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miércoles, 21 de diciembre de 2011

Cuando hay demasiadas leyes/ Diego de Saavedra Fajardo/ Eduardo García Gaspar


¿Quién no reacciona favorablemente ante la emisión de más leyes creyendo que ello es solución de problemas? ¿Pero, qué es mejor, muchas leyes o pocas? La realidad señala que se piensa que es mejor tener muchas. La idea de Saavedra Fajardo, escritor político del Siglo de Oro Español, da una respuesta que es directa y conveniente para los tiempos en los que se ha tomado como algo dado la relación entre la cantidad de leyes y el beneficio probable a los ciudadanos. Quizá la verdad sea la contraria, menos leyes, mayor bienestar. Si Bastiat trata el alcance de la ley Epstein el de su complejidad, ahora Saavedra examina el aspecto cuantitativo

Después de una serie de consideraciones, el autor llega a la idea que se destaca en este resumen. Dice que la multiplicidad de leyes es algo que lastima a las repúblicas. Las leyes, cuando son muchas no causan otra cosa que trastornos y complejidades. Muchas leyes se olvidan y en ese olvido no pueden respetarse, por lo que se desprecian. La sencillez de la ley produce su admiración y respeto; la abundancia de leyes, su desprecio e ignorancia. Cuando hay muchas leyes, se contradicen unas a otras, y hacen nacer diversas interpretaciones u opiniones maliciosas, de donde surgen los litigios y las desavenencias. Las sociedades que se rigen con un exceso de leyes ocupan a la mayoría de los habitantes en los juicios y desperdician tiempo necesario para los campos y los oficios. El trabajo es frenado por la abundancia de leyes. El exceso de leyes, entonces, es causa de complicaciones innecesarias, del desprecio a lo legal, de pleitos y de pérdida de tiempo. Más aún, el exceso de leyes hace que muchos malos sean señores de los buenos y que unos pocos buenos sean sustento de los muchos malos. Son allí los tribunales bosques de facinerosos y quienes hablan de cuidar los intereses del pueblo son en realidad la cadena que los sujeta con crueldad. Las muchas leyes son pues más frenos que alientos.
Sigue el autor mencionando las malas consecuencias de la abundancia de leyes. El que promulga muchas leyes disemina por todas partes obstáculos en los que todos caen. Por esto, asevera Saavedra, es que Aristóteles ha dicho que unas pocas leyes son suficientes para los casos graves, pues del resto puede encargarse el juicio natural. Ninguna calamidad interior de las repúblicas es tan principal como la de la abundancia de leyes. No hay razón por la que deben añadirse a la ligera nuevas leyes a las ya existentes, pues no hay exceso que no haya ya acontecido, ni inconveniente que no se haya padecido ya. Lo sucedido en el pasado puede, por tanto ser usado en el presente sin necesidad de cambios.

Introduce ahora el autor un elemento adicional, el de las modificaciones a las leyes. Mejor es gobernada, dice, la sociedad que tiene leyes fijas aunque sean ellas imperfectas; mejor aún es esa sociedad que la de otra en la que las leyes son alteradas con frecuencia. Los antiguos labraban en bronce las leyes para exhibir su permanencia y Dios las esculpió en piedra. Bastantes son ya las leyes que existen en las sociedades y lo que es de conveniencia es que su variedad no las haga más equívocas, inciertas e inseguras, creando oscuridad, embrollos y pleitos.
No puede ser buena una sociedad en la que muchos, como forma de vida, alzan y levantan litigios, demandas y juicios. Al igual que muchos médicos no sanan a un enfermo, tampoco muchos letrados, procuradores y escribanos traen con ellos más justicia. No es de provecho a las repúblicas que se coloque demasiada diligencia en el examen de los derechos con cargo a la serenidad de las personas y sus bolsillos.

La abundancia de leyes y disposiciones legales, realizada sin duda con la intención de hacer más justa y mejor a la sociedad, puede estar produciendo un efecto contrario al deseado. Muchas leyes muy cambiantes hacen que en algún momento todo ciudadano esté fuera de la ley. Y eso produce desprecio a la ley misma, por no mencionar confusiones, pérdidas de tiempo y mal uso de recursos.


Eduardo García Gaspar / Editor de ContraPeso.Info

Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648) Empresas o Idea de un príncipe político cristiano representada en cien empresas, coedición del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Editorial Océano de México MCMCCIX, Empresa XXI pp. 287-292. El original fue publicado en 1640.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Niccolo Maquiavelo, el creador de la manipulación política



Todo el mundo ve lo que parecéis ser, pero pocos descubren lo que sois; y esos pocos no se atreverán a oponerse a la voz de la mayoría.
El príncipe, Maquiavelo

NICCOLO MAQUIAVELO  (Florencia, 3 de mayo de 1469 - ib., 21 de junio de 1527)


Maquiavelo se crió en Florencia cuando la ciudad italiana era una potencia importante bajo el poder de la familia Medici. Su carrera diplomática lo llevó a viajar por toda Europa y le permitió ser un testigo privilegiado de las maquinaciones de los poderosos. Eran tiempos turbulentos y el joven Maquiavelo, después de haber apoyado al bando equivocado en las luchas por el poder, acabó en la cámara de torturas por haber conspirado contra los Medici. Ese hecho le cerró las puertas de la vida política.

Maquiavelo dedicó entonces el tiempo a la escritura, y en 1513 publicó El príncipe, básicamente un manual para los aspirantes a gobernantes y una poderosa influencia para los políticos desde entonces. Maquiavelo fue probablemente el padre de la llamada realpolitik y de los «animales políticos». Aunque existe una crueldad inherente a la obra de Maquiavelo, es probable que muchos teóricos de la conspiración se sorprendan de que en los Discursos aconsejase a sus pupilos que no se comprometiesen en las conspiraciones, alegando para ello que cuanta más gente estuviese implicada en ellas, mayores eran las probabilidades de que la conjura fracasara. Sin embargo, como sucede con todo gran escritor, los discípulos leerán aquello que deseen, y no hay duda de que, a lo largo de los siglos, los seguidores de Maquiavelo han aplicado sus principios al pie de la letra en la planificación de sus conspiraciones.

Existe otro lugar muy extraño por el que Maquiavelo entra en la historia de las conspiraciones. En 1864, un satírico francés escribió Dialogues in Hell Between Machiavelli and Montesquieu como un ataque contra Napoleón III. A través de un complicado proceso, esa obra se convirtió en la base de los controvertidos Protocolos de los sabios de Sion, el libro publicado en la década de 1920 y en el que se ha basado desde entonces gran parte del antisemitismo.

martes, 6 de diciembre de 2011

Nuestra Democracia


La democracia en América Latina ha vivido el periodo más prolongado de regímenes democráticos y designación de autoridades mediante elecciones. Pero hay un problema de calidad de nuestras democracias. Se observa frustración ciudadana ante la desigualdad de riqueza y poder, débil participación popular en los asuntos públicos, corrupción pública y privada, inseguridad ciudadana y debilidad estatal, entre otros. Una sociedad que cree poco en quienes la representan es una sociedad que puede terminar desvinculándose de la democracia. Para que ésta sea instrumento de la transformación de nuestras sociedades es indispensable discutir su naturaleza, entrever las causas de nuestras crisis, imaginar escenarios, comprender las carencias estructurales y la manera de resolverlas o por lo menos empezar a enfrentarlas. Este informe es parte de una estrategia emprendida por el PNUD y la OEA con el propósito de fortalecer la gobernabilidad democrática y el desarrollo humano. La obra analiza las democracias de 18 países latinoamericanos y presenta propuestas para mejorar los resultados de los gobiernos en materia política y económica. En la preparación del informe participaron centenares de analistas, presidentes o ex presidentes, líderes políticos o sociales y miles de ciudadanos encuestados.

La Organización de los Estados Americanos es un organismo regional creado en mayo de 1948. Se fundó con el objetivo de promover el diálogo multilateral, la integración y la toma de decisiones de alcance continental. Está compuesta por 34 países del hemisferio occidental, reuniéndolos para promover la democracia, fortalecer los derechos humanos, fomentar el desarrollo económico, la paz, la seguridad, la cooperación y avanzar en el logro de intereses comunes.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo es la red mundial de las Naciones Unidas para el desarrollo que promueve el cambio y conecta a los países con los conocimientos, la experiencia y los recursos necesarios para ayudar a los pueblos a forjar una vida mejor. Está presente en 166 países, trabajando con ellos para ayudarlos a encontrar sus propias soluciones a los retos mundiales y nacionales del desarrollo.
Nuestra Democracia en Click
PROGRAMA DE LAS NACIONES UNIDAS PARA EL DESARROLLO
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
INSTITUTO FEDERAL ELECTORAL
AGENCIA CANADIENSE DE DESARROLLO INTERNACIONAL
MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES Y DE COOPERACIÓN AGENCIA ESPAÑOLA DE COOPERACIÓN INTERNACIONAL PARA EL DESARROLLO

viernes, 2 de diciembre de 2011

Fascismo/Norberto Bobbio/Diccionario de política

 VII. CONCLUSIÓN:

El f. es pues una ideología de crisis. Nace como respuesta a una crisis a la que Talcott Parsons llama el incremento de las anomias, o sea “la falta de integración, bajo diversos aspectos, entre muchos individuos y los modelos institucionales constituidos” (Talcott Parsons, 1956). La crisis puede estar relacionada con un evento determinado (una guerra o una desocupación masiva), pero es necesario tomar en cuenta que el evento revela la crisis, no la provoca. El sistema democrático-liberal italiano ya se había derrumbado en 1915 antes del ingreso a la guerra.

