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sábado, 19 de diciembre de 2015

Adversarios de la mediocridad

Esa fuerza que obstruye todos los senderos, “la mediocridad”, es una incapacidad de lo cualitativo. En la mediocridad no existe el sentido de las diferencias que permite distinguir entre lo malo que se observa, y lo mejor que se imagina.

De tanto nivelar hacia abajo; coacciona, doméstica, y genera complicidad por los intereses creados: una vez doblegados y obedientes, convierte en solidarios y uniformes, a la común vulgaridad.

En este tiempo de rebajamiento, cuando aún está en su apogeo la mediocridad, los idealistas se han unido contra los infalibles, y comienzan a vencer al régimen dominante. Agitan el ideal democrático y humano,   a todos los que sufren el encono de los opresores. La protesta contra el verdugo indigno consideró en esta ocasión el porvenir.

Hay intolerantes, que mantienen una actitud de abierta resistencia a esta mediocridad organizada, pero con un conformismo o dejo despectivo, arrogante y sin compromisos con la colectividad en la cual viven. Son sin embargo necesarios, aunque se encuentren entre el claroscuro del talento y la estupidez.

Flaubert definió al mediocre como "alguien que piensa bajamente". La vulgaridad es su aguafuerte…

P. D.

El ciudadano favorito de las autoridades es quien anuncia con fatuidad “yo no me meto en política”. ¡Como si eso fuera posible, como si uno pudiera vivir en una sociedad política desentendido de esa actividad, como si renunciar a la política no fuese también una actividad política y por cierto de las peores, porque cede a otros sin saberlo la capacidad de tomar decisiones sobre lo que antes o después va a afectarnos!



Ingenieros, J. (1913). El hombre mediocre. Diciembre 19,2015, de CECIES: ORG Sitio web: http://www.cecies.org/imagenes/edicion_176.pdf

Savater, F. (2007). Diccionario del ciudadano sin miedo a saber. Diciembre 19,2015, de Grupo Planeta Sitio web: http://www.planeta.es/es

jueves, 5 de noviembre de 2015

La Guerra Civil Española VII (La Guerra Civil)

La demencial insensatez de todo ello, impulsada por una alta dosis de fanatismo e intolerancia, llevo a la creación de una serie de gobiernos de coalición efímeros, acosados todos por violentas huelgas revolucionarias, algunas instigadas por sindicatos anarquistas que no eran, ni querían ser, parte del sistema. En los siguientes dos años, España paso por varias violentas huelgas revolucionarias y dos rebeliones militares. Ellas llevaron a la cárcel a dirigentes socialistas, anarquistas, y separatistas y a la exasperación de todos. El gobierno atravesó por 16 crisis, y para intentar resolverlas ensayo todas las combinaciones políticas imaginables con la entrada y salida de setenta y dos ministros. Todo ello llevo a la polarización del país en dos bandos que se culpaban mutuamente de todo y se miraban con odio irreconciliable. Ambos partían del convencimiento que solo con la destrucción del contrario se podía “salvar” a España. Para cuando termino el año 1935 la II República Española estaba muerta. Y media España moriría con ella.

En 1936 se formaron dos grandes “coaliciones” de derecha e izquierda y una minoría de “centro” que se enfrentaron en las elecciones de febrero. Las izquierdas obtuvieron 278 diputados; las derechas 134 y el centro 55. La izquierda había ganado. Pero tampoco podía gobernar. El gobierno que se formó, suspendió las garantías constitucionales y la libertad de prensa, pero ni con esto pudo gobernar. La amnistía que dio a los socialistas y anarquistas presos, no aplaco sino encendió pasiones. Por fin, el 18 de julio de 1936 estallo una de las más crueles guerras civiles de la historia contemporánea, que concluyo en 1939 con la victoria de Franco. Este gobernó a España con mano de hierro hasta su muerte en 1975. Se dirá con razón que en la génesis, estallido y desarrollo de la guerra civil española hay muchos ingredientes. Ello es cierto.

Uno de ellos fue el sistema electoral, señalado por Ortega y Gasset como la causa inicial del fracaso de la Republica Luminosa que él y otros intelectuales auspiciaron sin saber lo que con ello estaban desatando. Eso fue lo que creo una república ingobernable cuyo inevitable fin era la guerra. Los intelectuales como Gregorio Marañón, Miguel de Unamuno; Ramón Perez de Ayala y José Ortega y Gasset murieron de tristeza cuando vieron lo que de buena fe habían contribuido a crear.

martes, 20 de octubre de 2015

La Guerra Civil Española VI (La ingobernabilidad como sistema)

Intentar compensar las inevitables injusticias de la aritmética electoral ha sido materia de esfuerzo de todos los que han estudiado y propuesto sistemas electorales con ánimo de encontrar la forma más justa y perfecta. En muchos casos, los resultados han sido aún peores, pues al intentar crear un mecanismo de representación proporcional de minorías; se hace de los partidos el titular de la elección y se crean unas estructuras oligárquicas antidemocráticas. Nadie ha logrado un sistema electoral perfecto porque es matemáticamente imposible hacerlo. No se trata de los trucos y fraudes de quienes no están dispuestos a acatar los resultados de unas elecciones que amenacen cancelar sus privilegios. En el caso español se trataba de un sistema electoral estructuralmente errado, diseñado para hacer que las mayorías que adquirieran el aparente mandato de gobernar, no pudieran hacerlo.

En este caso, la ingobernabilidad no fue un accidente: fue el resultado de un sistema de partidos políticos nacidos de un sistema electoral. Y esto fue lo que los españoles lograron con el sistema electoral que adoptaron para la II República. Visto retrospectivamente su curso fue claro y sus resultados ciertos: 

En las elecciones generales de noviembre de 1933 las simpatías de las mayorías cambiaron, la derecha obtuvo el 44% de los votos y la izquierda el 21%, pero tampoco pudo gobernar. Los españoles se engañaban al creer que la derecha era más capaz de gobernar que la izquierda. No se trataba de que lo fueran o no. Ese no fue el problema. Con el sistema electoral y el gobierno que este produjo, nadie podría gobernar nunca. La mayoría parlamentaria de derecha que tomo el gobierno en noviembre de 1933 era incoherente, débil e indecisa, y la minoría de oposición era aún más incoherente y débil, pero estaba unida en un solo punto: impedir que la mayoría gobernara de acuerdo a lo que entendía era su mandato. El sistema así lo permitía.

miércoles, 14 de octubre de 2015

La Guerra Civil Española V (La tragedia del intelectual)

Pero eso no fue lo único que llevo a la Guerra civil. Lo que más contribuyó a ello fue el mecanismo elector, que estableció un sistema según el cual nadie perdería y nadie ganaría unas elecciones; creador de un gobierno parlamentario que nombrado por una sola Cámara sin ningún equilibrio, y que sería en definitiva, incapaz de gobernar. Por ello, después de haber auspiciado abiertamente el paso de la monarquía a la república, y de haber participado activamente en la redacción de la Constitución, José Ortega y Gassett expreso su angustia por el curso que tomaba España; pronto se declaró frustrado y culpo de su fracaso al sistema electoral y al régimen de gobierno parlamentario que se había adoptado. Sin entender lo que el filósofo advertía, la izquierda lo acuso de fascista y la derecha de ser un tonto útil de los que querían llevar a España al comunismo. La tragedia del filósofo era que tenía razón. Pero con ello, no podía eximir su culpa por el curso que había tomado su país.


Diez años atrás, Ortega había escrito su obra maestra "La rebelión de las masas", en la cual, con todo su enorme talento, no había caído en cuenta que toda estructura política que aspire a ser democrática y que por ello mismo, su orden de gobierno deba ser de origen electoral, nace condicionada por el mecanismo de sufragio que a su vez lleva a condicionar los modos de participación política. Ortega no había caído en cuenta que no existe sistema electoral perfecto; que todo mecanismo de sufragio mediante el cual la mayoría de representados delega en una minoría de representantes la función de gobernar, adolece de las inevitables injusticias aritméticas que se derivan del derecho a gobernar de quienes lo obtienen con la mitad más uno de los votos, y se lo niegan a los que logran la mitad menos uno.

viernes, 9 de octubre de 2015

La guerra civil Española IV (La Constituyente)

En ese clima y con esos antecedentes, en junio de 1931 se realizaron elecciones para una Constituyente. Como era de esperarse, republicanos y socialistas obtuvieron una abrumadora mayoría. Aunque las elecciones fueron las más puras y sinceras de la historia de España, en este caso no fue la trampa sino el clima político el que produjo una Asamblea Constituyente desequilibrada con una mayoría que en su euforia se vio afectada de una ceguera histórica total. Por una parte estaban los anarquistas de la CTN-FAI que fieles a su manera de pensar, se negaron a participar en las elecciones y no estaban presentes en la Constituyente, lo cual no los borraba del país. Por otra parte, estaba la iglesia y las congregaciones religiosas y los miles de fieles que a pesar de todo, creían en ellos. Esos tampoco estaban en la Constituyente y ciertamente no estaban aniquilados. Por último, estaban los monárquicos, sin duda desanimados, pero aferrados a la magia del poder real que no podía ser borrada del sentimiento popular por unas grises autoridades republicanas.

Los que tenían el poder en sus manos no lo vieron así. Incurrieron en el mismo error en el cual caen todos los que son súbitamente favorecidos por una mayoría electoral: creer que esta es permanente y que les da la representación de todo el país para hacer lo que ellos creen han sido autorizados para hacer. 

Ignorar la existencia de puntos de vista opuestos a los suyos que aun cuando en ese momento eran minoría, tenían derechos que no podía ser pisoteados.

Los debates constituyentes se hicieron muy intensos y prolongados, desde la primera hora cuando había que definir lo que era España. Por fin después de un mes de debates acordaron un texto: "España es una República democrática de trabajadores de todas clases, organizada en un régimen de libertad y de justicia". Pero una cosa era la letra y otra la sangre. España estaba muy lejos de ser una República democrática, y el esfuerzo por organizarla en un régimen de libertad y justicia desembocaría en la catástrofe de la más cruel guerra civil de su historia.

La Constitución que salió de esa mayoría, hizo lo que había prometido hacer: separo la Iglesia del Estado, autorizo la libertad de cultos, confisco los bienes de la Iglesia y secularizó la educación. Hasta allí estaba bien. Pero eso no fue todo. Con ello y algunas cosas más, se dividió a España en dos bandos enfrentados, cuyo inevitable resultado era una confrontación en la cual la supervivencia de unos solo sería posible con la aniquilación de los otros.

jueves, 8 de octubre de 2015

La guerra civil Española III (La República de Intelectuales)

Para ese momento, una pequeña pero muy influyente minoría de intelectuales había venido abogando abiertamente por el fin de la monarquía y la creación de un Estado español y aconfesional. Uno de sus principales animadores era el filósofo José Ortega y Gasset, quien con Ramón Pérez de Ayala y Gregorio Marañón formaron en 1930 la "agrupación de amigos de la república". Con todo su talento, ninguno se sospechaba o preveían lo que vendría después. El sistema tenía que cambiar y ellos así lo pedían.

En 1931 se realizaron unas elecciones municipales sin otro propósito que alternar las autoridades del gobierno local. Sus resultados evidenciaron el repudio mayoritario de los españoles por el sistema que los gobernaba, sobre todo en las grandes ciudades. Ello provocó el colapso de las estructuras de un sistema deslegitimado y la fuga de Alfonso XIII. Todo se hizo sin disparar un tiro.

