede olvidar que de lo que se trata en este caso es que al componente militar se le han inoculado ideas y procedimientos institucionales muy peligrosos en una institución formada por hombres armados. Aventar a la institución militar al torbellino del debate que desencadenan los virus conceptuales que hierven en la cabeza de su comandante en jefe, cultivados en caldos de odios raciales y sociales acicateados, es un crimen imperdonable.

Por ello, quienes hoy tenemos algo que decir, y podemos decirlo, debemos hablar para intentar evitar lo que sucederá mañana si este mal no se corrige como debe hacerse. Debemos hacerlo con la claridad y firmeza que hace falta para ubicar los conceptos que se han usado para desorganizar y reorganizar a la Fuerza Armada venezolana en las categorías de calificación que les corresponden, sin dejarnos arrastrar por debates estériles acerca de cuestiones subalternas. Mañana será tarde.

Tomado de ElNacional.com

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