La crisis se manifiesta principalmente a través de la disgregación del ordenamiento existente. Un caso típico de crisis es el del dualismo de la sociedad en vías de industrialización (v.). El contenido de la respuesta fascista a la crisis es la unidad. El concepto de unidad está implícito en la denominación: Fascio. El autoritarismo, la violencia, el racismo, el totalitarismo son derivaciones y algunas veces desviaciones del principio unitario.

La unidad sigue siendo el dato prioritario y esencial. La apelación a la unidad atrae de manera particular a la juventud y a las clases medias que se consideran, dentro de la escala social, en una posición de equidistancia de los extremos y, por lo tanto, de interclasismo. Bajo este aspecto, el f. se adapta a las clases medias de tal manera que se puede definir tendencialmente como la ideología típica de las clases medias y sobre todo como la ideología de las élites juveniles de la clase media. Esto no excluye que el f. adquiera un consenso masivo aún dentro del proletariado y en ciertos sectores del establishment. Su sustrato social típico es la pequeña burguesía de origen proletario que tiene cualidades de combatividad y de agresividad desconocidas para la burguesía tradicional (las investigaciones recientes sobre los cuadros del integrismo brasilero demuestran su ubicación dentro del sector social en ascenso; la proveniencia de los jefes fascistas italianos y nazis, en su mayoría de la izquierda política o de lo que se podría llamar “la izquierda social”, es conocida). En este sentido el f. es una ideología de clases que está emergiendo, radical más bien que revolucionaria. Tiene por objeto el trastocamiento del establishment (Carsen, 1970).

La conexión entre f. e industrialización está ya manifiesta en la conexión entre f. y crisis. En efecto, el recurso a sistemas de tipo fascista o influidos por el f. es casi recurrente en el período de la industrialización. La subordinación de las reivindicaciones sociales a las reivindicaciones nacionales se presenta como el instrumento más eficaz para proponerse a las masas la prórroga de la era del bienestar. También los sistemas populistas revolucionarios toman esta característica del f.

¿Cómo tiende el f. a superar la crisis? Se puede decir que trata de domarla mas no de anularla. El f. es un organizador de la tensión. La tensión es su combustible. Esta le permite mantener la movilización permanente de las masas bajo una disciplina de tipo más bélico que militar. El dinamismo fascista es un germen negativo del sistema, un detonador que tarde o temprano provoca su explosión. La conciencia de la tragedia final está presente en el sistema fascista aún en el momento del triunfo, y de ella se deriva un sentimiento de religiosidad negativa, el pesimismo activista que impresiona a Malraux en el hombre fascista, el romanticismo desesperado que aflora tarde o temprano de manera inevitable en todo f., en sus ritos desde las reuniones de Núremberg hasta la “Noche de los Tambores Silenciosos” de los integristas brasileros. Este pesimismo se pone de manifiesto, dentro de la simbología fascista, en el color “negro”, en la evocación obsesiva de la muerte y en el lugar que ésta ocupa en la iconografía fascista. El decálogo del fascio turinés proclama la fe en el éxito de las “minorías de voluntad y muerte”. La agonía del f. está rodeada de alusiones a la “muerte bella”, a la “belleza de morir”. La desesperación se contrapone a la esperanza como un elemento activo. La desesperación se sublima como activismo absoluto. La Disperata es el nombre de una escuadra de acción florentina. Por esto, también el f. triunfante se presenta al conservador Rauschning como “la revolución del nihilismo”.

El dinamismo distingue claramente al f., como se ha señalado, de los demás sistemas de tipo militar que cuando mucho podrían definirse, con una distorsión sustancial del término, como “f. estáticos”.

El hecho de que se proponga resolver la crisis, aunque se alimente simultáneamente de la crisis, distingue al f. aún más de los sistemas populistas revolucionarios, que son capaces de sobrevivir precisamente por su activismo optimista. Talcott Parsons habla, a propósito del f., de una “reacción a la ideología de la racionalización de la sociedad”, y en ese sentido éste se contrapone al radicalismo de izquierda y se clasifica como “un radicalismo de derecha”. Aunque, a su manera, también el f. es un intento de racionalizar la sociedad, apoyándose en el factor dinámico y aplicándole a la sociedad un esquema de evolucionismo político. Racionalizando en cierto sentido el pesimismo, o haciéndolo trascender en el tema de la fe y de la muerte, propone la utopía del fuego y del peligro.

El f. queda fuera, por lo tanto, de la rígida dicotomía derecha-izquierda. Unas veces minoritarios y otras mayoritario, pequeñoburgués o proletario, siempre plebeyo e interclasista, dispuesto a no apelar a la uniformidad de las condiciones sino a la igualdad y a la unidad de los sentimientos, se le presenta a la sociedad en crisis como una alternativa mesiánica.

BIBLIOGRAFIA. T. Parsons, “Society and dictatorship”, en Essay on sociological theory, Chicago, 1954; C. Casucci, Il fascismo. Antologia si scritti critici, Bolonia, 1962; J. Plumyene-R. La Sierra. Les fascismes français 1923-1963, París, 1963; E. Weber, Varieties of fascism, Nueva York, 1964; A. Aquarone, L’organizzazione dello stato totalitario, Turín, 1965; E. Nolte, Der Faschismus in seiner Epoche, 1965; E. Nolte, Die Krise des liberalsen System un die faschistischen Bewegungwn, 1968; K. P. Hoepke,Die deutsche Rechte und der italianischer Faschismus, 1966; F. L. Carsten, The rise of fascism, 1967; The nature of fascism, Nueva York, 1969; A. J. Gregor, The ideology of fascism, Nueva York, 1969; R. De Felice, Le interpretazioni del fascismo, Bari, 1969; R. de Felice, Il fascismo. La interpretazioni dei contemporanei e degli storici, Bari, 1970; N. Poulantzas, Fascismo y dictadura, México, Siglo XXI, 1971.
[LUDOVICO INCISA]

jueves, 1 de diciembre de 2011

Fascismo/Norberto Bobbio/Diccionario de política

VI. LA IDEOLOGIA DEL FASCISMO:
“Los prejuicios son mallas de hierro o de oropel. No tenemos el prejuicio republicano, ni el monárquico, no tenemos el prejuicio católico, socialista o antisocialista. Somos cuestionadores, activistas, realizadores”, declara Mussolini en una entrevista al Giornale d’Italia después de la fundación del Fascio de combate de Milán. Missiroli llama al f. “herejía de todos los partidos”. En el preámbulo doctrinal del estatuto del PNF de 1938, Mussolini afirma: “El f. rescata de los escombros de las doctrinas liberales, socialistas y democráticas, los elementos que todavía tienen un valor vital. Mantiene los que se podrían llamar hechos adquiridos de la historia, y rechaza todo lo demás, es decir el concepto de una doctrina buena para todas las épocas y para todos los pueblos”.


El posibilismo ideológico está ligado a la subordinación de las ideas a la acción. Diez años después de su asentamiento en el poder, Mussolini le dirá a Ludwig: “Me he convencido de que la primacía le corresponde a la acción, aun cuando esté equivocada. Lo negativo, el eterno inmóvil es condenación. Yo estoy de parte del movimiento. Yo soy un marchista”. En todos los f. existe un florilegio de declaraciones semejantes: “Debéis caminar, debéis dejaros arrastrar por la corriente [...] debéis actuar. Lo demás llega por sí solo”, exhorta León Degrelle, “No nos preguntaréis primero -escribe Drieu la Rochelle- cuál es nuestro programa sino cuál es nuestra mentalidad. El espíritu del PPF es un espíritu de vida, de acción, de velocidad”. “Perón me ha enseñado -proclama Eva Duarte- que para conseguir algo no es necesario, como cree la mayor parte de la gente, hacer grandes planes. Si los planes existen tanto mejor, pero si no existen, no importa: lo que importa es comenzar a actuar. Los planes vendrán después”. Y Oswald Mosley afirma por su parte: “Un gran hombre de acción observó: `el que sabe exactamente a donde se dirige no llega muy lejos’”. Para Hitler, el nacionalsocialismo era un “socialismo potencial que no se realizaría nunca porque estaba en una condición de cambio continuo”. Plinio Salgado, que no obstante trata de darle al integrismo un contenido doctrinal preciso, habla de “una concepción integral de la idea, del hecho y del movimiento”, atribuyéndole a este último “una importancia fundamental”. Weber habla del f. como de un “activismo oportunista inspirado en la insatisfacción producida por el ordenamiento vigente, sin la intención o la capacidad de proclamar una doctrina propia y más bien con la tendencia a destacar la idea del cambio y la conquista del
poder” (Weber, 1964).