El 14 de abril de 1931, los intelectuales que habían auspiciado la República la proclamaron en la "Puerta del Sol" de Madrid. Un mes más tarde empezó la quema de iglesias y conventos. La forma de gobierno había cambiado pero sin quererlo ni saberlo, el hecho había sacado del fondo de una España sobrecargada de siglos de abusos y frustraciones, un volcán de odios atizados por el fanatismo anticlerical que estallo en contra del fanatismo religioso que era percibido como parte integral del sistema. Por otra parte, la restauración había dejado como enseñanza que los españoles, educados durante medio siglo de frustraciones y engaños a no esperar nada de un cambio que sorpresivamente había parido una República, pusieran en práctica su creencia que el único camino posible para hacer que las cosas cambien de verdad en España, era con la violencia.

martes, 6 de octubre de 2015

La guerra civil española II (La restauración)

Cuarenta años después de la muerte de Fernando VII, el sistema restaurado pretendía derivar su legitimidad de un mecanismo electoral que desde su inicio era intrínsecamente insincero, pues excluyo a los republicanos, los socialistas y los carlistas. Ignorarlos no los hacia desaparecer. A partir de ese falso inicio, los españoles intentaron crear un Estado constitucional legitimado por el sufragio pero nunca lo lograron. La monarquía parlamentaria de la restauración produjo grandes oradores y alguna alterabilidad, pero institucionalizó el fraude electoral, creando la figura estereotipada del cacique que como el experto hacia que los resultados convinieran a quienes tenían el sartén del poder por el mango. Durante medio siglo, la parodia de elecciones trucadas para constituir los gobiernos de una falsa monarquía parlamentaria, se repitió una y otra vez y fue resbalando de crisis en crisis por la pendiente de la trampa electoral hasta que desprestigiada y deslegitimada, colapso en 1923 con la Dictadura del General Miguel Primo de Rivera.

La causa inmediata y aparente del fin de la restauración fue la torpeza con la cual su último gobierno y el rey Alfonso XIII habían manejado la guerra de Marruecos. La causa verdadera era otra. La restauración estaba muerta. La Dictadura de Primo de Rivera no la mato. Su incapacidad para reformarse y reconocer la existencia de grandes sectores políticos e incorporarlos a un sistema electoral honesto la había matado. Y lo que era peor, los odios y frustraciones que había generado estaban vivos y preparados para tomar revancha a la primera oportunidad. El apoyo que el rey Alfonso XIII le dio a la Dictadura termino de quitarle el último vestigio de legitimidad y por ello, fue acusado con razón de violar su juramento de respeto a la Constitución. En 1930, cansado de intentar salir de una calle sin salida, Primo de Rivera dejo el mando y se marchó a morir en un hotel de París.

lunes, 5 de octubre de 2015

La guerra civil española I

La guerra civil española fue uno de los dramas más espantosos del siglo XX. Como todo hecho histórico de esa magnitud, sus causas son remotas, múltiples y complejas. Una de ellas nos interesa especialmente por lo que de parecido puede tener con situaciones que nos son próximas a los venezolanos desde 1999: La Republica Española, que nació en abril de 1931 sin disparar un tiro, desemboco en la guerra que estallo en julio de 1936 porque creo un sistema que engendro un Estado ingobernable. Sin duda, el camino que trajo a lo que estallo en España en 1936 es largo y complicado, y sin caer en simplificaciones necias, se podría empezar a contar desde 1833, a raíz de la muerte de Fernando VII. Con su estúpida y brutal reacción absolutista este nefasto monarca había matado las esperanzas que había abierto la Constitución de 1812. Esa reacción no pudo apagar el fuego de las ideas liberales que para sobrevivir se refugiaron en el secreto de logias militares. Con Fernando VII murió para siempre el modelo de absolutismo retrogrado, pero la monarquía liberal falsificada que allí se inició, jugó con un parlamentarismo de repostería que cometió errores atroces, produciendo crisis que provocaron pronunciamientos militares, que se hicieron cíclicos hasta 1868 cuando la Reina Isabel II fue al fin destronada.

Después del breve ensayo de una monarquía menos corrompida y más liberal con un monarca extranjero, en 1873 los españoles proclamaron la I República. Con ello se desataron fuerzas oprimidas que emergieron de las catacumbas de la historia con feroz virulencia, las cuales llevaron a la anarquía.

Ello hizo que en 1875 los Generales Pavía y Martínez Campos cancelaran el primer experimento republicano, restauraran a los Borbones e impusieran una Constitución creadora de un modelo de Monarquía constitucional parlamentaria.

J. O.

jueves, 27 de agosto de 2015

Recuperando la Memoria Histórica: La destrucción del Ejército, por Jorge Olavarría

