El sectarismo quiere que los suyos salgan adelante a toda costa, aunque el conjunto del país sufra en su armonía o incluso corra peligro de desmoronarse. En su hemiplejía partidista valora las instituciones, no en cuanto garantías para que todos puedan jugar limpiamente, sino sólo en la medida que se presten a ser utilizadas al servicio de su propia ideología: lo que no me sirve para ganar debe ser desprestigiado e inutilizado. Forma parte de la democracia que haya diversas actitudes o partidos en liza y que cada cual colabore con quienes mejor defiendan lo que considera adecuado: pero no que se pierda de vista que nadie tiene absolutamente la razón y que frente a ciertas cuestiones esenciales es imprescindible buscar la colaboración con el adversario antes que imponerse, caiga quien caiga, a él. De modo que es importante enseñar desde la escuela a quienes pronto van a ser ciudadanos de pleno derecho, antes de que corrompan su juicio los maniqueísmos de sus mayores, el verdadero significado en busca de un bien común que tienen los mecanismos democráticos y el sentido de la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Sobre todo prevenirlos, antes de que por influencia del ambiente envenenado los padezcan, contra los dos peores y más frecuentes sectarismos de nuestro espectro político: el clericalismo, por lo general apoyado electoralmente por la derecha, y el nacionalismo, apoyado también por lo general electoralmente por la izquierda. Luego puede ser ya demasiado tarde.
(Fernando Savater, Diccionario del ciudadano sin miedo a saber)