Respecto de la primacía de la acción, las mismas teorías que se van incorporando poco a poco a la doctrina fascista, como el corporativismo, el; sindicalismo, el totalitarismo, el dirigismo económico, doctrinas que por otra parte se contradicen entre sí desde sus premisas, aparecen como meros ejercicios abstractos que sólo han influido marginalmente en el desarrollo del movimiento. En ese sentido es explicable que el f. no logre negar o rechazar in toto las demás ideologías, incluso el comunismo: tiende más bien a conciliarlas, a servirse de ellas una después de la otra de acuerdo con las circunstancias. El f. húngaro (las Cruces Flechadas) aceptará los votos comunistas, Mussolini restablecerá las relaciones con la Rusia de los Soviets, los fascistas españoles siguiendo a la izquierda italiana, alabarán simultáneamente la revolución de octubre y la revolución fascista, Hitler no dudará en pensar en una división del mundo con Stalin, las relaciones entre los actuales sistemas nacional-populistas y los partidos comunistas locales son demasiado ambiguas.


El activismo no es incompatible con el nacionalismo sino encuentra en este último el instrumento más adecuado, no entendiéndolo en el sentido de la conservación tradicional sino de la consolidación dinámica y de la expansión permanente de la comunidad nacional. No obstante, respecto del dinamismo, el nacionalismo es un elemento subordinado. Algunos f. aceptan concientemente la hegemonía alemana. El último f. italiano, el de 1945-1946, evocará en el Manifiesto de Verona la idea de la comunidad europea. Los nazis se consideran a sí mismos defensores de Europa. La concepción dinámica de la nación y el “orden europeo” explica la catástrofe diplomática y militar de los regímenes fascistas que, no obstante, en el plano económico y en parte en el plano social, lograron éxitos efectivos.


Una característica peculiar del f. es la percepción de la crisis. Este no cuaja como una ideología de emergencia con un programa de inmovilización y de hibernación de la sociedad enferma (no lo hacen en cambio, los sistemas de tipo militar) sino de huida hacia adelante. La unidad propuesta por el f. no es estática sino dinámica.


El f., por lo tanto, “vive y lucha en una atmósfera de crisis”. “Todos los f. se consideran como el último recurso; todos están amenazados por un mundo hostil, en un estado de sitio en que la autosuficiencia material e ideológica es la única esperanza” (Weber, 1964). En 1929, Gregor Strasser proclama: “Nosotros llevamos adelante una política de catástrofe porque sólo la catástrofe, es decir el derrumbe del sistema liberal nos allanará el camino para la construcción del nuevo edificio que llamamos nacionalsocialismo”. La revista Die Komenden, órgano de un grupúsculo nazi, afirma en el mismo período: “Deseamos el caos porque lo dominaremos”. Antes de la intervención de 1915, Mussolini plantea el dilema: “Guerra o revolución”.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Fascismo/Norberto Bobbio/Diccionario de política

V. LA ORGANIZACIÓN DEL ESTADO FASCISTA ITALIANO: 
En la construcción del régimen fascista italiano se pueden distinguir diversas fases. En un primer momento el f. en el poder colabora con las demás fuerzas políticas y no modifica sustancialmente el ordenamiento vigente, limitándose a retoques destinados a suavizar ciertas estructuras y ciertos mecanismos administrativos y a plantear alguna veleidad tecnocrática. Las únicas disposiciones innovadoras son la creación de la milicia voluntaria para la seguridad nacional y la ley electoral con premio a la mayoría (ley Acerbo). En un segundo período, una vez terminada con el crimen Matteoti la fase en que la represión de la oposición estuvo confiada a fuerzas extralegales, empieza el desmantelamiento del sistema pluralista representativo que se realiza prácticamente en el transcurso de dos años (1925 y 1926); se limita la libertad de asociación (26 de noviembre de 1925); se le quita al parlamento el control del ejecutivo (24 de diciembre de 1925); se le asigna al ejecutivo la facultad de emitir normas jurídicas (31 de enero de 1936); se suprime el autogobierno de los municipios y de las provincias ampliando los poderes de los prefectos y sometiendo los municipios a “potestades” nombradas por el gobierno (4 de febrero de 1926, 6 de abril de 1926 y 3 de setiembre de 1926); se establece el confinamiento policíaco de los elementos de oposición (6 de noviembre de 1926); se instituye el Tribunal Especial para la Defensa del Estado y se restablece la pena de muerte (25 de noviembre de 1926). El 9 de noviembre de 1926 se termina prácticamente la actividad legal de la oposición mediante la expulsión de la Cámara de Diputados de los parlamentarios que se habían adherido a la secesión del Aventino. Al final del mismo año dejan de existir los partidos incluyendo los colaboracionistas.

La tercera fase es la de la “fascistización” del estado. El régimen trata de establecer para sí mismo instituciones originales. Estas últimas no se apoyan por otra parte en el partido al que se le aplican las mismas reglas autoritarias adoptadas en el país. La inspiración de la “fascistización” es la estadista concentradora del ministro Gurdasellos Alfredo Rocco, proveniente de las filas nacionalistas. El totalitarismo fascista no se traduciría en la transformación del estado sino en la acumulación de nuevas funciones dentro del estado tradicional. “El estado fascista”, se ha dicho justamente, “se proclamó constantemente y con gran exhuberancia de tonos, estado totalitario, aunque siguió siendo hasta el último también un estado dinástico y católico, y por lo tanto no totalitario en sentido fascista”. “Bajo el f., el estado totalitario en cuanto integración sin residuos de la sociedad dentro del estado no logró nunca ser verdaderamente tal” (Aquarone, 1965). La misma inspiración meramente autoritaria y burocrática del poder que daría muerte al partido sin lograr hacer del estado un organismo capaz de promover la movilización social, comprimiría y daría muerte a las corporaciones con las que debería articularse la relación entre el régimen y las fuerzas productivas (v. corporativismo).

En el período 1927-1930 se configura de algún modo la apariencia del estado fascista: se aprueba la Carta de Trabajo (1927) y se instituye la Magistratura del Trabajo (1928), se fija la competencia del Gran Consejo del f. en cuestiones institucionales y constitucionales (1928 y 1929); el Consejo Nacional de las Corporaciones se incorpora a los órganos del estado (1930). Por regio decreto n. 504 del 11 de abril de 1929 se incluye el Fascio en el escudo de armas del estado.

Los años que van desde 1930 hasta 1935 son los “años de efervescencia” del régimen. Ya que el partido, bajo la guía del secretario general Aquiles Starace, a pesar de sus crecientes ramificaciones en todos los sectores de la vida nacional, se manifestó cada vez menos capaz de realizar una movilización de masa, una serie de iniciativas clamorosas (desde la primacía de los aviadores hasta las bonificaciones agrícolas y determinadas obras públicas), el uso adecuado de los modernos medios de propaganda masiva, le permiten al régimen con ocasión de la guerra de Etiopía (1935- 1936), maximizar y casi unanimizar el consenso del país. las carencias del partido como órgano de movilización, el carácter subalterno de los poderes intermedios como las corporaciones se presentarán, sin embargo, en toda su gravedad durante el período de 1937-1940 para explotar durante el conflicto mundial hasta el derrumbe del 25 de julio de 1943.

En síntesis, en la década 1930-1940, el régimen experimentó una serie de fórmulas desde el totalitarismo hasta el corporativismo y el dirigismo económico, ninguna de las cuales se aplicó a fondo. El resultado de los modelos innovadores haría que en el momento del desastre la sucesión fuera recibida por el elemento tradicional del sistema, por el elemento “dinástico” y “católico”.

Sólo desde hace poco el balance global de la experiencia del régimen fascista es objeto de juicios críticos meditados. Se acepta que en el plano económico el régimen logró crear un parque industrial diferenciado, un sector público robusto y dinámico, preparando además una gama de instrumentos de intervención de tipo dirigista que se utilizarían plenamente en la posguerra. En el plano social, el régimen aceleró, o por lo menos no se opuso, al ascenso de las clases emergentes y al acantonamiento de las viejas gerencias. Respecto de las clases subordinadas, a pesar de no haberse propuesto una política de bienestar, se trazaron los primeros lineamientos de un Welfare State, sobre todo gracias a una avanzada legislación asistencial. Son más oscilantes las decisiones del régimen en materia de salarios reales y de pleno empleo, debido también al estado de recesión en que se encontraba el mercado de trabajo italiano después de la clausura de las corrientes migratorias. En la política agraria y meridionalista el concepto de la “bonificación integral” elaborado por Arrigo Serpieri, después de un principio de actuaciones brillantes en el Campo Pontino, sufrió oposiciones y hasta la ley para la colonización del latifundio siciliano (1940) que debería marcar la recuperación.

La política militar y la diplomacia del régimen fueron catastróficas. En el campo militar se utilizó el personal y hasta los implementos prefascistas sin introducir ninguna innovación técnica digna de tomarse en cuenta. En el campo de las relaciones internacionales, el régimen exasperó los elementos básicos de la diplomacia tradicional sin el correctivo de la desprejuiciada flexibilidad que le había permitido a esta última evitar los cambios de rumbo trágicos.