Para el examen de la situación en la cual está el Ejército de Venezuela este mes de junio, propongo como hipótesis que el Ejército de Venezuela, el cual en 1998 era profesional, apolítico, obediente y no deliberante; estaba al servicio del Estado y de sus instituciones, y no de una persona o un partido; tenía un adecuado apresto militar para cumplir con su función disuasiva y su papel de garante de la integridad territorial, y el cual objetivamente existía en 1998 cuando el teniente coronel Hugo Chávez fue elegido presidente de la República, ya no existe.
Ha sido destruido. Lo que de él queda está siendo y será desmantelado y reemplazado por un modelo de Ejército adecuado a la interpretación que el Presidente hizo de lo que entiende es la "seguridad nacional" y la "defensa integral", anunciadas en el discurso del 16 de mayo de 2004, y que son -según Chávez- la base constitucional para la creación de "milicias populares".
El objetivo final de la transformación que se ha hecho y se anuncia se hará del Ejército de Venezuela es crear milicias populares para imponer un régimen militarista-populista que Chávez sostiene está implícito en el Capítulo VII de la Constitución. Lo está. En 1999 fue advertido por mí que así sería. El carácter antidemocrático del articulado del Título VII no sólo fue protestado en 1999 por mí y por los constituyentes Brewer, Fermín y Franceschi, sino por el constituyente Hermann Escarrá, quien a pesar de que era el supremo sacerdote de la confección de la Constitución "bolivariana" salvó su voto sobre el Título VII, por las mismas razones alegadas por nosotros.
La interpretación que del articulado del Título VII hizo el Presidente sostiene que la Constitución lo autoriza a crear una Fuerza Armada inorgánica, invertebrada, al servicio de su persona y su parcialidad política; formado por milicias populares, cuyo objetivo explícito es "defender la revolución" con armas de sus enemigos, los venezolanos que son adversarios de ésta y que son calificados y ahora enjuiciados por ultraje a la Fuerza Armada y traición a la patria.
El hecho de que semejante cosa hubiera sido el producto de los "grupos de trabajo" del Consejo de Defensa de la Nación y que uno de sus miembros sea el presidente del Tribunal Supremo de Justicia parecería garantizarle una interpretación de la letra del Título VII de la Constitución cónsona con la interpretación que el jefe del Poder Ejecutivo y comandante en jefe de la Fuerza Armada le da.
Un primer resultado de esto es que hoy tenemos un nuevo Ejército, incapaz de cumplir con su función primordial de defender la integridad territorial, al punto de ser totalmente desmantelado. Por lo que el Presidente ha dicho, ha hecho y anuncia hará, ese Ejército ya no será forjador sino destructor de libertades. Estará enfrentado y verá como sus enemigos a los venezolanos que se opongan a semejante desatino y se verá obligado a matar y a morir por ello.
Como muestra de esta corriente, vemos como se trata hoy a los generales Rosendo y Usón, a quienes se les acusa de ultraje a la Fuerza Armada por haber dicho la verdad; y a líderes de la sociedad civil y democrática, como María Corina Machado y Alejandro Plaz, a quienes se les acusa de ser enemigos del pueblo y traidores a la patria por el delito de haber recogido y sistematizado las firmas con las que se solicitó el referéndum revocatorio de Chávez, lo cual hizo que fracasaran las trampas y atropellos con las que se quiso invalidarlas.
Una pregunta que debemos hacernos hoy los venezolanos es si objetivamente lo que se ha hecho y lo que se anuncia se hará significa un paso de avance o es un proceso involutivo hacia estadios de la historia formativa del Ejército que triunfó en Carabobo, y que se creía habían sido superados. La hipótesis que propongo para que sea examinada y demostrada, con toda la contundencia que el caso amerita, es que todo lo que se ha hecho y todo lo ha sido ratificado y anunciado por el Presidente en las llamadas tres líneas estratégicas, que dice han sido producidas por el Consejo de Defensa de la Nación, lleva a la destrucción y al regreso del Ejército de Venezuela a lo que era en el siglo XIX: el Ejército del partido, con la diferencia que en el siglo XXI de acuerdo con la doctrina de la seguridad nacional, será el partido del Ejército.
Por lo pronto tenemos que la "primera línea estratégica" de la "nueva etapa antiimperialista de la revolución bolivariana" expuesta por el Presidente anuncia que se incorporarán 50 mil reservistas que se agregarán a los 50 mil que dice han sido incorporados, sin que haya sido aclarado cuál es el estatus de obediencia, disciplina y subordinación de estos reservistas en relación con la cadena de mando militar existente; ofrece que el contingente del Ejército y la Guardia Nacional será aumentado, para lo cual señala una suma global y, de paso, amenaza con la creación de "teatros de operaciones" en el centro del país, para "hacerle frente a invasiones" como la que dice se ha producido y cuya veracidad está por demostrarse, pero que en cualquier caso -farsa, verdad o media mentira- significarían la virtual suspensión de las garantías constitucionales para el ejercicio de libertades en esos teatros de operaciones; cuando menos, la libertad de tránsito.
Todo lo que está implícito en la "segunda línea estratégica" que anuncia la acentuación de la doctrina de la "unión cívico-militar" es el aumento de la militarización del Estado en todos sus niveles y ramas, por la ocupación por militares activos de más y más cargos en la administración pública, los institutos autónomos y las empresas del Estado, de manera simultánea con su cargo y autoridad militar. Todo lo que se anuncia como la "tercera línea estratégica" lleva a la creación de milicias populares, separadas y desarticuladas de la Fuerza Armada, creadas para combatir a los enemigos -reales o imaginarios- de su revolución, obedientes a su persona y a los mandos de los militares retirados de su partido, el militarista MBR-200.
La doctrina Chavista de seguridad y defensa La Constitución "bolivariana" de 1999 tiene un admirable catálogo de derechos humanos. Pero lo que establece en el Título VII sobre la "seguridad de la Nación" es un cáncer maligno y mortal que plantea la posibilidad que esa Constitución sea la base de un gobierno que no podrá, con propiedad, llamarse "democrático", pues estará sometido al tutelaje militar. Las adulteraciones y desviaciones que se producen con la prestidigitación y el manejo artero de los conceptos abstractos de "seguridad", "defensa" y "fuerza armada" se hacen posibles cuando se aíslan conceptualmente los componentes orgánicos de lo que es una unidad viva e indivisible. Me explico: cuando se le hace la autopsia a un cadáver, sus órganos pueden ser aislados para estudiar y entender sus funciones y determinar la causa de su enfermedad y muerte. Pero los órganos vitales de un cuerpo vivo no actúan aislados; y la salud de uno no es la salud de todos. Sin embargo, la enfermedad de uno lleva a la muerte de todos. Lo que es claro en la categoría orgánica de la anatomía humana puede aplicarse a las abstracciones que se manejan para construir el orden constitucional de un Estado con intenciones distintas a las que se proclaman. La manipulación de las ideas y conceptos de seguridad y defensa produce sofismas. El más viejo y mejor conocido de todos es el sofisma que parte de la idea de la necesaria subordinación de la salud de todos los órganos vitales del Estado al bienestar de uno de ellos. Con ello se justifica la subordinación de los derechos individuales reales a un derecho colectivo abstracto que tiene un solo intérprete que se abroga su representación.
En el siglo XVIII este fue el camino argumental de las desviaciones de la Revolución Francesa hacia la democracia jacobina, que partían de una mala interpretación de lo que Rousseau argumentó para proponer la idea de la "volonté generale". A ella se emparentó el pensamiento de Hegel. Y todo eso llevó a la justificación de los Estados totalitarios del siglo XX. Aislar el concepto de la seguridad y la defensa de su organicidad social es el primer paso dialéctico para justificar la subordinación de toda la sociedad y de todas instituciones del Estado a la interpretación que de las necesidades de seguridad y defensa haga el jefe supremo. Ese fue el paso previo para la construcción de un sofisma constitucional justificatorio de la tutela militarista de una tiranía populista que es a lo que lleva el Título VI de la Constitución llamada 'bolivariana'. Su primera consecuencia es la desviación y destrucción de las funciones y responsabilidades defensivas de la Fuerza Armada y su conversión en el brazo armado de quien ha sido ungido como el supremo intérprete de las necesidades de seguridad y defensa. Su última consecuencia es la total inseguridad y la indefensión de los individuos y sus derechos frente al Estado.
La Constitución de 1999 fue el producto de proposiciones incompatibles y contradictorias. De allí su inorganicidad implosiva. Por un lado, constitucionalistas como Ricardo Combellas y Hermann Escarrá llevaron proposiciones que se materializaron en los avanzados y loables artículos relativos a la democracia participativa, entre los cuales está el principio de la revocabilidad de todo mandato electoral por medio de referéndum popular. Por otro lado estaban las proposiciones militaristas de Chávez, que se manifestaron en el Título VII de la Constitución. En 1999, el comandante Chávez propuso en su proyecto de "Constitución bolivariana" que: "La seguridad y defensa de la Nación es función trascendental del Estado y participa en ella todo el pueblo venezolano". En el siguiente artículo establecía como "obligación del Presidente de la República, defender los intereses supremos de la Nación adoptando las medidas necesarias para asegurar la defensa nacional"; reforzando esta obligación, convertida en derecho, con el siguiente artículo que dice que "la máxima autoridad dentro del Sistema de Defensa Nacional le corresponde al Presidente de la República". Sentadas estas bases, en el Capítulo II, titulado "De los principios de Seguridad y Defensa", Chávez definía lo que llama un "sistema de seguridad y defensa" así: "La seguridad y defensa de la Nación se fundamentan en el cumplimiento de los principios de independencia, democracia, igualdad, libertad y justicia, así como en la satisfacción progresiva de las necesidades individuales y colectivas de los venezolanos, con el fin de lograr su completa realización humana".
De esta definición que lo abarca todo pasaba a un artículo de 14 palabras que decía esto: "Los principios de seguridad y defensa abarcan los ámbitos económico, social político y cultural". Esto lo remata en el siguiente artículo en el que dice que "los principios de seguridad y defensa constituyen el soporte para impulsar el desarrollo integral de la Nación". En el Capítulo III del Título VI, relativo al "Poder Público Nacional", Chávez decía que "el Presidente de la República es el líder de la Nación, expresa la unidad nacional y se obliga a garantizar los derechos y libertades de los venezolanos, la independencia, integridad y soberanía del territorio y defensa de la República". En el siguiente capítulo, Chávez proponía diversos grados de suprema "jefatura" presidencial, dignas de Benito Mussolini... "El Presidente de la República es el jefe del Estado, jefe del Gobierno, máxima autoridad administrativa y líder de la Fuerza Armada con el grado de comandante en jefe". Con lo que creó un grado militar nuevo. Acto y seguido Chávez propuso que el período constitucional fuera de seis años, y que el Presidente fuera elegible para el período posterior. Entre sus atribuciones estaba la de promover a los oficiales de la Fuerza Armada a partir del grado de coronel, sin más requisito que su voluntad, quitándole al Senado la función de aprobar los ascensos establecido en la tradición constitucional venezolana, desde la Constitución de 1811 repetida por el Libertador Simón Bolívar en la Constitución de Angostura de 1819 y por todas las constituciones venezolanas. Además de ello, el Presidente podía: "Convocar la movilización nacional y adoptar las medidas necesarias para la defensa de la República, la integridad de su territorio y su soberanía". Sin más requisito o condición que su voluntad.
Ni las constituciones gomecistas dijeron que el Presidente tendría la facultad para "declarar los estados de excepción y suspender las garantías" sin que esta declaratoria se sometiera a control de otro poder o se previeran modos de restituir la normalidad. Para cerrar con broche de oro, el Presidente se atribuía la facultad de celebrar y ratificar tratados "por razones de urgencia" "sin el requisito de la aprobación previa de la Asamblea Nacional".
Esto lo propuso Hugo Chávez en 1999. Hubo juristas respetables pero oportunistas que declararon públicamente que esta proposición no afectaba al ideal democrático. Mucho de esto -no todo- fue aprobado por la Constituyente, después de un forcejeo cuya historia algún día se contará. Yo fui miembro de la Comisión de Defensa y de algo me pude enterar. Lo que para mí era evidente en 1999 era que nadie podía cantar y pintar semejantes ideas como creadoras de lo que debía ser la Fuerza Armada de un Estado de Derecho. No en vano, el ropaje preferido del comandante en jefe es el del camuflaje en cuyas artes se ha revelado un maestro digno del estudio de las artes aplicadas de Maquiavelo. Sembradas aquí y allá había algunas proposiciones de relumbrón que atraían comentarios casi siempre superficiales, cuando no frívolos, como el voto militar y la omisión de la prohibición de deliberar, lo cual equivalía a su autorización el levantamiento del secreto militar y el voto. Esto fue lo que llamó la atención a la proverbial superficial frivolidad de los comunicadores, quienes las lanzan al debate. Había otras proposiciones que no fueron acogidas como fueron propuestas, como la Fuerza Armada singular, lo cual provocó fuertes reacciones ante las cuales el presidente Chávez hizo el repliegue táctico que tenía previsto para que todos quedasen contentos y él se saliera con la suya en lo que le interesaba.
Lo más peligroso de todo lo que se hizo en 1999, dentro y fuera de la Asamblea Constituyente, y lo que se hizo después y tuvo consecuencias más destructoras, fue sentar las bases para la militarización de la política como consecuencia de un modelo de Estado que consagraba el tutelaje militar de la sociedad civil. Pero para poder hacer eso había que destruir las bases éticas de lo que habían sido el Ejército de una sociedad democrática. Lo que Chávez propuso como "Sistema de Seguridad y Defensa" y lo que en definitiva se aprobó en la Asamblea fue la artera politización del estamento militar implícito en todo lo que se puso en marcha bajo la excusa de su "democratización" y su "inserción" en la sociedad de la cual se decía estaba "aislada". Esto es lo que se cubrió con el manejo falaz de los conceptos de la seguridad y la defensa. Para ello se dijo que se le quitaría a la Fuerza Armada el carácter no deliberante y obediente y se les otorgaría el derecho al voto a los militares.
Para mí estaba claro que ello llevaba a la metamorfosis del poder militar en un poder supraconstitucional de tutelaje sobre todos los poderes del Estado. Eso no era nuevo. El avance habría sido emanciparnos de lo que de ello hay de verdad en nuestra cultura política, no recaer en ello y menos acentuarlo. Su nocividad no sólo está en lo que podría ser considerado como una perversión militarista, corporativista o fascista. Eso sería fácil de corregir y erradicar. Su mayor daño está en que sus raciocinios justificatorios, que son falaces y engañosos, halagan y empalagan la mentalidad militar. Parten de sofismas y confusiones conceptuales que muchos militares han hecho suyos. Llevan a que lo que se propone para una institución que es fundamental a todo Estado, sea sometida a la voluntad de un hombre torrencialmente adicto a la demagogia. Eso y la ineludible perversión de los fundamentos de jerarquía, obediencia y subordinación, esenciales a cualquier institución militar, hacen una mezcla volátil y explosiva. A esto añádanse las consecuencias de la infección del estamento militar por los factores patógenos que se le han estado inoculando a la sociedad venezolana con las contradicciones y absurdos constitucionales que se han creado para todos los ámbitos de la vida nacional. Sus resultados para el estamento militar han sido y van a ser mucho más serios de lo que se piensa. Allí lo que se ha hecho es potencialmente proclive a convertirse en enfrentamientos que no se resuelven con votos sino con balas. Las tempestades que han sembrado y todavía no se han desatado tienen algo más que viento de palabras huecas. No se puede olvidar que de lo que se trata en este caso es que al componente militar se le han inoculado ideas y procedimientos institucionales muy peligrosos en una institución formada por hombres armados. Aventar a la institución militar al torbellino del debate que desencadenan los virus conceptuales que hierven en la cabeza de su comandante en jefe, cultivados en caldos de odios raciales y sociales acicateados, es un crimen imperdonable.

Por ello, quienes hoy tenemos algo que decir, y podemos decirlo, debemos hablar para intentar evitar lo que sucederá mañana si este mal no se corrige como debe hacerse. Debemos hacerlo con la claridad y firmeza que hace falta para ubicar los conceptos que se han usado para desorganizar y reorganizar a la Fuerza Armada venezolana en las categorías de calificación que les corresponden, sin dejarnos arrastrar por debates estériles acerca de cuestiones subalternas. Mañana será tarde.

