Pero eso no fue lo único que llevo a la Guerra civil. Lo que más contribuyó a ello fue el mecanismo elector, que estableció un sistema según el cual nadie perdería y nadie ganaría unas elecciones; creador de un gobierno parlamentario que nombrado por una sola Cámara sin ningún equilibrio, y que sería en definitiva, incapaz de gobernar. Por ello, después de haber auspiciado abiertamente el paso de la monarquía a la república, y de haber participado activamente en la redacción de la Constitución, José Ortega y Gassett expreso su angustia por el curso que tomaba España; pronto se declaró frustrado y culpo de su fracaso al sistema electoral y al régimen de gobierno parlamentario que se había adoptado. Sin entender lo que el filósofo advertía, la izquierda lo acuso de fascista y la derecha de ser un tonto útil de los que querían llevar a España al comunismo. La tragedia del filósofo era que tenía razón. Pero con ello, no podía eximir su culpa por el curso que había tomado su país.
Diez años atrás, Ortega había escrito su obra maestra "La rebelión de las masas", en la cual, con todo su enorme talento, no había caído en cuenta que toda estructura política que aspire a ser democrática y que por ello mismo, su orden de gobierno deba ser de origen electoral, nace condicionada por el mecanismo de sufragio que a su vez lleva a condicionar los modos de participación política. Ortega no había caído en cuenta que no existe sistema electoral perfecto; que todo mecanismo de sufragio mediante el cual la mayoría de representados delega en una minoría de representantes la función de gobernar, adolece de las inevitables injusticias aritméticas que se derivan del derecho a gobernar de quienes lo obtienen con la mitad más uno de los votos, y se lo niegan a los que logran la mitad menos uno.