El régimen fascista italiano se caracteriza fundamentalmente por un ejercicio del poder marcado por un pragmatismo absoluto:; obedeciendo a este impulso dinámico, a esta obsesión realizadora que no sólo es la “polilla” de los f., como afirma Camillo Pellizi, sino la auténtica razón de vida, se dispersó en todas direcciones como un torrente de lava, deteniéndose donde encontraba resistencia y lanzándose hacia adelante donde no la había. El partido, el sistema totalitario y las corporaciones fueron encontrando, a su turno, su punto de detención. Y siempre, por último, quedó solo el estado, el viejo estado, con sus sedimentaciones tradicionales, obligado a adoptar el papel revolucionario ya que, en realidad, su expansión parecía la menos temida y, en último análisis, seguía siendo el único punto de apoyo indiscutible de una unidad de emergencia. El uso revolucionario de un estado tradicional, de un ejército tradicional, de una diplomacia tradicional, determinan el resquebrajamiento del régimen al que, por otra parte, debido al proceso de despolitización que se lleva a cabo en el país desde 1937, a la desmovilización emotiva de las dirigencias y de las masas, a la transformación del régimen en “dirección”, de acuerdo con la afortunada expresión de Bottai, no le queda otra cosa que el dilema entre un autoritarismo estático, o sea el no f., y el verdadero f., o sea la marcha ininterrumpida, el dinamismo aun nihilista.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Fascismo/Norberto Bobbio/Diccionario de política

IV. EL FASCISMO COMO FENOMENO INTERNACIONAL:
Los casos descritos anteriormente permiten enmarcar claramente los distintos f. históricos. La Guardia de Hierro rumana. las Cruces Flechada húngaras, la Acción Integrista Brasilera, los movimientos revolucionarios bolivianos de los años ‘30, en nacionalsindicalismo portugués, la Falange y las JONS españolas son fascismos del primer tipo. Hay que señalar que todos han sido bloqueados por seudofascismos, por regímenes contrarrevolucionarios que utilizaron unas veces el ritualismo fascista, pero que no llevaron a cabo la unidad del sistema a través de una movilización de masa. Esto significa negar cualquier autenticidad “fascista” a los regímenes del rey Carol de Rumania y posteriormente de Antonescu, a la regencia de Horthy, al régimen de Salazar, al sistema polaco prebélico, al movimiento lappista finlandés, al franquismo. Más dudosa es la clasificación del Estado Novo de Vargas, un caso de “oportunismo populista”.

El prototipo del segundo f. es el f. italiano. El peronismo puede incluirse tranquilamente en esta categoría. La repugnancia que encuentran algunos a considerar fascista un movimiento que tuvo y sigue teniendo una amplia base obrera carece de fundamentos. Se puede decir si acaso que por algunas circunstancias históricas propias de Argentina y sobre todo por demérito de las organizaciones sindicales tradicionales, Perón logró polarizar una fidelidad obrera mejor que el sindicalismo fascista italiano. Por lo demás, Perón no introdujo cambios substanciales en el ordenamiento jurídico de la propiedad (hizo falta hasta una reforma agraria), varias veces afirmó la exigencia de la colaboración de las clases y en el ejercicio del poder se apoyó más que en los cuadros sindicales en los cuerpos oficiales, o sea en la pequeña burguesía armada: cuando trató de prescindir del apoyo de esta última fue derrocado. Se puede en cambio excluir la existencia de un f. japonés, por lo menos a nivel del régimen (la sociedad japonesa no se ha desunido nunca, siempre ha permanecido compacta).

El tercer f. tuvo una realización única: el nacionalismo-socialismo. Aunque en períodos de crisis surgieron en distintos países industrializados movimientos análogos como el New Party of Mosley en Gran Bretaña, el P.P.F. de Jacques Doriot, el Partido Nacional Socialista holandés de Mussert, la Nasjonal Samling de Quisling, el Rex de León Degrelle en Bélgica. Se pueden inscribir en la misma categoría el P.F.R. (Partido Fascista Republicano) y la efímera experiencia de la República Social italiana. Se trata de movimientos minoritarios aunque con una fórmula unitaria semimística que en tiempos de crisis puede dar lugar a una alucinación colectiva y arrastrar a minorías consistentes aun intelectuales. Una fórmula de este género es particularmente atractiva, en efecto, para las élites juveniles de la pequeña burguesía insatisfecha de la alienación tecnocrática y para ciertos sectores proletarios impacientes, disgustados por la integración en el establishment de las burocracias obreras. En la clasificación hemos dejado fuera a propósito los sistemas como el stalinismo, el castrismo, el maoísmo, aunque, según algunos, estos regímenes a pesar de rechazar dogmáticamente la ideología fascista se adaptan a la misma algunas veces en los módulos operativos. Es necesario reconocerles a estos sistemas, por otra parte, los cambios introducidos en el contexto jurídico-económico. El juicio sigue en suspenso para varios sistemas políticos que están llevándose a cabo en países del Tercer Mundo. El socialismo islámico reproduce indudablemente el f. y las analogías entre el Baas y ciertos f. balcánicos son sorprendentes. La ideología nacional-populista, que se difundió por América Latina y que tiene encarnaciones concretas en determinados países, no es más que una denominación ulterior del f. dualista que reproduce fielmente el itinerario básico.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Fascismo/Norberto Bobbio/Diccionario de política

III. LA TIPOLOGIA:

Nolte trata de reducir a la unidad los diversos f., encontrando en ellos las siguientes características comunes: La ubicación de una trayectoria que, de acuerdo con el modo en que se ejerce el poder, va desde el autoritarismo hasta el totalitarismo, la combinación de un motivo nacionalista con un motivo socialista, el racismo (existente con diferentes grados de intensidad en todos los f.), la coexistencia contradictoria de una tendencia particular y de una tendencia universal, el sustrato social proporcionado por la clase media (con excepción del peronismo) y al mismo tiempo la aparición de dirigentes relativamente sin pertenencia de clase.

El objetivo se modula de diversas maneras alrededor del concepto de consolidación nacional: el kemalismo es “una dictadura de defensa y de desarrollo nacional”; el f. italiano, “dictadura de desarrollo y al final despotismo imperialista”; el nacionalsocialismo se presentaba al mismo tiempo “como dictadura de reintegración nacional, despotismo imperialista y despotismo orientado a la salvación del mundo”. Desde el punto de vista teleológico, Nolte pone de manifiesto el antimarxismo del f., un antimarxismo que no excluye ciertas afinidades ideológicas y el uso de métodos casi idénticos (Nolte, 1966).

De Felice distingue una tipología de los países en que se consolidó el f. y una tipología del poder fascista. El f. se consolidó, particularmente, en los países caracterizados por una aceleración del proceso de movilidad social, por el predominio de una economía agraria-latifundista o por residuos de la misma no integrados a la economía nacional, por la existencia o por la falta de superación de una crisis económica, por un proceso confuso de crisis y de transformación de los valores morales tradicionales, por una crisis del sistema parlamentario que ponía en tela de juicio la legitimidad del sistema y daba crédito a la idea de una falta de alternativas de gobierno válidas, por la falta de solución, a través de la guerra, de problemas nacionales o coloniales. En esos países, el f. se consolidó a través de una concepción de la política y, más en general, de la vida de tipo místico basada en el primado del activismo irracional y en el desprecio del individuo ordinario al que se contraponía la exaltación de la colectividad nacional y de las personalidades extraordinarias (élites y superhombre) así como el mito del jefe: un régimen político de masa (en el sentido de una movilización continua de las masas y de una relación directa jefe-masa sin intermediarios) basado en el sistema del partido único y de la milicia de partido y realizado a través de un régimen policíaco y un control de todas las fuentes informativas; un revolucionarismo verbal y un conservadurismo sustancial mitigado por una serie de concesiones sociales de tipo asistencial; el intento de crear una nueva clase dirigente, expresión del partido, y a través de este último, expresión, sobre todo, de la pequeña y mediana burguesía; la creación y la valorización de un fuerte aparato militar; un régimen económico privatista, caracterizado por una tendencia a la expansión de la iniciativa pública, a la transición de la dirección económica de los capitalistas y de los empresarios a los altos funcionarios del estado y al control de las grandes líneas de la política económica así como de la adopción por parte del estado del papel de mediador en las controversias laborales (corporativismo) y por una orientación autárquica (De Felice, 1969).

Considerando en cambio las características del f. como ideología de la industrialización, se pueden establecer una serie de condiciones predisponentes: 1] el dualismo; 2] la humillación nacional; 3] la industrialización tardía (como factor que predispone a la radicalización política); 4] la disgregación nacional (la crisis); 5] el evento (o sea, el elemento deflagrador de la crisis). Estas circunstancias predisponen mas no son constitutivas en el sentido de que facilitan el triunfo de f. sobre las demás ideologías ylos demás modelos políticos. Después de llegar al poder, el f. se caracteriza por las siguientes modalidades: 1] la exigencia unitaria; 2] la llegada al poder de una generación nueva; 3] la llegada al poder de una personalidad carismática; 4] la llegada al poder de una nueva clase dirigente; 5] el intento de integración de las masas dentro del estado nacional; 6] el eclecticismo doctrinal; 7] la promoción del desarrollo industrial; 8] el empleo de fórmulas dirigistas; 9] la adopción de una política y de una economía autárquica (nacionalismo y proteccionismo); 10] la propuesta de un estilo de vida peculiar; 11] el recurso a la violencia contra toda fuerza nacional centrífuga y conflictiva.