Tomado de ElNacional.com

viernes, 31 de julio de 2015

El Esequibo sin pelos en la lengua*

El presidente Hugo Chávez es el último de una larga lista de líderes venezolanos que han avivado el fervor patriótico, al ratificar el reclamo histórico de Venezuela sobre el Territorio Esequibo. Independientemente del mérito histórico del reclamo venezolano, la realpolitik del asunto es que a estas alturas es imposible imaginarse un escenario en el que la soberanía de Venezuela sobre ese territorio sea reconocida internacionalmente. El problema es que, habiendo suscitado las expectativas del pueblo, ahora podría ser muy difícil para Chávez conformarse con algo menos
La disputa limítrofe entre Venezuela y Guyana por el Territorio Esequibo —una región selvática escasamente poblada y aproximadamente del tamaño de Inglaterra, ubicada entre los deltas de los ríos Esequibo y Orinoco— ha vuelto a las primeras planas. Dirigentes venezolanos una vez más nos han regalado los ya familiares y apasionados discursos nacionalistas sobre los inalienables derechos históricos de Venezuela, mientras que Guyana insiste en que el estado actual del asunto es definitivo y que no está sujeto a discusión. La disputa ha venido dando vueltas así desde 1962, sin que se vislumbren perspectivas reales de resolución en el futuro próximo.
Lamentablemente, en Venezuela el debate sobre el Esequibo tiende a producir más calor que luz. Al tratar esta disputa, quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones en Venezuela, a menudo parecen perder la perspectiva, y durante la mayor parte de dos siglos, desde la Casa Amarilla y Miraflores han emanado políticas obstinadas sobre la cuestión, lo que prácticamente asegura que el territorio en disputa nunca será reconocido internacionalmente como parte integral de Venezuela. Un debate retorcido
Cada país tiene ciertos asuntos sobre los cuales parece extrañamente incapaz de sostener un debate racional; asuntos sobre los cuales la ortodoxia nacional reina incuestionada e incuestionable. Los estadounidenses no pueden tener más que palabras de encomio para con la Constitución redactada por sus próceres, y consideran que hasta la más leve crítica al cada vez más anacrónico documento equivale a traición. Los franceses parecen perder toda capacidad de sostener un discurso racional, apenas se medio cuestiona el heroísmo de los paladines de su resistencia durante la II Guerra Mundial, así sea de soslayo. Para los brasileños, la más mínima sugerencia de que sus astros del fútbol no sean los más grandes del mundo equivale a una blasfemia. Para los venezolanos, el tema es el Esequibo. Se ha convertido en un artículo de fe que el reclamo del Territorio Esequibo por parte de Venezuela es ostensiblemente justo y jurídicamente hermético. Lo triste de esto es que, mientras gente de todas partes del mundo admira la sabiduría de la Declaración de Derechos contenida en la Constitución de EE.UU., la valentía de Jean Moulin y el genio de Pelé, nadie fuera de Venezuela en realidad cree en su reclamo del Esequibo.
Dentro de Venezuela, la nación se halla desusadamente unida en cuanto a esta materia, y todas las diferencias políticas parecen esfumarse cuando el tema sale a colación. Antichavistas furibundos hacen cola para felicitar al Presidente por su decidida posición en cuanto a este asunto. Durante los años ´80, grupos de música pop descubrieron que podían vender montones de álbumes poniéndole melodías pegajosas a letras como “el Esequibo es tuyo, es mío, ¡es tierra venezolana! / el Esequibo es tuyo, es mío, ¡es nuestro!”. Esa clase de patriotería ha secuestrado al proceso de toma de decisiones en lo concerniente a la disputa. Totalmente imbuidos de esa mentalidad, gobiernos sucesivos han seguido una política que combina una honda indisposición al avenimiento y un profundo malestar por cuestionar la mentalidad colectiva en cuanto se refiere al Esequibo.
Ese temor a cuestionar la ortodoxia nacionalista ha asegurado que el público venezolano escuche siempre sólo la mitad de la historia, pero naturalmente la mitad más favorable al reclamo venezolano. La mayoría de los venezolanos sabe que los españoles fijaron el Río Esequibo como el límite oriental de su imperio americano por primera vez en el Siglo XV. Pero no muchos saben que el Esequibo fue colonizado por los holandeses en 1616 y que un mapa de 1662, elaborado por el cartógrafo holandés Joan Blaeu, muestra que los holandeses controlaban la totalidad del área al sur del Río Orinoco. En el Tratado de Münster, España oficialmente cedió a Holanda la soberanía sobre una región no del todo definida que plausiblemente se podría interpretar como incluyente del territorio en disputa. (La región fue cedida por los holandeses a los ingleses después de las guerras napoleónicas).
Los venezolanos lamentan la escasa disposición de Guyana a negociar un avenimiento territorial razonable, pero son pocos los que entienden que entre 1844 y 1887 Venezuela rechazó sistemáticamente una serie de propuestas británicas que, básicamente, habrían dividido la diferencia, otorgándole a Venezuela el control sobre aproximadamente la mitad del territorio en disputa.
A los nacionalistas criollos les encanta explayarse cuando citan las turbias negociaciones de trastienda protagonizadas en 1899 por los ingleses, dirigidas a acercar el laudo arbitral internacional hacia su terreno. Sin embargo, en ese argumento no se menciona que, en 1897, Venezuela suscribió un tratado comprometiéndose a reconocer como “completo, perfecto y definitivo” cualquier acuerdo al que llegaran los árbitros. Sucesivos gobiernos venezolanos han subrayado el hecho de que el fallo de 1899 nunca fue aceptado por el gobierno ni por el pueblo de Venezuela, pero pocos reconocen que en 1905 Venezuela formalmente reconoció la frontera establecida en el laudo arbitral, y que durante 63 años después del laudo, Venezuela no volvió a renovar su reclamo sobre el territorio. El punto es que, en una disputa histórica tan prolongada y confusa como ésta, ambas partes pueden citar suficientes “hechos” como para hacer que su versión respectiva luzca claramente verdadera, correcta y justa.

El mundo en 1899
Para entender verdaderamente cómo se delimitó la frontera actual, hay que tratar de tener presente cómo era el mundo hace cien años. Gran Bretaña, gracias a la fortaleza de una armada sin igual, había alcanzado la posición de primera potencia mundial. Aunque el crecimiento económico reciente de Alemania, Francia y Estados Unidos había sido impresionante, la economía británica —que había alcanzado la industrialización cien años antes— aún no tenía contendores de cuidado a nivel mundial. Los pocos rivales industriales incipientes que había, entre ellos EE.UU., se vieron obligados a proteger a sus productores internos detrás de elevadas barreras arancelarias para poder sobrevivir a la furiosa embestida competitiva de la potencia hegemónica. El sol nunca se ocultaba en el Imperio Británico, el cual cubría un asombroso 25% de la superficie terrestre del planeta. Parecía como si una semana sí y una no la Foreign Office emitiera desde Londres órdenes de despojar por la fuerza a primitivos gobernantes locales de grandes extensiones de territorio. Inclusive, en aquellos lugares donde el gobierno de Su Majestad no administraba directamente los asuntos políticos, su poderío militar, su supremacía naval y su dominio económico habían convertido a enormes regiones del mundo, desde China y Tailandia hasta América Latina, en colonias económicas de facto. Londres ha estado más cerca de merecerse el título de “capital del mundo” que ninguna otra ciudad en la historia, pasada y actual.
Ahora bien, considérese a Venezuela alrededor de 1900. Faltando todavía un cuarto de siglo para que comenzara la explotación petrolera, su economía era principalmente agrícola, con una población mayormente campesina que apenas conseguía sobrevivir con una agricultura de subsistencia o como jornaleros en los latifundios. Apenas la mitad de la población participaba en la economía monetaria. Tres de cada cuatro venezolanos sufría de paludismo, y la expectativa de vida de los hombres era de 34 años. Casi no había carreteras, ferrocarriles ni telégrafo. Las comunicaciones internas eran primitivas: la forma más rápida de trasladarse desde Caracas hasta Ciudad Bolívar era por barco, con una escala en Puerto España. En el ámbito político, desde la Guerra de Independencia el país había sido estremecido por sacudidas políticas periódicas, producidas por una seguidilla de caudillos que trataban de tomar Caracas tan pronto como calculaban que sus heterogéneos ejércitos rebeldes eran lo suficientemente fuertes como para enfrentarse a un gobierno central usualmente débil. En cualquier momento, el gobierno nacional apenas si estaba en condiciones de repeler agresiones militares de tales caudillos, y mucho menos de montar operaciones militares en los confines selváticos de la República.
Durante los 70 años transcurridos desde la muerte de Bolívar, fue poco lo que Venezuela avanzó en cualquiera de los ámbitos social, económico o político; incluso en algunos de ellos estaba efectivamente peor que durante la Colonia. Esas fueron las dos naciones que convinieron, el 2 de febrero de 1897, en resolver mediante arbitraje el diferendo limítrofe del Esequibo, que se remontaba ya a 250 años. La junta arbitral, el primero de tales cuerpos en ser convocado para resolver una disputa territorial entre naciones soberanas, incluyó algunas de las más importantes mentes jurídicas de la época. El equipo de abogados que representaba a Venezuela estaba encabezado por el general Benjamín Harrison, ex presidente de EE.UU., e incluía al ex secretario de Guerra, general Benjamin S. Tracy. Los ingleses estaban representados por Sir Richard. E. Webster, fiscal general de Gran Bretaña, al igual que por Sir Robert T. Reid, ex fiscal general. La junta arbitral propiamente dicha incluyó algunos de los juristas más distinguidos del mundo para ese entonces, entre ellos dos magistrados de la Corte Suprema de EE.UU., el presidente de ese tribunal, Melville W. Fuller, y David Brewer, en representación de Venezuela; Lord Russell, presidente del tribunal supremo inglés conocido como King’s Bench, y Lord Collins, miembro del equipo de juristas de la Cámara de los Lores, la corte británica de última apelación. El tribunal estaba presidido por Frederick de Martens, un académico jurídico ruso de renombre internacional.
Es cierto que al iniciarse el proceso, en 1899, Venezuela parecía tener el argumento histórico más firme para reclamar el territorio, al menos sobre el papel. Es igualmente cierto que, en el terreno, la realidad era considerablemente más favorable al reclamo británico. Prácticamente nadie que pudiese ser descrito como “venezolano” había vivido en el territorio en disputa. Por otro lado, durante la segunda mitad del Siglo XIX, más de 40.000 súbditos británicos de habla inglesa habían residido en el área delimitada en el Este por el Río Esequibo y en el Oeste por el Río Caroní. Allí estaban protegidos por una fuerza policial administrada por los ingleses, y enviaban su correspondencia utilizando el Correo Real. Estos son hechos significativos, ya que el tratado de arbitraje de 1897 establecía que el “control político exclusivo de un distrito, al igual que la colonización propiamente dicha del mismo”, eran “suficientes” para constituir “título libre de defectos y restricciones ocultas” sobre el territorio.
Independientemente de tales complejidades jurídicas, el hecho es que apreciar la disputa exclusivamente desde un punto de vista jurídico e histórico pasa por alto alegremente las duras realidades del poder que siempre han tenido el papel más importante en la resolución de tales disputas. Los gobiernos venezolanos del Siglo XIX se negaron, por principio, a reconocer la escandalosamente evidente diferencia de poderío entre los dos adversarios, apegándose a sus exigencias maximalistas que prácticamente garantizaban que al final perdería el grueso del territorio que actualmente se conoce como Esequibo.
Con una política de avenimiento Venezuela podría haber obtenido un resultado mucho mejor. Las reiteradas propuestas británicas de dividir la diferencia fijando la frontera a lo largo del Río Moruca, fueron desestimadas con cierta petulancia. Los gobiernos venezolanos del Siglo XIX parecían constitucionalmente incapaces de aceptar el hecho de que, independientemente de la solidez jurídica que pudiese haber tenido su reclamo, un pequeño país palúdico no estaba en condiciones de imponerle sus términos a la mayor potencia mundial.
Dicho eso, muchos analistas creen que la junta arbitral obtuvo un muy buen resultado para Venezuela. Se otorgó a los británicos aproximadamente 85% del territorio en disputa, pero se les negó el derecho de navegación por el Río Orinoco, de importancia estratégica. Aunque para ese momento muchos venezolanos creían que la decisión era injusta, también es cierto que el gobierno británico no recibió todo el territorio que había reclamado. Pero lo más importante es que al juzgar el laudo arbitral únicamente en términos de quién obtuvo cuánto territorio, se pasan por alto aspectos estratégicos cruciales del laudo. Si bien Gran Bretaña recibió decenas de miles de kilómetros cuadrados de selva tropical estratégica y económicamente inútil, la junta se puso claramente del lado venezolano en lo atinente al único aspecto estratégicamente significativo de la disputa limítrofe: el control sobre el Delta del Orinoco. La junta pudo haberle otorgado a los británicos el control sobre el punto de entrada a las más importantes vías fluviales de Venezuela, colocando a El Callao y Guasipati bajo el control de Su Majestad, y asegurando que los pies británicos pudieran pisar las riberas del Caroní. Algunos observadores consideraron como un éxito para el arbitraje internacional el hecho de que el panel le hubiese negado a la potencia hegemónica mundial su aspiración estratégicamente más significativa, en favor de una empobrecida república sudamericana.

La sorpresa de Mallet-Prévost
En 1905, funcionarios venezolanos firmaron un documento en el que declaraban que la línea limítrofe había sido debidamente establecida y que el gobierno venezolano la aceptaba tal cual. Ahí habría podido quedar la disputa. Y probablemente ahí hubiese quedado, de no haber sido por un incendiario memorando escrito casi 50 años después del laudo arbitral. El documento afirmaba que los británicos habían “amañado” el resultado del proceso, mediante un acuerdo secreto con el ruso que presidía la junta, y que luego habían presionado excesivamente a los miembros estadounidenses de la misma para que se mostraran aquiescentes. Esas acusaciones fueron lanzadas en un ensayo publicado póstumamente nada más y nada menos que de Severo Mallet-Prévost, un académico cultural español que había sido uno de los miembros de menor jerarquía del equipo jurídico venezolano en el arbitraje de 1899.
El Memorando Mallet-Prévost, tal como se conoce hoy día al documento, se ha convertido en la piedra angular del reclamo actual de Venezuela sobre el Territorio Esequibo. En vista de su privilegiado acceso a la información, dada su condición de participante en el arbitraje, sus acusaciones parecen tener cierta credibilidad. De ser ciertas, explicarían la parcialidad del laudo arbitral a favor de los británicos, y dejarían mal parada la afirmación de la junta arbitral de que era un cuerpo puramente jurídico. Desde 1962, Venezuela ha venido reclamando que las revelaciones de Mallet-Prévost sobre la conspiración británica para amañar el laudo de 1899, anula completamente dicho fallo.
Lo primero que se evidencia sobre el Memorando es que fue escrito más de 40 años después de los hechos. La memoria le juega malas pasadas a la gente, presumiblemente incluso a la de Mallet-Prévost. El segundo aspecto que se hace evidente es la falta de pruebas que corroboren directamente la afirmación, pese al hecho de que casi la totalidad de los participantes llevaban copiosos diarios.
Más aún, transcurrieron 13 años desde la publicación del Memorando, en 1949, hasta la reanudación del reclamo territorial por parte de Venezuela, en 1962. Indudablemente que la política interna venezolana desempeñó un papel en esa demora, ya que el gobierno de Marcos Pérez Jiménez (con justa razón) consideró que sus posibilidades de tener éxito sobre la base de ese Memorando eran escasas. Sin embargo, para 1962, la independencia de Guyana era inminente y el nuevo gobierno de Rómulo Betancourt estaba ansioso de reactivar la disputa teniendo como interlocutor a un Imperio Británico a la sazón venido a menos, en lugar de un diminuto y pobre país que fácilmente podría asumir el papel de víctima. Más aún, a comienzos de los años ’60, la política guyanesa estaba dominada por factores prosoviéticos, y tanto el gobierno de Betancourt como el Departamento de Estado del gobierno de Kennedy pudieran haber visto la disputa como una oportunidad de negarle a un incipiente Estado comunista en tierra firme sudamericana dos terceras partes de su territorio. Sin embargo, en cuestión de pocos años, los comunistas habían salido del gobierno guyanés a través del voto y Kennedy había sido asesinado. Pero para ese entonces el gato estaba bien fuera de la valija diplomática.
Entonces, ¿cuál es el valor jurídico del renovado reclamo venezolano? Si bien las afirmaciones de Mallet-Prévost son ciertamente provocativas, el valor legal de su memorando luce altamente cuestionable. Ciertamente, a duras penas se podría tomar un solo documento escrito medio siglo después del fallo como prueba concluyente de una conspiración anglo-rusa. No se ha hallado prueba documental alguna que confirme la teoría de Mallet-Prévost, y no queda vivo ninguno de los participantes para confirmar o rechazar esa versión de los hechos. Aunque un examen cuidadoso de las declaraciones y los escritos de personas que participaron en el laudo arbitral tiende a confirmar a grandes rasgos el relato de Mallet-Prévost, dichas fuentes dejan un espacio considerable para desacuerdos entre observadores razonables. Algunos creen que Frederick de Martens, el académico ruso que presidió la junta arbitral, se lanzó a un complicado juego de engaño diplomático, oponiendo una parte a la otra a fin de preparar el escenario para que ambas partes acabaran aceptando su propia solución de avenimiento. Desde ese punto de vista, de Martens se habría presentado como cautivo de los intereses británicos ante Mallet-Prévost únicamente para hacer que el lado venezolano accediera a un avenimiento, y posteriormente habría dicho a los británicos que tenía órdenes de apoyar el reclamo estadounidense-venezolano, haciendo así que los representantes de Su Majestad aceptaran la propuesta de avenimiento. Lo cierto es que cien años más tarde no hay forma alguna de determinar exactamente por qué la junta arbitral falló en la forma en que lo hizo.
Sin embargo, a un nivel más profundo, la controversia sobre el Memorando Mallet-Prévost es sencillamente irrelevante. Incluso si se pudiese hallar pruebas documentales que demostrasen rotundamente que la decisión de 1899 fue “arreglada”, es dudoso que eso llegue a cambiar algo. Mucho antes de que el Memorando se hiciera del conocimiento público, estaba muy claro que el laudo de 1899 había sido tanto un arreglo diplomático como una decisión estrictamente judicial. Los registros históricos son tan confusos que se podría haber armado un argumento razonable para fijar la línea fronteriza prácticamente en cualquier punto entre el Esequibo y el Caroní. El magistrado David Brewer, uno de los miembros de la Corte Suprema de EE.UU. que formó parte de la junta arbitral, escribiría luego que aún después de haber estudiado exhaustivamente los mapas históricos del territorio, no hubo manera de hacer que dos jueces cualesquiera de la junta se pusieran de acuerdo sobre la misma frontera. Las opciones reales de la junta quedaron reducidas a “trazar una línea que pasara por el medio de lo que cada parte consideraba justo”. En tales circunstancias, lo que habría que preguntarse es si efectivamente llegó a haber una posibilidad real de llegar a un fallo estrictamente jurídico.
Es fácil olvidar que, hacia finales del Siglo XIX era poco usual que el Imperio Británico resolviera una disputa territorial por mecanismos jurídicos formales, en lugar de utilizar la fuerza militar. Ciertamente, montar una toma militar del Esequibo habría sido algo trivial para Gran Bretaña, simplemente una más de las cientos de misiones semejantes —invariablemente exitosas— que los ingleses habían venido organizando durante décadas. El simple hecho de que la diplomacia británica accediera a resolver la disputa del Esequibo mediante arbitraje, fue más bien un reconocimiento de la creciente importancia de EE.UU. y de su habilidad para imponerle la Doctrina Monroe a Londres. En 1895, la prensa sensacionalista estadounidense le clavó los dientes con fruición al asunto del Esequibo, usándolo para proyectar una imagen de los británicos como malandros ladrones de tierra, y retando a EE.UU. a que hiciera valer su doctrina de que las potencias europeas no podían recurrir a la fuerza militar en la esfera de influencia de EE.UU. El gobierno estadounidense, ansioso por reafirmar su supremacía hemisférica, asumió la disputa, presionando a los ingleses para que convinieran en un arbitraje. Costó mucho trabajo convencer a los británicos, opuestos desde hacía tiempo a tales procedimientos, dado que esperaban resolver la disputa mediante conversaciones bilaterales. A la sazón, las presiones de la prensa amarillista eran tan intensas que una guerra anglo-estadounidense por el asunto del Esequibo no era del todo descabellada. A los británicos les debe haber parecido que el arbitraje era una opción preferible a las otras dos alternativas: entregar el territorio sin luchar o arriesgarse a un enfrentamiento militar con EE.UU.
A estas alturas, es probable que muchos lectores venezolanos se sientan molestos, abrumados por la sensación de que todo esto sencillamente no es justo. Y por supuesto que tienen razón: no es justo. Sin embargo la geopolítica, especialmente la geopolítica del Siglo XIX, nunca ha sido justa. Aún más que ahora, las relaciones internacionales en el Siglo XIX eran un asunto despiadado en el que los grandes y fuertes ganaban y los pequeños y débiles perdían. El mundo está repleto de fronteras indignantemente injustas, impuestas en el Siglo XIX por países poderosos a otros más débiles. Normalmente, la injusticia era perpetrada en formas mucho más agresivas que las empleadas por los ingleses en el Esequibo, entre las cuales la más corriente era la conquista militar. ¿Es acaso justo que México no haya sido lo suficientemente poderoso como para conservar California, o que Austria perdiera Bolzano, o Pakistán a Bangladesh, a pesar de que cada uno de ellos podía citar argumentos históricos y jurídicos blindados que respaldaran sus reclamos? Probablemente no sea justo, pero al final las naciones maduras aprenden a aceptar las realidades geopolíticas y a seguir adelante. Tal como dijo un miembro del Gabinete guyanés hace alrededor de 30 años, “la mayor parte de las fronteras del mundo caerían en el caos y la confusión” si lo único que se necesitara para reabrir disputas limítrofes nominalmente resueltas fuese argumentar que los convenios originales habían sido producto de fraudes o presiones.