Los últimos datos expuestos se refieren al f. triunfante. Sin embargo, la tipología no sería completa si no abarcara todos los f., tomando en cuenta la definición inicial y los demás elementos característicos ya enunciados. La clasificación se puede elaborar fijándose en la relación entre el f. y el ordenamiento sociopolítico al que se contrapone.

Primer caso: el sistema existente está atrasado, ha empezado apenas su transformación, o bien consiste en la superposición de estructuras modernas a una sociedad tradicional. El f. se presenta como una ideología de ruptura, como una contestación absoluta acompañada de un fuerte componente teórico. Es un movimiento de salvación con un contenido espiritualista o religioso acentuado (la religión en una sociedad arcaica es el factor unitario primigenio), con tendencias románticas y algunas veces ferozmente racistas; se opone a las tendencias cosmopolitas en que se inspira el proceso de modernización. Al presentarse, no obstante su apelación unitaria, como un factor más de fragmentación política, el f. es descartado en esta fase o está precedido de fuerzas capaces de llevara cabo el reordenamiento unitario del país en el plano coercitivo-represivo sin movilización de masa (por ejemplo, España, Portugal, así como Rumania y Hungría en el período comprendido entre las dos guerras).

Segundo caso: el sistema existente ya ha entrado en una fase de descomposición. El f. llega al poder como una ideología cicatrizante y establece un nuevo sistema que incorpora los residuos del viejo. La hegemonía del nuevo sistema es clara, pero el dualismo no queda completamente eliminado sino resuelto con un compromiso, con una especie de duopolio político, de ahí el carácter sincrético y bipolar del sistema de poder fascista (monarquía y fascismo en Italia, ejército y peronismo en la Argentina), aun a nivel personal (el rey y el “duce”, Perón y Eva Duarte). En la ideología el elemento ecléctico y pragmático predomina sobre el de la teoría.

Tercer caso: el sistema existente ha superado la crisis de la industrialización, pero se ve sorprendido por una crisis económica y moral sin precedentes que se prolonga y abre profundas grietas en las estructuras políticas y sociales. El f. se presenta nuevamente como contestación absoluta, como un sistema totalmente nuevo con un fuerte componente teórico, místico, romántico y racista, capaz de movilizar a las masas con la fórmula del pleno empleo material, y emotivo (en esa fase se puede definir el f. como una ideología total del pleno empleo). A pesar de llegar al poder por el camino de un compromiso con parte del establishment, el f. instaura una supremacía absoluta, es decir el totalitarismo (Alemania nacionalsocialismo).

sábado, 12 de noviembre de 2011

Fascismo/Norberto Bobbio/Diccionario de política

II. LAS INTERPRETACIONES:
Hasta la década de los ’60, las interpretaciones italianas del f. se podían reducir a dos posiciones. Por un lado se entrevé en el f. “la manifestación de las fuerzas más restrictivas del país” y el “resultado de todos los males y de todas las deficiencias de la historia nacional”: Es la teoría del f. como “revelación” sostenida por la evaluación de muchos intelectuales e historiadores contemporáneos. Por el otro lado, siguiendo a Benedetto Croce, se considera al f. como un simple paréntesis”, un episodio de “extravío doloroso, pero momentáneo”: Es la teoría del “paréntesis” (Casucci, 1962).

La intervención en el problema del f. de varios investigadores extranjeros de diversa extracción política y científica y la necesidad de aislar el fenómeno o bien de extenderlo por encima de sus límites cronológicos y geográficos sugirieron una reagrupación más organizada de las diferentes interpretaciones. De Felice enumera por lo menos seis modelos interpretativos. Está el f. como “enfermedad moral”, como lo ve, a través del prisma de un desengaño atónito, la inteligencia liberal europea. Está el f. como “producto lógico e inevitable del desarrollo histórico de algunos países”, concepto apreciado por un moralismo polémico de marca radical. Está el f. como “reacción de clase antiproletaria”, que es la interpretación marxista ortodoxa. Está el f. como fenómeno totalitario análogo al stalinismo y opuesto, como este último, a la civilización liberal. Está el f. como ideología de la crisis del mundo contemporáneo, ya sea que se sitúe en la línea contrarrevolucionaria, ya sea que se sitúe en la línea jacobina y secularizada como alternativa al leninismo.

En cuanto a los esquemas de juicio elaborados por las ciencias sociales, éstos se van multiplicando. Desde el punto de vista psicosocial, Fromm encuentra la explicación del fenómeno tanto en la estructura del carácter de los que se sintieron atraídos por él como en los aspectos psicológicos de la ideología, que ofrece un refugio al individuo atomizado y a la inseguridad de las clases medias. Algunos sociólogos, en cambio, dan más importancia a la relación entre la ideología fascista y el sector social en ascenso (los grupos intelectuales revolucionarios de Mannheim, los grupos tecnócratas de Gurvitch, la clase media que protesta de Lipset, las claves disponibles para la movilización de Germani y, se podría añadir, los managers, de James Burhham).
De Felice agrupa en esta categoría las teorías que consideran el f. como una política de la industrialización relacionada íntimamente con una etapa determinada del desarrollo económico (De Felice, 1969).

Tal vez una nueva clasificación debería partir de una premisa discriminante: la negación o afirmación de la supervivencia del f., de su existencia actual y de su reproducibilidad. O sea, por una parte, si alinearían las interpretaciones que consideran el f. como un episodio histórico bien delimitado en el tiempo, precisamente en el período comprendido entre las dos guerras mundiales; por la otra parte, aquellas interpretaciones que consideran el f. como una ideología, como un modelo político vigente.

Una distinción semejante no rescata la dicotomía revelación-paréntesis, ya superada. La teoría de la supervivencia del f. debe considerarse desde el punto de vista ideológico-político. De ninguna manera se puede admitir, siguiendo un juicio “revelativo”, la condena moralista y apriorista de la historia de algunos países como “fascista” o “tendencialmente fascista”.

Dicho esto, hay que agregar que la teoría negativa sobre la supervivencia del f. en el plano histórico impecable, se encuentra en dificultades particulares respecto de la definición del fenómeno en relación con el cual sufre una especie de presbicia, dadas las dimensiones desproporcionadas que adquieren en su análisis las formas históricas del f. italiano.

La segunda interpretación, que supone la supervivencia o posibilidad virtual del f., ha propuesto últimamente definiciones sugestivas. Para Gregor por ejemplo, el f. fue “el primer régimen revolucionario de masa que inspiró la utilización de la totalidad de los recursos humanos y naturales de una comunidad histórica en el desarrollo nacional” y sería todavía “una dictadura para el desarrollo adecuado a comunidades nacionales parcialmente desarrolladas, y en consecuencia carentes de estatus, en un período de intensa competencia internacional para alcanzar una ubicación y un estatus” (Gregor, 1969). Pero si para toda una serie de autores, desde Germani hasta Organski, la vigencia del modelo fascista está circunscrita a un conjunto de países en vías de desarrollo, a la época de la industrialización, a las sociedades en transición, hay quienes definen el f. como “la utopía de la sociedad industrial absoluta” (Plumyéne- Lasierra, 1963).

Estas versiones se contradicen sólo aparentemente y, precisamente, a través de ellas, se delinea una definición válida y omnicomprensiva del f.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Fascismo/Norberto Bobbio/Diccionario de politica



I. DEFINICION Y PREMISA:

El f. es un sistema político que trata de llevar a cabo un encuadramiento unitario de una sociedad en crisis dentro de una dimensión dinámica y trágica promoviendo la movilización de masas por medio de la identificación de las reivindicaciones sociales con las reivindicaciones nacionales.

Esta definición exige una demostración que nos preocuparemos de dar precisamente con la plena conciencia de las dificultades que hay que afrontar. El f. es, en efecto, como un iceberg. Emerge la parte histórica, la parte relativa al fenómeno en la era de sus triunfos y de su derrota final. En cambio, en la política actual, sólo desde hace poco tiempo su profundidad ha sido objeto de los primeros escándalos precisamente porque no existe todavía una noción precisa de lo que es verdaderamente.

Por otra parte, ni siquiera los fascistas sabían qué cosa era el f. “Del mismo modo que el f. se jactó desde el principio de no ser un movimiento teórico, afirmando que la acción está por encima del pensamiento, así también le faltó la capacidad de comprenderse e interpretarse a sí mismo. Su camino siempre estuvo sembrado de intentos de interpretación realizados por amigos y enemigos” (Nolte, 1970).

El hecho de que el predominio de la praxis sobre la doctrina sea precisamente una característica de f. no le proporciona, por lo tanto, al juicio externo un paradigma fijo y preciso y le permite a cada uno, en sustancia, inventar su propio f. ya sea positivo o negativo. De tal manera se acepta pacíficamente la etiqueta del f. para regímenes que no tienen nada que ver con el f. (los ordenamientos franquista y salazariano, varios regímenes militares de derecha) y se le niega a otros (el sistema justicialista de Perón, el mismo nacionalsocialismo) que reproducen emblemáticamente todas sus modalidades.

La historiografía italiana más inteligente se ha dejado llevar de la dilucidación del fenómeno tal como se produjo en nuestro país a la sobrevaloración de las peculiaridades nacionales, tomándolas casi como circunstancias constitutivas. Cuando mucho se acepta la intencionalidad del fenómeno únicamente dentro del período comprendido entre las dos guerras, partiendo de la crisis de la gran guerra, como presupuesto decisivo y característico. Esta limitación reviste, desde el punto de vista histórico, una utilidad indiscutible, ya que les permite disipar los nubarrones polémicos que una simple admisión de actualidad no podría dejar de acumular, y correría el peligro de extender un certificado de defunción ficticio. Además de esto, si negar la respetabilidad del f. en los países europeos en que nació y se desarrolló constituye, después de todo, un razonamiento correcto y aceptable, negar que éste se haya reproducido en otros países en esta posguerra es por lo menos arriesgado.

La damnatio memoriae que afectó nominalísticamente al f. hizo que ningún movimiento político considerara oportuno (excepción hecha de las asociaciones nostálgicas que, por lo demás, están muy lejos de su esencia auténtica) retomar abiertamente sus insignias. Pero esto significa muy poco. Hasta en las dos décadas comprendidas entre las dos guerras, los movimientos fascistas negaron ser tales: el, líder de los “cruces flechadas” húngaras, Ferencz Szalasi, que debía seguir hasta el final la suerte de la Alemania nazi, proclamaba la peculiaridad de su movimiento: “Ni hitleriano, ni f., ni antisemitismo, sino hungarismo”. El líder del Rexismo belga, León Degrelle, que terminaría siendo general de las S.S., rechaza con desdén la comparación con Hitler y Mussolini: “Yo no soy ni el uno ni el otro, y no tengo ninguna intención de imitarlos”. José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, y Plinio Salgado, líder de la Acción Integrista Brasilera, proclamaban la misma pretensión de originalidad. No sólo: “La afinidad entre los f. no excluye la posibilidad de una aversión recíproca” (Hoepke, 1972). Es obvio que los movimientos en que el nacionalismo constituye un elemento determinante nieguen la paternidad de un movimiento externo. Afirmar lo contrario equivaldría en los años prebélicos a confesar la subordinación política a dos grandes potencias en proceso de expansión agresiva, y en los años pos bélicos a confesar una subordinación ideológica a un sistema derrotado militarmente.

De ahí se deduce la siguiente consideración: si es fácil distinguir los regímenes y los movimientos políticos inspirados en las ideologías corrientes (se trata de un cálculo meramente exterior), en el caso de los regímenes y de los movimientos de tipo f. se requiere una verdadera operación de descifración. Sólo después de aclarar las circunstancias que suelen acompañar el nacimiento y las modalidades propias del fenómeno, es decir sólo después de haber establecido la carta de identidad del f. sería posible catalogar los distintos f. pasados y contemporáneos, reconocer los elementos fascistas existentes en sistemas insospechables y absolver o desenmascarar los falsos f.

Desde ahora se puede anticipar que para los fines del redescubrimiento del f. como fenómeno ideológico-político del mundo actual, es más útil el examen de ciertos f. menores que el desentrañamiento del prototipo italiano. El florecimiento de estudios sobre el f. francés, sobre el falangismo, sobre los f. balcánicos y sobre el integrismo brasilero (la Acción Integrista, con más de un millón de afiliados, es el partido fascista más numeroso del período comprendido entre las dos guerras después del P.N.F. y la N.S.D.A.P.) ayudan a comprender un aspecto plausible y actual del f. sin recurrir de manera resuelta al espejo enceguecedor del f. italiano y de la variante alemana. Al mismo tiempo, una serie de ensayos que relaciona el f. con el proceso de industrialización introduce en el examen del fenómeno un elemento tal vez inquietante, pero despiadadamente realista.

jueves, 3 de noviembre de 2011

POLÍTICOS/ Fernando Savater


En una democracia, políticos somos todos. Los que en un momento dado ocupan puestos de gobierno o de administración no son extraterrestres venidos de otra galaxia para fastidiarnos (¡o conducirnos hacia la luz!), sino sencillamente nuestros mandados, es decir: aquellos a los que nosotros, los ciudadanos votantes, les hemos mandado mandar. En el caso de que no desempeñen bien su función, debemos plantearnos si nosotros hemos desempeñado bien la nuestra al elegirles para el cargo. No tiene demasiado sentido que perdamos el tiempo despotricando y pataleando contra ellos, como si fuesen una fuerza de la naturaleza de efectos quizá deplorables, pero contra la que no hay remedio. Porque sí lo hay: podemos revocar su mandato, elegir a otros en su lugar o incluso ofrecernos nosotros si creemos que podemos hacerlo mejor que ellos.

Lo importante es no olvidar nunca que nadie ha nacido para mandar siempre (ni por supuesto nadie nace para obedecer o servir sin excusa ni tregua, aunque haya quien crea que los demás vienen al mundo con una silla de montar en la espalda para que ellos se suban, como dijo Thomas Jefferson). Uno de los mayores peligros de las democracias es que se configure una casta de “especialistas en mandar”, o sea, políticos profesionales (normalmente sin competencia en ninguna otra profesión) que se conviertan en eternos candidatos de los partidos a ocupar los cargos electivos. Por lo común alcanzan esa posición gracias a la pereza o el desinterés del resto de los ciudadanos, que dimiten del ejercicio continuo de su función política y de su vigilancia sobre quienes gobiernan. Hay que luchar contra esa “especialización” dañina y engañosa, abriendo las listas de los partidos o incluso fundando otros nuevos que sirvan como alternativa a los ya existentes. Aunque tal cosa suponga tomarse ciertas molestias… (recordemos, a este respecto, el epitafio de Willy Brandt, el que fue canciller socialista de la Alemania federal: “Se tomó la molestia”).

Desde luego, un político en ejercicio que cumple debidamente su tarea es un auténtico regalo de los dioses. Y conviene resaltar debidamente el mérito de su tarea y agradecer sus servicios. Es como un chófer que nos lleva no a donde él quiere a cada momento, sino a donde entre todos hemos acordado ir: y si conduce bien, si se sabe el camino o incluso encuentra atajos respetables, nos ahorra el fastidio de tener que estar dándole indicaciones durante todo el trayecto y así podemos dedicarnos de vez en cuando a leer una novela o a contemplar el paisaje. Pero conviene no descuidarnos nunca demasiado, por si en un mal momento da una cabezada y se sale de la carretera…

Diccionario del ciudadano sin miedo a saber

domingo, 30 de octubre de 2011

Un buen gobernante/ Paul Johnson


El gran tema de este resumen es el de los gobernantes, las cualidades que distinguen al buen gobernante, tanto, que lo pueden colocar en una lista de héroes. La idea fue encontrada en un libro de Paul Johnson que contiene breves biografías de una variedad de personajes, desde Judith, en la Biblia, y Julio César, hasta Mae West y Lincoln. Algunos de ellos fueron gobernantes y dentro de ellos destaca la reina Isabel I de Inglaterra, cabeza de un gobierno exitoso. No interesa aquí tanto el caso concreto de Isabel I de Inglaterra, como los rasgos que se presupone debe tener un buen gobernante, el que sea.