Anatomía de una causa perdida
Los intentos de resolver la disputa desde 1962 han sido como dar un paso adelante y dos hacia atrás. En 1966, justo antes de la independencia de Guyana, Venezuela y Gran Bretaña suscribieron un acuerdo mediante el cual se fijaban los pasos para resolver la disputa definitivamente. El denominado Acuerdo de Ginebra fue una obra de arte de ambigüedad diplomática calculada que permitió a cada una de las partes interpretarlo en formas diametralmente opuestas. Por ejemplo, Venezuela fundamenta sus protestas contra el sitio propuesto por Beal Aerospace para el centro de lanzamiento de satélites en el Esequibo, en el Artículo V del Acuerdo de Ginebra. Pero lo que ese Artículo efectivamente dice es que “Ningún acto o actividad que tenga lugar durante el tiempo de vigencia del presente Acuerdo constituirá una base para afirmar, apoyar o negar una aseveración de soberanía territorial (…) salvo que tales actos o actividades sean producto de un acuerdo de la Comisión Mixta y hayan sido aceptadas por escrito por (ambos países)”. La interpretación venezolana —que esto significa que Georgetown tiene que pedirle permiso a Caracas antes de emprender cualquier desarrollo sustancial en el territorio— suena ridícula. Una interpretación más honesta sería sostener que Guyana sencillamente no podrá servirse de la presencia del centro de lanzamiento de satélites para apoyar su aseveración de soberanía sobre el territorio.
Durante su primer gobierno, Carlos Andrés Pérez se dedicó afanosamente a resolver el problema. Guyana presentó propuestas razonables tanto al presidente Rafael Caldera como a Jaime Lusinchi, y ambas fueron ignoradas. Las iniciativas guyanesas no fueron publicadas, pero parece razonable suponer que contemplaban otorgarle a Venezuela una pequeña franja de territorio a lo largo del Delta del Orinoco, a cambio de la asistencia y el respaldo de Venezuela para ayudar a Guyana a desarrollar la región. La ventaja de tales ofertas era que esa estrecha franja de territorio habría consolidado el acceso de Venezuela al Océano Atlántico, además de otorgarle nuevas áreas en las que se podría hallar petróleo. Pero tanto Lusinchi como Caldera ignoraron las propuestas, presumiblemente porque temían enfrentarse a la indignación nacional que indudablemente suscitaría semejante acuerdo.
Todo ello puede servir para poner en la perspectiva correcta la más reciente racha de intercambios retóricos entre Caracas y Georgetown. Hablando en una visita a Caracas, el ministro guyanés de Relaciones Exteriores, Clement Rohee, declaró sin ambages que Venezuela no tiene posibilidad alguna de convencer a nadie de que el laudo de 1899 es nulo e írrito.
VenEconomía se inclina a coincidir con esa afirmación. Rohee comprende que las preguntas sobre la supuesta componenda anglo-rusa podrían resultar un tema interesante para los historiadores diplomáticos, pero para los encargados de tomar decisiones políticas del presente, son sencillamente irrelevantes: nadie fuera de Venezuela las va a creer.
Eso deja tres maneras posibles de poner fin a la disputa, ninguna de las cuales luce probable. Primera: Caracas reconoce la realidad internacional obvia y desiste de su reclamo. Segunda: Venezuela puede lanzar una invasión militar al territorio. Tercera: Caracas puede procurar una solución al estilo de los Sudetes, exigiendo que se permita que los habitantes del Esequibo decidan su propio destino mediante un referendo. El clima de predecible nacionalismo que suscita el tema del Esequibo ofrece pocos motivos para albergar esperanzas con respecto a la primera opción. Los quijotescamente jingoístas gobiernos venezolanos desde 1962 no han demostrado una disposición a adaptarse a los molestos imperativos de la realidad geopolítica mayor que la de sus ineficaces predecesores del Siglo XIX. En cuanto a las perspectivas de una solución militar de la disputa, se trata de una posibilidad con implicaciones demasiado graves como para considerarla, y es una opción que hasta los nacionalistas más ardientes del lado venezolano se apresuran a descartar. Claro que con Chávez uno nunca sabe. Es poco probable que una solución de referendo favorezca a Venezuela, ya que los escasos habitantes del Esequibo hablan inglés, manejan por la izquierda y sazonan sus comidas con curry. Sin embargo, son pocos y pobres, de manera que no parece del todo quimérico que pudieran tener un incentivo monetario para votar a favor de unirse a Venezuela.
Sin embargo, dejando de lado tales ejercicios especulativos, el escenario más probable es la continuidad interminable de la situación actual de indefinición, con un flujo constante de amenazas huecas y denuncias retóricas desde Caracas durante el futuro previsible. Desde el punto de vista de Venezuela, puede que ésta no sea una solución tan mala. Por un lado, la disputa actuaría como una especie de programa de empleo para los comunicadores sociales. Por otro lado, les ahorra a los políticos tanto la posibilidad de verse en la embarazosa situación de ceder a un asunto emocionalmente cargado, como de las engorrosas consecuencias de efectivamente hacer algo.
Para Guyana, esta estrategia de permanente indecisión podría conllevar costos mayores. Por un lado, los lectores de VenEconomía seguramente saben que lo de Chávez es pura retórica cuando habla del Esequibo, pero se puede excusar a la gente de Beal Aerospace Technologies si no están tan seguros. Desde ya sus planes de construir el centro de lanzamiento de satélites en el Esequibo —la mayor inversión extranjera que Guyana ha contemplado en años— lucen decididamente inciertos.
Perder el contrato con Beal representaría un grave golpe para el segundo país más pobre del Hemisferio Occidental. Al mismo tiempo, para una economía diminuta como la guyanesa, el acceso al mercado venezolano podría tener muchas ventajas, pero el comercio bilateral se halla gravemente restringido en vista de la disputa limítrofe. Y el aumento de la actividad militar del lado venezolano de la frontera puede resultar alarmante para un pequeño país apenas capaz de defender su territorio.
Pero nada de eso ayuda a explicar por qué el presidente Chávez ha preferido sacar al tapete esta causa perdida con tanta fuerza específicamente ahora. El peor escenario posible es que Chávez esté preparando al público venezolano para una posible guerra, un enfrentamiento que le pudiese resultar rentable al llegar el momento en que su popularidad en el país comience a desinflarse. Alternativamente, es posible que la posición de Chávez tenga poco que ver con cualquier estrategia a largo plazo bien ponderada, debiéndose más bien al predecible nacionalismo del primer mandatario.
En una nota algo más optimista, Chávez podría estar avivando la disputa a fin de preparar a Georgetown para que acepte el mejor avenimiento posible —parecido a lo que se le propuso a Caldera y a Lusinchi—, según lo cual Guyana cede una superficie limitada de territorio a cambio de asistencia para su desarrollo. Se trata de un avenimiento que al pueblo venezolano le costará aceptar, pero si hay alguien que puede convencerlo de sus méritos, ese alguien es el presidente Chávez.-

Robert Bottome, Michaela Ridgway y Francisco Toro
Traducido por Francisco Pance
Fuentes principales:
Leslie B. Rout, Jr. Which Way Out? An Analysis of the Venezuela-Guyana Boundary Dispute. 1971, Centro de Estudios Latinoamericanos, Universidad del Estado de Michigan. East Lansing, Michigan (EE.UU.).
Jorge Olavarría, El Protocolo de Puerto España. 5 de abril de 1981. Revista Resumen. Caracas (Venezuela).
Armando Rojas, Venezuela Limita al Este Con el Esequibo. 1965, Informes Especiales de la Carta de Venezuela, Oficina Central de Información. Caracas (Venezuela).
President Grover Cleveland, The Venezuelan Boundary Controversy. 1913, Princeton University Press. Princeton, Nueva Jersey (EE.UU.).
Otto Schoenrich, The Venezuela-British Guiana Boundary Dispute (donde apareció publicado por primera vez el famoso memorando de Severo Mallet-Prévost). Julio de 1949, American Journal of International Law. Vol. 43, No. 3. pág. 523. Washington, DC. (EE.UU.).

Anexos
El prestigioso proyecto de Beal
Lo que provocó la más reciente andanada retórica del presidente Chávez contra Guyana fue el anuncio de los planes para construir un centro de lanzamiento de satélites en el Esequibo (aunque Chávez se refiere al mismo como “base de lanzamiento de misiles”). Beal Aerospace Technologies, una compañía con sede en Texas, construiría y operaría el centro, el primero completamente privado del mundo. El proyecto, a un costo de $100 millones, representa la inversión directa más cuantiosa que Guyana haya visto en años. Aunque generará relativamente pocos empleos directos —500 durante la etapa de construcción y 200 posteriormente— Guyana espera que el proyecto mejore la reputación del país como lugar seguro para las inversiones, actuando como una especie de “sello de aprobación” para sus recientes iniciativas de reforma económica. En efecto, Guyana está entrando en la era espacial. Beal subraya que correría con todos los riesgos que pudiera generar el proyecto. El gobierno guyanés ha recibido una pequeña comisión por la concesión, y recibirá además otra comisión por cada lanzamiento, del orden de $100.000, incluso si la instalación espacial no generase utilidad. En ninguna circunstancia podría Guyana sufrir pérdidas con semejante arreglo.
La instalación estará ubicada en una región selvática muy remota cerca de la costa atlántica, a menos de 30 km de la frontera con Venezuela. No hay carreteras ni vías férreas que lleven al sitio escogido, de manera que el centro contará con su propio aeropuerto y demás instalaciones. Respondiendo a inquietudes manifestadas por grupos ambientalistas guyaneses, Beal afirma que el puerto espacial tendrá un impacto ambiental mínimo. La compañía ha contratado a asesores ambientalistas para minimizar el impacto del puerto espacial sobre las áreas de nidificación de tortugas marinas, y sostiene que la extensa zona amortiguadora alrededor de la instalación efectivamente actuará como una reserva natural. -
31/08/2000, VenEconomía Mensual, Vol. 17, Num. 11, Año 2000, PP. 9-14. Categoría: Gobierno y Política, Autor: Robert Bottome, Michaela Ridgway, Francisco Toro

martes, 23 de junio de 2015

Alejandro Moreno: De seguir como vamos, Venezuela desaparecerá como sociedad *

La impunidad, la expansión de las redes delincuenciales, el discurso violento y la incomunicación entre las élites y los sectores populares han creado un escenario que amenaza con destruir el sentido de convivencia  

Leo Felipe Campos y Héctor Bujanda.- Desde hace años sus perfiles del delincuente, sus investigaciones cualitativas sobre la violencia en estado de expansión, le han otorgado cierta fama de “oráculo de lo peor”. Una fama parcial, casi mediática, que no se corresponde con los tantos años de inmersión en la vida popular. Él ha desarrollado una sensibilidad única alrededor de la gente pobre y humilde, de quienes tiene siempre palabras generosas asociadas con valores como la vida y la convivencia.

Que el Seguro Social en Venezuela, un país con un tremendo sentido de la solidaridad, sean la familia y los amigos; que no esté de acuerdo con la palabra “marginal”; que sostenga que ha disminuido la edad de los asesinos y eso los hace más peligrosos; y que reconozca no saber cómo puede ganarse esta batalla contra la delincuencia, describen claramente la complejidad del padre Alejandro Moreno.

Dice eso y más: que no hay Estado o, peor, que actualmente el Estado efectivo es el que han ido imponiendo los grupos criminales.

Hay personas que se definen por sus formas, su atuendo o su entorno inmediato. A este cura salesiano lo describe mejor la investigación continuada sobre los modos de vida barrial y lo que ha sabido recoger y volcar, a partir de allí, en libros, ensayos, conversatorios y conferencias. Por ejemplo, la conclusión de que hay dos sectores de la sociedad que nunca se han comunicado, el que representa el cerro y el de los edificios.

Nació en España, pero desde hace más de 50 años vive en un barrio caraqueño, del que siempre ha preferido esconder exactitudes. Entrado hoy en los ochenta años y desde su modesta oficina arropada por libros, la mirada y la voz de Alejandro Moreno, psicólogo, teólogo, filósofo y doctor en ciencias sociales, se han vuelto como las aspas de ese pequeño ventilador que lo escolta detrás de su escritorio: casi anónimas para la dinámica turbia de la política y del juego de poder en Venezuela.

No es de extrañar, por eso, que mientras más habla en los medios menos lo buscan las instituciones y los actores políticos encargados de producir alguna solución sostenible a esta guerra nuestra, que ha empezado a devorarse al país. A chavistas y antichavistas por igual.

Los criminales imponen el Estado efectivo

–Comencemos con un diagnóstico, ¿en qué estatus estamos con respecto a la violencia criminal?

–El contexto de la violencia no es nuevo. Desde los años ochenta, la violencia en Venezuela ha tenido momentos críticos, el primero fue el Caracazo. Teníamos una tasa de homicidios que, más o menos, correspondía al promedio mundial, estábamos dentro de la normalidad, entre comillas, pero con el Caracazo esa cifra dio un salto y no bajó de ahí, se estabilizó.

El segundo momento crítico fueron los intentos de golpe de Estado de 1992, y ya tenemos implicados a los militares, a Chávez y a sus intenciones de transformación social. Pasó lo mismo, esa tasa subió y se estabilizó. Durante el período de Caldera, subió y bajó, pero no drásticamente. En 1998 y 1999, con el cambio de gobierno, dio otro salto y esa cifra se convirtió en una espiral ascendente.

En el año 1987, por ejemplo, estábamos en 8 asesinatos por cada 100 mil habitantes, más o menos. Hoy estamos en 83 y la población no se ha multiplicado por diez. Ese es el estado en el que estamos.

– ¿Y cualitativamente, cuál es el estado de la delincuencia, especialmente la que se origina en los sectores populares?

–Quiero aclarar que en otros sectores sociales también hay crímenes, pero no tienen tanta publicidad. Ahora, hablando de lo popular, que es lo que estudiamos, lo primero –y gravísimo– es la drástica disminución de la edad de víctimas y victimarios. Quienes trabajamos en esta organización, que se deriva de la preocupación por entender el estilo de vida popular venezolano, vivimos en sectores populares desde hace años y lo vemos a diario.

Si en algún momento el promedio de edad del delincuente estuvo alrededor de los 18 o 20 años, ahora debe andar en torno a los 15 o 16 años, pero con una gran incidencia en edades menores. En nuestras investigaciones hemos encontrado que todos los sujetos dicen que su inclusión en la delincuencia violenta comienza, más o menos, a los 14 años. Se puede decir que hoy el inicio de muchos de los delincuentes está en torno a los 12. Hemos visto cosas tremendas.

– ¿Qué consecuencias tiene esto?

–Muy graves, porque el preadolescente y el adolescente no tienen ni la experiencia ni la capacidad de procesar la realidad racionalmente, como pudiera tenerla un adulto. El adulto, aunque sea un delincuente, calcula peligros para él, circunstancias de riesgo, y hay un cierto control interno, aparte del control externo que pueda haber desde la comunidad o la familia.

Los preadolescentes no es que sean la irracionalidad pura, pero no tienen el razonamiento, la observación objetiva de la realidad en la cual se están moviendo. Predomina en ellos la impulsividad emocional y afectiva, de tal manera que por cualquier situación que les produzca rabia o un disgusto de cualquier tipo, es muy fácil que pasen del sentimiento a la acción, sin razonar ni calcular las consecuencias. Son mucho más peligrosos.

– ¿Ha visto diferencias con lo que viene después del disparo entre un preadolescente y un adulto?

–El adolescente se libra de culpas fácilmente. Según nuestra experiencia, por el primer asesinato puede que no duerma esa noche. Quizás. Pero a las 24 horas ya ha entrado en un estado de indiferencia en relación con lo que hizo y eso se va a mantener, a menos que el joven tenga un acopio de experiencia ética, de familia establecida que le haya dado experiencias positivas. Esos casos también los hay, por supuesto, pero no son la mayoría. El adulto ya está avezado de por sí y lo que va a tener en cuenta es lo que le pueda producir peligro.

¿Cuáles son esos peligros? Caer en manos de la policía, aunque hay 94% de impunidad, de modo que no es gran problema, o provocar la reacción de otros –eso sí– las culebras. Al que está marcado, lo esperan y lo matan, el tiempo no cuenta, pueden pasar cuatro, cinco o diez años. De ahí que vengan los grandes enfrentamientos entre grupos. Yo no diría bandas.

– ¿Por qué no?

–Porque una banda es algo organizado, donde hay un centro de poder y unos dependientes de ese centro de poder. Hay una organización muy rígida, como en las mafias de la droga, por ejemplo. En el caso de los muchachos, que son cada vez más jóvenes, ellos no están entrenados, se van entrenando. No son bandas organizadas de por sí; a veces son panas, que es algo muy venezolano, el “tú a tú” afectivo. Estos grupos son inestables, pierden a unos, vienen otros, o hay enfrentamientos internos y se matan. Pero lo grave y peligroso es cuando se comienzan a conectar. Siempre lo estuvieron, más o menos, pero en estos momentos se están conectando más y se están formando redes: los de un barrio con los de otros barrios. Y si siguen como van, en cualquier momento, van a dominar la sociedad.

–Pero una red implica un flujo de algo.

–Flujo de información. Flujo de armas, de técnicas, de ideas.

– ¿Cree usted que está naciendo una red de pequeños ejércitos?

–Se está formando un Estado efectivo por debajo del Estado formal, inefectivo y vacío.

– ¿Un paraestado?

–No, un Estado. ¿Qué es lo que hace el Estado? Rige la conducta y la manera de vivir de las personas. Estos grupos están rigiendo eso en casi cualquier barrio. A las seis de la tarde, la gente ya no está en la calle y cuando sale debe mirar a todos lados para ver qué pasa. No puedes vivir en tal sitio, tienes que mudarte. Incluso de afectividad: no puedo relacionarme con cierta muchacha… No sé si me explico. Y estos grupos, a medida que se vayan relacionando y tejiendo redes, van a construir un Estado completo. El Estado efectivo.
Los círculos de la violencia

– ¿Hay criminales que tienen más poder que otros?

–Vamos ahora a ese aspecto. Yo estoy hablando de los muchachos o adultos jóvenes, porque normalmente el delincuente popular no pasa de los 25 años, al 70% los mata antes. Ellos consiguen lo que quieren y no tienen castigo o consecuencias negativas.

– ¿Y qué quieren?

–Lo que los motiva, fundamentalmente, no es tener dinero, que también, sino el respeto de todos. Cartel, prestigio, importancia. Producir miedo, dominar un grupo.

– ¿Mujeres?

–Claro, también, pero las chicas por el prestigio, no por las chicas. Tienen buenas motos porque producen respeto. Tienen buenas ropas de marca, las llevan muy mal, pero las tienen, y eso significa prestigio. Por ejemplo, cuando matan a alguien por un par de zapatos no es por el par de zapatos, sino por la marca.

Ahora, hay grupos de delito común que se van organizando y aquí ya se mezcla ese delito a partir del prestigio con el delito organizado, como el de las bandas de la droga, que están en estos momentos regidas por los pranes de las cárceles. Hay ciudades en Venezuela, enteras, gobernadas por los pranes de la cárcel que está en esa ciudad. Ellos allí son el gobierno efectivo. Tienen distribuidas las zonas, unas para usted y otras para usted, y no solo tienen ahí el lugar para sus controles delictivos, sino para el control sobre la gente.

–Hay especulaciones sobre el control que tiene el Picure en varias ciudades del estado Guárico, por ejemplo.

–Yo hablo de los pranes de la cárcel. El Picure está afuera y hasta donde sé, actúa en el campo, fundamentalmente.

–Volvamos a la edad de estos delincuentes cada vez más jóvenes, ¿es un fenómeno venezolano o una tendencia mundial?

–En América Latina es general, pero en Venezuela es crítico. Los motivos son varios, en primer lugar, por la impunidad, y con ella el modelaje. Uno reproduce las conductas exitosas que los modelos exhiben. En las comunidades y los barrios, los más exitosos son los malandros. Los malandros mayores, quiero decir, de 18 o 20 años, son los más exitosos: en jevas, en motos, en fiestas, en prestigio, en respeto. Incluso, algunos, tienen buenas relaciones con los policías.

–Pero mueren temprano.

– ¿Y cómo mueren? Se matan entre ellos, los matan en las cárceles o los matan en un enfrentamiento con la policía. Las culebras son muy variadas, por una muchacha, porque me dijiste esto, porque me miraste mal. En un barrio, la violencia de origen se desarrolla en tres círculos más o menos definidos.

– ¿Cómo son esos tres círculos?

–Primero, el de los profesionales. Siete u ocho mayores, entre 18 y 25 años, que han convertido el delito en su forma de vida. Tienen una manera de pensar, de concebir la realidad, de establecer las relaciones con la comunidad. Generalmente, en ese grupo hay un malandro mayor. Esto quiere decir, un muchacho que ha pasado los 25 años o es más inteligente, más cauto, y controla al grupito por prestigio y no por imposición propiamente. Alguien que es capaz de organizarlos para que planifiquen sus acciones fuera de la comunidad. Dentro de la comunidad protegen a los habitantes, no permiten el ingreso de otros grupos, son la auténtica policía, pero cuando matan al malandro mayor en un barrio, estalla un período de anarquía peligrosísimo, que puede durar dos o tres años hasta que otro crece y por algún motivo se logra imponer.

– ¿Y los otros dos?

–En torno a este primer círculo hay otro de adolescentes entre 14 y 18 años, las edades, por supuesto, no son fijas sino referenciales. Este grupo puede estar integrado por una decena o más. Los del primer círculo les encargan a estos muchachos alguna acción. Son más seguros para el delito porque aún no son mayores de edad, así que no pagan cárcel o si acaso van a parar a algún centro correccional.

Estos del segundo círculo van entrando en la actividad, pero esto no quiere decir que todos vayan a acabar en el círculo de los profesionales. Aprenden a usar las armas, aunque normalmente no tienen mucha puntería, pero es porque se drogan, también. Y en torno a este segundo círculo está el tercero, más numeroso, de niños que tienen 10, 12, 14 años. Si el primero es el de los profesionales y el segundo es el de los aprendices, el tercero es el de los observadores.

– ¿Qué observan?

–Estos niños oyen constantemente todas las hazañas que los del primer círculo le cuentan a los del segundo. Por supuesto, muchas veces son como los cuentos de los pescadores o los cazadores, que tienen mucho de invención, pero despiertan la atención de los más niños, porque son narraciones sugestivas, sugieren a los más pequeños que ellos pueden llegar allí. Les despiertan la fantasía y la imaginación. Por eso, hemos visto que algunos investigadores preguntan en las escuelas: ¿qué es lo que tú quieres ser cuando crezcas? Y un buen porcentaje de los niños responde: quiero ser malandro. Hay un modelaje amplio, si el modelo fuera castigado no produciría ese efecto, no se imitaría. Pero si es exitoso, se convierte en una conducta imitable, que yo puedo reproducir. Y aquí hay una impunidad casi absoluta.

– ¿Qué otros modelos hay en el barrio que permiten salir de estos círculos?

–En Venezuela la figura que puede dar normas de vida es la madre, no el padre, porque normalmente no existe, es una figura inestable, viene y va, tiene poca influencia. La madre, normalmente, se preocupa y trata de aconsejar al hijo, pero la madre venezolana necesita al hijo varón, necesita que no se le vaya, eso es ancestral, ¿por qué? Porque no tiene esposo. Incluso, teniendo una pareja transitoria o estable en la casa, esa figura masculina suele ser marginal. Hay que conocer a la familia popular venezolana para darse cuenta de esto. Ella entra en complicidad con el hijo para no perderlo. Le puede reclamar, darle consejos, pero si él llega con algo robado a la casa, se lo esconde. Se traza una norma ambigua.

He encontrado casos en los que la madre ha tomado tan mal que su hijo sea un delincuente, que se enferma. Existe esa expresión: “estás matando a tu mamá”, y eso sí hace reaccionar al muchacho, siempre y cuando no sea un malandro estructural, que tiene una personalidad que se ha hecho de violencia y no puede entender otra cosa en la vida.

– ¿Y eso que usted llama los malandros estructurales, entonces, cómo se recuperan?

–Normalmente no se recuperan.

La razones de matar a un policía

– ¿Qué puede hacer el Estado en las circunstancias actuales para revertir esta violencia?

–El Estado tiene que querer, y este Estado no quiere.

– ¿Por qué no quiere?

–Se pueden elaborar muchas hipótesis.

– ¿Por ejemplo?

–Por ejemplo, ideológicamente este Estado dice que el delincuente es una víctima de la sociedad capitalista, y mientras no exista la sociedad socialista no vale la pena hacer nada.

–En un modelo como el cubano, un asalto con una navaja puede generar un estado de asombro entre quienes presencian el hecho.