Isabel I nació en Londres en 1533 y murió en 1603. Fue reina a partir de 1558 hasta su muerte. Su abuelo fue Enrique VII. Era hija de Enrique VIII y Ana Bolena. En esta parte de su libro, dedicada a la conocida como Reina Virgen, el autor anota nueve de las cualidades que hicieron a Isabel I un gobernante admirable y que mezclan habilidades de gobierno con rasgos personales. Sin duda son una misma unidad: los gobernantes, buenos y malos, por lo visto, poseen un todo integrado en su persona, como una especie de estilo de gobierno. Son valores, virtudes, creencias, capacidades, hábitos, costumbres, que en el caso de esta reina inglesa son los siguientes.
Primero, dice el autor, la reina nunca se casó. Interpretar esto literalmente y pedir que los gobernantes todos eviten el matrimonio sería absurdo. Detrás de esto está la independencia que eso produjo. No creía ella que el matrimonio era conveniente y había sido testigo de matrimonios con consecuencias políticas nefastas. Amigablemente hizo pensar a otros que podía casarse en algún momento, pero nunca lo hizo. De seguro, no quería limitaciones, ni presiones. Si uno de los rasgos de los héroes es la independencia personal, la reina lo manifestó en su soltería. Casarse hubiera significado adquirir compromisos como los de María I con España. Sin matrimonio, ella tuvo mayores libertades para gobernar como ella lo quería.
Segundo, supo seleccionar a consejeros capaces. Y no sólo los seleccionó, sino que los mantuvo a su servicio. Fue lo opuesto a otros monarcas que cambiaron de consejeros a menudo. Cometió algún error, pero sus elecciones al respecto fueron muy buenas. Posiblemente esto contenga un elemento subyacente de estabilidad y confianza, que es tan necesario en un gobernante. Si otro de los rasgos de los héroes es el tener independencia mental, la reina la obtuvo por medio de una buena selección de consejeros estables y razonables. Y esto apunta en quizá cualidades adicionales, como la de saber escuchar sin desear que se diga lo que el gobernante desea.
Tercero, Isabel I valoró muchos el manejo de los recursos. Después de solucionar los enredos y problemas que heredó por causa de la guerra contra Francia, fue prudente en el uso de los recursos, una cualidad que venía de su abuelo, Enrique VII, quien leía todos los reportes de las finanzas públicas. La reina hizo eso durante 44 años de reinado, revisiones meticulosas de las finanzas del reino y nunca tuvo problemas de ese tipo. El autor da el ejemplo opuesto, el de Felipe II, en España, con muchos mayores recursos que venían de América y que siempre padeció problemas financieros. Comienza aquí a mostrarse otro rasgo de su gobierno, la actitud conservadora, aplicada a las finanzas del reino. La abundancia de recursos y un manejo descuidado de ellos no son propios de un buen gobernante.
Cuarto, la reina se abstuvo de entrar en guerra todo lo que pudo. Los gastos militares fueron mantenidos bajos. Tampoco construyó nuevos palacios. Se trata de otra faceta del cuidado con el que se manejan los recursos. También un rasgo conservador que ponía de lado las glorias y los honores de guerras y conquistas. Muestra también una virtud, la de la modestia o humildad.
Quinto, dice Johnson, la reina creía que sus súbditos podían crear riqueza si tenían la oportunidad de hacerlo. Su reinado fue uno en el que la industria y el comercio florecieron. La agricultura se hizo más eficiente. Las ciudades crecieron. Fueron construidos puertos y puentes. Mejoraron las casas. Hizo que en ese tiempo, Inglaterra fue el país más rico de Europa junto con Holanda. Este rasgo, ligado al de la modestia, arroja una luz interesante sobre el opuesto de un gobernante que sustituye las iniciativas de los ciudadanos. En términos administrativos se trata de una delegación de autoridad, como una especie de empowerment del ciudadano.
Sexto, pocas veces innovó. Fue una conservadora, como su abuelo. Lo que funcionaba bien no tenía que ser cambiado. Lo que ya existía trató de hacer mejor, como el Parlamento con el que cuidaba mucho su relación. El lado opuesto sería el de lo grandes proyectos nacionales que requieren destruir lo existente para construir órdenes nuevos.
Séptimo, era moderada en todo, desde la comida, el vestido, la bebida, las diversiones. Su vestimenta era simple, excepto en ocasiones especiales. No fue fanática, ni siquiera de la religión. Incluso hacía ejercicio. No nombró a obispos en puestos de gobierno.
Noveno, la reina pensaba que en caso de tener que tomar una decisión era mejor abstenerse de hacerlo que tomar la errónea. Hacer nada era una política que manejaba magistralmente. No era apresurada ni precipitada. Dice Johnson que no tenía ideología, sino que era una conservadora empírica. En el lado opuesto puede colocarse al gobernante hiperactivo que desea estar en todo asunto e imponer su voluntad.

Hacia el final del libro, el autor hace dos meditaciones. En la primera, concluye que de acuerdo su experiencia de 60 años de historiador, el éxito de los gobiernos depende no de la inteligencia y el conocimiento de los gobernantes, sino de la simplicidad del gobierno: la capacidad del gobernante para reducir sus objetivos a unos pocos, tres o cuatro tareas que sean posibles, razonables y comunicables. Las últimas líneas de la obra hablan de los rasgos de los héroes de hoy, mujeres y hombres que pueden serlo si tienen ciertos rasgos. Uno de ellos es el de la total independencia mental y que se logra por medio de la capacidad pensar por uno mismo, tratando a las opiniones generalizadas con mucho escepticismo. El segundo rasgo es actuar de manera consistente y resoluta basado en esa independencia mental. Tercero, “ignorar o rechazar todo los que los medios arrojan a uno, siempre que uno este convencido de hacer lo correcto.” Por último, tener valor en todo momento, sin importar las consecuencias que se sufran por esa independencia mental. No hay sustitutos de ese valor, la más noble de las cualidades y sin la que no habría héroes.

Eduardo García Gaspar/Editor de ContraPeso.info

jueves, 27 de octubre de 2011

¿Por qué fracasa el socialismo?


La pregunta que da nombre a este artículo es contundente y –dirían algunos- pretenciosa. Dado a que en otros campos de la experiencia humana hay formas de organización o acción que pueden funcionar siempre que existan una serie de factores o condiciones, decir que el socialismo fracasa siempre y en sí mismo es una afirmación que necesita una fundamentación sólida.
Para empezar debemos definir qué es socialismo. A pesar de que su nombre provenga de "social", algo muy inteligente por parte de quienes diseñaron la etiqueta en los siglos XVII al XX, lo que realmente implica es planificación central (socialización). Y claro, existen varios socialismos, desde el socialismo utópico, pasando por el socialismo marxista hasta llegar a su primo hermano, el nacionalsocialismo -nazi- alemán. Pero, ¿qué tienen en común estas tendencias, cuyos integrantes pasaron tanto tiempo tratando de diferenciarse entre sí? Algo fundamental: la desconfianza o desprecio por la autonomía del individuo y la insistencia en politizar y planificar centralmente las actividades de una sociedad. Y eso es lo que debe ser entendido por socialismo o socialización.
Entonces, lo que quiero señalar en este artículo es que independientemente de las aparentes buenas intenciones y argumentos de quienes nos proponen este modelo social, el socialismo fracasó y fracasará siempre que se intente.

Lee el artículo de Juan Fernando Carpio en click

viernes, 7 de octubre de 2011

Un asunto de poder desbordado/ John Trenchard, Thomas Gordon/Eduardo García Gaspar

Si en la misma naturaleza del poder está su tendencia inevitable a salirse de sus bordes, la historia presenta lecciones prácticas de cómo ese peligro siempre latente ha sido enfrentado, lo que es una lección para las siguientes generaciones. La preocupación por el poder excesivo no es nueva. Los romanos, habiendo sufrido las consecuencias de gobiernos desbordados, nos heredaron mecanismos para ese control. Trenchard y Gordon, ya en los principios del siglo 18, tomaron de nuevo esas lecciones de historia y nos reiteraron la advertencia de cuidar los límites del poder del gobierno, pues ello significa una pérdida de la libertad. Coincide la idea básica de un poder desbordado con el punto de partida de Montesquieu y su división de poderes: el poder siempre tiende a ser abusado. Si a esto se añade la idea de Tuchman, que afirma que el poder embrutece, se comprenderá la importancia de evitar el desbordamiento del poder: abusos cometidos por personas incapacitadas. La idea de Trenchard y Gordon corrobora ese riesgo natural de todo gobierno.
El primer punto es muy directo y sin andar por las ramas: sólo los límites que se le pongan a los gobernantes harán libres a las naciones. Si se carece de esos límites las naciones serán esclavas. Las naciones son libres donde los magistrados y gobernantes son confinados dentro de ciertas líneas dadas por los ciudadanos; y las naciones son esclavas donde esos magistrados y gobernantes siguen reglas establecidas por ellos mismos, de acuerdo con sus humores e incontinencias, lo que es la peor maldición que le puede suceder a un pueblo. El poder ilimitado es una cosa monstruosa y salvaje. Es posible que sea natural desear ese poder ilimitado, pero es igualmente natural oponerse a él. Más aún el poder ilimitado no debe ser dado a hombre alguno, por buenas y extraordinarias que sus intenciones sean. Los autores, por tanto, conciben al poder del gobernante como una amenaza potencial sobre los ciudadanos, una amenaza a la que se le deben poner cotos muy firmes para evitar que se salga de ellos. Ningún hombre por excelente que sea debe tener un poder exagerado.
Sigue el desarrollo de esa idea con la aseveración de que el hombre al que se le dé poder ilimitado, a pesar de lo que él desee, tendrá enemigos contra los que sólo su poder puede protegerlo. Los requerimientos de sus funciones y las dificultades de sus gestiones lo forzarán a la preservación de su poder y le harán cometer acciones expeditas, no previstas ni intencionales, las que él originalmente habría aborrecido. La historia nos muestra esto. Hay innumerables  casos de personas que teniendo poder se han atrevido a cualquier cosa con tal de mantenerse en él, aún las más detestables. Es raro el caso de quienes teniendo poder han renunciado a él. Todos han seguido en el poder mientras pudieron mantenerlo y renunciaron sólo cuando ya no lo tenían. Está en la naturaleza misma del poder, el salirse de sus límites y aprovechar toda ocasión para convertir poderes extraordinarios en normales. Ningún poder renuncia a sus facultades y ventajas voluntariamente. Y además, por naturaleza, el poder genera acciones malvadas.

Los autores mencionan ahora métodos para el control del poder, para poner límites a la esfera de acción del gobernante. Por esto recurren a los romanos, quienes sufrieron los excesos del poder y proveyeron remedios inteligentes para controlarlo. En esencia, cuando los romanos vieron que un poder crecía demasiado lo enfrentaron con otro. Ejemplo de esto es el balance de poder entre los cónsules y los tribunos, ambos eran elegidos sólo por un año. Más aún, si hubiera una intención sospechosa entre los tribunos, la única protesta de uno de ellos invalidaría la voluntad del resto. Para limitar el desbordamiento del poder, por tanto, había medidas de fragmentación de ese poder, con poderes divididos, pero también con el establecimiento de responsabilidades al final del término del gobernante. En efecto, los romanos ayudaban a preservar sus libertades también haciendo que los gobernantes, al final de su mandato, rindieran cuentas de su desempeño. Además de esto, los magistrados podían realizar apelaciones a la ciudadanía, un poder que fue usado con modestia y medida.