–Imagínate que el asaltante, en vez de tener una navaja, tuviera una pistola. Esa es la diferencia. En Venezuela las armas se consiguen con mucha facilidad, y se sabe de dónde vienen: de alguna institución del Estado, porque las armas, internacionalmente, se las venden las empresas fabricantes a los estados, salvo un 5% o por ahí, que circula ilegalmente, como parte del contrabando.

– ¿Usted dice que el Estado tiene como política trasvasar esas armas?

–Cuando me dices que “tiene como política” yo no lo sé, porque no tengo datos para decir eso. Pero de que hay gran parte de miembros en instituciones del Estado que lo hacen, sí. Ellos mismos lo han dicho. Todos los casquillos de proyectiles son de Cavim.

– ¿Y el policía qué papel juega?

–No lo sé, pero hay una gran parte de funcionarios que trasvasan esas armas, así no sea por motivos políticos. Por ahí tiene que haber algo, pero no me hagan ponerme mal con los policías.

– ¿Los mismos policías no suben las armas y la droga a los barrios?

–Sí, pero tampoco es que tienen que subir las armas o las drogas, basta con indicar el sitio donde hay que ir a buscarlas.

– ¿Y no ha habido un considerable número de asesinatos de policías en los últimos meses?

–Parece que ha habido un cierto control de armas, deduzco, que ya no circulan con tanta facilidad como circulaban antes, y por eso hay tantos policías que mueren o los matan para quitarles el arma.

– ¿Puede tratarse de un rito de iniciación?

–Allí es donde está el problema, uno no sabe si los matan por la disminución de las armas o es por otra cosa. Una de las razones de matar a un policía es que te da prestigio, e incluso puede ser un rito de iniciación, que siempre se trata de un asesinato. Alguien le indicará al nuevo de la banda que debe matar a un policía. Le da el arma y le dice “mátalo”.

No se puede ganar esta guerra

– ¿El modelo dominante que se ha arraigado en el barrio, por tanto, es el bandidaje?

–No, hay otros modelos. Lo popular es muy amplio. Hay gente que tiene valores delincuenciales: el malandro. Eso no es un antivalor. El valor es algo que tu valorizas. Si el malandro da valor a matar a otro, ése es su valor. Y eso rige su conducta. Por otro lado, la madre intenta inculcar valores a sus hijos y lo logra en un 90% de los casos. Esa gran porción de la población popular no está dañada, lo que pasa es que el otro grupito, esos círculos de los que hablamos, tienen una gran capacidad de destrucción porque no hay quien los controle y por eso parece que dominaran absolutamente todo. De hecho dominan a la gente en el sentido de que infunden pavor y la obligan a encerrarse, pero no dominan sus mentes, su manera de pensar y su sistema de valores.

El sistema de valores del venezolano permanece, hay que tomar en cuenta que la delincuencia es un sector. ¿Va creciendo? Sí, porque si dejas un fenómeno social libre, a su propio arbitrio, se desarrolla, va captando y reclutando gente. El modelaje va influyendo y por eso tenemos más delincuentes de los que deberíamos tener.

– ¿Con esos otros valores se puede ganar la batalla contra el Estado efectivo que se ha venido instaurando?

–Todos queremos que se gane esa batalla. Ahora, yo no veo por dónde se va a ganar. Eso que quede muy claro: no veo por dónde ganar esa batalla en muchos años. Todo eso pasa porque en Venezuela no tenemos Estado.

– ¿Cuáles son esos otros grandes valores de lo popular? ¿El músico, el deportista?

–No, no, son valores mucho más de fondo. El valor de la vida, del respeto al prójimo, el de la solidaridad, que es tremendo. En Venezuela el Seguro Social no existe, el Seguro Social de un venezolano es su familia. La familia venezolana es muy grande, porque no es una familia nuclear. Y todos entran para ayudar o cooperar en una enfermedad que el seguro no puede cubrir.

El sentido de la solidaridad, que es un sentido muy cristiano, creo que se le metió adentro al venezolano y predomina. Está el valor de entenderse, el valor de conversar, de comunicarse. La convivencia. El venezolano es un hombre convivial, el europeo es un hombre económico. Ahora, lo que pasa es que la gente del barrio ha dejado de salir de casa, habla bajito, porque no sabe quién puede oír. Eso está dañando toda la convivencia y no sé a dónde vamos a ir a parar. Eso está desnaturalizando al venezolano.

– ¿Estamos al borde del fracaso como sociedad?

–De seguir como seguimos, Venezuela desaparece como sociedad. No sé que va a venir, vendrá la anarquía, nos vamos a matar, no sé. Pero de seguir como seguimos, la sociedad como una integración, desaparecerá.

–Usted ha dicho que la violencia se contagia. ¿Estamos imposibilitados para la reconciliación?

–Esa es la reacción que consigues en Facebook, por ejemplo, cuando matan a un malandro. Lean los comentarios. Ya es normal que a alguien se le ocurra pensar “vamos a matar a esas mierdas, a esa basura”. Es normal que a uno se le ocurra una solución así, pero en el acto entran los valores, entran las convicciones éticas que te exigen buscar otra solución. Esa es, digamos, una reacción espontánea. Todo el mundo está en condiciones de someter esos hechos a la reflexión, en base a los valores y principios éticos. Pero hay gente que no. Hay gente que incluso puede justificar ese pensamiento como una autodefensa, como una legítima defensa: “si ellos están preparados para matarme, pues yo los mato primero”. No es una justificación adecuada, pero se consigue justificar. El año pasado teníamos una tasa de homicidios de 79 por cada cien mil, ahora la tenemos en 83. ¿Cuánto vamos a tener el año que viene?

Lo popular y las élites, dos mundos incomunicados

– ¿Cuál es la responsabilidad de la sociedad en general, en particular de las élites y la clase media profesional?

–Eso es bien complejo y nos llevaría tiempo responder. Para decir algo: la gente de los sectores populares ve a la gente de la que ustedes hablan, que tiene carros, que vive en zonas residenciales, las ve como “otros tipos”. No las ve como propias.

En Venezuela hay dos mundos que no se comunican: el mundo de la vida popular y el mundo de vida de las élites. Las élites no se acercan al mundo popular, y los sectores populares se acercan a las élites porque tienen que trabajar e intercambiar con ellas, pero consideran que pertenecen a otro mundo. Normalmente no se meten con ellas. Lo que existe son ciertas relaciones de familiaridad.

En Venezuela siempre ha habido esa cosa de tomar en consideración la parte personal, humana, de los otros, pero estableciendo diferencias. El mundo de las élites es el mundo moderno y para ciertos venezolanos ese mundo no es suyo en absoluto, de ninguna manera. Así que tenemos dos sectores, dos mundos, que no se encuentran y que en este momento están más separados que antes, porque le han infundido a los sectores populares ya no una distinción sino una voluntad de enfrentamiento.

Eso es propio de las revoluciones, extremar la lucha de clases, intensificar las contradicciones de clase para que se produzca la revolución.

¿Qué ha hecho la sociedad? Cuando digo sociedad me refiero a quienes la dominan: ha seguido con su rol, haciendo sus propios programas donde suponen que los otros deberían cumplir un papel determinado. Sólo piensan en lo que deberían hacer como propio y suponen lo que deberían hacer los demás. Ahí está la televisión, proyecta modelos de clase media, cuando eso no es lo que se desea en lo popular. En los sectores populares se desea lo que los otros tienen, pero no el sistema de relaciones, ni el sistema de pensamiento o valores que tienen las élites.

–Parte de esas élites también ha decidido irse del país.

–Y también se está yendo el pueblo, para que lo sepan.

– ¿Para dónde?

–Para España, por ejemplo. Podría decir que en mi barrio hay gente que se ha ido para España, para Panamá, para Colombia.

– ¿Y de parte de la élite no ha habido también un lenguaje y una violencia contra lo popular?

–Sí, claro, pero la estigmatización sigue produciéndose desde los altos niveles del Gobierno, desde el primer momento. Los que elaboran sus discursos son los que se formaron en la misma estructura de las clase media venezolana. Lo dicen de otra manera, pero es el mismo contenido, el mismo significado. Ése es el problema. Yo creí que era otra cosa y voté por Chávez la primera vez, pero esto es peor. Y los significados son los mismos de exclusión, pero, además, hipócritas. Y perdonen que diga lo que pienso al respecto.

– ¿Cuál es el plan de Alejandro Moreno para destrabar el cuadro de violencia?

–Hablamos de barrios y modelos, no lo hemos dicho todo. En todos los barrios hay gente que cuida a los niños, espontáneamente, y pone dinero de su propio bolsillo para hacer grupos de deporte, grupos de danza para muchachos y muchachas. La iglesia tiene presencia y tiene modelos muy importantes para la convivencia, pero, ¿en qué porcentaje? ¿Hasta dónde puede llegar eso, si cualquier delincuente muestra sus éxitos y no le pasa nada?

Hay modelos, repito, hay instituciones que se mantienen, que son efectivas, como la escuela. Y hay modelos espontáneos de gente que trabaja con la comunidad: personas que son referencias, que hablan, que consiguen soluciones, que negocian y saben entenderse con los malandros. Ese modelo funciona y es respetado, incluso entre los malandros. Pero si no hay una intervención del Estado, poco se podrá hacer efectivamente, un Estado que haga cumplir su papel de defensor de la libertad y de la posibilidad de actuación de la gente.

– ¿Cómo sería esa intervención? Desde los ochenta, Venezuela es una sociedad con diversos ensayos fallidos.

–La delincuencia hasta Chávez estuvo más o menos controlada. Teníamos una delincuencia inferior a la colombiana, a la brasileña, a la mexicana, a la salvadoreña. A partir de Chávez esto crece indefinidamente. Debe haber, entonces, un factor que lo favorece, no es que antes no hubiese un fracaso, pero no estábamos dentro de los países más violentos.

– ¿Usted ha participado en algún proyecto gubernamental para ayudar a resolver el problema de la violencia?

–No, no, yo he sido invitado dos veces por el Ministerio del Interior, Justicia y Paz a participar en un foro, donde expuse algo y los otros invitados también. No han sido sesiones de trabajo. Si me invitan voy, para que no digan que uno no colabora. Yo he ido una sola vez a una sesión de trabajo y fue con el comando de campaña de Leopoldo López para las primarias de la oposición. La única vez. Me llaman, más bien, para pedirme información, solo eso.

–Con su edad y su experiencia, con lo que ha vivido en Caracas, ¿usted es optimista o pesimista?

–Sobre el venezolano soy muy optimista. Pero soy muy pesimista con las instituciones que generan las élites, que están divorciadas del sentido profundo de los verdaderos significados del venezolano. El venezolano me parece fenomenal, se ha formado de una manera distinta. Las élites de todo tipo, de izquierda, de derecha, cuando llegan a espacios de poder funcionan de una manera incompatible. Hubo un tiempo de la llamada Cuarta República en que parecía que caminábamos hacia una cada vez mejor organización del Estado, más comprensiva, más democrática. Esta situación interrumpió eso y, bueno...

–Pero este ha sido un período del arraigo a lo popular, de identificación y representación de los sectores populares con la política y la gestión de Gobierno.

–Los discursos del Gobierno son violentos. Son agresivos. Modelan violencia. Eso no es popular. Si ustedes creen que lo popular son las formas, el folclor, déjenme recordarles que también lo había antes. Pero el espíritu, el contenido, los significados, las emociones representadas por este gobierno no son populares.

– ¿Ah, no? ¿Que serían entonces?

–Violentos, revolucionarios. Marxistas. Son discursos de enfrentamiento.

*  Escrito por  Miguel Blanco

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