Otra manera de controlar el poder fue evitar la continuación del gobernante en el mismo puesto, una forma de fragmentar el poder en el tiempo. Esto fue señalado por Cicerón, con la idea de que ningún hombre que haya ocupado una cierta posición en el gobierno puede ocuparla de nuevo durante diez años. Los romanos, insisten los autores, eran muy cuidadosos de exigir cuentas tan pronto terminaba un gobernante su período. El gobernante debía presentar cuentas claras de su conducta y acciones, y muchas veces esos gobernantes fueron condenados confiscándoseles sus bienes. Estas eran maneras en las que los romanos cuidaban el crecimiento del poder de sus gobernantes. Y si acaso ese poder crecía más allá de lo gobernable, abolían ese poder. El poder dictatorial fue ocasionalmente aceptado y encontrado de gran utilidad bajo ciertas condiciones, pero él estaba limitado a ciertos meses y aún así el dictador no podía hacer todo lo que quería, pues estaba circunscrito por el juicio del pueblo. Los romanos llegaron a tener gran poder, en muchos territorios y con grandes ejércitos, por lo que creyeron que era en extremo peligroso dar poder ilimitado a un sólo sujeto. Aún así, el poder fue usurpado por Sula, después por César y de esta manera Roma perdió su libertad.

El mérito de los autores, por tanto, está en señalar que la misma naturaleza del poder gubernamental es tal que siempre va a tender a salirse de sus límites aprovechando toda ocasión y toda oportunidad. La conclusión lógica de los autores es tener mecanismos siempre presentes que eviten ese rebosamiento del poder del gobernante, que es la única manera de mantener la libertad del hombre.

Eduardo García Gaspar/Editor de ContraPeso.info

miércoles, 5 de octubre de 2011

Respuesta buena a pregunta mala / Karl R. Popper / Eduardo García Gaspar

En un país, se elige como presidente a un hombre inteligente y al final de su mandato ese país se encuentra en una terrible crisis. En otra nación, llega a la presidencia un hombre menos capaz y al término de su presidencia, ese país mantiene o eleva su ritmo de progreso. ¿Por qué? ¿No deben acaso ser elegidos los mejores para gobernar? La idea de Popper da una respuesta y con ella una mejor comprensión de la democracia, a lo que en mucho está dedicada esta parte.

La convicción de Popper es que Platón ha creado una confusión que ha durado por siglos hasta nuestros días. Esa confusión es la de haber planteado la pregunta ¿quién debe gobernar? Es obvio que al hacerse esa pregunta, solamente puede haber una simple respuesta. Desde luego, la única posible respuesta es que deben gobernar los mejores, los más sabios, los que mejor pueden gobernar. O bien, puede contestarse esa pregunta, diciendo que debe gobernar la raza más pura, o el pueblo, o los trabajadores, o cualquier otra respuesta dependiendo de la inclinación política de cada autor. Incluso quienes creen firmemente en la pregunta de quién debe gobernar, reconocen que no siempre los que gobiernan son buenos y sabios. Al reconocer la posibilidad de un gobernante malo, el planteamiento del problema debe ser diferente. El problema debe ser visto desde el punto de vista de la preparación para la eventualidad de un gobierno malo, o al menos no tan bueno. Esto significa un giro total a la pregunta de quién debe gobernar, para plantearla de modo que pueda contestarse otra pregunta muy diferente ¿cómo debe estar organizadas las instituciones gubernamentales de manera que los gobernantes malos o incompetentes puedan causar el menor daño posible? Es decir, plantear el problema político como la definición de quién debe gobernar es un error básico y de fondo. No es ésa la pregunta a contestar, sino la de cómo debe gobernar. No es quién, sino cómo.

Popper llama teoría de la soberanía (sin control) a la hipótesis de quienes creen que al contestar la pregunta de quién debe gobernar se resuelve el principal problema político. Esta hipótesis es la de creer que el poder es ilimitado y carece de limitaciones, que no tiene elementos que lo controlen. Por esta razón es que las propuestas de sistemas totalitarios de gobierno plantean la solución de la teoría política a través de la contestación a quién debe gobernar e ignoran el cómo debe gobernarse. Por ejemplo, al creer que el problema es encontrar al que debe poseer el poder dentro de la sociedad, proponen a los trabajadores, a los arios, a los aristócratas, a los intelectuales, a los que se desee.

Partir de la creencia de que la solución a los problemas de gobierno está en la selección de las mejores personas, es una hipótesis en verdad ilusa. Primero, debe mencionarse de nuevo lo dicho antes: en la realidad es fácil demostrar que han llegado a ser gobernantes personas que están muy lejos de ser consideradas como las mejores y las más sabias. Segundo, hasta los más poderosos tiranos dependen de sus aliados, sus verdugos y sus policías secretas. Dependen de otros, y esa dependencia significa que su poder tiene limitaciones, que hay grupos opositores, que tienen que hacer concesiones, que tienen que negociar. No hay poder absolutamente soberano. No hay poder absoluto en la realidad, incluso el más poderoso de los gobernantes depende de otros.

Popper, al seguir ese razonamiento, afirma que, por tanto, al creer en la soberanía sin límites del poder, se olvida la cuestión fundamental. Se olvida la cuestión de considerar el control institucional de los gobernantes al balancear sus poderes contra otros poderes. Popper afirma sentirse inclinado a pensar que los gobernantes en rara ocasión han sido personas por encima del promedio, ni moral ni intelectualmente, y con frecuencia han estado por debajo del promedio. A lo anterior añade que cree razonable, en la política, prepararse para el peor gobernante, al mismo tiempo que intentar buscar el mejor. Pero lo que es cierto es que es una locura basar todos los esfuerzos políticos en la vana esperanza de lograr la selección de líderes que gobiernen con excelencia. Pero la objeción anterior no es suficiente para probar las ventajas de centrar la atención en el cómo debe gobernarse. Hay que reconocer que al seleccionar a los mejores como gobernantes, ellos pueden decidir gobernar de acuerdo con la voluntad de la mayoría y hacerlo. Es decir, al menos en teoría pura cabe la posibilidad de que en efecto se logre la selección de los mejores hombres para gobernar y que también ellos gobiernen a la perfección. Para solucionar este problema, Popper reconoce dos tipos de gobierno.

Uno es aquél que puede ser cambiado sin medios violentos, por ejemplo, por medio de elecciones que elijan a nuevos gobernantes y los ciudadanos sigan viviendo normalmente. Democracia.
Otro es el tipo de gobierno que no puede ser cambiado excepto por medios violentos, como una revolución. Tiranía.

De allí, propone como principio general democrático central no a la voluntad de la mayoría, como podría pensarse. Propone crear, desarrollar y proteger organismos gubernamentales destinados a evitar gobiernos totalitarios o dictatoriales. Esto es una especie de seguro contra el riesgo de tener gobernantes malos. Es obvio, dice, que esas instituciones gubernamentales y sus decisiones no serán siempre las mejores y que incluso algunas de esas decisiones pueden ser mejor tomadas por un dictador. La convicción democrática parte de la aceptación de que los males de la democracia son mejores que las bondades de la dictadura, porque esos males pueden remediarse sin violencia.

Siguiendo el razonamiento de Popper, se llega a una conclusión clara y que puede ser sorprendente para muchos. La democracia no es el gobierno de la voluntad de la mayoría. La democracia es una forma de gobierno en la que existen poderes balanceados y métodos de control, como la celebración de elecciones y la representación de los ciudadanos en instituciones gubernamentales. La democracia es una forma de gobierno en la que existen poderes balanceados y métodos de control que limitan el poder del gobernante. La democracia, por tanto, puede ser vista como un seguro contra la posibilidad en extremo real de tener gobernantes malos. La democracia define el cómo se gobierna, con limitantes al poder del gobernante. Más aún, esa conclusión implica aceptar que el voto democrático no es expresión de lo bueno, ni de lo correcto. La voluntad de la mayoría puede estar equivocada, la selección del gobernante puede ser la inadecuada, pero siempre habrá la posibilidad de cambiar esa decisión y de elegir otros gobernantes. Todo sin violencia, gracias a que el gobierno está organizado alrededor de la idea de combatir la tiranía, es decir, evitar el poder sin límites ni controles.

Así se encuentra en Popper una idea que explica la paradoja de gobiernos encabezados por personas de excelente preparación y de loables intenciones que terminan por conducir a la sociedad que gobiernan a problemas y situaciones críticas. La sociedad que los llevó al poder dio la contestación correcta a la pregunta equivocada. En lugar de querer solamente llevar al poder a los mejores, debería primero tener un gobierno de poderes balanceados y posteriormente intentar seleccionar a los mejores posibles gobernantes. El error de esa sociedad fue uno de previsión, no pensó en la probabilidad de que sus gobernantes fueran en la realidad menos capaces de lo que se pensaba, ni en que sus intenciones no fueran tan loables como parecían. El error está en no prepararnos para la eventualidad de gobernantes malos, porque sólo estamos preocupados por seleccionar a los gobernantes buenos.

Eduardo García Gaspar / Editor de ContraPeso.Info

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